martes, 10 de diciembre de 2019

Nuevos auspicios de un nuevo 10 de diciembre (primera parte)

En este afán por volver a escribir acá, que espero que me dure al menos por un par de entradas más, vengo al pago para dejar algún recuerdo. Alguito, como le gusta que escriba el querido compadre Fuertes.

No porque ande convencido de que vale realmente la pena publicar  recuerdos, sino para seguir despuntando el vicio de la escritura.

La excusa: otro 10 de diciembre.

Evocación que evidencia una de las (pocas) ventajas que me viene deparando ser el más joven de los viejos y el más viejo de los jóvenes. Tengo memoria de unos cuantos 10 de diciembre: desde el primero, de 1983; el segundo en 1999; el 25 de mayo de 2003 (que vino a ser un 10 de diciembre en otoño) y el cuarto, en 2011. Las veces que estuve, que presencié periféricamente esos eventos,e scribo para precisar conceptos.


Hay dos que preferiría olvidar. Y otros dos que atesoro como entrañables, incluso como experiencias formativas.

Anticipo y, aclaro, me pregunto y trato de responderme si  tiene algún interés, algún sentido, repasar esos eventos a partir del recuerdo de quien siempre estuvo lejos de tener protagonismo alguno en esas ocasiones.

La respuesta podría ser negativa. Sin embargo, en este sitio chico desde el cual se comparten cosas chicas, tiene algún sentido recordar. Como escribí esto es algo así como un diario personal, una hoja de ruta.

Y si años atrás me dedicaba aquí a repasar el día a día, (tarea que no tengo interés alguno en retomar), aunque deba forzarme hoy a pocas horas de haber escuchado el vibrante, ético y luminoso discurso del presidente Fernández, me abstengo de opinar en caliente algo más de lo que acabo de escribir.

Sólo destaco que tengo cierta experiencia en eso de repasar discursos presidenciales en ceremonias como la de hoy. Ninguna, me había conmovido tanto.


Pero dije, y reitero, que no es cuestión de andar escribiendo en caliente, sino de dejar recuerdos chiquitos, en este bazar de cosas pequeñas y si de memoria y de pequeñez se trata, me remonto 36 años atrás.

Era un día muy similar, en temperatura, al de este 10 de diciembre: unos 36 grados, aunque sin el bochorno de la humedad que junto con el calor hacen de Buenos Aires un infierno delicioso.

Lo recuerdo igualmente luminoso: ni una perra nube nos dio respiro a las miles de personas que nos apiñamos en los alrededores de la Plaza de Mayo, a la cual llegábamos (antes del mediodía) mi Viejo y yo.

Veníamos de San Isidro en tren. Llegamos a Retiro y recuerdo, como si fuera hoy, decenas de personas bajando del tren que venía de José León Suárez con banderas rojas y negras.

"¿Juega Newell's, papá?", recuerdo haberle preguntado a mi Viejo quien, paternal y contento porque le había salido tan futbolero, me aclaró que en realidad, quienes marchaban con esas banderas eran los militantes del "Partido Intransigente" del Dr. Oscar Alende.

Me avergonzó mi soncera, dado que había seguido la campaña electoral de 1983 con una pasión que en un pibe de 10 años sorprendía a unos cuantos: leía diarios, veía programas de televisión, me morfaba los discursos de Alfonsín (a quien imitaba a los gritos, en compañía de alguien o solo) en quien vea la reencarnación de un héroe. Por contraste, Ítalo Luder, Deolindo Bittel y por sobre todo, Herminio Iglesias (bestia negra de los niños bienpensantes de la clase media suburbana a la que pertenecía), eran los malos.

Y sabía (o creía saber) quien era el Dr. Oscar Alende. Candidato presidencial a quien un integrante de la familia política de mi padre había votado, única excepción de ese clan monocolor que se había volcado sin excepción por la candidatura de Alfonsín.

Conocía, también, el logo partidario de esa agrupación, la del Bisonte; negro y rojo con las letras "P" e "I" en blanco al centro.



Como siempre que venía a Buenos Aires exigí viajar en subte y allá fuimos. Línea C: estación Retiro, hasta estación Avenida de Mayo. A la salida de la boca de subte: un cielo refulgente, azul. La gente (joven en su enorme mayoría y con una boina blanca calzada en el marote) exultante, eufórica. Saltaban y bailaban. Y miles y miles de papelitos en el aire, en el suelo.

Luego de haberle roto artesanalmente las bolas, mi Viejo me compró una bandera plástica: mitad argentina, mitad rojo y blanca, los colores de la Unión Cívica Radical, el partido de toda la vida del presidente que asumía.

De ahí, a apostarnos sobre el vallado que separaba la vereda de la Avenida de Mayo con la calzada. Conocí la impunidad de la infancia, porque era tarde, Alfonsín estaba terminando su discurso y en una media hora pasaría por ahí, en el Cadillac descapotable de Perón.

"No ves que estoy con el pibe, la puta madre que te parió", le soltó Garcete (padre) a un fulano que no quería resignar el lugar que había conseguido para ver pasar al Presidente, aunque asumió su derrota apenas reparó en mi edad y estatura. Aunque volvió a quejarse (y a perder) cuando más aún tuvo que correrse para dejarle lugar para que él me acompañase a mí.

Hay recuerdos que mienten un poco, como dice Solari. La memoria tiene sus meandros, sus misterios, sus entresijos.

Digo esto porque en mi recuerdo (que miente bastante, parece), Alfonsín estaba ubicado en el costado derecho de la parte trasera del Cadillac, que era la que yo tenía a mano cuando pasó a unos metros de donde yo estaba, meta agitar la banderita.

Y me miró, por un instante, me miró.

Y decía que mienten los recuerdos porque volví a ver las imágenes 187 veces más y Raúl estaba ubicado del otro lado de la parte trasera del Cadillac. Pudo haber sido que doña Lorenza se había sentado y parecía que iba en ese flanco Alfonsín o que, directamente, creí haber visto a Alfonsín y creí haber visto que él me había mirado a los ojos.

Quien lo sabe.

Y ninguna importancia tiene, concluyo a poco de escribirlo.

Sí evoco con nitidez las miles de personas contentas y sonrientes. Bailaban, lo recuerdo vivamente. Era un clima de una alegría contagiosa.

"Siga, siga, siga el baile al compás del tamboril, que llegamos al gobierno, de la mano de Alfonsín" y meta cantitos: muchos de puteadas a los milicos que se iban.

Nos quedamos un rato más (mi Viejo siempre tuvo una ansiedad de vaya uno a saber porqué y me insistía para volver a casa, que era largo viaje, que estábamos lejos y roturas de bola similares).

Cuando pegábamos la vuelta recuerdo a un morochazo de pelo largo, que iba y venía por la Plaza. Llevaba una banderita con el escudo Justicialista con un mástil de caña de pescar larguísimo.

Celebraba, a su modo, el final de la dictadura.

Algunos de los radicales que eran enorme mayoría en esa Plaza (con una número importante de los ñubelistas del PI), aplaudieron al peronista solitario, mi Viejo, lo abrazó con calidez, aunque seguramente (fiel a su estilo) le haya soltado una cargada al oído. Gastador (titeador, diría el maestro Viñas), mi padre, además de ansioso. Ansiedad que hizo que nos perdiésemos el discurso de Alfonsín que pronunció desde los balcones del Cabildo.


Para cuando ese discurso se iniciaba estábamos los dos arriba de uno de los trenes Toshiba que hacían el recorrido por el Ferrocarril Mitre (de grandes y cómodos asientos rebatibles de cuerina verde). Mientras buscábamos asiento nos cruzamos con un pibe que andaba vendiendo pastillas.

Tendría uno o dos años más que yo. Recuerdo que me miró de arriba a abajo como quien mira al más imbatible de los pelotudos y se quedó con banderita que llevaba (la que conservé por muchísimos años), aquella que era mitad celeste y blanca, mitad con los colores radicales.

Y le dijo a mi Viejo: "decile que tire eso, comprale una bandera de Perón".

Para que le (nos) quedase claro que lo que venía le iba a ser muy difícil a mi héroe de los 10 años que asumía la Presidencia, recibido con tanta alegría popular, quien me había mirado a los ojos cuando lo saludé revoleando la banderita despreciada por el pibe de las pastillas, cumplir los ambiciosos objetivos que se proponía.




4 comentarios:

  1. Cómo me hubiera gustado vivir ese momento. Envidiable tu tu memoria amigo. Muy bueno!

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  2. Gracias por tu comentario, querido amigo! La construcción de la Patria es lenta y extensa. Ya viviras otros tan o más vivificantes!

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  3. Que hermoso recuerdo de ese día tan importante para nuestra historia. Tan lleno de esperanzas y de confianza para esa nueva etapa.El entusiasmo y cariño que despertaba el dr. Alfonsín!Algo de todo eso percibí en la última plaza. 0jalá el Dr, Fernandez lo logre.Abrazo grande de tu admiradora de siempre.

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