jueves, 25 de octubre de 2012

Halloween

Entre las costumbres que se han incorporado (de alguna manera u otra) a nuestro devenir, por imposición de comerciantes, mercaderes e imbéciles en general, la que me ha generado siempre un fastidio infinito es la de Halloween que, parece, se festeja cada  31 de octubre.


Digno legado de los '90, años de la era de la boludez, la celebración cada año de la efeméride saca lo peor de mí: puesto que desprecio de tal modo a todo aquel (a toda aquella) que se suma a tales festividades que me genera la fantasía de estar por sobre esas gentes sentimiento, insisto, deleznable puesto que no soy mejor que nadies, dijera alguno.

No se lea lo anterior como una afirmación chauvinista de exaltación de lo nuestro, por la razón de que eso, lo nuestro, a partir de la confluencia de tantas culturas que se han conjugado en estos lares de Dios es necesariamente variopinto.

Por caso, cuando nos condenamos a transpirar como beduinos (y a exponernos a un infarto masivo) al ingerir miles y miles de calorías con 34° en alguna noche de Navidad o Año Nuevo, insensatez que justificamos desde el culto a los alimentos que abuelitos y nonnos paladeaban en sus terruños en el marco de esas festividades.

Una insensatez genética, al fin de cuentas.

El Halloween (dizque Noche de Brujas) llegó a estas pampas feraces de la buena mano de series de televisión de los Estados Unidos o del peor cine de ese país, de hits como Mi pobre soretito y otras exquisiteces; con las cuales (muy especialmente durante esos años ominosos y generalmente por la señal de Telefé) se atosigó a pibes y pibas (hoy adultos, padres de otros pibes y pibas, incluso) que se les da por celebrar  esa mierda, para decirlo de alguna manera elegante.

En fin, excusa, la del Halloween para no abandonar el espacio y evitarme el disgusto de escribir sobre ciertas cosas que se vislumbran (acuerdo M&M, 8-N y otras excrecencias) cuyo desarrollo conspiraría contra mi -no siempre- estable presión arterial.

Y a recordar de paso que no creemos en este espacio en brujas, pero que las hay, las hay.

Que están amasando alguna alquimia que ponga fin (tajante, abrupta, fieramente) a este tiempo democrático que consideran insoportable.

Y que no generan la simpatía y el afecto entrañable en quien escribe, de la inolvidable (y tan nuestra) bruja Cachavacha.

No hay comentarios:

Publicar un comentario