domingo, 28 de octubre de 2012

La vuelta de Terragno.

Enterado por redes sociales (y mediante algún sueltito publicado al desgaire en ciertos medios de difusión) de la pretensión de Rodolfo Terragno de ir por una banca en el Senado con motivo de las elecciones legislativas del año que viene, empecé a bucear en las páginas y portales que le dan pasto a esa candidatura.


En todas se lo presenta como un hombre de Estado, por encima de las cuestiones de coyuntura, mediante una tesitura que supo desarrollar en las columnas que durante los '90s publicaba en la revista "Noticias" (quizás todavía sabe, no me consta, ya que no consulto ese medio por razones de higiene elemental), lugar desde donde, recuerdo de memoria, presentaba al modelo irlandés como la senda a seguir por este país desmelenado y anárquico. Desconozco si actualmente, post colapso de esa nación, sigue sosteniendo su hipótesis.

Como sea, vuelve Terragno, parece que desde el seno de la UCR, partido que nunca terminaría de sentirlo propio (así se lo hicieron sentir sus correligionarios) aunque a mediados de los '90s haya presidido su Comité Nacional, más por la vocación de unos cuantos de impedirle el acceso al Cholo Posse que por adhesión a ese dirigente viscoso, líbero en su juego político que representa un radicalismo tan indefinible.

Lo decimos, porque a diferencia de Aguad o Sanz (que con ponderable -porqué no admitirlo- levantan las banderas del radicalismo reaccionario y antipopular) Terragno navega aguas sino indefinibles de compleja ubicación ideológico-política.

Coqueteó lindo con don Eduardo Duhalde a partir de la muerte de Néstor Kirchner, candidato al que pareció querer apoyar (recuerdo la redacción de una entente tipo Moncloa que parecía dirigida a asegurar ganancias a determinados sectores y lograr una anmistía para los enjuiciados y condenados por delitos de lesa humanidad), apoyo que se enfrió (dicen que dicen) cuando el caudillo lomense le negó la candidatura vicepresidencial.

No creemos que exista un divorcio inconciliable entre cierto radicalismo y el peronismo duhaldista, no obstante desde ese esquema y a partir del discurso -de corte neoliberal, con añejo perfume de las social democracias de los 50's y 60's- aparece como algo forzado a partir de la censura que propone al legado del caudillismo sudamericano, sonsonete que reitera por estos días en la columna publicada en Facebook: https://www.facebook.com/notes/conterragno/el-problema-no-es-la-oposici%C3%B3n-dividida/279584152160235; ocasión en la que desarrolla un análisis de las elecciones en las que se consagraran presidentes con márgenes abultadísimos entre la opción ganadora y la que le seguía (disparidad recurrente, la llama) idea que refuerza mediante el siguiente cuadro comparativo:

 Estos son los puntos de ventaja que tuvieron diversos presidentes en las elecciones que los ungieron:
1928. Hipólito Yrigoyen: 47 
1973. Juan D. Perón: 39
1922. Marcelo T. Alvear: 39
2011. Cristina Kirchner: 37
1916. Hipólito Yrigoyen: 33
1951. Juan D. Perón: 31
1973. Héctor J. Cámpora: 28
1995. Carlos Menem. 21.

Con la excepción de Marcelo de Alvear (ungido con ese portento por su condición de sucesor de Yrigoyen en el '22), a través de esas aritméticas, Terragno anticipa (y auspicia) el fracaso de la actual gestión, que se explicaría desde el fracaso electoral de la propuesta que los había desafiado en la elección previa.

Más allá de nuestro análisis, leamos a qué conclusión arriba el propio Terragno: "En parte, esto obedece a la cultura caudillista , adicta a la concentración del poder. En 1928, Yrigoyen obtuvo 63 % de los votos; en 1973, Perón llegó a 65. También contribuye (y eso ocurrió en todos los casos mencionados) la falta de una segunda fuerza que aparezca como opción. Las democracias eficaces son bipartidistas. No porque la ley permita sólo dos partidos (en todas ellas hay varios) sino porque ningún otro tiene capacidad de llegar al gobierno. Ese sistema binario lo crean partidos con vocación de poder, policlasistas, extendidos por todo el territorio, que hacen esfuerzos por no desmembrarse ni bajar los brazos en momentos de adversidad. La ciudadanía tiene, en esos casos, un partido gobernante sujeto a control y, si ese partido la defrauda, otro con el cual reemplazarlo."

El caudillismo, una vez más. La paradoja de los líderes que no pueden ser considerados democráticos, aunque se los hubiese elegido abrumadoramente no son completamente democráticos: al no existir una alternativa con eficacia para avisorar una alternancia en el poder.

Una sofisticada (esforzada, quizás) versión de la prédica que descalifica a los gobiernos genuinamente democráticos como populismos neo-autoritarios.

No se preocupan quienes predican estas alquimias de compleja asimilación con la realidad que los circunda en entender por qué no se los vota. O porqué se vota en esta región sudamericana a quienes se vota, tal vez (y eso creemos) porque representan y llevan a cabo las políticas que benefician a la mayoría.

Y tal vez sea tarea de los dirigentes que integran un partido de raigambre popular como la UCR (no obstante que al igual que el peronismo alberga tendencias de signo contrario, claro queda) esmerarse en la propuesta de razones y alternativas que, rescatando lo que debe ser rescatado (y defendido como conquistas impensadas pocos años atrás y por tales, innegociables), arriesguen algo mejor a lo bueno -o menos malo, según se mire- que debe ser enfrentado. Como propone nuestro querido Leopoldo Moreau, sin ir tan lejos.

De eso se trata y por eso, y por tantas otras razones uno está parado donde está parado.

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