domingo, 4 de octubre de 2020

Diario de cuarentena. Día 199.


"Del Barrio de las Latas 
se vino pa' Corrientes
con un par de alpargatas 
y pilchas indecentes.
La suerte, tan mistonga 
un tiempo lo trató.
Hasta que al fin un día, 
Beltrán se acomodó.

Hoy lo vemos por las calles de 
Corrientes y Esmeralda
estribando unas polainas que 
dan mucho dique al pantalón.
No se acuerda que en Boedo 
arreglaba cancha e' bochas,
ni de aquella vieja chota, 
por él, que mil veces lo ayudó.

"Del Barrio de las Latas", tango de Emilio Fresedo y Raúl de los Hoyos.

Querido diario.

El detenido análisis que vengo proponiendo de las jornadas de enero de 1919, por el afán de ilustrar sobre un hecho demasiado doloroso que en mi opinión exige un abordaje cuidadoso y pormenorizado a fin de evitar caer en simplificaciones que condenen o absuelvan sin más, nos exige la tarea de repasar la memoria de quienes, en gran medida, protagonizaron esas jornadas calientes, bañadas en sangre.

Comenzaremos por dos oficiales de la policía que actuaron durante esos días: Octavio A. Piñero y José R. Romariz, quienes...

Uh, nene, esto no termina más. Amagaste con Carlés, pero ni una palabra escribiste más allá de su nombre y algún insulto a la medida del personaje. Paraste en el día 10 y ahora, amagás con retroceder... Ya sé, no te interesa que te lean, pero son dos o tres por entrada. Cada vez son menos, como los hinchas de Vélez, bebé. Te destrozás la espalda de gusto, no escribís lo que tenés que escribir y navegás al garete...

Te agradezco querido diario que recuerdes mis consideraciones: no persigo grandes audiencias, nunca las tuve ni las tendré. No por ello me considero mejor que nada en nadie, pero masivo, no soy. Cierto, el tema vengo cocinándolo a fuego muy bajito...

Demasiado, bebé. El guiso se te va a sancochar...

Puede ser, pero así pienso seguir.

Decía, antes de la indispensable intervención de mi querido diario, que vamos a analizar testimonios, comenzando por los dos oficiales de policía que publicaron sus trabajos en 1952 y 1955, ambos citados por Godio, en el trabajo tan repasado.

El último, es el de Octavio A. Piñero: "oficial de la Sección VII de la Capital Federal", quien, tal como él mismo lo refiere en su texto, realizaba trabajos de campo (de inteligencia) sobre los grupos anarquistas, en prevención de la "revolución social", que se juzgaba inminente, coletazo de la bolchevique-rusa. "en 1918, que ya empezó a perfilarse la revolución social en marcha, se realizaban diariamente en distintos puntos de la ciudad, reuniones autorizadas y otras no autorizadas, que se llevaban a cabo clandestinamente, las que también tuvieron lugar durante el año anterior. Predominaban en unas y otras, en su mayor número, las que efectuaban los gremios en los que se habían infiltrado los elementos disolventes, en cuyas conferencias, ya se realizaban en la vía pública o en locales cerrados, llegaban los agitadores de extrema izquierda, al abuso de la libertad de reunión y de expresión, dando rienda suelta en sus ataques al gobierno y a las autoridades. Encendían en las masas obreras el odio y la destrucción de la clase capitalista, y pregonaban sin ambage [sic] de ninguna naturaleza la revolución social." [Octavio A. Piñero, Los orígenes y la trágica semana de Enero de 1919, Buenos Aires, 1956, p. 28].

Sería explícito acerca de las tareas que desempeñaba en cumplimiento de sus servicios cuando: "flotaba en el ambiente de la población, a medida que el tiempo transcurría, que algo grave iba a desencadenarse en la ciudad. Esta atmósfera turbulenta e inquietante que se avecinaba, no era difícil de percibirla por el pueblo sano, y por quien en el desempeño de sus funciones policiales, asistía a las reuniones obreras, habiendo estado presente en muchas de ellas, realizadas en la plaza Miserere, y en locales cerrados, jurisdicción de la sección séptima, en la que presté varios años de servicio de calle, lo que permitió llegar a la conclusión que los nubarrones de la revolución en marcha, que desde tiempo atrás venáin formándose y cerninéndose sobre la ciudad, día a día se obscurecían cada vez más, hasta que inevitablemente se desencadenó la tormenta, la que regó de sangre las calles de Buenos Aires." [En ibídem, p. 31].

Se viene la maroma sovietista, faltó que apuntara el oficial de policía afecto a la metáfora, quien, debe admitirse (a diferencia del autor del restante testimonio que vamos a repasar), entendía justificados los reclamos de los trabajadores de ese tiempo, aunque abominase de la conducción de los anarquistas en los enfáticos términos expresados en los párrafos transcritos. 

Desarrolló una generosa descripción del estado de las clases menos favorecidas, de entonces, de la crítica situación social del país que comenzaba a gobernar el Radicalismo, a la que atribuyó: "los hechos luctuosos que en su hora, tuvieron como escenario la Ciudad [...] por no habérseles dado a su debido tiempo, la solución correspondiente. La falta de un mayor bienestar, para las masas laboriosas, venían originando desde largo tiempo inquietudes y luchas en las mismas, a fin de lograr una vida más digna y feliz, cuyas aspiraciones, no fueron tomadas en cuenta por los gobiernos anteriores al año 1916, lo que permanecieron indiferentes ante esas inquietudes, que tarde o temprano debían aflorar. Por otra parte, la acción política negativa y reaccionaria de los gobiernos del Régimen, mantuvo sumida en el desamparo a los trabajadores", caldo de cultivo (de acuerdo con la lectura de los hechos de Piñero) de la acción de las dirigencias anarquistas.

Empático, por así decirlo, con las necesidades populares anota que hasta la llegada de Yrigoyen a la Presidencia: "los salarios que se pagaban, eran insuficientes para cubrir las necesidades más apremiantes, y las horas de trabajo, no tenían más término que el que establecía el patrón, que por lo común, excedían de las diez a doce horas, cuando no jornadas extras, sin retribución alguna. El sentido de la justicia social no lo tenían ni los gobernantes ni las clases adineradas." [Ibídem, pp. 10/1].

Luego de pasar revista al impacto en el mundo del trabajo de "la corriente migratoria de esos tiempos [que] produjo en la población de Buenos Aires, un cambio en las ideas sociales. Ya en el año 1888 había germinado y comenzó a desarrollarse la idea del socialismo. Empezó también la prédica marxista, y a este respecto, el jefe de Policía Coronel Alberto Capdevila, elevó una nota al Ministerio del Interior, exponiendo con elocuencia sus puntos de vista, sobre la sorda agitación, que venía gestándose en las masas obreras, por elementos foráneos, de ideas anárquicas, solicitando se tomaran medidas para evitar esos actos, las que no fueron tomadas en cuenta por el Gobierno, y en ese tren de imprevisión, se siguió adelante." [Ibídem, p. 13].

Más adelante, refiere a la muerte de Falcón a manos de Radowitsky, de la sanción de la ley de Defensa Social y al sucesor de aquel al frente de la Policía: "el entonces Coronel Luis J. Dellepiane, prestigioso militar, quien tuvo que adoptar medidas enérgicas y adecuadas, para contener la acción de los elementos disolventes, no obstante lo cual, los actos terroristas continuaban", medidas que a criterio de Piñero contuvieron la agitación, orden: "que se logró mantenerse [sic] con pequeñas variantes, sin mayor importancia, hasta 1914, en el que fue declarada la primer guerra Europea, que rompió el dique de contención, que con esa ley, y demás medidas adoptadas, se había logrado formar, volviendo a germinar, tiempo después, nuevas inquietudes en las mismas, ocasionadas por la desocupación, consecuencia directa del conflicto bélico [que] creó en el espíritu y en los hogares de esos hombres, el desaliento y la preocupación de un futuro obscuro. El número de hombres sin trabajo, aumentaba mes a mes; la situación se tornaba cada vez más, con tintes sombríos; legión de obreros, quedaron sin techo donde dormir, y se les veía ambular en la zona portuaria e ir a pedir alimentos a los buques amarrados en los diques y a los domicilios cercanos al puerto. [...] Esa legión de desocupados, construyeron sus viviendas precarias en la zona portuaria, con restos de lonas, latas y tablas, que recogían de los desperdicios que se abandonaban en los terrenos del puerto, lugar donde habían resuelto acampar y esperar mejores tiempos. En cambio, muchos de ellos, se resignaban a dormir debajo de los puentes de los ferrocarriles, establecidos en la zona del bosque de Palermo, o al aire libre. [...] Esta situación alarmante, que se mantuvo hasta largo tiempo después de terminada la guerra Europea [...] y la honda y grave crisis económica que sobrevino, como consecuencia de la misma, motivó en el espíritu de esos hombres, atormentados por el hambre, el germen revolucionario, la que fue nuevamente abordada por los agitadores de extrema izquierda, quienes lograron infiltrarse una vez más, en las masas obreras y convulsionarlas". [Ibídem, pp. 18/20].

 


Vívido y elocuente, el relato de Piñero, interesante desde el fresco que propone del tiempo que vivía el país al inicio del gobierno de Yrigoyen, un terreno minado de las más diversas complicaciones, expuesto al desafío de torcer ese inadmisible estado de cosas, subrayado con la impudicia del contraste de la opulencia de las selectas clases adineradas de esa ciudad rebosante de indigentes de indigencia absoluta.

Reflejada por los artistas plásticos de ese tiempo, por ciertas crónicas periodísticas; por plumas (tanto más valiosas que la del pesquisa evocado) en la dramaturgia de Vacarezza, Sánchez de Armando Discépolo; en los tangos de su hermano Enrique Santos, en los de Manzione y el de Emilio Fresedo, que compartí al inicio, el que refiere a Beltrán, el chongo del "Barrio de las Latas".

Cuenta la investigadora del Conicet Valeria Snitcofcky, en un rico y pormenorizado estudio de la miseria en la Buenos Aires de principios del siglo pasado (disponible acá) las razones por las cuales esas barriadas nacidas en razón del "limitado o nulo" acceso a la vivienda, se denominaban de esa manera, puesto que: "las viviendas establecidas en estos barrios fueron construidas, muchas veces con 'latas de kerosene rellenas de tierra y apiladas en filas superpuestas'. Por esta razón y al no usarse aun el término villa, fueron conocidos como barrios de las latas y estuvieron establecidos en torno a los basurales, donde sus habitantes vivieron de lo que pudieron, encontrar entre los desechos para reciclar, vender y alimentarse" y con cita de Daniel Schávelzon anota que "la nafta y el kerosene se vendían en recipientes de lata que podían ser desplegados para darles otro uso, más baratos que las chapas acanaladas de zinc, inventadas hacia 1855. Por eso, las casas de muy bajos recursos tendían a hacerse con latas".

Desde ya que los habitantes de esos asentamientos carecían de toda prestación asimilable a servicios públicos, hundidos en la miseria más profunda, el más populoso, ubicado en el actual barrio de Parque de los Patricios "asentado alrededor del Vaciadero Municipal [la Quema], en la zona oeste de la ciudad, y fue conocido también como el Barrio de las Ranas. Simultáneamente existió otro vecindario de características similares, aunque menos nombrado en los documentos contemporáneos, establecido en una parte de Belgrano que comprendía la ribera del Río de la Plata, los contornos de sus afluentes y los bordes de un basural que se ubicaba en las calles Ramsay, La Pampa, Dragones y Sucre". La futura "Villa 30", que era probablemente, la que aludía Piñero en su relato.

"Hacia 1911 [prosigue Snitcofcky], una crónica sobre el Bajo Belgrano publicada en Caras y Caretas, mencionaba a las condiciones sanitarias adversas que afectaban a la población del lugar, especialmente vulnerable a las epidemias: 'ojea usted las defunciones anotadas en el registro civil, y tropieza, a dos por tres, en la sección 16, con un finado en la calle Miñones, otro en la de Cazadores, un tercero en la de Sucre, un cuarto en la de Juramento Otro datito para los amigos de la estadística funeraria: hace poco, cuando nos visitó la peste bubónica, fue el Bajo de Belgrano el barrio que debutó en cuestiones de Asistencia Pública y Chacarita.' Asimismo, el cronista describió la precariedad de la infraestructura, destacando el agudo contraste con otras zonas de Belgrano: 'Arrancamos a tres cuadras del aristocrático paseo de las barrancas, y acto continuo, los caminantes comenzaron a asentarse sobre tierra no muy firme, a falta de veredas.' En cuanto a los servicios, hay referencias a la falta de alumbrado público y a la escasez de agua potable expresada, por ejemplo, en el epígrafe que acompaña la foto de un tanque de agua ubicado muy cerca del barrio: 'El tanque de las aguas corrientes -250.000 litros de capacidad- de cuyos beneficios no goza el pobrerío de Bajo Belgrano.'” 

Tal, el estado del cuerpo social de la capital del país que empezaba a gobernar Yrigoyen, aquel paraíso de ensoñación para tanto marmota chorreante de baba al consultar las estadísticas que ubicaban "a la Argentina" ocupando el 4 o 5 puesto de no sé qué ranking mundial, dejando atrás a Francia, a Canadá, a Australia.

Un país "rico", atestado de miserables sin acceso a derecho alguno.

Lo sabía Yrigoyen, por eso estaba empeñado en resolver normativamente las abismales diferencias sociales que daban pasto a eventos como el que venimos repasando. Por ello fue que obligó el 10 de enero de 1919 en la Casa Rosada a Pedro Vasena (quien se hizo acompañar por el embajador inglés) a aceptar el pliego de reclamos de los dirigentes del sindicalismo de la FORA del IX° Congreso.

Conocía de esas realidades desesperantes (la de la miseria profunda), pero también la de quienes aún percibiendo un salario eran algo más (algo menos, tal vez) que esclavos o siervos de la gleba, tal como lo refleja con precisión el policía Piñero.

De allí, y a partir de las aciagas jornadas de enero de 1919, que al presentar su mensaje ante el Congreso en mayo de ese año, refiriese que: "constituye una de las más serias preocupaciones del Poder Ejecutivo encaminar la acción del Estado hacia la solución de los complejos problemas de [la legislación social]. Las medidas ocasionales pueden salvar la dificultad de un momento; pero el resultado definitivo requiere un concepto directriz de gobierno, traducido a su vez en un plan de legislación orgánica teniente a implantar el imperio de la justicia en los intereses encontrados, para llegar a la armonía, que garantiza la estabilidad y la eficacia del capital y hace proficuo y noble el esfuerzo del trabajo. El bienestar y el mejoramiento de las clases menos acomodadas no depende tan sólo del salario justamente remunerativo. Es menester a la vez buscar ese bienestar en otras orientaciones, y en ese empelo los poderes públicos no deben omitir esfuerzos" [Pueblo y Gobierno, cit., tomo IV, p.160].

Idea que el viejo sabio reforzaría al dirigirse en agosto de 1920 a ese Congreso atestado de seres despiadados, como Sánchez Sorondo, y tanto de idiota útil, como Mario Bravo; que abominaban del autor y de sus mensajes al recordarles a esos seres minúsculos el sentido del término democracia, el cual: "no consiste sólo en la garantía de la libertad política; entraña a la vez la posibilidad para todos, para poder alcanzar un mínimum de felicidad siquiera"

Qué clara que la tenías, tatita Hipólito.


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