miércoles, 20 de junio de 2012

El hijo de la Patria.

Hace muchos años, me invitaron a participar de un programa de televisión que conducía Pacho O'Donnell en el ATC del menemato crepuscular. Se llamaba "Encrucijadas", se abordaba el estudio de un tema o personaje histórico y dos historiadores (junto con el conductor) despartían sobre ese tema, con un esquema de contradictor y defensor de tal o cual personalidad o evento histórico.

En una mesa aparte, escuchaban dos "promesas del mañana" (o algo así) que arriesgaban alguna opinión sobre el tema discutido, vaya uno a saber a guisa de qué.

Una de esas "promesas del mañana" era quien escribe estos dislates.

El programa versaba sobre Manuel Belgrano y en camarines, O'Donnell me había convocado para escrutarme acerca de qué es lo que iba a decir yo sobre el prócer. Le dije algo así como que subrayaría el sentido universal de Manuel Belgrano. O'Donnell (recuerdo que lo estaban maquillando) se sobresaltó, temiendo tener ante sí a un delirante y le aclaré que decía aquello en función del equilibrio que existía respecto de la valoración que se hacía de Manuel Belgrano, desde las dos trincheras historiográficas que ensalzaban o denostaban a determinado prócer. Le gustó al conductor y sobre eso hablé cuando me tocó hacerlo.


Los historiadores convocados (que hablaron después, en mesa aparte, con O'Donnell) para ese programa fueron: Félix Luna y María Esther de Miguel. Recuerdo a De Miguel, lo que dijo De Miguel, en verdad, una mujer ya madura, pero de una dulzura y belleza destacables. Comentó algo que encontré entonces interesante, dijo que a tal punto era decisiva la intervención de Belgrano en la conformación de eso que hoy conocemos como Argentina, que sus triunfos y derrotas militares decidieron la suerte (y los límites) de ese territorio que hoy integra nuestro país. Las provincias de Salta y Tucumán integran la Argentina; las pampas de Vilcapugio y Ayohuma, no.


Sentí desde siempre un sentimiento de afecto, de empatía  hacia Belgrano. De reconocimiento por su entrega, su desprendimiento en ese tiempo convulsionado de inicios del siglo XIX, tiempo en el que Belgrano pareció (en mi mirada) haber jugado en el bando de aquéllos que piensan parecido a uno. Y que además, lo hicieron con tanta dignidad.


Un abogado (como su primo, Juan José Castelli) puestos a conducir ejércitos. Bien o mal, lo hicieron, exponiendo el pellejo. 


Será por eso que valoro tanto a Belgrano (y por estos días, por estos años, en rigor) a Juan José Castelli, de quien desconfiaba, intoxicado como estaba, en esos años en los que se me invitaba como una promesa de algo, a programas como el que conducía O'Donnell en el ATC del menemato en retirada, de lecturas abyectas como "Año X" de autoría de un nazi que por delicadeza su nombre no vamos a escribir. Esas intoxicaciones, de ese tiempo de idiotez juvenil, me hacían partidario de Liniers, de Saavedra, de Rosas. En este tiempo de adultez pretensamente lúcida, sólo me quedo con don Juan Manuel, por razones bien distintas a las predicadas en esa etapa íntima en la que era tan opa (por lo menos, mucho más que ahora).


Fue en ese tiempo en el que se publicó un trabajo que he releído seguido: Epistolario belgraniano. Libro importante, que condensa las cartas que Belgrano firmó entre 1790 y 1820: desde la primera fechada en Madrid el 10 de febrero de 1790 a mi venerada Madre y Señora, doña María Josefa González Casero; hasta la última que se conoce de su autoría, firmada el 9 de abril de 1820 en la costa de San Isidro, a su amigo, el tucumano Celestino Liendro, pasando por las intercambiadas con buena parte de los principales  protagonistas de ese tiempo: la princesa Carlota Joaquina, Mariano Moreno, José de San Martín, Martín Miguel de Güemes, Feliciano Chiclana, Juan José Paso, Tomás de Anchorena, entre tantos.




Es muy rica, además, la epistolaria sostenida con Bernardino González Rivadavia, personaje siniestro (y vaya si los ha habido hasta entonces, y los habría) de estas pampas.


De esas cartas, escribo para destacar dos, ambas dirigidas en rigor al Excmo. Gobierno Superior de las Provincias Unidas, en rigor, al despacho de Rivadavia. 


La primera fue fechada el 27 de febrero de 1812 en Rosario: "Excmo. Señor: En este momento que son las seis y media de la tarde se ha hecho salva en la Batería de la Independencia y queda con la dotación competente para los tres cañones que se han colocado, las municiones y la guarnición. He dispuesto para entusiasmar a las tropas, y estos habitantes, que se formen todas aquéllas, y hablé en los términos de la copia que acompaño. Siendo preciso enarbolar Bandera y no teniéndola la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la Escarapela nacional, espero que sea de la aprobación de V.E."


No sería de la aprobación de V.E., haciéndosele saber: "El gobierno deja a la prudencia de V.S. mismo la reparación de tamaño desorden (la jura de la bandera), pero debe prevenirle que ésta será la última vez que sacrificará hasta tan alto punto los respetos de su autoridad y los intereses de la nación que preside y forma, los que jamás podrán estar en oposición a la uniformidad y orden. V.S. a vuelta de correo dará cuenta exacta de lo que haya hecho en cumplimiento de esta superior resolución". 


Y Manuel Belgrano lo hizo saber en los términos de la más lúcida y valiente de sus misivas, fechada en Jujuy el 18 de julio de 1812: "Debo hablar á Vuestra Excelencia con la ingenuidad propia de mi carácter, y decirle, con todo respeto, que me ha sido sensible la reprensión que me da en su oficio de 27 del pasado, y el asomo que hace de poner en ejecución su autoridad contra mí, si no cumplo con lo que se manda relativo á la bandera nacional, acusándome de haber faltado á la prevención del 3 de marzo, por otro tanto que hice en el Rosario. Para hacer ver mi inocencia, nada tengo que traer mas á la consideración de Vuestra Excelencia, que en 3 de marzo referido no me hallaba en el Rosario; pues, conforme á sus órdenes del 27 de febrero, me puse en marcha el 1° ó 2 del insinuado marzo, y nunca llegó á mis manos la contestación de Vuestra Excelencia que ahora recibo inserta; pues á haberla tenido, no habría sido yo el que hubiese vuelto á enarbolar tal bandera, como interesado siempre en dar ejemplo de respeto y obediencia á Vuestra Excelencia, conociendo que de otro modo no existiría el orden, y toda nuestra causa iría por tierra. Vuestra Excelencia mismo sabe que sin embargo de que había en el ejército de la patria cuerpos que llevaban la escarapela celeste y blanca, jamas la permití en el que se me puso á mandar, hasta que viendo las consecuencias de una diversidad tan grande, exigí de Vuestra Excelencia la declaración respectiva. En seguida se circuló la orden, llegó á mis manos; la batería se iba á guarnecer, no había bandera, y juzgué que sería la blanca y celeste la que nos distinguiría como la escarapela, y esto, con mi deseo de que estas provincias se cuenten como una de las naciones del globo, me estimuló á ponerla. Vengo á estos puntos, ignoro, como he dicho, aquella determinación, los encuentro fríos, indiferentes y tal vez enemigos; tengo la ocasión del 25 de mayo; y dispongo la bandera para acalorarlos y entusiasmarlos, ¿y habré por esto cometido un delito? Lo sería, Excmo. Señor, si, á pesar de aquella orden, yo, hubiese querido hacer frente á las disposiciones de Vuestra Excelencia; no así estando enteramente ignorante de ella; la que se remitiría al comandante del Rosario, y obedecería, como yo lo hubiera hecho si la hubiese recibido".


Concluye, la poderosa pieza que transcribimos hoy, a 192 años de su muerte haciéndole saber a los paniaguados burócratas que lo reprendieron, con la indignación de los justos:


"La bandera la he recogido, y la desharé para que no haya ni memoria de ella, y se harán las banderas del regimiento n° 6 sin necesidad de que aquella se note por persona alguna; pues si acaso me preguntaren por еllа, responderé que se reserva para el día de una gran victoria por el ejército, y como esta está lejos, todos la habrán olvidado, y se contentarán con lo que se les presente. En esta parte V.E. tendrá sus sistema al que me sujeto, pero diré también, con verdad, que como hasta los  indios sufren por el Rey Fernando 7° y les hacen padecer con los mismos aparatos que nosotros proclamamos la libertad, ni gustan oír el nombre de Rey, ni se complacen con las mismas insignias que los tiranizan. Puede V.E. hacer de mí lo que quiera, en el firme supuesto de que hallándose mi conciencia tranquila, y no conduciéndome a esa, ni otras demostraciones de mis deseos por la felicidad y glorias de la Patria, otro interés que el de la misma, recibiré con resignación cualesquier ofrecimiento, pues no será el primero que he tenido por honradez y entusiasmo patriótico. Mi corazón está lleno se sensibilidad, y quiera V.E. no extrañar mis expresiones, cuando veo mi inocencia y mi patriotismo apercibido en el supuesto de haber querido afrontar sus superiores órdenes, cuando no se hallará una sola de que se me pueda acusar ni en el antiguo sistema de Gobierno, y mucho menos en el que estamos, y que a V.E. no se le oculta (ilegible) sacrificios [que] he hecho por él. Dios guarde a V.E. muchos años"

Manuel Belgrano.

1 comentario:

  1. Que modiocridad la de Rivadavia y que astucia la del general. Muy bueno el artículo.Un saludo. Noemí.

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