martes, 5 de junio de 2012

Radical, como Homero Manzi


Debo a una querida amiga, María Cecilia Mendoza, mi interés sobre Homero Manzi, una personalidad que antes de entregarme al estudio de su biografía, desconocía en la magnitud que hoy reconozco, aunque quede mucha tela por cortar.

Además de letrista colosal (mejor, de un hombre que escribió letras para los hombres, desechando la alternativa de ser un hombre de letras, en palabras de Manzi), supo ser un destacado dirigente político de un partido que nunca dejó de sentir como propio: la Unión Cívica Radical.

Homero Nicolás Manzione (tal, su nombre, con el que era reconocido en el ámbito político, el que encabezó los comités que supo fundar en el norte del país a fines de los años '20s), fue un militante jugado con la causa radical, la de Yrigoyen; líder al cual le tributó una admiración desbordada, tan argentina. Ya adulto, escribió una semblanza del recuerdo que atesoraba del momento de asunción a la Presidencia de don Hipólito, por primera vez: “el 12 de octubre de 1916, llevado de la mano de mi madre, mis ojos de ocho años lo vieron, de pie sobre su coche, emergiendo del fondo de la multitud como si saliera, a la manera del Sol, de la línea del horizonte, avanzar como sobre las cabezas del pueblo y escuchar el griterío enronquecido de amor, sin un gesto, como si esas voces hubieran resonado eternamente en su soledad para perderse de mí, dejándome en la retina, impresos con trazos indelebles, su aparición, su gesto y su figura. Mi candidez de niño lo vio allí tan grande como era; tan grande como nunca más alcanzó a verlo mi inteligencia de hombre”.

Ese radicalismo de Manzione, lejos de extinguirse se encendió en una llamarada candante, indomable, cuando Yrigoyen se proponía como sucesor de Alvear en el '28, tiempos en los cuales supo coincidir con un amigo, que a poco de ser derrocado ese líder popular, en septiembre de 1930, dejería en el recuerdo la presidencia del “Comité de Intelectuales Yrigoyenistas”, que hacía funcionar en su domicilio de la calle Quintana 222, para declararse, a la vez que furiosamente antiperonista, tercamente antirradical: Jorge Luis Borges, sobre quien volveremos.

Radicalismo flamígero que lo empujó a una militancia activa en contra de la dictaduras (militares o civiles) que se sucederían a partir de 1930, involucrándose, incluso, en el armado de bombas caseras en el domicilio paterno de la calle Garay, enrolándose en cuanta revolución yrigoyenista deba vueltas para derribar por la fuerza a aquéllos que habían usurpado el poder que, por mandato popular, le correspondía ocupar a la UCR.


1935 sería un parte-aguas en la historia del radicalismo. Un sector (denominado “concurrencista”) se impuso sobre los “abstencionistas” en el seno de la Convención Nacional partidaria y la UCR, cuyo Comité Nacional, presidido por Marcelo de Alvear (curadas -a medias- las heridas de su apoyo al golpe de septiembre de 1930), decidió participar en el sistema electoral (viciado, perverso) que proponía el abyecto Agustín Justo. Fue a mediados de ese año, cuando Manzione, en compañía de otros correligionarios como Arturo Jauretche, Gabriel del Mazo, Luis Dellepiane, entre otros,(aclaro que Raúl Scalabrini Ortiz fue un entusiasta colaborador de FORJA, pero nunca adhirió formalmente, debido a su resistencia a afiliarse a la UCR, condición para integrarla) se opuso a esa decisión que vislumbraban atinadamente como suicida para los intereses del país, fundando una línea interna que llamarían: “Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina” (FORJA), inspirada en una frase maravillosa e ininteligible del entonces, fallecido Hipólito Yrigoyen: “Todo taller de forja es como un mundo que se derrumba”.

Sintetizar, aún, la obra de FORJA (recogida en estos años merced a una política que viene a recuperar esos valores y a izar esas banderas que creíamos arriadas para siempre) excede con creces las pretensiones de esta página, ya elegiremos el momento.

Quiero llegar a un momento decisivo en la vida y la trayectoria política de Manzione, quien, pese a haber apoyado a los candidatos de la Unión Democrática en ocasión de la elección de febrero de 1946 que llevaría a Perón a la Presidencia de la Nación, advirtió en las medidas que llevaba adelante ese gobierno constitucional, la concreción del ideario yrigoyenista que lo había movido a lo largo de toda su vida, y en ocasión de visitar al Presidente en diciembre de 1947, es expulsado del seno de su partido.

Fue entonces cuando pronunció por “Radio Belgrano” una pieza de profundo contenido político que, a causa de una muerte prematura, supo ser su testamento político. Lo llamó con un nombre curioso: “Las Tablas de Sangre del Radicalismo”, evocativo de un texto canallesco escrito por Rivera Indarte contra Rosas cien años atrás, bien pago por los enemigos externos del Restaurador, de acuerdo a lo demostrado por José María (Pepe) Rosa.

Texto poderoso, de notable actualidad, el de Manzione, que puede esccuharse completo en: http://historiaydoctrinadelaucr.blogspot.com.ar/2011/04/tablas-de-sangre-del-radicalismo-por.html , que desde luego recomiendo. Destacamos algunos párrafos. Luego de demoler críticamente a la conducción partidaria por su postura antipopular, expresada en una oposición sin cortapisas al gobierno de Perón, por parte de los diputados nacionales de la UCR, considera: “Por ello, no podemos compartir la postura de oposición sistemática y recalcitrante asumida por el comando radical y por el bloque de diputados nacionales del radicalismo. La revolución tal vez no necesite los votos de esos diputados ni nuestra opinión, puesto que posee mayorías propias. Pero nosotros necesitamos que la Unión Cívica Radical no caiga, por un peligroso juego de oposición antiperonista en un campo reaccionario y antirradical. ” “Cuando en política el adversario ocasionalo permanente puede dar cumplimiento a los mismos principios a que nosotros aspiramos, sólo cabe secundar e impulsar su realización. De lo contrario, estaríamos bregando por hegemonías meramente individuales que sólo interesan a las personas, pero que son ajenas al destino de los pueblos”.

Más adelante define a Perón como: “reconductor de la obra inconclusa de Hipólito Yrigoyen. Mientras siga siendo así, seremos solidarios con la causa de su revolución, que es esencialmente nuestra propia causa”, aunque destaca que el apoyo que se le brindaba no suponía: “abdicar de nuestro radicalismo ni por qué sumarnos al movimiento peronista. Cuando entendamos que la orientación fundamental está en peligro de desviación, trataremos de seguir la empresa que él ha sido concretar en este momento, para lo cual contaremos con una conciencia acreditada por el sacrificio y el renunciamiento que implica nuestra adhesión. Quienes procedan de modo contrario y emprendan la senda antirevolucionaria aunque sea empujados por ambiciones políticas, corren el riesgo de encontrarse al lado de lo que ahora combaten si lo que ahora combaten, en un día malhadado, dejase de ser revolucionario”.

Y concluye: “esta posición, así confesada y esclarecida, constituye todo nuestro delito de leso partidismo. Y ese delito es lo que movió la sanción fratricida del comité de la Capital. Quienes nos tildan de opositores, se equivocan. Quienes nos tildan de oficialistas, también. No somos ni oficialistas ni opositores, somos revolucionarios” .

Toda relación del ideario manziano con las disyuntivas presentadas por este tiempo no es mera coincidencia. 

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