viernes, 15 de junio de 2012

Elogio de Sarlo.

No soy tan voluble como para dar un giro de campana: burlarme de Beatriz Sarlo en una entrada y elogiarla en otra.

Tampoco (no estoy muy seguro de esto, lo admito) me influye la intervención de un intelectual (este sí que lo es, y de sobra) honesto y entrañable en el debate (que tanto ansiaba, que tanto celebro) abierto con motivo de mi entrada anterior, en lúcida defensa de Sarlo, sino que escribo para aclarar, faena en la que seguramente oscurezca, según enseñaba don Ata.

No participo de cierta mirada excesivamente crítica (sino cruel) con quien no lo merece, en mi mirada. Digamos: no obstante visite en demasía su estudio, Sarlo no es Morales Solá, por decir algo. Sarlo, cuando Morales censuraba a Caloi, editaba un espacio cultural que supo ser una eficaz trinchera contra el terrorismo de Estado, tiempos durante los cuales podía ir la vida de quien osare desafiar ese poder omnímodo, como Sarlo lo desafió.



No está mal dejar de tenerlo en cuenta, más allá de que uno cuestione (con acidez, con torpe ironía y -por qué no- con dolor) el lugar en donde se para aquí y ahora Sarlo quien, para concluir, jamás será el enemigo.

Tengo para mí que tiene un rechazo visceral hacia la Presidenta (mucho más enconado que el que tributó a Néstor) y esa discrepancia la ha llevado a escribir y a publicar (actos per se de ponderable valentía) columnas y escritos que me han molestado en grado sumo. Por todos, su vista al mausoleo de Néstor en Río Gallegos, una intervención olvidable e impropia de ella.

Sin embargo, a horas de la muerte de Néstor la recuerdo en una intervención de mucha dignidad. Fue en TN, creo que entrevistada por Van der Kooy y el otro, que también escribe en Clarín. Sarlo era prudente, no digo que estaba dolorida, aunque muy impactada. Más que por la muerte de Néstor, por la reacción popular que (lo que se hereda no se hurta) le llegaba de manera muy nítida. Recuerdo que se la quería hacer decir algo en el sentido de la columna que al día siguiente publicaría Joaquín Morales Solá en La Nación, ese brevario de odio, tan desbordante en su despreocupación por respetar tanto dolor colectivo.

Dijo Beatriz, cuando se le preguntó por la concurrencia al sepelio de Néstor (a los preparativos, en rigor, porque el cuerpo estaba en Santa Cruz y tantos, entre ellos el que escribe, fuimos a la Plaza a hacernos compañía para tratar de entender lo inconcebible) y se aludió a la cantidad de micros que serían fletados para el evento una frase que me llegó, que cito de memoria.

"En esta noche tan especial, tan dolorosa, tan peronista, me permito una reflexión peronista, evocando los años de mi juventud. La organización política se compone necesariamente de andamiajes como el que se señala. Si una persona de una villa en Escobar, quiere ir a un acto político, necesita movilidad y por lo menos, que se le provea de una vianda y alguna bebida para poder estar durante tantas horas. Si no existe ese aparato político esa persona, que quiere ir voluntariamente, no puede hacerlo. No voy a criticar el uso de los ómnibus, mucho menos, en esta noche tan peronista".

Un recuerdo, cálido, con quien disiento seguido pero que, en el fondo de su almita, como dice el tango, abriga sentimientos tan dignos como los expresados en la noche (tan aciaga, tan peronista) del 27 de octubre  de 2010.

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