viernes, 10 de julio de 2020

Diario de la cuarentena. Día 111.



Sigo, seguimos querido diario, transitando este tiempo eterno, sin final.

Arrancamos para el culo. Ya te veo venir con la cantinela de la queja. Aunque hay que leer por encima los escritos con los que maltratás mis páginas para concluir que la coherencia no es lo tuyo, ayer nomás, como acostumbrás a escribir, prometiste no quejarte más. Te leen muy pocas personas, las vas a terminar de hartar, van a huir, melonazo...

No soy el único reiterativo, parece, querido diario. Varias veces me advertiste sobre aquello del hartazgo de mis pocos lectores. Y te reitero que no persigo una audiencia multitudinaria, que escribo para mí y para la gente que gusta leer lo que escribo, no sé cuántas veces más tendré que dejártelo en claro...

En todo caso es tu problema, bebé. Vos, yo y tus cinco lectores saben (sabemos) que yo soy vos. Una especie de Pepe Grillo a la violeta que intercala en tus relatos sin fin reflexiones, advertencias, pedidos de disculpas, boludeces, que vos, nene, querés dejar escritas. En este momento sos vos el que escribe lo que yo, que soy vos, deja asentado en estas páginas tan maltratadas...

Cierto. No voy a discutir con nadie (ni siquiera conmigo mismo) mis ademanes (Viñas dixit) bipolares. Seguimos así, nomás.

Refugiado en uno de mis placeres, el cine (cada vez menos placentero, no encuentro posturas para casi nada, querido diario y termino viendo todo lo que veo enroscado en el sillón, mustio, chatito como moneda de cinco) estuve dándole duro a Cinear, el canal del INCAA, que alguna vez recomendé por este pago.

Quizás deliberadamente, por ese canal se emitieron, antenoche y anoche en horario central, dos productos antagónicos desde todo punto de vista. En especial a partir de la concepción del cine: como expresión genuina y esencial del tiempo que refleja o, en su caso, como mascarada pueril y deshonesta.

Expresivas ambas producciones, valga la redundancia, de esas dos alternativas; pocas veces tan evidentes.

Si Bernarda es la Patria, emitida anoche como uno de los tantos estrenos televisivos, autorizados por don Luis Puenzo en esta emergencia, representa cabalmente la primera variante; Solo se vive una vez, es la expresión más canallesca de la segunda.

Arranquemos por el final. 

Concebida al inicio del inolvidable cuatrienio de aquel hombre de Estado nacido en Tandil que, para felicidad de la Patria por estos días presta su palabra a reportajes que lo pintan de cuerpo entero, Solo se vive una vez, es una coproducción argentino-española, que tuvo por mérito convencer a Depardieu (cuya última actuación decorosa se remonta, al menos, treinta años atrás) a dignarse a visitar el culo del mundo y componer un personaje patético como esa película.

Patética y expresiva del peor provincianismo posible (sé, querido diario que es un término equívoco, pero voy a usarlo igual): destinada a celebrar la participación de Depardieu que, acorde con los últimos treinta, treinta y cinco años de trabajo, hace todo espantosamente mal.

E irrespetuosamente mal, dado que se advierte en él un desprecio hacia todos y todo, que sus responsables tenían bien merecido.

Para ilustrar con un ejemplo lo que vengo escribiendo, querido diario: dado que ese pastiche es un canto a la gestión de su paso por la alcaldía de Buenos Aires de quien era entonces, flamante presidente de la Nación, el filme abunda en reiteradas vistas panorámicas de la Buenos Aires que ese estadista nos dejó (una innecesaria y muy extensa toma aérea de la 9 de Julio con su reluciente Metrobus es una prueba de ello) y, en este caso en un alarde de cholulismo, se utilizan nuevos drones para inmortalizar las torres del Puerto Lic. en Letras Carlos Alfredo Grosso (Medina dixit) y terminar en una de la terrazas del CCK, recorrida en soledad por un híper obeso Depardieu. La cámara aérea, acompaña al francés hacia uno de los salones del Centro Cultural, donde se desarrollaría una nueva escena absurda  a tono con esa película ídem.

Depardieu was here, pareciera ser la razón única de esa toma, bochorno que luego se subraya con la intervención muda del notable comediante Alfredo Castellani (La suerte está echada, Días de vinilo, Revolución, el cruce de los Andes, en cine y Todos contra Juan, El elegido  y La Leona, para mentar sus intervenciones más destacadas, en televisión) jugando una especie de camarero (de guantes blancos) que le acerca a Depardieu una bandeja de plata con un... mate. Porque aunque francés, el personaje de Depardieu toma mate todo el tiempo.

En medio de eso, actuaciones de españoles contratados ad-hoc, todas horrendas: las del actor Segura, e incluso la del notable Carlos Areces (protagonista de Balada triste de trompeta) a quien le hicieron componer un personaje que se supone habla como la gente que vive en esta ciudad y alrededores, sin ningún éxito, aunque no se haya dado la pera contra el suelo, especialidad del mexicano Demián Bichir desde su indeleble actuación en la igualmente horrenda Muerte en Buenos Aires.

Me ocupe demasiado de Solo se vive una vez, esperpento que ni siquiera salvan las actuaciones de Darío Lopilato (a esta altura, uno de los mejores comediantes de su generación), de Juan Pedro Lanzani (excelente, como siempre) ni la consabida excelencia del siempre excelente Luis Brandoni, cuyo título remite vaya uno a saber qué, espantado en el que se habrán invertido millones de dólares, ópera prima de un tal Federico Cueva con guion (muy bien disimulado) de cinco personas, troupe encabezada por Axel Kutchevatsky.

El cuasi exacto revés es la otra película que comentaba Bernarda es la Patria, que gira alrededor del mundo gay antes de (aunque nunca del todo plena) "amigabilidad" de este siglo veintiuno  a las personas que tienen, sienten, desean o eligen una sexualidad distinta de la estereotipada "normal".

Hace foco en la biografía del actor Guillermo Lemos que a la vez protagoniza la película, que se desarrolla a partir de una puesta de La casa de Bernarda Alba, de Lorca, con Willy como protagonista.

Entre ensayos y castings para la puesta, desfilan grandes actores de la jerarquía de Iván Moschner y Carlos de Feo, quienes brillan interpretando personajes de ese clásico en el teatro Margarita Xirgu, una de las salas más hermosas de Buenos Aires para una especie de jurado integrado por el director de la película Diego Schipani, Willy, Verónica Llinás y Fernando Noy.

La película comienza con Vanesa Show, cuya foto a su vez, encabeza esta entrada; ícono de la Buenos Aires trans de los '70s. Siempre sensual (en sus años mozos, era una especie de tercera hermana de las Pons, su parecido con Norma y Mimí era notable), Vanesa juega con la boa de plumas y hace mohínes a la cámara.

Luego de ello, comienzan los testimonios de varones homosexuales algunos haciendo pasos de comedia (Gustavo Moro imita a Moria Casán), otros cuentan sus vivencias durante esos años tan difíciles: Tino Tinto y Mosquito Sancinetto entre otros.

Cuando aparece Willy, todo se opaca: para que quede en claro que el protagónico es suyo.

Y si la película gira alrededor de su búsqueda para una mejor composición de Bernarda Alba, contará casi sin tapujos ni reservas su vida. Como botón de muestra, querido diario, sin querer inspirar ningún sentimiento compasivo contará que cuando era muy chiquito su padre lo llevaba a su cama para jugar "al supermercado", abusándolo sexualmente a diario.

Como escribí, contado al pasar, porque la película refleja esa sociedad sumergida durante tantos años de durísima represión (las violentísimas razzias policiales extendidas hasta bien avanzado el gobierno de Raúl Alfonsín, la incomprensión y la discriminación del entorno más cercano, los espacios de libertad, etc.).

Un collage que refleja con precisión, ternura y honestidad esas almas tan malqueridas, tan maltratadas, tan humilladas. Filme que lleva el sello de una de sus productoras, Albertina Carri.

Ese rigor, esa honestidad, esa decencia con la que fue filmada la película estrenada anoche en la señal de Cinear contrasta tanto y tanto con aquella otra exhibida antenoche por esa misma señal, contraste que me incitan a compartir estas impresiones deshilvanadas, a tono con el ánimo que esta cuarentena eterna despierta en mi, querido diario.


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