jueves, 9 de enero de 2020

Como aquella princesa del librito de cuentos. Eva Perón en España, año 1947 (primera parte)

Dedicado a Pablo C. Casas.


Algunas personas, no muchas, aunque muy queridas por mí, andan entusiasmadas con mi vuelta al blog.

Y, en homenaje a aquello del público que se renueva, voy a volver sobre algo que escribí hace algo más de 10 años, cuando trabajaba con el destinatario de esta entrada y un compañero de entonces (gran amigo ahora), Carlos Ameijeiras, quien me invitó a escribir colaboraciones para la publicación casi centenaria de la Asociación Benéfica de Corcubión, el pago gallego de sus mayores: la bellísima revista Alborada, de la cual tengo el privilegio de ser un colaborador permanente desde entonces.



La primera (y extensísima) colaboración escrita para Alborada llevaba el título de la que ahora refrito. Pretendo limitarme a hacerlo con alguna actualización descartando mi pretensión de desarrollar algunas notas biográficas de Eva Perón, lo que difiero para cuando tenga más tiempo y resuma algunos textos que tengo en carpeta. Ya se enterarán.

Al fin de cuentas, si Pierre Menard, según Borges, postulaba la necesidad de reescribir el Quijote cuatro siglos después, porqué no habría de tenerla mi relectura de la columna que trabajé mientras el país era gobernado por una muchacha peronista (ahora vicepresidenta de la Nación), que por estos días, vuelve a ser gobernado por otro presidente peronista.



Y ambos peronismos (aquel, al que adherí con el entusiasmo -excesivo, releo ahora- que prueban las entradas de este blog por esos días y éste, que me depara muy tenues expectativas más allá del contento de haber dejado atrás la horrorosa experiencia anterior) parece que me incitan a escribir sobre la mamá de ese movimiento que no integro pero que siento como una manera, una forma, que no es la mía, de entender, de leer a la comunidad de la cual soy parte.

A partir de ahora: mi texto de noviembre de 2010. Como no supe cómo editar en este formato las notas al pie, las incluyo en el texto entre paréntesis y con un cuerpo de letra más pequeño.


El viaje europeo que María Eva Duarte, en representación del presidente argentino, Juan Domingo Perón, llevó a cabo entre los meses de junio y agosto de 1947, ha sido objeto de análisis varios a cargo de estudiosos atraídos desde las muchas aristas que propiciaba ese evento, en particular en las alternativas del hito relevante de esa gira: la España de Francisco Franco, que repasaremos a lo largo de esta columna. 



Si muchos emprenden esa evocación en procura de corroborar preconceptos inconmovibles que proclaman la identidad ideológica y política entre ambos regímenes, necesario para cierta bibliografía que porfía en un presunto nazi-fascismo de Juan Domingo Perón, para otros –tal nuestro caso- el interés en el evento político se explica en la verificación de que ese viaje y sus alternativas dirimieron el nacimiento y la consolidación de la personalidad política de la viajera. (Para éstos, el interés del viaje de Evita a Europa radica en su paso por Suiza, donde habría concurrido a disponer la apertura de cajas de seguridad bancaria para depositar dineros públicos distraídos y por cierto, el botín que los nazis en fuga al finalizar la segunda guerra mundial, le habrían confiado al presidente argentino, hipótesis de Jorge Camarassa. La enviada, Planeta, Buenos Aires 1998. Superándolo todo, Marcelo García en La agente nazi Eva Perón y el tesoro de Hitler de reciente edición por editorial Sudamericana -que, evidentemente, conoció tiempos más felices- arriesga que esa gestión Evita la habría hecho para recuperar para los jerarcas nazis refugiados en el país Hitler y Bormann, entre ellos, con quienes el matrimonio presidencial se habría reunido en Bariloche en 1950 el botín que Perón les habría querido birlar entre cientos de dislates escritos en ese brulote).

Para mejor comprensión del evento, no obstante la difusión y amplio tratamiento, debe realizarse una referencia acerca de quien entonces estaba en trance de convertirse en “Evita”. 

Ante una personalidad de esa trascendencia -como suele suceder con las figuras de la historia argentina– su biografía ha estado sometida durante años por las polémicas más diversas, que se remontan, incluso, a su propio origen.


El historiador Fermín Chávez y los investigadores Otelo Borroni y Roberto Vacca y más recientemente Norberto Galasso -que respetan mucho a Evita y la quieren más aún-, con eco en recientes trabajos de investigación, coinciden en aseverar que su partida de nacimiento fue adulterada en ocasión de su casamiento con Perón, el 22 de octubre de 1945, con el objetivo de “lavar” su origen “ilegítimo”. (Idéntica maniobra se había llevado a cabo respecto de la partida de matrimonio inexistente entre Juan Duarte y Juana Ibarguren y las correspondientes a los nacimientos de todos sus hermanos, a quienes se les impuso el apellido Duarte. En esa oportunidad, la novia había presentado un acta de nacimiento correspondiente a “María Eva Duarte”, nacida en Junín el 7 de mayo de 1922, cuando en verdad había nacido tres años antes, bajo el nombre de Eva María Ibarguren -ver: Marysa Navarro, Evita, Edhasa, Buenos Aires 2005, pp. 23/5 y Alicia Dujovne Ortiz, Eva Perón. La biografía. Ed. Suma de Letras Argentinas, 1ª reimpresión, Buenos Aires 2005, pp. 15/49 y 212/3, respectivamente-. Debe anotarse que el novio también tenía un origen igualmente “ilegítimo”. Norberto Galasso en: Perón. Formación, ascenso y caída (1893-1955) Tomo I, Ed. Colihue, Buenos Aires 2005 e Hipólito Barreiro en: Juancito Sosa, el indio que cambió la historia, Ed. Tehuelche, Buenos Aires 2000; sostienen que al nacer no había sido inscripto con el apellido Perón, sino bajo el nombre de “Juan Domingo Sosa” -dado que sus padres no se habían casado aun- y que el alumbramiento no había sucedido el 8 de octubre de 1895, en Lobos, Provincia de Buenos Aires, sino en la vecina localidad de Roque Pérez, el 7 de octubre de 1893. La adulteración de su partida de nacimiento había sido llevada a cabo por su abuela Dominga Dutey viuda de Perón para que no fuese observado su ingreso al Colegio Militar de Buenos Aires, que no hubiera sido posible por la edad del entonces adolescente Juan y también en razón de su bastardía).


Ese origen hizo mucha mella en la joven actriz cuestión extensamente tratada en los trabajos que la exaltan y en aquellos que la denuestan, puesto que moldeó su espíritu, e incluso, forjó su identidad ideológica: "esa nena de ascendencia vasca, mestizada con criollos, de cabellos negros, nacida en las cercanías de la toldería de Coliqueo y traída a la vida por una partera india, lleva consigo desde su primer vagido, los rasgos propios del sector marginal respecto de esa Argentina que poco tiempo atrás había festejado el Centenario con fastos que intentaban ocultar su carácter de semicolonia inglesa. Y esa triple humillación la marca desde su nacimiento" (Norberto Galasso: "La compañera Evita", Colihue, Buenos Aires, 2012, p. 11).


Debe destacarse que esa decisión respondía a los cánones de un tiempo mojigato, aquel de los años ’40 en la Argentina, por los cuales se concebía como inadmisible la relación de un alto oficial del Ejército Argentino –que al momento de casarse con ella era candidato a la Presidencia de la Nación para las elecciones de febrero del año siguiente- con quien había nacido al margen de los mandatos de la Iglesia Católica (e incluso de las leyes civiles) para colmo actriz, no obstante el antecedente del presidente Marcelo de Alvear y su esposa Regina Pacini.


Aunque Perón no era Alvear, ni Evita una cantante lírica de prestigio europeo: su trayectoria se circunscribía a intervenciones poco destacadas en el teatro y otras (menos eficaces aún) en cinco filmes estrenados hasta entonces. (Su único protagónico en cine fue en la película “La pródiga”, de Mario Soffici, filmada durante ese año de 1945, se estrenaría recién en agosto de 1984. Para un detalle de la trayectoria artística de Evita Duarte, remito a: Roberto Blanco Pazos y Raúl Clemente: Diccionario de actrices del cine argentino (1933-1997), Corregidor, Buenos Aires 2008, segunda edición.)


Su fama la había ganado al intervenir en difundidos radioteatros en los que representaba a grandes mujeres de la Historia Universal. Su mala dicción y los furcios con los que normalmente tropezaba, eran la delicia de las familias bien que la oían para escarnizarla. Quienes hemos escuchado los discursos que pronunciaría a lo largo de su breve y arrolladora intervención en la política del país no podemos evitar azorarnos ante el contraste.


Todo ello, la hacía merecedora, a ojos de la pacatería imperante, de una condición cuasi prostibularia, fama que tendrá reflejo durante la gira española, cuestión que a su turno, se tratará.


El “escándalo” que significaba para tantos el ascendiente que Evita Duarte tenía sobre Perón, empinado funcionario del gobierno militar surgido de la clausura de la etapa conservadora iniciada en septiembre de 1930, ha sido así resignificado: “En cuanto a Perón, su casamiento con Eva es el acto más revolucionario de su vida. Y acaso sea el único. No debe serle excesivamente reprochada esta carencia pues ningún presidente argentino realizó un acto revolucionario (José Pablo Feinmann: Peronismo. Filosofía política de una persistencia argentina. Tomo I. Planeta, Buenos Aires 2010, p.159).


Evita, entonces, no habría sido una revolucionaria, sino una revolución en si misma. 


Desde el inicio de la presidencia de Perón, la mera presencia de Evita a su lado, produjo escozor y rechazo en los sectores altos y medios difundiéndose por años una anécdota que resume la intensidad de esas resistencias.

Desde la Sociedad de Beneficencia (creada en tiempos de Bernardino Rivadavia por la que se canalizaba la caridad de las clases acomodadas hacia los huérfanos, a los cuales se los humillaba anualmente haciéndolos desfilar por las calles céntricas de Buenos Aires con uniforme gris y munidos de una alcancía) se le había informado a Evita el impedimento que, a causa de su juventud, oponían las autoridades para que, en su carácter de primera dama se hiciera cargo de la presidencia honoraria, tal como lo mandaba la tradición. Ante la observación, la interpelada habría manifestado su acuerdo a las damas de beneficencia, proponiéndoles: “¡En ese caso, nombren a mi madre!” (ver: Dujovne Ortiz, cit., pp. 236/7. Remito asimismo a la eficaz recreación del hecho en la película “Eva Perón” con dirección de Juan Carlos Desanzo y guión de José P. Feinmann).

La digresión es necesaria para delinear las notas esenciales de la personalidad y los condicionantes de la mujer que visitaría España en junio de 1947, con apenas 28 años de edad, sujeta a los limitantes de su época por su propia condición de mujer; a su vez, carente de una trayectoria destacada previa a su  relación con Perón (que era demasiado reciente, por otra parte). Pese a lo cual supo y pudo constituirse en una de las líderes del movimiento de masas más poderoso desde su fuerza transformadora que se haya conocido en esta parte del planeta. 

Con la evidencia de los hechos, a más de medio siglo de acaecidos, consideramos que: “El año 1947 iba a ser […] vastamente rico en experiencias, dentro y fuera del país. Recién entonces asomará Evita en plenitud política junto a Juan Perón. Y hasta en los nombres crecerá su figura, como en esa Evita Capitana que pronto iba a ser coreada […]. La gira europea iba a significar para Evita algo más que una vivencia enriquecedora: tras este viaje su pueblo la iba a recobrar con una nueva dimensión política y social.” (Fermín Chávez: Perón y el Peronismo en la Historia Contemporánea. Ed. Oriente, Buenos Aires 1984, pp. 132/3).
 
En la próxima entrada desarrollaré las notas centrales de ese viaje iniciático el de de esa personalidad política impar que estamos evocando.

Trance, pasaje, literal y metafóricamente hablando.


NOTA: El contenido de esta publicación puede reproducirse total o parcialmente, siempre que se haga expresa mención de la fuente.

2 comentarios:

  1. Que mujer increíble!! No era una princesa!! Fue muy real, aún hoy despierta amor incondicional y un odio....TADS

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  2. Estimada/o "mis cosas".
    No era una princesa, coincido. Ni se movía como tal. Si, quizás, embriagaba los corazones de sus grasitas empilchandose como tal: cómo las princesas del librito de cuentos.
    Si anda con ganas, en futuras entradas abundare sobre sus atavios y las macanas que se escribieron entonces.
    Gracias por el comentario.

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