martes, 6 de octubre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 200.

Sigamos repasando las memorias de Octavio A. Piñero, querido diario.

Destaca que a fines de 1918 era ostensible: "el panorama de convulsión social que ofrecía la ciudad, con tintes sombríos y de grave expectación pública. No hay más que remitirse a los editoriales de los diversos órganos de la prensa de esa época, en los que se tacaba enérgicamente al gobierno, por su acción prescindente en los conflictos obreros que se originaban a cada momento, y por no tomar medidas para poner término al clima de intranquilidad social que se había creado. Sin embargo, sobre ese punto, debemos considerar, que la inercia del gobierno, frente a esa situación bien pudo atribuirse a su espíritu tolerante y benevolente, o tal vez, a la falta de informaciones ajustadas a la realidad por parte de la policía, sobre los hechos que se desarrollaban en la ciudad. Al fin y al cabo, el gobierno actúa y resuelve los asuntos de estado, ya fueran sociales, políticos o de cualquier otro orden, de acuerdo con los informes que le suministre en el Jefe de Policía" [Piñero, cit. p. 31].

Escribía claro, el hombre.

Luego de ponderar la actitud asumida finalmente por el "Sr. Irigoyen", al "cumplir con su deber, evitando que el país cayera en manos de ideologías extrañas a nuestra nacionalidad", describe con acritud, precisamente, al movimiento ácrata responsable del "estado convulsivo anárquico que imperaba, actuaban los terroristas, como en épocas pasadas, colocando bombas en distintos lugares de la ciudad. En algunos casos, debido a conflictos gremiales, y en otros, con el fin de alarmar a la población e ir preparando con esos actos terroríficos, el clima de desconcierto y revolucionario en el pueblo, para sacar partido en el momento oportuno, de su acción subversiva" [ídem.].

Precisa que: "en 1918, que ya empezó a perfilarse la revolución social en marcha, se realizaban diariamente, en distintos puntos de la ciudad, reuniones autorizadas y otras no autorizadas, que se llevaban a cabo clandestinamente, las que también tuvieron lugar durante el año anterior: predominaban en unas y otras, en su mayor número, las que efectuaban los gremios en los que se habían infiltrado los elementos disolventes, en cuyas conferencias, ya se realizaran en la vía pública o en locales cerrados, llegaban los agitadores de extrema izquierda, al abuso de la libertad de reunión y de expresión, dando rienda suelta en sus ataques al gobierno y a otras autoridades. Encendían en las masas obreras el odio y la destrucción de la clase capitalista y pregonaban sin ambaje [sic] de ninguna naturaleza la revolución social. En muchas conferencias, concurrían un número elevado de mujeres, en las que también algunas de ellas ocupaban la tribuna, y se expresaban en la misma forma fogosa y revolucionaria en que lo hacían los hombres. Por otra parte, se había perdido el respeto a la autoridad policial, a la que dirigían expresiones injuriosas y gruesos epítetos, durante las conferencias o reuniones que se llevaban a cabo, sin que la superioridad tomara cartas ante estos desbordes, limitándose aquella a disponer que el personal que atendiera esos servicios permaneciera alejado a cierta distancia del punto de reunión, con cuya medida creían evitarlos [...]. Debemos hacer notar, que por orden superior, los agentes del Escuadrón de Seguridad que tendían las conferencias, debían estar desprovistos de revólver, situación que los colocaba en inferioridad de condiciones, en los momentos difíciles que podían presentárseles." [Ibídem, pp. 28/9].

Pobre Piñero, lo imaginamos de cuerpito gentil, escuchando una puteada sobre la otra expresiva cada puteada del desprecio que le deparaban a él, a la institución que integraba y a la Patria que lo había visto nacer (y en cuya ofrenda se escabullía para escuchar y alcahuetear ante la Superioridad a cada integrante de ese inmundo y malhablado rejunte de ácratas); despojado de su arma reglamentaria por decisión del sensiblero y débil gobierno de Yrigoyen. 

Cuánto hubiese dado, Piñero, por una Bullrich Luro Pueyrredón Álzaga Achábal de Gelly y Obes o por un Berni que le dieran carta blanca para hacerles saber a esos sujetos cuántos pares son tres botas. 

En especial, a las féminas de ese contingente, algunas de las cuales, como nos ha referido Piñero, hacían uso de la palabra en esas reuniones consentidas por un gobierno demasiado débil.

Quedémonos, querido diario, con un detalle de la reseña de Piñero: la presencia en esos mítines (como se decía entonces) de mujeres. Y, en especial, de la intervención de esas mujeres que lejos de "adornar con su presencia esta congregación" (juro que escuché esa alusión a la presencia femenina en algún acto de la Unión Cívica Radical a principios de los años '90 del siglo pasado) lo protagonizaban, dirigiéndose a la congregación, aunque mayoritariamente compuesta por varones.

Porque el anarquismo, era el ámbito de las feministas de entonces: las sufragistas que querían votar, las exegetas del amor libre, las que fumaban en público, las que abjuraban de ser "señoras de". Locas, yeguas, putas, eran (a los ojos del grueso de la sociedad de entonces) las muchachas anarquistas.

Una de ellas se destacaba por sobre el resto: Salvadora Medina Onrubia.

Que tuvo su debut (su salida del closet anarquista, según su biógrafa Vanina Escales) el 1° de febrero de 1914, cuando se dirigió a una multitud convocada por la FORA en Paseo Colón, en reclamo a la libertad de los entonces denominados "presos sociales".

Salvadora, que todavía no había cumplido los veinte dirigió su mensaje...

¡Otra vez con la Salvadora Botana! ¡Es la quinta, sexta vez que la convocás, no terminás más! Seguís yéndote por las ramas ¿qué tenés con esa mina, nene?

Querido diario: no sé qué tengo con esa mina, como decís. Nada en especial, sólo que utilizo el gancho de Piñero para aludir a una mujer que debería escandalizar en grado sumo al alcahuete infiltrado en los actos anarquistas de ese tiempo...

Algo te guardás. A otro perro con ese hueso. Es obvio que nos conocemos mucho. A vos te pasa algo con la Salvadora, sino no le darías esa bola, bebé.

Puede ser, querido diario.

Te confieso que me atrae esa biografía oscilante entre la épica, la tragedia griega y la ópera bufa. Y si la recuerdo tanto, será también porque, aunque alejada tanto y tanto de sus ideas, amaba a Yrigoyen, sentimiento que Tata Hipólito le correspondía.

Será por todo eso, querido diario, por sus convicciones, por su coraje, por su autenticidad, porque tuvo que sufrir mucho más que lo que una persona puede (razonablemente) tolerar, muchísimo más que lo que ella pudo haber hecho sufrir a nadie, porque si atacaba, era para defenderse como suelen hacer las personas sumidas en el desamparo, que en tus páginas se evoca la memoria de Salvadora con afectuoso respeto.

Vanina Escales consultó las ediciones de "La Protesta" del 3 de febrero de 1914 y la edición N° 801 de "Caras y Caretas", aparecida el 7 de ese mes y refiere del acto que comentaba que: "en la foto no se ven mujeres, porque solo se ven cabezas cubiertas con sombreros borsalinos, canotiers y alguna galera. Las ventanas de la Escuela Industrial -que en 1925 agregó el nombre de Otto Krause- están aún hoy a dos metros y medio del piso. Ya se habían subido unos diez compañeros con banderas en dos de ellas. 'Y ahora, ¿qué digo?'; '¿Decí lo que se te vaya ocurriendo -le contestó Claudio Martínez Paiva'.

"¡Estoy con ustedes, con los anarquistas, los que deben marchar de frente y con el pecho descubierto arrastrando el peligro sin importarnos morir por nuestro bello ideal! Con la mano izquierda agarrada de la persiana siguió: 'Yo daré el ejemplo y levantaré los corazones en la lucha, para lo cual reclamo el derecho de ir con mis compañeros delante de todos empuñando la bandera roja que es como el fuego de los corazones'. Desde esa altura intentó hacerse escuchar por las diez mil personas que la rodeaban. Sin fingida timidez se había hecho subir al alero izada por los compañeros, mientras otro la tironeaba de los brazos desde arriba."

Escales realiza una comparación con una mujer que todavía no había nacido en Los Toldos quien, treinta años después, rivalizaría con Salvadora. No nos seduce demasiado el parangón, pero vamos a citarla: "la foto la muestra ese domingo de mitin parada en el ventanal con la mano derecha en alto. Eva Perón estiraba el antebrazo y la mano hacia arriba amenazando a los oligarcas; también adoptaba otra postura, la de la palma que pide acompañamiento, reparo. Salvadora mostraba el puño, pero viendo la imagen con mayor detenimiento, parece guardar una piedra. A la pollera le falta un botón" [Vanina Escales, ¡Arroja la bomba! Salvadora Medina Onrubia y el feminismo anarco, Marea, Buenos Aires, 2019, pp. 31/2].

Una semana atrás había hecho uso de la palabra en la reunión celebrada en la Casa Suiza, donde habló acompañada de Santiago Locascio y Bautista Mansilla. 

Leyó un discurso preparado, anticipando que: "He luchado por llegar a vuestro lado airosamente, pisando prejuicios y despreciando normas [...]. Quiero y pido y reclamo un puesto de lucha, el puesto que me corresponde por derecho [...]. Otros se creen positivamente revolucionarios porque gritan al patrón y quieren marcar las horas de su trabajo. Detrás de sus rebeldías de carnaval vemos que todo es egoísmo, utilitarismo bajo y grosero. Su inteligencia sólo les permite aspirar a cosas de la tierra y toda su enjundia la emplean en conseguirse un poco de comodidad material. Nosotros no. [...] Un hombre al decirse anarquista se sella la frente. El anarquista, mosquetero de la Belleza, generoso, sabe que va al dolor y marcha con la frente bien alta. Sabe que al gritar su idea se separa de los demás hombres, que se hace blanco de cuanto veneno quieran echar en él, de cuanto infamia y maldad conciban los defensores de ese tan decantado orden social. Son embargo, marcha... Es noble, es valiente. Podrá decirse de alguno que es fanático, pero de ninguno puede decirse que tenga doblez en el alma... [para cerrar con la expresión de su] idea de destino -tan poéticamente potente, aunque contradictoria con la de voluntad, que es afín al anarquismo-: 'Lo soy, porque llevo la justicia y la verdad en la carne y en el alma, porque he nacido anarquista como se nace genio, como se nace imbécil o como se nace rico" [Ibídem, pp. 26/7].

Ya tenía un hijo Pitón, nacido en 1912, a quien su futuro esposo Natalio Botana adoptaría como propio llamándose a partir de entonces Carlos Natalio Botana. Ese origen biológico, esa filiación adoptiva (se dice que) mucho tuvo que ver con el suicidio de Pitón, en 1928; fecha que signó el destino de su madre, que a partir de entonces se refugiaría en la teosofía, el espiritismo, el alcohol y las drogas.

Sólo su exitosa campaña por indulto de Simón Radowitzky en la Semana Santa de 1930 (por el que bregó desde las páginas de "Crítica" desde la aparición del diario), que ya repasamos en tus páginas querido diario, fue un paréntesis a la caída libre en la que se convertiría su vida desde la muerte de su hijo mayor, el único al que quiso.

Despidámonos de Salvadora. 

La pinta de cuerpo entero la anécdota de su presencia en el funeral de las víctimas de los hechos del día 7 de enero, en el cementerio de la Chacarita dos días más tarde (que ya repasamos en su páginas querido diario), reflejada en su biografía, donde: "Salvadora había llegado con Pitón de la mano, y quiso hablar. La subieron arriba de los cajones y apenas comenzó a improvisar un homenaje a los muertos, la policía montada -los 'cosacos'- inició el ataque. Sebastián Marotta, sindicalista de la FORA del IX Congreso, la agarró de la pierna y la tiró adentro de la fosa abierta. Los caballos pasaban por sobre sus cabezas. Los cascos les tiraban tierra encima. Cuando lograron salir, Pitón no estaba; se había perdido en el tumulto y las corridas. Consiguieron un coche y fueron a un viejo local obrero de la calle México 2070. Antonio de Tomaso había rescatado a Pitón y los estaba esperando en el local. El niño dormía en un banco" [Ibídem, p. 71].

Qué no hubiese dicho nuestro buen oficial de policía Piñero de esa madre que andaba con su crío de seis años, esquivando las balas, en un evento como ése. Nos quedamos con las ganas de leer su reflexión, sólo contamos con el recuerdo de esa madre descocada, relato que concluye de acuerdo con la reconstrucción realizada por su biógrafa en el bellísimo ensayo que hemos repasado.


"Una vez que los heridos fueron curados por la obstétrica anarco-bolchevique Eva Vivé, ya de madrugada, Salvadora tomó el tren a Florida. Fue recapitulando los peligros de ese día mecida por el movimiento del vagón, tenía un poco de náuseas, Pitón dormía sobre sus piernas. En la estación, Natalio los estaba esperando. Salvadora empezó a disculparse como si hubiera sido su culpa que los añamenbuyses -como llamaba en guaraní a la diabólica montada- hubieran reprimido y no de la policía que los acorraló en el cementerio. El temor a los reproches de Natalio se disipó en el instante en que él cargó a Pitón al hombro y empezaron a caminar, 'ya con luz de día, las once cuadras que llevaban de la estación a nuestra casa'. Descubrió al poco tiempo que ese día ya estaba embarazada de menos de dos meses". [Escales, cit. pp. 71/2].

Con los años, Salvadora justificó haber llevado a su hijo tan chico a ese acto, que pudo haberle costado (con diez años de anticipación) la muerte violenta a la que Pitón parecía predestinado. Ella dio sus razones: "quería que él se fuera enterando de lo que era la lucha social"

Y a propósito de la hija que crecía en su vientre escribió un verso muy hermoso, que dice tanto de aquella mujer que creía en lo que creía: 

"Yo llevo en las entrañas la promesa de un mundo
y en cada vibración de mi vientre fecundo,
baño toda mi carne en la euforia gloriosa,
de sentirme inmortal, como una semidiosa".

Descanse en paz, Divina Dama. 

domingo, 4 de octubre de 2020

Diario de cuarentena. Día 199.


"Del Barrio de las Latas 
se vino pa' Corrientes
con un par de alpargatas 
y pilchas indecentes.
La suerte, tan mistonga 
un tiempo lo trató.
Hasta que al fin un día, 
Beltrán se acomodó.

Hoy lo vemos por las calles de 
Corrientes y Esmeralda
estribando unas polainas que 
dan mucho dique al pantalón.
No se acuerda que en Boedo 
arreglaba cancha e' bochas,
ni de aquella vieja chota, 
por él, que mil veces lo ayudó.

"Del Barrio de las Latas", tango de Emilio Fresedo y Raúl de los Hoyos.

Querido diario.

El detenido análisis que vengo proponiendo de las jornadas de enero de 1919, por el afán de ilustrar sobre un hecho demasiado doloroso que en mi opinión exige un abordaje cuidadoso y pormenorizado a fin de evitar caer en simplificaciones que condenen o absuelvan sin más, nos exige la tarea de repasar la memoria de quienes, en gran medida, protagonizaron esas jornadas calientes, bañadas en sangre.

Comenzaremos por dos oficiales de la policía que actuaron durante esos días: Octavio A. Piñero y José R. Romariz, quienes...

Uh, nene, esto no termina más. Amagaste con Carlés, pero ni una palabra escribiste más allá de su nombre y algún insulto a la medida del personaje. Paraste en el día 10 y ahora, amagás con retroceder... Ya sé, no te interesa que te lean, pero son dos o tres por entrada. Cada vez son menos, como los hinchas de Vélez, bebé. Te destrozás la espalda de gusto, no escribís lo que tenés que escribir y navegás al garete...

Te agradezco querido diario que recuerdes mis consideraciones: no persigo grandes audiencias, nunca las tuve ni las tendré. No por ello me considero mejor que nada en nadie, pero masivo, no soy. Cierto, el tema vengo cocinándolo a fuego muy bajito...

Demasiado, bebé. El guiso se te va a sancochar...

Puede ser, pero así pienso seguir.

Decía, antes de la indispensable intervención de mi querido diario, que vamos a analizar testimonios, comenzando por los dos oficiales de policía que publicaron sus trabajos en 1952 y 1955, ambos citados por Godio, en el trabajo tan repasado.

El último, es el de Octavio A. Piñero: "oficial de la Sección VII de la Capital Federal", quien, tal como él mismo lo refiere en su texto, realizaba trabajos de campo (de inteligencia) sobre los grupos anarquistas, en prevención de la "revolución social", que se juzgaba inminente, coletazo de la bolchevique-rusa. "en 1918, que ya empezó a perfilarse la revolución social en marcha, se realizaban diariamente en distintos puntos de la ciudad, reuniones autorizadas y otras no autorizadas, que se llevaban a cabo clandestinamente, las que también tuvieron lugar durante el año anterior. Predominaban en unas y otras, en su mayor número, las que efectuaban los gremios en los que se habían infiltrado los elementos disolventes, en cuyas conferencias, ya se realizaban en la vía pública o en locales cerrados, llegaban los agitadores de extrema izquierda, al abuso de la libertad de reunión y de expresión, dando rienda suelta en sus ataques al gobierno y a las autoridades. Encendían en las masas obreras el odio y la destrucción de la clase capitalista, y pregonaban sin ambage [sic] de ninguna naturaleza la revolución social." [Octavio A. Piñero, Los orígenes y la trágica semana de Enero de 1919, Buenos Aires, 1956, p. 28].

Sería explícito acerca de las tareas que desempeñaba en cumplimiento de sus servicios cuando: "flotaba en el ambiente de la población, a medida que el tiempo transcurría, que algo grave iba a desencadenarse en la ciudad. Esta atmósfera turbulenta e inquietante que se avecinaba, no era difícil de percibirla por el pueblo sano, y por quien en el desempeño de sus funciones policiales, asistía a las reuniones obreras, habiendo estado presente en muchas de ellas, realizadas en la plaza Miserere, y en locales cerrados, jurisdicción de la sección séptima, en la que presté varios años de servicio de calle, lo que permitió llegar a la conclusión que los nubarrones de la revolución en marcha, que desde tiempo atrás venáin formándose y cerninéndose sobre la ciudad, día a día se obscurecían cada vez más, hasta que inevitablemente se desencadenó la tormenta, la que regó de sangre las calles de Buenos Aires." [En ibídem, p. 31].

Se viene la maroma sovietista, faltó que apuntara el oficial de policía afecto a la metáfora, quien, debe admitirse (a diferencia del autor del restante testimonio que vamos a repasar), entendía justificados los reclamos de los trabajadores de ese tiempo, aunque abominase de la conducción de los anarquistas en los enfáticos términos expresados en los párrafos transcritos. 

Desarrolló una generosa descripción del estado de las clases menos favorecidas, de entonces, de la crítica situación social del país que comenzaba a gobernar el Radicalismo, a la que atribuyó: "los hechos luctuosos que en su hora, tuvieron como escenario la Ciudad [...] por no habérseles dado a su debido tiempo, la solución correspondiente. La falta de un mayor bienestar, para las masas laboriosas, venían originando desde largo tiempo inquietudes y luchas en las mismas, a fin de lograr una vida más digna y feliz, cuyas aspiraciones, no fueron tomadas en cuenta por los gobiernos anteriores al año 1916, lo que permanecieron indiferentes ante esas inquietudes, que tarde o temprano debían aflorar. Por otra parte, la acción política negativa y reaccionaria de los gobiernos del Régimen, mantuvo sumida en el desamparo a los trabajadores", caldo de cultivo (de acuerdo con la lectura de los hechos de Piñero) de la acción de las dirigencias anarquistas.

Empático, por así decirlo, con las necesidades populares anota que hasta la llegada de Yrigoyen a la Presidencia: "los salarios que se pagaban, eran insuficientes para cubrir las necesidades más apremiantes, y las horas de trabajo, no tenían más término que el que establecía el patrón, que por lo común, excedían de las diez a doce horas, cuando no jornadas extras, sin retribución alguna. El sentido de la justicia social no lo tenían ni los gobernantes ni las clases adineradas." [Ibídem, pp. 10/1].

Luego de pasar revista al impacto en el mundo del trabajo de "la corriente migratoria de esos tiempos [que] produjo en la población de Buenos Aires, un cambio en las ideas sociales. Ya en el año 1888 había germinado y comenzó a desarrollarse la idea del socialismo. Empezó también la prédica marxista, y a este respecto, el jefe de Policía Coronel Alberto Capdevila, elevó una nota al Ministerio del Interior, exponiendo con elocuencia sus puntos de vista, sobre la sorda agitación, que venía gestándose en las masas obreras, por elementos foráneos, de ideas anárquicas, solicitando se tomaran medidas para evitar esos actos, las que no fueron tomadas en cuenta por el Gobierno, y en ese tren de imprevisión, se siguió adelante." [Ibídem, p. 13].

Más adelante, refiere a la muerte de Falcón a manos de Radowitsky, de la sanción de la ley de Defensa Social y al sucesor de aquel al frente de la Policía: "el entonces Coronel Luis J. Dellepiane, prestigioso militar, quien tuvo que adoptar medidas enérgicas y adecuadas, para contener la acción de los elementos disolventes, no obstante lo cual, los actos terroristas continuaban", medidas que a criterio de Piñero contuvieron la agitación, orden: "que se logró mantenerse [sic] con pequeñas variantes, sin mayor importancia, hasta 1914, en el que fue declarada la primer guerra Europea, que rompió el dique de contención, que con esa ley, y demás medidas adoptadas, se había logrado formar, volviendo a germinar, tiempo después, nuevas inquietudes en las mismas, ocasionadas por la desocupación, consecuencia directa del conflicto bélico [que] creó en el espíritu y en los hogares de esos hombres, el desaliento y la preocupación de un futuro obscuro. El número de hombres sin trabajo, aumentaba mes a mes; la situación se tornaba cada vez más, con tintes sombríos; legión de obreros, quedaron sin techo donde dormir, y se les veía ambular en la zona portuaria e ir a pedir alimentos a los buques amarrados en los diques y a los domicilios cercanos al puerto. [...] Esa legión de desocupados, construyeron sus viviendas precarias en la zona portuaria, con restos de lonas, latas y tablas, que recogían de los desperdicios que se abandonaban en los terrenos del puerto, lugar donde habían resuelto acampar y esperar mejores tiempos. En cambio, muchos de ellos, se resignaban a dormir debajo de los puentes de los ferrocarriles, establecidos en la zona del bosque de Palermo, o al aire libre. [...] Esta situación alarmante, que se mantuvo hasta largo tiempo después de terminada la guerra Europea [...] y la honda y grave crisis económica que sobrevino, como consecuencia de la misma, motivó en el espíritu de esos hombres, atormentados por el hambre, el germen revolucionario, la que fue nuevamente abordada por los agitadores de extrema izquierda, quienes lograron infiltrarse una vez más, en las masas obreras y convulsionarlas". [Ibídem, pp. 18/20].

 


Vívido y elocuente, el relato de Piñero, interesante desde el fresco que propone del tiempo que vivía el país al inicio del gobierno de Yrigoyen, un terreno minado de las más diversas complicaciones, expuesto al desafío de torcer ese inadmisible estado de cosas, subrayado con la impudicia del contraste de la opulencia de las selectas clases adineradas de esa ciudad rebosante de indigentes de indigencia absoluta.

Reflejada por los artistas plásticos de ese tiempo, por ciertas crónicas periodísticas; por plumas (tanto más valiosas que la del pesquisa evocado) en la dramaturgia de Vacarezza, Sánchez de Armando Discépolo; en los tangos de su hermano Enrique Santos, en los de Manzione y el de Emilio Fresedo, que compartí al inicio, el que refiere a Beltrán, el chongo del "Barrio de las Latas".

Cuenta la investigadora del Conicet Valeria Snitcofcky, en un rico y pormenorizado estudio de la miseria en la Buenos Aires de principios del siglo pasado (disponible acá) las razones por las cuales esas barriadas nacidas en razón del "limitado o nulo" acceso a la vivienda, se denominaban de esa manera, puesto que: "las viviendas establecidas en estos barrios fueron construidas, muchas veces con 'latas de kerosene rellenas de tierra y apiladas en filas superpuestas'. Por esta razón y al no usarse aun el término villa, fueron conocidos como barrios de las latas y estuvieron establecidos en torno a los basurales, donde sus habitantes vivieron de lo que pudieron, encontrar entre los desechos para reciclar, vender y alimentarse" y con cita de Daniel Schávelzon anota que "la nafta y el kerosene se vendían en recipientes de lata que podían ser desplegados para darles otro uso, más baratos que las chapas acanaladas de zinc, inventadas hacia 1855. Por eso, las casas de muy bajos recursos tendían a hacerse con latas".

Desde ya que los habitantes de esos asentamientos carecían de toda prestación asimilable a servicios públicos, hundidos en la miseria más profunda, el más populoso, ubicado en el actual barrio de Parque de los Patricios "asentado alrededor del Vaciadero Municipal [la Quema], en la zona oeste de la ciudad, y fue conocido también como el Barrio de las Ranas. Simultáneamente existió otro vecindario de características similares, aunque menos nombrado en los documentos contemporáneos, establecido en una parte de Belgrano que comprendía la ribera del Río de la Plata, los contornos de sus afluentes y los bordes de un basural que se ubicaba en las calles Ramsay, La Pampa, Dragones y Sucre". La futura "Villa 30", que era probablemente, la que aludía Piñero en su relato.

"Hacia 1911 [prosigue Snitcofcky], una crónica sobre el Bajo Belgrano publicada en Caras y Caretas, mencionaba a las condiciones sanitarias adversas que afectaban a la población del lugar, especialmente vulnerable a las epidemias: 'ojea usted las defunciones anotadas en el registro civil, y tropieza, a dos por tres, en la sección 16, con un finado en la calle Miñones, otro en la de Cazadores, un tercero en la de Sucre, un cuarto en la de Juramento Otro datito para los amigos de la estadística funeraria: hace poco, cuando nos visitó la peste bubónica, fue el Bajo de Belgrano el barrio que debutó en cuestiones de Asistencia Pública y Chacarita.' Asimismo, el cronista describió la precariedad de la infraestructura, destacando el agudo contraste con otras zonas de Belgrano: 'Arrancamos a tres cuadras del aristocrático paseo de las barrancas, y acto continuo, los caminantes comenzaron a asentarse sobre tierra no muy firme, a falta de veredas.' En cuanto a los servicios, hay referencias a la falta de alumbrado público y a la escasez de agua potable expresada, por ejemplo, en el epígrafe que acompaña la foto de un tanque de agua ubicado muy cerca del barrio: 'El tanque de las aguas corrientes -250.000 litros de capacidad- de cuyos beneficios no goza el pobrerío de Bajo Belgrano.'” 

Tal, el estado del cuerpo social de la capital del país que empezaba a gobernar Yrigoyen, aquel paraíso de ensoñación para tanto marmota chorreante de baba al consultar las estadísticas que ubicaban "a la Argentina" ocupando el 4 o 5 puesto de no sé qué ranking mundial, dejando atrás a Francia, a Canadá, a Australia.

Un país "rico", atestado de miserables sin acceso a derecho alguno.

Lo sabía Yrigoyen, por eso estaba empeñado en resolver normativamente las abismales diferencias sociales que daban pasto a eventos como el que venimos repasando. Por ello fue que obligó el 10 de enero de 1919 en la Casa Rosada a Pedro Vasena (quien se hizo acompañar por el embajador inglés) a aceptar el pliego de reclamos de los dirigentes del sindicalismo de la FORA del IX° Congreso.

Conocía de esas realidades desesperantes (la de la miseria profunda), pero también la de quienes aún percibiendo un salario eran algo más (algo menos, tal vez) que esclavos o siervos de la gleba, tal como lo refleja con precisión el policía Piñero.

De allí, y a partir de las aciagas jornadas de enero de 1919, que al presentar su mensaje ante el Congreso en mayo de ese año, refiriese que: "constituye una de las más serias preocupaciones del Poder Ejecutivo encaminar la acción del Estado hacia la solución de los complejos problemas de [la legislación social]. Las medidas ocasionales pueden salvar la dificultad de un momento; pero el resultado definitivo requiere un concepto directriz de gobierno, traducido a su vez en un plan de legislación orgánica teniente a implantar el imperio de la justicia en los intereses encontrados, para llegar a la armonía, que garantiza la estabilidad y la eficacia del capital y hace proficuo y noble el esfuerzo del trabajo. El bienestar y el mejoramiento de las clases menos acomodadas no depende tan sólo del salario justamente remunerativo. Es menester a la vez buscar ese bienestar en otras orientaciones, y en ese empelo los poderes públicos no deben omitir esfuerzos" [Pueblo y Gobierno, cit., tomo IV, p.160].

Idea que el viejo sabio reforzaría al dirigirse en agosto de 1920 a ese Congreso atestado de seres despiadados, como Sánchez Sorondo, y tanto de idiota útil, como Mario Bravo; que abominaban del autor y de sus mensajes al recordarles a esos seres minúsculos el sentido del término democracia, el cual: "no consiste sólo en la garantía de la libertad política; entraña a la vez la posibilidad para todos, para poder alcanzar un mínimum de felicidad siquiera"

Qué clara que la tenías, tatita Hipólito.


sábado, 3 de octubre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 198.

El día 10 de enero de 1919 sería, querido diario, el parteaguas de la trágica semana que vengo repasando en tus páginas.

Como he escrito, el estado de conmoción generado a raíz de las sangrientas jornadas anteriores, a la vez del entusiasmo de la esclarecida vanguardia anarquista, según hemos leído de los escritos de Diego Abad de Santillán; decidió al presidente Yrigoyen a intervenir personalmente en la resolución de un conflicto que, al calor de ese sofocante y sangriento mes de enero, se le estaba yendo (peligrosamente) de las manos.

Conocidos los acontecimientos de la mañana de esa jornada (que repasamos en la última entrada): "el gobierno apuraba las tratativas. Al mediodía había sido ubicado el empresario Pedro Vasena y conducido a la presencia del presidente Yrigoyen. Fue acompañado por el embajador inglés. El presidente presionó al industrial. Conceder a los obreros metalúrgicos en huelga era ahora una necesidad imperiosa para el propio gobierno, que veía crecer la huelga. Era una necesidad para la propia clase capitalista, que veía con estupor que un pequeño conflicto se había transformado en una huelga con formas embrionarias de lucha armada. Pedro Vasena accedió" [Godio, cit., p. 54].

Aplicaba, una vez más, el presidente radical su método de resolución de los conflictos del trabajo, que diferenciaban (en el sentido puntualizado con precisión por Jorge A. Ramos) a su gobierno de los anteriores, cuyo único remedio era la cruda represión.

Novedad que irritaba a quienes se ubicaban en los extremos: dado que si los empresarios asistían con estupor al espectáculo de un gobierno que dejaba hacer a los sindicalistas, que no reprimía con la severidad esperada desde el vamos, cortando de cuajo ese desafío encocorado de quienes debían limitarse a poner el lomo y trabajar; los arietes de la huelga revolucionaria rechazaban toda propuesta conciliatoria en la convicción, precisamente, que un acuerdo de esa índole frustrase sus preclaros objetivos.

"Domingo cinco, víspera de Reyes y la ciudad permanece inmóvil bajo un calor de treinta y seis grados. Las posiciones continúan enfrentadas mientras los directivos de Vasena insisten ante Yrigoyen para que tome medidas drásticas. El ejército, señores -contesta el presidente- permanece en sus cuarteles. Mano de hierro, exigen los diarios tradicionales; La policía asume una actitud pasiva, gimen ante la lentitud con que se resuelve la represión. Yrigoyen resulta demasiado lento: solicita nuevas consultas, pretende escuchar a todos los sectores. Tiroteos aislados en plena calle Labardén, denuncia La Prensa. ¿Habrá que esperar que lleguen a la avenida Callao?" [David Viñas, En la semana trágica, Jorge Álvarez Editor, Buenos Aires, 1966, pp. 44/5].

Tal como reconstruye Viñas todavía no habían intervenido en el conflicto las Fuerzas Armadas, precisamente, porque el presidente no deseaba esa intervención en un asunto delicado y ajeno a los militares,  que debía resolverse en el marco de la incipiente (y frágil) institucionalidad forjada desde fines de 1916. 

Sin embargo, Carlés (ya nos ocuparemos de este siniestro personaje, querido diario), Abad de Santillán, de pluma más pulida pero pareja siniestralidad y sus respectivas comparsas, bien que acicateadas por los enemigos de esa incipiente institucionalidad democrática, harían lo imposible para que la semana iniciada en la víspera de Reyes de 1916, fuese trágica.

Sedientos de sangre, unos y otros, querido diario.

En especial los grupos conservadores, mayoritarios en ambas Cámaras del Congreso y dueños de la mayoría de las situaciones provinciales cuya preocupación central durante los primeros años del gobierno radical consistía en: "la continuidad del tipo de Estado conformado en Argentina [...]. Todo enfoque de la cuestión obrera se enmarcaba en esta idea fundamental. Había que resolver la cuestión obrera sin afectar la esencia del Estado. Por eso, para los conservadores, si bien reconocían que existían dentro del movimiento obrero corrientes que iban desde el reformismo socialista hasta el maximalismo y que las corrientes moderadas podían servir como paragolpes del sistema social, consideraban a los acuerdos con los reformistas como aspectos secundarios de una táctica global. Lo primero era reprimir a los maximalistas para luego buscar formas de alianza con las corrientes moderadas; para ello había que recurrir a la violencia, a la aplicación plena de la legislación represiva. Los radicales, en cambio, trataban de caminar con ambas alternativas simultáneamente pues había en ello un proyecto de Nación diferente del tradicional [...]. Los conservadores eran el pasado del país. Pero ese pasado era todavía su presente, dado que tanto la economía como el Estado argentino seguían siendo expresión de la Argentina capitalista-dependiente, con eje en la producción agropecuaria latifundista. Su poder era muy grande; su influencia seguía siendo decisiva en la mayoría de las provincias" [Godio, cit., p. 156].

En efecto, aun cuando la presencia de Yrigoyen al frente del Poder Ejecutivo Nacional y el despliegue de sus políticas indignaba a esas dirigencias, que a regañadientes admitían ese statu-quo (en 1930, dejarían de apretar las mandíbulas y cortarían por lo sano) controlaban los resortes (institucionales y económicos) suficientes para neutralizar el proyecto político-institucional del gobierno de la chusma radical, al que amonestaban desde el Congreso, la gran prensa y la Academia.

Ámbito de un viejo conocido nuestro, querido diario, el cientificista-profanador de tumbas Estanislao Zeballos quien para 1919 (vivito, coleando y en la cresta de la ola) dirigía la "Revista de Derecho, Historia y Letras". No se privará de hacer un balance, pocos meses más tarde, del evento que recordamos.

Según nuestro tan consultado Julio Godio: para Zeballos "la causa principal de la huelga reside en que el gobierno permitió y toleró el accionar de los huelguistas: 'los preparativos de la huelga revolucionaria eran públicos desde meses atrás. Se dice que un alto funcionario propuso medidas preventivas al Poder Ejecutivo y que no fue escuchado. Se tenía el propósito de dejar hacer. Por consiguiente, la responsabilidad de los bochornosos días que ha pasado Buenos Aires es del Poder Ejecutivo' [dado que] el día jueves 9 de enero la ciudad quedó 'abandonada a turbas irresponsables', [que] creía, en efecto, estar en presencia  de un movimiento socialista general, y como ha implantado desde 1916 una política de tolerancia y de impunidad para los obreros delincuentes, les dejó el campo libre. Esta libertad, este estímulo positivo, exaltó la agitación a extremos inauditos: la libertad la propiedad, la seguridad de los habitantes quedaron durante los días 9 y 10, abandonados a la acción tumultuaria de grupos implacables, formados en su mayoría por extranjeros y por mayor número de niños de 10 a 15 años. Solamente el 11, cuando el Poder Ejecutivo conoció la desaprobación de la huelga revolucionaria por la mayoría de los comités socialistas importantes, cuando supo que el aplazamiento era atribuido a dichos comités anarquistas en mayoría extranjeros y poco numerosos, entonces, abandonó su tradicional política de tolerancia y desplegó las Fuerzas Armadas contra los grupos de resistencia formados durante el paro general"  [Ídem, p. 158].

Idéntico a sí mismo, Zeballos volvió a hacerlo: deformar los hechos con aviesa intencionalidad. Si el conflicto había escalado la cima de la violencia era por culpa del gobierno que no había reprimido a tiempo, y sin conmiseración a todos los obreros involucrados en el conflicto de los talleres Vasena.

Omite Zeballos, en su amañada reseña, la concesión arrancada a Vasena por Yrigoyen, con la presencia de los principales dirigentes de la FORA del IX° Congreso, cuyo del secretario general, Sebastián Marotta, informaría en la reunión de la Asamblea de Delegados de esa Federación Obrera que por amplia mayoría de votos decidiría: "Dar por terminado el movimiento recomendando a todos los huelguistas que reanuden de inmediato el trabajo. La Asamblea de Delegados hace un llamado entusiasta al proletariado huelguista en acción solidaria con los obreros de Vasena y protesta por los hechos acaecidos, para que la misma unión sea mantenida durante el grandioso movimientos sea sostenida al volver al trabajo, dando la prueba elocuente de que el proletariado organizado sabe cumplir sus compromisos y tiene derecho a reclamar que le sean cumplidos" [en Godio, cit., p. 55].

Recordá, querido diario, que esa solución lejos de ser considerada insuficiente por el anarcosindicalismo, era denunciada por sus principales voceros como una claudicación de sus enemigos sindicalistas quienes, no está demás recordarlo, habían obtenido todas y cada una de las reivindicaciones reclamadas al inicio de la medida de fuerza.

Aunque, deba admitirse, que no tenían en sus planes la creación de condiciones propiciatorias de una revolución, a diferencia de sus adversarios anarquistas.

Actores de este drama denostados por tirios y por troyanos. En especial, por los dirigentes del Partido Socialista quienes les dirigían una detestación pareja a la de los conservadores. 

Al final de esa semana aciaga el editorial del medio de difusión de esa agrupación, "La Vanguardia", no ahorrará críticas al gobierno "demagógico" de Yrigoyen, que habría "aprovechado" la "oportunidad" que le ofrecía la desquiciada ciudad de Buenos Aires: "en vísperas de la discusión del presupuesto" y que había que demostrar "a las clases conservadoras y reaccionarias del país que  este gobierno demagógico, compuesto de hombres de tradición revolucionaria y popular y surgido del sufragio universal y que coqueteaba con el movimiento obrero y gremial [era] en el fondo tanto o más conservador o reaccionario que los gobiernos anteriores", que había pretendido confundir a las pacíficas huestes del Dr. Juan B. Justo con la dirigencia anarquista, no obstante (consideraban que) el electorado tenía en claro que los buenos dirigentes del socialismo argentino se proponían: "huir de la promesa del milagro del paraíso católico como de la promesa del milagro de la sociedad futura a base de un concepto catastrófico [...]. En el campo gremial, cooperativo, político y cultural, hay que realizar una labor enorme. No vayamos pues, tras vanos, efímeros e ilusorios fantasmas revolucionarios de un verbalismo hueco, estéril e inconducente. No nos dejemos empujar ni conducir por nuestros enemigos maquiavélicos y solapados a donde no queremos ni debemos ir. Trabajemos por la unificación ética, política y social del país, para que la democracia argentina se consolide y progrese" ["Sensatez y firmeza", La Vanguardia, 14/1/1919, en Godio, cit., pp. 93/6].

Volvamos a la noche del 10 de enero.

Mientras Marotta instaba al levantamiento de la huelga en los términos reseñados, las acciones anarquistas comenzaron a desplegarse: "aproximadamente a las 22 horas: pequeños grupos armados, amparados por la oscuridad, se acercaron hasta las comisarías, 4a, 6a, 8a y 9a, produciéndose largos tiroteos", quienes "habían preparado un plan para asaltar comisarías por la noche: de allí la rotura de los focos de luz en las esquinas cercanas a aquellas", tarea que le habían encomendado a niños y adolescentes que durante el día habían destrozado esas luminarias.

También, se intentaría tomar el Departamento Central de Policía. 

Sucesos que ahondarían la represión, multiplicarían los muertos y heridos y darían pie a la indecible "caza del ruso", de lo cual nos ocuparemos en la próxima entrega, querido diario.