Debo a una querida amiga, María Cecilia
Mendoza, mi interés sobre Homero Manzi, una personalidad que antes
de entregarme al estudio de su biografía, desconocía en la magnitud
que hoy reconozco, aunque quede mucha tela por cortar.
Además de letrista colosal (mejor, de un
hombre que escribió letras para los hombres, desechando la
alternativa de ser un hombre de letras, en palabras de Manzi), supo
ser un destacado dirigente político de un partido que nunca dejó de
sentir como propio: la Unión Cívica Radical.
Homero Nicolás Manzione (tal, su nombre, con
el que era reconocido en el ámbito político, el que encabezó los
comités que supo fundar en el norte del país a fines de los años
'20s), fue un militante jugado con la causa radical, la de Yrigoyen;
líder al cual le tributó una admiración desbordada, tan argentina.
Ya adulto, escribió una semblanza del recuerdo que atesoraba del
momento de asunción a la Presidencia de don Hipólito, por primera
vez: “el
12 de octubre de 1916, llevado de la mano de mi madre, mis ojos de
ocho años lo vieron, de pie sobre su coche, emergiendo del fondo de
la multitud como si saliera, a la manera del Sol, de la línea del
horizonte, avanzar como sobre las cabezas del pueblo y escuchar el
griterío enronquecido de amor, sin un gesto, como si esas voces
hubieran resonado eternamente en su soledad para perderse de mí,
dejándome en la retina, impresos con trazos indelebles, su
aparición, su gesto y su figura. Mi candidez de niño lo vio allí
tan grande como era; tan grande como nunca más alcanzó a verlo mi
inteligencia de hombre”.
Ese
radicalismo de Manzione, lejos de extinguirse se encendió en una
llamarada candante, indomable, cuando Yrigoyen se proponía como
sucesor de Alvear en el '28, tiempos en los cuales supo coincidir con
un amigo, que a poco de ser derrocado ese líder popular, en
septiembre de 1930, dejería en el recuerdo la presidencia del
“Comité de Intelectuales Yrigoyenistas”, que hacía funcionar en
su domicilio de la calle Quintana 222, para declararse, a la vez que
furiosamente antiperonista, tercamente antirradical: Jorge Luis Borges,
sobre quien volveremos.
Radicalismo
flamígero que lo empujó a una militancia activa en contra de la
dictaduras (militares o civiles) que se sucederían a partir de 1930,
involucrándose, incluso, en el armado de bombas caseras en el
domicilio paterno de la calle Garay, enrolándose en cuanta
revolución yrigoyenista deba vueltas para derribar por la fuerza a
aquéllos que habían usurpado el poder que, por mandato popular, le
correspondía ocupar a la UCR.
1935
sería un parte-aguas en la historia del radicalismo. Un sector
(denominado “concurrencista”) se impuso sobre los
“abstencionistas” en el seno de la Convención Nacional
partidaria y la UCR, cuyo Comité Nacional, presidido por Marcelo de
Alvear (curadas -a medias- las heridas de su apoyo al golpe de
septiembre de 1930), decidió participar en el sistema electoral
(viciado, perverso) que proponía el abyecto Agustín Justo. Fue a
mediados de ese año, cuando Manzione, en compañía de otros
correligionarios como Arturo Jauretche, Gabriel del Mazo, Luis
Dellepiane, entre otros,(aclaro que Raúl Scalabrini Ortiz fue un
entusiasta colaborador de FORJA, pero nunca adhirió formalmente,
debido a su resistencia a afiliarse a la UCR, condición para
integrarla) se opuso a esa decisión que vislumbraban atinadamente
como suicida para los intereses del país, fundando una línea
interna que llamarían: “Fuerza de Orientación Radical de la Joven
Argentina” (FORJA), inspirada en una frase maravillosa e
ininteligible del entonces, fallecido Hipólito Yrigoyen: “Todo
taller de forja es como un mundo que se derrumba”.
Sintetizar,
aún, la obra de FORJA (recogida en estos años merced a una política
que viene a recuperar esos valores y a izar esas banderas que
creíamos arriadas para siempre) excede con creces las pretensiones
de esta página, ya elegiremos el momento.
Quiero
llegar a un momento decisivo en la vida y la trayectoria política de
Manzione, quien, pese a haber apoyado a los candidatos de la Unión
Democrática en ocasión de la elección de febrero de 1946 que
llevaría a Perón a la Presidencia de la Nación, advirtió en las
medidas que llevaba adelante ese gobierno constitucional, la
concreción del ideario yrigoyenista que lo había movido a lo largo
de toda su vida, y en ocasión de visitar al Presidente en diciembre
de 1947, es expulsado del seno de su partido.
Fue
entonces cuando pronunció por “Radio Belgrano”
una
pieza de profundo contenido político que, a causa de una muerte
prematura, supo ser su testamento político. Lo llamó con un nombre
curioso: “Las
Tablas de Sangre del Radicalismo”,
evocativo de un texto canallesco escrito por Rivera Indarte contra
Rosas cien años atrás, bien pago por los enemigos externos del
Restaurador, de acuerdo a lo demostrado por José María (Pepe)
Rosa.
Texto
poderoso, de notable actualidad, el de Manzione, que puede esccuharse
completo en:
http://historiaydoctrinadelaucr.blogspot.com.ar/2011/04/tablas-de-sangre-del-radicalismo-por.html
,
que desde luego recomiendo. Destacamos algunos párrafos. Luego de
demoler críticamente a la conducción partidaria por su postura
antipopular, expresada en una oposición sin cortapisas al gobierno
de Perón, por parte de los diputados nacionales de la UCR,
considera: “Por
ello, no podemos compartir la postura de oposición sistemática y
recalcitrante asumida por el comando radical y por el bloque de
diputados nacionales del radicalismo. La revolución tal vez no
necesite los votos de esos diputados ni nuestra opinión, puesto que
posee mayorías propias. Pero nosotros necesitamos que la Unión
Cívica Radical no caiga, por un peligroso juego de oposición
antiperonista en un campo reaccionario y antirradical. ” “Cuando
en política el adversario ocasionalo permanente puede dar
cumplimiento a los mismos principios a que nosotros aspiramos, sólo
cabe secundar e impulsar su realización. De lo contrario, estaríamos
bregando por hegemonías meramente individuales que sólo interesan a
las personas, pero que son ajenas al destino de los pueblos”.
Más
adelante define a Perón como: “reconductor
de la obra inconclusa de Hipólito Yrigoyen. Mientras siga siendo
así, seremos solidarios con la causa de su revolución, que es
esencialmente nuestra propia causa”, aunque
destaca que el apoyo que se le brindaba no suponía: “abdicar
de nuestro radicalismo ni por qué sumarnos al movimiento peronista.
Cuando entendamos que la orientación fundamental está en peligro
de desviación, trataremos de seguir la empresa que él ha sido
concretar en este momento, para lo cual contaremos con una conciencia
acreditada por el sacrificio y el renunciamiento que implica nuestra
adhesión. Quienes procedan de modo contrario y emprendan la senda
antirevolucionaria aunque sea empujados por ambiciones políticas,
corren el riesgo de encontrarse al lado de lo que ahora combaten si
lo que ahora combaten, en un día malhadado, dejase de ser
revolucionario”.
Y
concluye: “esta
posición, así confesada y esclarecida, constituye todo nuestro
delito de leso partidismo. Y ese delito es lo que movió la sanción
fratricida del comité de la Capital. Quienes nos tildan de
opositores, se equivocan. Quienes nos tildan de oficialistas,
también. No somos ni oficialistas ni opositores, somos
revolucionarios” .
Toda
relación del ideario manziano
con las disyuntivas presentadas por este tiempo no es mera
coincidencia.
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