martes, 8 de septiembre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 172.

Querido diario.

Procuro empezar a concluir lo que empecé el domingo 6 de septiembre, cuando me propuse contar una historia demasiado relatada, pero que creo que vale la pena tratar en tus páginas: el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen en 1930.

Tarea ardua, pero que emprendo con la finalidad de llegar, cuanto menos, a una conclusión preliminar en tanto...

No sé si ando con ganas de creerte, nene. Nos rompiste las bolas durante semanas interminables con Zeballos, Mansilla, Marianito Rosas y su calavera, con el cacique Órkeke y otras tantas divagaciones y no concluiste un pomo: la gente buena, sufrida y poca (cada vez más, bebé, no lo olvides) que dilapida el tiempo líquido de esta cuarentena eterna leyendo las boludeces que escribís no sabe (no les contaste) qué fue de los restos de Panghitruz Ghor, de Calfucurá, de tanta historia que amagaste a contar y no concluiste, porque...

Ya estuvo bueno, querido diario.

Tenés razón (tengo razón, no debo olvidar que vos y yo somos la misma cosa). Me disculpo con la entrañable legión (por escueta que sea) que sigue estas reflexiones, a la cual prometo llegar al final feliz de esa historia demasiado cruel. 

Que, por supuesto, tiene que ver con la que empiezo a relatar, a mi modo, claro está: una especie de historia chiquita de la caída de Yrigoyen, del golpe contra Yrigoyen.

De los significantes, de los ecos de ese evento, que siguen haciéndose sentir, noventa años después.

Digamos, para empezar, volviendo la mirada hacia un relato gastado en tus páginas querido diario, que el abordaje del tema requiere de alguna explicación, a tenor del alborozo popular que acompañó al general absurdo, criminal, que sustituyó a Yrigoyen por la fuerza en septiembre de 1930 contrastante con el júbilo de dos años atrás cuando casi el 60 por ciento de los varones argentinos había votado por su nueva llegada a la Presidencia y lo festejaba en las calles.

¿Qué habría pasado entre octubre de 1928 y septiembre de 1930?, vamos a preguntarnos querido diario.

Comencemos por lo evidente: si como escribí un 60 por ciento lo había acompañado con fervor, debo anotar que el 40 restante, lo había recibido con espanto.

Mucho se ha escrito sobre el segundo gobierno de Yrigoyen y vamos a escribir algo acá.

Primero, contestemos una pregunta esencial: ¿para qué fue reelecto Yrigoyen? O mejor, ¿por qué, a los 76 años (de 1928, edad que en este tiempo equivaldría a los 85) Yrigoyen quiso ser reelecto?

Recordemos, querido diario, que el objetivo central de su candidatura, según la propia confesión de Yrigoyen a unos jóvenes que lo habían visitado en su casa de la calle Brasil (entre los cuales estaba nuestro amado Homero Manzione) era la propiedad del petróleo; Guillermo Gasió, historiador honesto y obsesivo resume: "El segundo gobierno de Yrigoyen predicó como puntos centrales de la política económica: la defensa de la producción nacional, la promoción del comercio exterior y el mantenimiento del crédito externo".

Digamos entonces que, al margen de los proyectos de redención política y social invocadas por el líder (esencia de su militancia política) el plan de su gobierno se apoyaba en esos ejes centrales, con una finalidad de promoción de las actividades agrícola-ganaderas que suponía: "la retención mayor de provechos para los productores de cereales, la organización del crédito agrícola, la conquista de nuevos mercados para las carnes y una más amplia difusión del transporte y el perfeccionamiento de sus servicios".

Tales objetivos, no eran más que las asignaturas pendientes de su mandato anterior, cuando el Senado (de mayoría conservadora) obstaculizó los proyectos de ley que había enviado al Congreso, entre los cuales debe destacarse el de la creación del Banco Agrícola Nacional a fin de lograr una "organización adecuada del crédito que supone, lleva a los trabajadores del campo la posibilidad de movilizar  y aprovechar todos sus capitales, sin excluir sus propias energías al amparo de una legislación previsora que asegura para el esfuerzo perseverantes se legítima recompensa. Ocioso sería pretender demostrar los beneficios de todo orden que reportará  para el país la adopción de una política agraria que permita colonizar intensivamente nuestro suelo y radicar en las campañas una población laboriosa alejándola de los centros urbanos donde hoy se concentra".

Colonización de tierras ociosas e impulso a la radicación masiva de trabajadores en el ámbito rural, desalentando el hacinamiento de la mano de obra rural ociosa en las piezas de los conventillos de las grandes ciudades.

Me anticipo a tus prevenciones querido diario: en efecto, el pensamiento de Yrigoyen era agrarista, por tal receloso (nunca enemigo) del desarrollo industrial urbano. Que cada quien saque sus conclusiones.


La diversificación de la producción y comercialización de la producción primaria (la del campo, para resumir) era el gran objetivo de cuño igualitarista en el terreno de la economía: despojar el negocio de comercialización de granos y de carnes de las pocas manos que en muy poco tiempo, habían alcanzado un poderío económico con capacidad desestabilizadora.

Estado de cosas impúdico, además, el de la exhibición de la opulencia oligárquica confrontada a la situación de multitudes (sino menesterosas, merced a las políticas sociales desarrolladas durante su primer gobierno) apenas, supervivientes.

El acuerdo que su canciller, Horacio Oyhanarte, suscribiría en 1929 con el embajador inglés en Buenos Aires por el cual ambos Estados se concedían sendos créditos por una suma en libras esterlinas equivalente a 100 millones de pesos argentinos por el término de dos años (que no sería aprobado por el Congreso), acompañaba ese proyecto, sostenido a su vez en la premisa: "comprar a quien nos compra". 

Afiebrados intelectuales del nazionalismo criollo y abombados por izquierda, presentan a ese acuerdo como el antecedente del pacto que Julio Roca (h), vicepresidente del fraudulento presidente Justo, suscribiría con Walter Runciman en Londres en 1933, a partir del cual se comprometió al Estado argentino a realizar una serie de concesiones acorde con el sentido del discurso de despedida de Roca (h) al concluir esa misión cuando afirmó que: "la Argentina por su interdependencia reciproca es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico".

Nada de ello dijo ni pensaba Yrigoyen quien era (a su manera) nacionalista, pero no era estúpido.

Apenas había asumido su segunda Presidencia, recibió en Buenos Aires al presidente electo de los Estados Unidos Herbert Hoover, con quien se entrevistó.

Y como no era estúpido Yrigoyen, tuvo oportunidad de identificar de primera mano, sino al enemigo, al contrincante de su país.

El abaratamiento del costo del transporte, otro desafío del Presidente se explicaba en la situación (bien conocida por Yrigoyen) de los pequeños productores rurales quienes debían soportar el peso del flete para el acarreo de sus producciones en trenes controlados por compañías británicas. Cuya exhorbitancia, sumada a la avidez de los latifundistas que exigían el pago de arrendamientos prohibitivos, sino condenaba a la ruina a los chacareros, desalentaba toda nueva empresa, para colmo, sin la asistencia de la entidad financiera cuya creación había propuesto al Congreso.

De allí, también, su empecinamiento para la conclusión del ferrocarril a Huayquitina que terminó uniendo a Salta con Antofagasta (parte de la traza de ese ramal es el célebre "Tren a las Nubes"), concebido como un paso necesario para descomprimir al puerto de Buenos Aires, modificando la fisonomía de la infraestructura ferroviaria que en palabras de Yrigoyen traducía la imagen de "una sola puerta al frente y un largo y oscuro corredor atrás".

Todo se presentaba auspicioso a fines de 1928, a dos meses de la reasunción presidencial de don Hipólito. 

Que sería despedido en las páginas del diario oficialista "La Época": "Finaliza el año bajo el signo de auspicios augurales. El porvenir se abre ante la Patria como radiante aurora- Bajo la inspiración política del gran ciudadano se ha elaborado sin pausa y sin reposo, con extraordinaria capacidad gubernativa y profunda versación en todos los problemas planteados por la realidad de la vida colectiva a la acción del Estado" 

Los meses que seguirían a ese augurio se empecinarían en tronchar esas esperanzadas certezas.


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