martes, 30 de octubre de 2012

La suerte en tus manos.

Acabo de rever una película que vi en cine al momento del estreno comercial y que me dejó ciertas inquietudes, que escribí en su momento (con un destino que no fue) y reescribo ahora, en parte para seguir cultivando este espacio de intimidades chiquitas y no escribir sobre política. 

Porque no quiero escribir sobre política, sería muy ofensivo con gente que, quizás, no lo merece.

Volviendo a lo anterior, la escritura-reescritura versa sobre "La suerte en tus manos", octava película de unos de los directores más personales que ha dado eso que se denomina "Nuevo Cine Argentino": Daniel Burman.



Digamos, ante todo que la película es amable, como suele ser el cine de ese director: heredero (tal vez) o ciertamente inspirado en su paisano Woody Allen, en Burman no hay conflicto social, no hay denuncia, siquiera problemática. 

Los personajes que elucubra para sus ficciones en general están satisfechos con su vida o mejor, insatisfechos con su propia satisfacción. No propongo un juego de palabras de pretendido ingenio: a ninguno de los personajes (dijera mi Viejo) le falta una moneda en el bolso y al igual que los personajes de Allen, el conflicto siempre será en clave personalísima.

Es, "La suerte en tus manos" la película de Burman que más lazos traza con ese cine de culto para tantos de nosotros, el de Allen, insisto, desde el discurso, el humor, la temática y muy especialmente las locaciones que el director buscó y supo encontrar en Rosario y Buenos Aires, muy especialmente Buenos Aires, ciudad a la que parece haberle dedicado su octava película: deja atrás el Once (y no tanto) y se embelesa con  la avenida Corrientes (hay escenas en Zival's, esquina Callao; hay una porción de muzza compartida en Güerrin y se va al cine Lorca a ver "Que la cosa funcione" de... Woody Allen). 

Esa marca Burman, ese diálogo consigo mismo (por tal, destacable desde su poderosa honestidad intelectual) se evidencia al despuntar la película, desde el retrato que propone de su personaje central (Uriel Cohan, correctamente jugado por un debutante sorprendente, Jorge Drexler), un sujeto deleznable pero -al fin de cuentas la película transcurre en una atmósfera Burman- es retratado con ternura, no obstante Uriel Cohan sea un mitómano, usurero, manipulador, ludópata, obsesivo y otras lindezas a quien, encima, le va demasiado bien, enamorado de una antigua novia interpretada por ese tanque del cine nacional capaz de sostener por sí sola el proyecto más insostenible (no aludimos a "La suerte en tus manos"), Valeria Bertucelli.

Juego de opuestos, de personajes con valores encontrados, Uriel y la novia antigua habrán de encontrarse y desencontrarse hasta que todo confluya en un happy end que deje a todos (los personajes, los espectadores) felices, aunque ninguno de ellos siquiera se atreva a pensar algo así como "la puta que la vale la pena estar vivo", ni tan lejos tampoco.

Los momentos más logrados del filme, remiten a otros, igualmente felices de otras películas del director, cuando recrea las fantasías de su protagonista (es tan tierno Burman con Uriel que hasta destaca esa particularidad del mitómano, la fantasía y lo recrea con notable vuelo poético); referimos la escena en la que los novios (en tren de serlo) juegan en un pelotero; reflejo de otra logradísima, la escena del Bolero de Ravel en El nido vacío, protagonizada por Oscar Martínez y Cecilia Roth.

Supo (con alguna excepción subrayadísima, inexplicable) convocar un reparto notable, que está a esa altura: Luis Brandoni y muy especialmente, Norma Aleandro, cumplen sus roles con  precisión de relojero y la calidez de sendos tótems del cine de estas pampas.

Vamos cerrando con la aclaración de que se leería mal esta entrada si se le imprime un juicio peyorativo a la película que se comenta, a la que sin embargo, algo le falta, quizás necesitaba más tiempo para procesar ideas que parecen que han quedado a mitad de camino, porque valoramos -se ha escrito- mucha honestidad en Burman; como deshonestidad vemos en Pablo Trapero y su última película, antagónica por completo en el sentido de "La suerte en tus manos".

Quizás escriba algo sobre "Elefante blanco", esa película que tanto me molestó, de trazo tan grueso, tan mal actuada.

Con todo, "La suerte en tus manos" no es ni más ni menos que un colagge Burman, que con los más y los menos del realizador, esperamos que pronto filme una nueva, que nos deje felizmente reconfortados. 

domingo, 28 de octubre de 2012

La vuelta de Terragno.

Enterado por redes sociales (y mediante algún sueltito publicado al desgaire en ciertos medios de difusión) de la pretensión de Rodolfo Terragno de ir por una banca en el Senado con motivo de las elecciones legislativas del año que viene, empecé a bucear en las páginas y portales que le dan pasto a esa candidatura.


En todas se lo presenta como un hombre de Estado, por encima de las cuestiones de coyuntura, mediante una tesitura que supo desarrollar en las columnas que durante los '90s publicaba en la revista "Noticias" (quizás todavía sabe, no me consta, ya que no consulto ese medio por razones de higiene elemental), lugar desde donde, recuerdo de memoria, presentaba al modelo irlandés como la senda a seguir por este país desmelenado y anárquico. Desconozco si actualmente, post colapso de esa nación, sigue sosteniendo su hipótesis.

Como sea, vuelve Terragno, parece que desde el seno de la UCR, partido que nunca terminaría de sentirlo propio (así se lo hicieron sentir sus correligionarios) aunque a mediados de los '90s haya presidido su Comité Nacional, más por la vocación de unos cuantos de impedirle el acceso al Cholo Posse que por adhesión a ese dirigente viscoso, líbero en su juego político que representa un radicalismo tan indefinible.

Lo decimos, porque a diferencia de Aguad o Sanz (que con ponderable -porqué no admitirlo- levantan las banderas del radicalismo reaccionario y antipopular) Terragno navega aguas sino indefinibles de compleja ubicación ideológico-política.

Coqueteó lindo con don Eduardo Duhalde a partir de la muerte de Néstor Kirchner, candidato al que pareció querer apoyar (recuerdo la redacción de una entente tipo Moncloa que parecía dirigida a asegurar ganancias a determinados sectores y lograr una anmistía para los enjuiciados y condenados por delitos de lesa humanidad), apoyo que se enfrió (dicen que dicen) cuando el caudillo lomense le negó la candidatura vicepresidencial.

No creemos que exista un divorcio inconciliable entre cierto radicalismo y el peronismo duhaldista, no obstante desde ese esquema y a partir del discurso -de corte neoliberal, con añejo perfume de las social democracias de los 50's y 60's- aparece como algo forzado a partir de la censura que propone al legado del caudillismo sudamericano, sonsonete que reitera por estos días en la columna publicada en Facebook: https://www.facebook.com/notes/conterragno/el-problema-no-es-la-oposici%C3%B3n-dividida/279584152160235; ocasión en la que desarrolla un análisis de las elecciones en las que se consagraran presidentes con márgenes abultadísimos entre la opción ganadora y la que le seguía (disparidad recurrente, la llama) idea que refuerza mediante el siguiente cuadro comparativo:

 Estos son los puntos de ventaja que tuvieron diversos presidentes en las elecciones que los ungieron:
1928. Hipólito Yrigoyen: 47 
1973. Juan D. Perón: 39
1922. Marcelo T. Alvear: 39
2011. Cristina Kirchner: 37
1916. Hipólito Yrigoyen: 33
1951. Juan D. Perón: 31
1973. Héctor J. Cámpora: 28
1995. Carlos Menem. 21.

Con la excepción de Marcelo de Alvear (ungido con ese portento por su condición de sucesor de Yrigoyen en el '22), a través de esas aritméticas, Terragno anticipa (y auspicia) el fracaso de la actual gestión, que se explicaría desde el fracaso electoral de la propuesta que los había desafiado en la elección previa.

Más allá de nuestro análisis, leamos a qué conclusión arriba el propio Terragno: "En parte, esto obedece a la cultura caudillista , adicta a la concentración del poder. En 1928, Yrigoyen obtuvo 63 % de los votos; en 1973, Perón llegó a 65. También contribuye (y eso ocurrió en todos los casos mencionados) la falta de una segunda fuerza que aparezca como opción. Las democracias eficaces son bipartidistas. No porque la ley permita sólo dos partidos (en todas ellas hay varios) sino porque ningún otro tiene capacidad de llegar al gobierno. Ese sistema binario lo crean partidos con vocación de poder, policlasistas, extendidos por todo el territorio, que hacen esfuerzos por no desmembrarse ni bajar los brazos en momentos de adversidad. La ciudadanía tiene, en esos casos, un partido gobernante sujeto a control y, si ese partido la defrauda, otro con el cual reemplazarlo."

El caudillismo, una vez más. La paradoja de los líderes que no pueden ser considerados democráticos, aunque se los hubiese elegido abrumadoramente no son completamente democráticos: al no existir una alternativa con eficacia para avisorar una alternancia en el poder.

Una sofisticada (esforzada, quizás) versión de la prédica que descalifica a los gobiernos genuinamente democráticos como populismos neo-autoritarios.

No se preocupan quienes predican estas alquimias de compleja asimilación con la realidad que los circunda en entender por qué no se los vota. O porqué se vota en esta región sudamericana a quienes se vota, tal vez (y eso creemos) porque representan y llevan a cabo las políticas que benefician a la mayoría.

Y tal vez sea tarea de los dirigentes que integran un partido de raigambre popular como la UCR (no obstante que al igual que el peronismo alberga tendencias de signo contrario, claro queda) esmerarse en la propuesta de razones y alternativas que, rescatando lo que debe ser rescatado (y defendido como conquistas impensadas pocos años atrás y por tales, innegociables), arriesguen algo mejor a lo bueno -o menos malo, según se mire- que debe ser enfrentado. Como propone nuestro querido Leopoldo Moreau, sin ir tan lejos.

De eso se trata y por eso, y por tantas otras razones uno está parado donde está parado.

jueves, 25 de octubre de 2012

Halloween

Entre las costumbres que se han incorporado (de alguna manera u otra) a nuestro devenir, por imposición de comerciantes, mercaderes e imbéciles en general, la que me ha generado siempre un fastidio infinito es la de Halloween que, parece, se festeja cada  31 de octubre.


Digno legado de los '90, años de la era de la boludez, la celebración cada año de la efeméride saca lo peor de mí: puesto que desprecio de tal modo a todo aquel (a toda aquella) que se suma a tales festividades que me genera la fantasía de estar por sobre esas gentes sentimiento, insisto, deleznable puesto que no soy mejor que nadies, dijera alguno.

No se lea lo anterior como una afirmación chauvinista de exaltación de lo nuestro, por la razón de que eso, lo nuestro, a partir de la confluencia de tantas culturas que se han conjugado en estos lares de Dios es necesariamente variopinto.

Por caso, cuando nos condenamos a transpirar como beduinos (y a exponernos a un infarto masivo) al ingerir miles y miles de calorías con 34° en alguna noche de Navidad o Año Nuevo, insensatez que justificamos desde el culto a los alimentos que abuelitos y nonnos paladeaban en sus terruños en el marco de esas festividades.

Una insensatez genética, al fin de cuentas.

El Halloween (dizque Noche de Brujas) llegó a estas pampas feraces de la buena mano de series de televisión de los Estados Unidos o del peor cine de ese país, de hits como Mi pobre soretito y otras exquisiteces; con las cuales (muy especialmente durante esos años ominosos y generalmente por la señal de Telefé) se atosigó a pibes y pibas (hoy adultos, padres de otros pibes y pibas, incluso) que se les da por celebrar  esa mierda, para decirlo de alguna manera elegante.

En fin, excusa, la del Halloween para no abandonar el espacio y evitarme el disgusto de escribir sobre ciertas cosas que se vislumbran (acuerdo M&M, 8-N y otras excrecencias) cuyo desarrollo conspiraría contra mi -no siempre- estable presión arterial.

Y a recordar de paso que no creemos en este espacio en brujas, pero que las hay, las hay.

Que están amasando alguna alquimia que ponga fin (tajante, abrupta, fieramente) a este tiempo democrático que consideran insoportable.

Y que no generan la simpatía y el afecto entrañable en quien escribe, de la inolvidable (y tan nuestra) bruja Cachavacha.

jueves, 4 de octubre de 2012

Elogio de Moreau.

Tenía unos diez cuando me hice a la vida pública, puedo escribir para despuntar esta entrada con cierta magnificencia, pero fue así nomás, cuando corría el '83 y mi mundo dejó de circunscribirse a un puñado de manzanas, a los pibes de la cuadra, los compañeritos del colegio, la familia y, desde luego, River Plate.

Me había despabilado un poco un año atrás la guerra de las Malvinas, cuando la idea de Patria se hizo presente con toda la visceralidad de una locura criminal de esa índole: calles y casas embanderadas, marchas en los recreos, simulacros de bombardeos y todos, pibes y pibas, padres, parientes, vecinos, en vilo.

Pero decía y reafirmo, que fueron los meses de finales del '82 e inicios del '83 los que me involucraron de lleno (con los límites de la edad) en algo que podría definirse como la Patria, o el País, que se jugaba su destino en las elecciones que dejarían atrás la experiencia de uniformados como ese general de voz aguardentosa que hablaba tupido por la tele en los meses de la guerra y a esos personajes sombríos que lo sucedieron.

Como veía por los ojos de mis padres, todo era Alfonsín para mí en ese tiempo; traducido en mí como un héroe o mejor (en sintonía con lo que predicaría de si ese gallego lindo a poco de morir) una buena persona.

Digamos que Alfonsín, para mí, más allá del atractivo de una campaña cautivante, de sus discursos, de su estampa de candidato, era un buen tipo; los malos: Luder, Bittel y la bestia negra  de esa elección, el candidato a gobernador de Buenos Aires, Herminio Iglesias.

Recuerdo en esos meses (el introito se hizo largo) una pintada en color violeta, en un paredón cercano a la biciletería Caffetaro de la calle Don Bosco que decía: "Moro Intendente". No sabía quien era, supe después que no llegaría a candidato a la Intendencia de San Isidro, por haber perdido las internas con el Cholo Posse, que lo sería por muchos años y legaría a los sanisidrenses a un hijo como presente griego.

Sí supe de Moro en los años que vendrían, en especial a partir de 1985 cuando (ya sumergido en la política) asistí (y festejé mucho) su triunfo como candidato a diputado nacional por la Provincia de Buenos Aires, jornada del 3 de noviembre de 1985, una de las más felices de la centenaria historia de la UCR.

Más grande supe bien quien era Leopoldo Moreau, con quien tuve algún desencuentro, de hecho cuando tuvo el coraje de postularse, post colapso de 2001 con la lista 3 para la Presidencia de la Nación en abril de 2003, voté por Kirchner, en prevención a un triunfo menemista que veía poco menos que como una tragedia insalvable.

Aunque valoré su gesto, el de sostener en el peor momento, las banderas que siempre sostuvo.

Porque Moreau vino siendo desde siempre un tipo que se jugó por lo que pensaba que estaba bien, para decirlo en pocas palabras. Lo hizo convencido de que así debía hacerlo. Como Alfonsín, digamos.

Que entendía al radicalismo como una herramienta para combatir a las injusticias de un país injusto, el que la última dictadura le legó a aquella democracia que nacía cuando quien escribe nacía a la vida política.

Dictadura a la que Leopoldo combatió, como lo había hecho con la anterior, por menos feroz, no menos destetable, como da cuenta el trabajo "La otra juventud" de Oscar Muiño, relato de las peripecias, épicas y temeridades de tantos radicales jóvenes (y no tanto) que no aceptaban el maridaje que Ricardo Balbín (dígase con todas la letras, porque así fue) proponía celebrar con los desaparecedores del terrorismo de Estado.

Que habría de enfrentar otro dilema, no menos cruel, cuando desde su banca en el Senado en tiempos de De la Rúa (cuando ciertos progresistas, concedamos que por estupidez, creían que Cavallo era la solución para TODO) se opuso al ajuste como lógica y arriesgó (para escándalo de tantos y tantas) que una salida a la crisis terminal que se evidenciaba por todos los costados a fines de 2001 podía surgir de recuperar los fondos cautivos de los (poquísimos) trabajadores argentinos en la especulación abyecta de las AFJP.

Tuvo que ser un gobierno de signo político distinto al de aquel Senador el que llevara a la práctica políticas como las que proponía en los años del derrumbe y por eso, sin ocultar diferencias y discrepancias, Leopoldo supo rescatar esas medidas y proponer una postura de sensata y honesta oposición a ese esquema, que no cayera en un anti.kirchnerismo bobo, propio de los herederos del bobo que conducía (¿?) el país en esos meses aciagos.

Que por ello, concita el apoyo radical de quien encuentra mucho más radicalismo en las políticas de Cristina, como tanto antirradicalismo en las tiendas de Sanz, Aguad & Cía.

Y en esta nueva coyuntura que nos presenta un desafío de implicancias de alcance desconocido (por lo bueno o por lo malo, según decida el Pueblo) una vez más, Leopoldo Moreau está en el sitio correcto.

Según quiere leer este radical que al oírlo, justifica que todavía en los anaqueles de las fichas de afiliados del Comité Nacional de la UCR, haya una con sus datos personales y su firma.

Y que como dice María Cecilia Mendoza, a quien dedico estos disparates, "cada día canta mejor".