viernes, 29 de enero de 2010

Deben ser los gorilas, deben ser. (Segunda parte)



Decía, en mi entrada anterior, que el antiperonismo ha venido constituyendo desde mediados de siglo XX a la fecha, una activa expresión cultural, cuyas raíces tuve ocasión de descubrir al repasar los papeles íntimos de Adolfo Bioy Casares, publicados en tres ediciones.

La primera en vida del escritor, "De jardines ajenos", la segunda que ocupó aquella entrada ("Descanso de caminantes"), la última: "Borges", de la que me ocuparé en ésta.

En este trabajo su compilador, colectó las citas que en los papeles personales de Bioy Casares versaban acerca de su amistad con el escritor cuyo nombre es consagrado en el título.

Ambos cultivaron una relación intensa y prolongada, hecha de una admiración y un deslumbramiento mutuos, infiero, nacidos de necesidades diversas.

Los separaban quince años de edad y esa distancia la disimulaba por sobre todo, la inmadurez de Borges en casi todos los ámbitos, particularidad que Bioy Casares consignará sin cuidado.

Ambos reconocían en el otro carencias propias que podrían suplirse mediante esa relación cotidiana: Bioy Casares se sabía social y económicamente superior a Borges (no por nada anotará unas tres mil veces en el bodoque que comento invariables: “Come Borges en casa”, en otra ocasión será más explícito aún: "Cuando concluye el primer plato, Borges pone los cubiertos sobre el mantel. Viene la criada y saca platos y cubiertos. Esto ocurre desde ¿1935? Más o menos". -pág. 257-)
A su vez, reiteradamente humilla a Borges a raíz de otras peculiaridades: los percances de su ceguera (es cruel al burlarse de Borges cuando cuenta haberlo descubierto desnudo en una carpa en una playa de Mar del Plata o cuando, pérfido, relata los desastres que hacía su amigo en el baño de su casa), anota con acidez la relación con su madre (un ser ciertamente abyecto, doña Leonor), sus inseguridades e inmadureces en las relaciones de Borges con sus “mujeres”, a quienes destroza una a una, impiadosamente.

Por su parte ambos, Borges y Bioy Casares, saben de la superioridad intelectual del primero, quien aprovecha ese terreno para devolverle unas cuentas atenciones: por caso, cuando refiere que al asistir a una conferencia en el interior del país, sus asistentes reconocen a Bioy más como estanciero que como escritor; sus lacónicos comentarios a los trabajos de su amigo, que lo atormentaban, la distancia que va generando a medida que su genio crece y adquiere fama internacional.

No es este el espacio para divagar sobre una relación que poco me interesa, la propuesta que planteo supone evaluar la génesis del antiperonismo cultural, omitiendo toda consideración –por desconocimiento de mi parte en la materia- en los juicios a los estilos literarios que se plasman en el trabajo y que seguramente sean del provecho de los estudios del tema.

Sólo apunto que en este terreno, Borges y Bioy Casares deparan a los escritores contemporáneos parejo desprecio del que tributan a todos, por decirlo de alguna forma.

Mediante una arrogancia, aunque divertida en algunos casos, maltratan a: Sabato (por sobre todos), Gombrowicz, Arlt, Victoria Ocampo (a Silvina parece quererla bien Borges, su esposo Bioy Casares en cambio, la detesta), Pizarnik, David Viñas, Martínez Estrada, “Pepe” Bianco, “Manucho” Mujica Láinez (a quienes tratan con patética homofobia, "desvío" bien que reprimido por uno de los amigos, se entiende cual), Ricardo Rojas y una lista interminable de escritores, destrozados por ambos.

En otros ámbitos la cuestión no es mejor: Leopoldo Torre Nilsson es un imbécil, Astor Piazzolla, un ignorante, y Carlos Gardel, a causa de su popularidad por cierto, merece los siguientes juicios, luego de que Bioy padre lo comparase físicamente con Perón.

Borges: la cara de Gardel era la típica cara del otario. Malevo, sí, pero malevo sonso. Quien tenía ese mismo tipo de cara, estúpida y abundante era Florencio Sánchez. Una vez, durante la Semana Trágica, detuvieron a un grupo de personas, entre las que estaba Florencio Sánchez. El vigilante lo miró y dijo: ‘Vos no. Tenés demasiada cara de otario’. Bioy. ‘A mí, Gardel nunca me gustó mucho como cantor de tangos.’” (pág. 345).

Obvié de la lista de escritores a Leopoldo Marechal, ostensiblemente censurado a causa de su peronismo, cabalmente definido en la expresiva entrada que seguidamente transcribe:

Miércoles, 29 de agosto (1956): Comen en casa Borges, Wilcock, Eva de Lóizaga y Bayón. Elva ha de ser comunista: está como erizada de prevenciones. Hablamos de rumores. ‘Qué porquería de país’, comenta tristemente Borges. Discutimos por el ‘caso Sabato’. Bioy: ‘Buscó todo lo que redundara en su favor. Si no, pudo llevar las denuncias al ministerio; si después de cierto plazo no se investigaban públicamente, hubiera podido renunciar y en una carta abierta dar las razones’. Elva cree que el gobierno sabe y oculta; que no se va a ir más; que hay peronistas que son mejores que alguna gente de la oposición ¡de un conservadurismo repugnante!; que estamos hartos de los militares; y hasta esta injusticia: que hay demasiados retratos de Aramburu y Rojas. Con Borges decimos que no se puede ser peronista, sin ser canalla o idiota o las dos cosas. Desde luego, no basta ser antiperonista para ser buena persona, pero basta ser peronista para ser una mala persona...” (pág. 194).

Corrían los meses de la “Revolución Libertadora”, de plenitud para ambos amigos y son estos años (1955-1958), los más prolíficos en transcripciones, que por pocos días no cubren el año calendario completo.

Esa experiencia dejaba atrás los años ignominiosos del peronismo, que los amigos, Borges en especial, vivieron como una pesadilla y es en las anotaciones íntimas de Bioy Casares en las que salen a la luz las razones de ese odio absoluto.

Basta ser peronista para ser una mala persona”.

El trabajo se divide por el año concerniente a la cita que se plasmará –como se vio-, consignando la fecha exacta. Comienza en 1947 y aunque en la primera de 1948 se deja constancia de la lectura de los padres de Bioy Casares del cuento: “La fiesta del monstruo” (inspirado en “El matadero” de Esteban Echeverría, mediante el cual se propone, con poco éxito a mi juicio, un paralelo entre los años de Rosas y los del “Monstruo” Perón), se alude a la política nacional –temática que más adelante ocupará buena parte de las citas- recién en la correspondiente al 20 de junio de 1953, cuando se refiere que una tal “señora M.G.” duerme con rimmel: “porque teme que la policía llegue a detenerla y quiere estar preparada: ella sin rimmel pierde la personalidad” (pág. 79).

De allí, hay que esperar hasta el ardiente mes de junio de 1955, cuando se consigna en cita correspondiente al día 23 de ese mes.

Jueves, 23 de junio. Borges dice que ‘Los Viajeros’, la novela de Mujica Láinez, es execrable. Me cuenta que un periodista español, al ver los incendiarios de las iglesias en sus tareas, les preguntó: ‘vosotros por qué quemáis las iglesias?’. Lo preguntó por curiosidad profesional y porque pensaba que ellos debían saberlo; muy pronto creyó oír frases en que lo trataban de ‘coso’ y juzgó probable que procedieran a incendiarlo a él; entonces tuvo una ocurrencia que lo salvó; preguntó: ‘¿por qué quemáis las iglesias y no a los curas?’. Los incendiarios pasaron a las excusas: ‘y, señor, llegamos tarde’. Feliz de pisar de nuevo en terreno firme y para afianzarse del todo, el español improvisó unos consejos para que sus nuevos amigos lograran mayor eficacia en lo que hacían” (pág. 134).

Mediante una nota a pie de página, Daniel Martino, a cuyo cuidado está la edición, consigna: “El 16 de junio, tras el bombardeo de Plaza de Mayo por los aviones de la marina, sublevada contra Perón, y en medio del conflicto entre el Estado e Iglesia Católica, fueron asaltadas, saqueadas y quemadas la Curia Eclesiástica y diversas iglesias del centro de Bs. As.: San Ignacio de Loyola, San Nicolás de Bari, Santo domingo de Guzmán, Nuestra Señora de la Piedad, etc.” (n. pág. 134).

Es aquí, en la primera anotación política relevante, donde autor y compilador dejan entrever su mirada abiertamente antiperonista, desde el desprecio a la vida humana de, precisamente, los peronistas.

O de la pertenencia que se suponía tenían las aproximadamente quinientas víctimas que cayeron a manos de los agentes de la “Marina sublevada contra Perón”, como consigna un prolijo Martino.
Entre esas personas muertas en esa sublevación, dicho sea de paso, estaba el padre de mi padre, quien nunca fue peronista, pero se murió y bien muerto estuvo, a manos de los libertadores de la Marina sublevada contra la dictadura de Perón, a juicio de estos caballeros.

Porque (Bioy Casares lo omite, Martino lo oculta) murieron muchas personas el 16 de junio de 1955, aunque lo relevante para estos jinetes del antiperonismo de ayer y de ahora, es consignar el testimonio del intrépido periodista español o enumerar algunos de los templos incendiados.

Repito: de los muertos, ni una palabra, ni una mención.

Pero se hablará de muertos en “Borges” y no los de la época del “monstruo”, sino de los “caballeros” (así se los nomina) Aramburu y Rojas, en ocasión del alzamiento del peronista Juan José Valle de junio de 1956.

Sábado, 9 de junio: Come en casa Borges. Oímos blues; le gusta ‘Sixteen Tons’. Lo llevo a su casa. En el camino de vuelta, pongo la radio del automóvil; de pronto se oyen unos cantos antillanos, en inglés de Jamaica, y el locutor dice; ‘Comunicamos con LRA, Radio del Estado’. Anuncian que a continuación se dará lectura a dos importantes decretos del Poder Ejecutivo: 1º) declaración de la ley marcial; 2º) explicación de la ley marcial: a todo sospechoso se fusilará en el acto; serán sospechosos: los que desobedezcan a la policía, los que lleven armas, los que tomen actitudes sospechosas. Llamo a casa de Borges: dicen que oyeron un tiroteo por el lado del Arsenal y tienen noticias de que Oscar Peyrou no pudo volver a su casa desde San Isidro. Después me llama desde ‘La Prensa’. Peyrou: dice que hay sublevación en La Pampa y en La Plata, que el centro de la ciudad está tranquilo” (pág. 168).

Puntual, Martino reseña a pie de página el alzamiento de Valle, dando cuenta de que se rindió el 10 de junio y que él y otros veintisiete “rebeldes”, fueron fusilados.

Podría dispensarse la omisión, al no tratarse el trabajo siquiera de una crónica histórica, no obstante se supo al poco tiempo y era ampliamente conocido al momento de su edición, que no sólo fueron fusilados “rebeldes” involucrados en el asunto (evento que no merece adjetivación alguna por parte del glosador, aunque sí de Borges, como se verá), sino civiles -algunos de ellos ajenos por completo a la asonada- en la clandestinidad de unos terrenos destinados a un basural en José León Suárez.

Decía que Borges celebra esas muertes, así se consigna en la cita del viernes 29 de junio: “Después la gente se pone sentimental porque fusilan a unos malevos. Qué porquería, los peronistas” (pág. 176), concepto que viene a perfeccionar, según se lee en la correspondiente al sábado 18 de agosto, cuando rememoran la sublevación y la detención de un militar cercano a Lonardi, el general Uranga.
Dice Bioy: “En el ‘Buenos Aires Herald’ dicen que este fiero general Uranga estaba borracho cuando lo apresaron; alguien, que lo conocía observó: ‘Ha de ser cierto. Se emborrachó para sacarse el miedo’. Borges: ‘A lo mejor va a seguir contento cuando lo fusilen. Aunque no lo fusilarán: esos fusilamientos han puesto triste a todo el mundo. Antes no se fusilaba, solamente se torturaba’” (pág. 190).

Notemos la severidad del comentario de Borges y sus alcances, por más que la estatura política del personaje no dé para tanto. Había que seguir fusilando, sólo que no se haría –pese al imperativo que ello significaba- porque muchos se habían entristecido con aquellos fusilamientos. La deshumanización de los peronistas: malevos, porquerías, debían ser, profilácticamente, exterminados.

Por eso, se ensañarán con Sabato quien, no obstante su apoyo enfático inicial a la dictadura de Lonardi, se conmueve con los “excesos” de la Libertadora y denuncia torturas a los presos políticos, por lo que renuncia a un cargo que se le había dispensado.

Jueves, 30 de agosto. Después del almuerzo hablo por teléfono con Borges. Borges: ‘Sábato está loco. Renuncia. Obliga a otros a renunciar. Se enoja con los que no renuncian. Y organiza petitorios, con firmas, para que no le acepten la renuncia. Cuánta actividad. Lo más extraño es que para alguna gente, con todo esto, se vuelve simpático: los otros días Wally dijo que Sabato está muy corrido’. Bioy: ya verás: va a quedar como el hombre que protestó contra las torturas. Va a quedar en la Historia como un negro Falucho” (pág. 195).

Borges, como se ha visto y se verá, adhería con un entusiasmo irrefrenable a la dictadura de Aramburu, impugnando severamente todo cuestionamiento que pudiera dirigírsele. Ocupados en la redacción de un manifiesto en su defensa, opinan los amigos: “Bioy: ‘si vamos a seguir con matices de reticencia y mezquindades, será mejor que firmemos el otro manifiesto’. Borges: ‘pues yo lo haría mucho más efusivo. Yo diría: ‘si por un azar, en un país de mierda, un grupito de hombres decentes está en el gobierno, debemos apoyarlos’” (pág. 211).

En ese sentido, debe consentirse que sabían de qué se trataba, su antiperonismo no nacía de la censura a un dictador y su obra, sino su destinatario era el pueblo de un país de mierda que lo había hecho posible y volvería a hacerlo de tener la oportunidad.

Una cita, correspondiente al 26 de abril de 1957, me remontó a una consignada por Manuel Gálvez en su biografía sobre Hipólito Yrigoyen. Contaba Gálvez que en el marco de los festejos por el derrocamiento del “Peludo” en septiembre de 1930 había escuchado a una dama de la oligarquía decir respecto de Uriburu: “el general es más grande que San Martín, porque echó a los radicales, unos canallas y chusmas. En cambio, San Martín echó a los españoles, que al fin y al cabo, eran personas decentes”.

Borges relata que contestó a la pregunta: “’Qué me cuenta de estos libertadores que mandan sus policías a detener a Neruda’. Yo le paré el carro: Le dije: ‘Mire, si alguien merece el título de libertadores son esta gente. Lo merecen mucho más que los de la Independencia: el dominio español nunca debió ser oprobioso como el de Perón. Se podrán decir que es gente oscura, y un poco ridícula, y chambona, y con un pasado medio peronista, pero lo que no puede negarse es que son libertadores” (pág. 262).

Y el odio de clase, racial una y otra vez en esos cuadernos infames.

Leemos la cita correspondiente al 25 de mayo: “Come en casa Borges. Hablamos de negros norteamericanos, que viven en conventillos y tienen Cadillacs. Borges: ‘Así era la gente aquí durante el peronismo. Se echaban encima todo lo que tenían. Vivían cinco en un cuarto y tenían Frigidaire” (pág. 275).

El problema radicaba, lo dijimos, en que esos negros estaban todavía y la Patria corría el riesgo de que volvieran a joder. En consecuencia, de a poco, el odio hacia Perón va transmutando a otros peligros más inminentes: el comunismo –son Borges y Bioy dos anticomunistas acérrimos- y Arturo Frondizi, el líder radical que había ocasionado la ruptura partidaria a causa de su mirada hacia el peronismo y la Libertadora misma.

Opina Borges de Frondizi: “Qué especie de sinvergüenza. Es un vivo: vale decir una persona que deja ver que es un sinvergüenza; que la gente admira por entiende que es un sinvergüenza. Ayer vi manifestantes de Frondizi. Era el malevaje de Perón. El mismo malevaje: persona, por persona” (pág. 318).

Malevaje. Eso era el pueblo peronista para Borges, que ahora se camaleonizaba detrás del sinvergüenza de Frondizi. Como eran criminales, ya Borges manifestaba un temor cuya acechanza actualmente inquieta a unos cuantos, el de la inseguridad. El peronismo había generado las condiciones de una inseguridad insoportable que hallaba solución en el… fusilamiento:

Borges opina que todos esos criminales son el fruto del peronismo: ‘antes uno decía ‘el crimen del Silletero del año 20…’. Bioy: ‘Ahora hay que decir: ‘el crimen del Silletero de las tres de la tarde, el de las cuatro, etcétera’. Borges: ‘Habría que fusilar a toda esa gente’” (pág. 333).

Voy concluyendo, porque esto se ha hecho demasiado largo y la continuaré con un análisis de lo que pensaba esta gente ante la inminencia del final de la dictadura de Aramburu y el gobierno civil de Frondizi, aunque dejo un adelanto, demasiado previsible, lo admito.

Reconoce Borges: “Qué raro que seamos partidarios de la dictadura ilustrada. Es lo único que existe. ¿Cómo uno va a creer en la democracia?” (pág. 369).

2 comentarios:

  1. estimado galván, desconocía las opiniones de estos escritores argentinos sobre el peronismo......
    y me queda un frase:
    "basta ser peronista para ser una mala persona"

    y apoyar un gobierno de facto...

    un solo comentario, muy triste.

    siga posteando!

    Pablo.

    ResponderEliminar
  2. No sólo los escritores apoyaban a los gobiernos de facto, debe ser consignado esto, Pablo.

    Era una alternativa el "Partido Militar" en esos años, al cual adherían los escritores mentados.

    Lo dije en otro comentario: no quiero ensañarme (aunque lo haga) con Borges y Bioy, los utilizo para bucear en las raíces de esa pasión argentina que es el antiperonismo.

    Todos los tics, clichés y posturas de los gorilas de hoy son plasmados en esos trabajos que repaso, permítaseme, trabajosamente.

    Y es especialmente doloroso, así lo vivo yo, que dos refrentes culturales excepcionales del siglo XX pensaran como pensaban y que se jactaran de ello.

    No de su oposición al peronismo, que dentro de determinados cánones resulta indiscutible desde su legitimidad y validez.

    Lo tocante es el desprecio liso y llano al pueblo y todo lo que ese pensamiento -que no nació en Borges y Bioy, por cierto- coadyuvó a que se cocinara a pocos años de esas reflexiones.

    La radicalización de ese temperamento y discursos antipopulares (que se advierte m,uy claramente en el comentario siguiente) no podía desembocar en otra cosa que en el terrorismo de estado.

    Que siga el debate.

    ResponderEliminar