sábado, 3 de octubre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 198.

El día 10 de enero de 1919 sería, querido diario, el parteaguas de la trágica semana que vengo repasando en tus páginas.

Como he escrito, el estado de conmoción generado a raíz de las sangrientas jornadas anteriores, a la vez del entusiasmo de la esclarecida vanguardia anarquista, según hemos leído de los escritos de Diego Abad de Santillán; decidió al presidente Yrigoyen a intervenir personalmente en la resolución de un conflicto que, al calor de ese sofocante y sangriento mes de enero, se le estaba yendo (peligrosamente) de las manos.

Conocidos los acontecimientos de la mañana de esa jornada (que repasamos en la última entrada): "el gobierno apuraba las tratativas. Al mediodía había sido ubicado el empresario Pedro Vasena y conducido a la presencia del presidente Yrigoyen. Fue acompañado por el embajador inglés. El presidente presionó al industrial. Conceder a los obreros metalúrgicos en huelga era ahora una necesidad imperiosa para el propio gobierno, que veía crecer la huelga. Era una necesidad para la propia clase capitalista, que veía con estupor que un pequeño conflicto se había transformado en una huelga con formas embrionarias de lucha armada. Pedro Vasena accedió" [Godio, cit., p. 54].

Aplicaba, una vez más, el presidente radical su método de resolución de los conflictos del trabajo, que diferenciaban (en el sentido puntualizado con precisión por Jorge A. Ramos) a su gobierno de los anteriores, cuyo único remedio era la cruda represión.

Novedad que irritaba a quienes se ubicaban en los extremos: dado que si los empresarios asistían con estupor al espectáculo de un gobierno que dejaba hacer a los sindicalistas, que no reprimía con la severidad esperada desde el vamos, cortando de cuajo ese desafío encocorado de quienes debían limitarse a poner el lomo y trabajar; los arietes de la huelga revolucionaria rechazaban toda propuesta conciliatoria en la convicción, precisamente, que un acuerdo de esa índole frustrase sus preclaros objetivos.

"Domingo cinco, víspera de Reyes y la ciudad permanece inmóvil bajo un calor de treinta y seis grados. Las posiciones continúan enfrentadas mientras los directivos de Vasena insisten ante Yrigoyen para que tome medidas drásticas. El ejército, señores -contesta el presidente- permanece en sus cuarteles. Mano de hierro, exigen los diarios tradicionales; La policía asume una actitud pasiva, gimen ante la lentitud con que se resuelve la represión. Yrigoyen resulta demasiado lento: solicita nuevas consultas, pretende escuchar a todos los sectores. Tiroteos aislados en plena calle Labardén, denuncia La Prensa. ¿Habrá que esperar que lleguen a la avenida Callao?" [David Viñas, En la semana trágica, Jorge Álvarez Editor, Buenos Aires, 1966, pp. 44/5].

Tal como reconstruye Viñas todavía no habían intervenido en el conflicto las Fuerzas Armadas, precisamente, porque el presidente no deseaba esa intervención en un asunto delicado y ajeno a los militares,  que debía resolverse en el marco de la incipiente (y frágil) institucionalidad forjada desde fines de 1916. 

Sin embargo, Carlés (ya nos ocuparemos de este siniestro personaje, querido diario), Abad de Santillán, de pluma más pulida pero pareja siniestralidad y sus respectivas comparsas, bien que acicateadas por los enemigos de esa incipiente institucionalidad democrática, harían lo imposible para que la semana iniciada en la víspera de Reyes de 1916, fuese trágica.

Sedientos de sangre, unos y otros, querido diario.

En especial los grupos conservadores, mayoritarios en ambas Cámaras del Congreso y dueños de la mayoría de las situaciones provinciales cuya preocupación central durante los primeros años del gobierno radical consistía en: "la continuidad del tipo de Estado conformado en Argentina [...]. Todo enfoque de la cuestión obrera se enmarcaba en esta idea fundamental. Había que resolver la cuestión obrera sin afectar la esencia del Estado. Por eso, para los conservadores, si bien reconocían que existían dentro del movimiento obrero corrientes que iban desde el reformismo socialista hasta el maximalismo y que las corrientes moderadas podían servir como paragolpes del sistema social, consideraban a los acuerdos con los reformistas como aspectos secundarios de una táctica global. Lo primero era reprimir a los maximalistas para luego buscar formas de alianza con las corrientes moderadas; para ello había que recurrir a la violencia, a la aplicación plena de la legislación represiva. Los radicales, en cambio, trataban de caminar con ambas alternativas simultáneamente pues había en ello un proyecto de Nación diferente del tradicional [...]. Los conservadores eran el pasado del país. Pero ese pasado era todavía su presente, dado que tanto la economía como el Estado argentino seguían siendo expresión de la Argentina capitalista-dependiente, con eje en la producción agropecuaria latifundista. Su poder era muy grande; su influencia seguía siendo decisiva en la mayoría de las provincias" [Godio, cit., p. 156].

En efecto, aun cuando la presencia de Yrigoyen al frente del Poder Ejecutivo Nacional y el despliegue de sus políticas indignaba a esas dirigencias, que a regañadientes admitían ese statu-quo (en 1930, dejarían de apretar las mandíbulas y cortarían por lo sano) controlaban los resortes (institucionales y económicos) suficientes para neutralizar el proyecto político-institucional del gobierno de la chusma radical, al que amonestaban desde el Congreso, la gran prensa y la Academia.

Ámbito de un viejo conocido nuestro, querido diario, el cientificista-profanador de tumbas Estanislao Zeballos quien para 1919 (vivito, coleando y en la cresta de la ola) dirigía la "Revista de Derecho, Historia y Letras". No se privará de hacer un balance, pocos meses más tarde, del evento que recordamos.

Según nuestro tan consultado Julio Godio: para Zeballos "la causa principal de la huelga reside en que el gobierno permitió y toleró el accionar de los huelguistas: 'los preparativos de la huelga revolucionaria eran públicos desde meses atrás. Se dice que un alto funcionario propuso medidas preventivas al Poder Ejecutivo y que no fue escuchado. Se tenía el propósito de dejar hacer. Por consiguiente, la responsabilidad de los bochornosos días que ha pasado Buenos Aires es del Poder Ejecutivo' [dado que] el día jueves 9 de enero la ciudad quedó 'abandonada a turbas irresponsables', [que] creía, en efecto, estar en presencia  de un movimiento socialista general, y como ha implantado desde 1916 una política de tolerancia y de impunidad para los obreros delincuentes, les dejó el campo libre. Esta libertad, este estímulo positivo, exaltó la agitación a extremos inauditos: la libertad la propiedad, la seguridad de los habitantes quedaron durante los días 9 y 10, abandonados a la acción tumultuaria de grupos implacables, formados en su mayoría por extranjeros y por mayor número de niños de 10 a 15 años. Solamente el 11, cuando el Poder Ejecutivo conoció la desaprobación de la huelga revolucionaria por la mayoría de los comités socialistas importantes, cuando supo que el aplazamiento era atribuido a dichos comités anarquistas en mayoría extranjeros y poco numerosos, entonces, abandonó su tradicional política de tolerancia y desplegó las Fuerzas Armadas contra los grupos de resistencia formados durante el paro general"  [Ídem, p. 158].

Idéntico a sí mismo, Zeballos volvió a hacerlo: deformar los hechos con aviesa intencionalidad. Si el conflicto había escalado la cima de la violencia era por culpa del gobierno que no había reprimido a tiempo, y sin conmiseración a todos los obreros involucrados en el conflicto de los talleres Vasena.

Omite Zeballos, en su amañada reseña, la concesión arrancada a Vasena por Yrigoyen, con la presencia de los principales dirigentes de la FORA del IX° Congreso, cuyo del secretario general, Sebastián Marotta, informaría en la reunión de la Asamblea de Delegados de esa Federación Obrera que por amplia mayoría de votos decidiría: "Dar por terminado el movimiento recomendando a todos los huelguistas que reanuden de inmediato el trabajo. La Asamblea de Delegados hace un llamado entusiasta al proletariado huelguista en acción solidaria con los obreros de Vasena y protesta por los hechos acaecidos, para que la misma unión sea mantenida durante el grandioso movimientos sea sostenida al volver al trabajo, dando la prueba elocuente de que el proletariado organizado sabe cumplir sus compromisos y tiene derecho a reclamar que le sean cumplidos" [en Godio, cit., p. 55].

Recordá, querido diario, que esa solución lejos de ser considerada insuficiente por el anarcosindicalismo, era denunciada por sus principales voceros como una claudicación de sus enemigos sindicalistas quienes, no está demás recordarlo, habían obtenido todas y cada una de las reivindicaciones reclamadas al inicio de la medida de fuerza.

Aunque, deba admitirse, que no tenían en sus planes la creación de condiciones propiciatorias de una revolución, a diferencia de sus adversarios anarquistas.

Actores de este drama denostados por tirios y por troyanos. En especial, por los dirigentes del Partido Socialista quienes les dirigían una detestación pareja a la de los conservadores. 

Al final de esa semana aciaga el editorial del medio de difusión de esa agrupación, "La Vanguardia", no ahorrará críticas al gobierno "demagógico" de Yrigoyen, que habría "aprovechado" la "oportunidad" que le ofrecía la desquiciada ciudad de Buenos Aires: "en vísperas de la discusión del presupuesto" y que había que demostrar "a las clases conservadoras y reaccionarias del país que  este gobierno demagógico, compuesto de hombres de tradición revolucionaria y popular y surgido del sufragio universal y que coqueteaba con el movimiento obrero y gremial [era] en el fondo tanto o más conservador o reaccionario que los gobiernos anteriores", que había pretendido confundir a las pacíficas huestes del Dr. Juan B. Justo con la dirigencia anarquista, no obstante (consideraban que) el electorado tenía en claro que los buenos dirigentes del socialismo argentino se proponían: "huir de la promesa del milagro del paraíso católico como de la promesa del milagro de la sociedad futura a base de un concepto catastrófico [...]. En el campo gremial, cooperativo, político y cultural, hay que realizar una labor enorme. No vayamos pues, tras vanos, efímeros e ilusorios fantasmas revolucionarios de un verbalismo hueco, estéril e inconducente. No nos dejemos empujar ni conducir por nuestros enemigos maquiavélicos y solapados a donde no queremos ni debemos ir. Trabajemos por la unificación ética, política y social del país, para que la democracia argentina se consolide y progrese" ["Sensatez y firmeza", La Vanguardia, 14/1/1919, en Godio, cit., pp. 93/6].

Volvamos a la noche del 10 de enero.

Mientras Marotta instaba al levantamiento de la huelga en los términos reseñados, las acciones anarquistas comenzaron a desplegarse: "aproximadamente a las 22 horas: pequeños grupos armados, amparados por la oscuridad, se acercaron hasta las comisarías, 4a, 6a, 8a y 9a, produciéndose largos tiroteos", quienes "habían preparado un plan para asaltar comisarías por la noche: de allí la rotura de los focos de luz en las esquinas cercanas a aquellas", tarea que le habían encomendado a niños y adolescentes que durante el día habían destrozado esas luminarias.

También, se intentaría tomar el Departamento Central de Policía. 

Sucesos que ahondarían la represión, multiplicarían los muertos y heridos y darían pie a la indecible "caza del ruso", de lo cual nos ocuparemos en la próxima entrega, querido diario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario