sábado, 25 de enero de 2020

Como aquella princesa del librito de cuentos. Eva Perón en España, año 1947 (octava parte: el "caso español", según el José María de Areilza)

El repaso del viaje de Estado de Evita a la España dictatorial de Francisco Franco viene extendiéndose (quizás, más de lo aconsejable), dado que entiendo que sus alternativas exigen una contextualización estricta para eludir toda simplificación mendaz de tanto filibustero. 

En consecuencia, la evaluación de ese relevante acontecimiento político debe llevarse  a cabo considerando la excepcional situación de Argentina y España entonces, para que las conclusiones a las que arribemos estén mínimamente justificadas. Ello, sin perjuicio de la habilidad o torpeza de quien evoca, cuestión sobre la cual no me corresponde opinar. Aunque pueden tener la certeza de que en este bazar sobra honestidad intelectual.

Para entendernos mejor: no se oculta nada de lo que cae en mis manos, de lo que conozco ni se tergiversan las fuentes, escrupulosamente estudiadas.

Aclarado el punto, recuerdo que al publicar la tercera entrega de esta saga me esmeré en atender a las motivaciones políticas de la visita (y de la relación bilateral) de un lado y el otro del Atlántico. Vuelvo ahora, sobre el tema.

Habíamos escrito acerca de la necesidad acuciante del régimen de Francisco Franco  de llegar a un acuerdo con Buenos Aires ante la asfixia que sufría desde frentes diversos. El internacional, a partir del boicot que las potencias vencedoras de la Segunda Guerra y la exclusión de España de la recién creada Organización de las Naciones Unidas; el interno, de necesidad extrema en procura de alimento para un pueblo al borde de la hambruna, escenario íntimamente relacionado con el bloqueo internacional referido. En este esquema, la relación bilateral con la Argentina no podía ser más oportuna.

La Argentina de Perón también era tratada con hostilidad por esas potencias: Stalin se había opuesto a la integración de nuestro país de las Naciones Unidas y Truman, había decidido excluir a los productos argentinos del "Plan Marshall" por el cual se inyectarían miles de millones de dólares para la reconstrucción de los países europeos devastados por la guerra, con excepción de España, como hemos anotado. En ese contexto: "el gobierno peronista buscó desde sus inicios acercarse también a otros países del viejo continente: en los marcos de la política de convenios bilaterales de comercio compensado, los créditos otorgados a Bélgica, Italia y Francia y, en particular, las relaciones comerciales con la España de Franco, procuraron garantizar  la colocación de excedentes agrarios en esos países y obtener, a la vez, insumos y materias primas industriales, aunque esto se dificultaría por la aguda debilidad económica de las naciones europeas, todas ellas con monedas inconvertibles. De todas formas, implicaba un desarrollo de relaciones con el continente europeo que se acrecentaría en los años '50. Un caso particular y punto culminante de esta política lo constituyó el protocolo Franco-Perón de abril de 1948: la Argentina abría un crédito a España por 1800 millones de pesos garantizando la provisión de trigo hasta 1951 a cambio de hierro y otros insumos" (en: Mario Rapoport y Claudio Spiguel, Relaciones tumultuosas. Estados Unidos y el primer peronismo, Emecé Editores, Buenos Aires, 2009, p. 232).

Las tratativas del protocolo “Franco-Perón” de abril de 1948 y la organización de la gira española de Evita tuvieron un actor central del cual hasta ahora nada dijimos: José María de Areilza.

"Miembro distinguido del círculo católico que rodeaba al ministro español de Asuntos Exteriores, la designación de este personaje -que algunos años más tarde sería destinado a Washington con el fin de concertar los vitales acuerdos hispano norteamericanos- indica la relevancia que atribuía Madrid a las relaciones con la Argentina en aquellos difíciles años de la posguerra. El flamante embajador tenía por misión obtener un nuevo crédito por 1.250 millones de pesos, con amortización a largo plazo, a ser posible, 50 años" (Mónica Quijada, "El comercio hispano-argentino y el protocolo Franco-Perón: una complementariedad frustrada", en A. Filippi, dir., cit. p. 466).

A poco de llegar a su destino sudamericano, de Areilza había publicado un trabajo mediante el cual procuraba terciar en la discusión acerca del entonces denominado "caso español", sobre el cual nos vamos a extender. 

Describía la situación española de ese tiempo en los siguientes términos, la de: "una nación independiente y soberana que padece, por los fraudes y azares del sistema electoral, una insufrible tiranía demagógica que -tras cinco meses de crímenes incendios, atropellos y saqueos- culmina en el asesinato, por orden del gobierno, del jefe de la oposición parlamentaria. La violencia llama a la violencia, y un sector del Ejército, con una gran masa del pueblo, se alzan en armas contra el despotismo marxista. el golpe de Estado fracasa y se enciende la guerra civil " (en: Embajadores sobre España, Instituto de Estudios Políticos", Madrid, 1947).

Con enorme poder de síntesis, resumió los antecedentes de la Guerra Civil que había dejado cientos de miles de muertos a lo largo de toda España, heridas que no cierran y sangran todavía. Se impondría, quizás, un análisis detallado de las circunstancias políticas antecedentes a esa Guerra Civil, la cual diferimos porque nos alejaría de nuestro objeto, que es la visita de Evita a España.

Anotaremos que cuando de Areilza alude a los "fraudes y azares del sistema electoral", a la vez de proclama su profesión de fe autoritaria, refiere a las últimas elecciones celebradas en tiempos de la Segunda República, en febrero de 1936, las que le habían dado el triunfo al "Frente Popular" gobernante sobre la coalición de las derechas (“C.E.D.A."), bando al que pertenecía el embajador.

Ese triunfo fue el canto del cisne del régimen republicano; por lo inesperado y porque arrojó a los derrotados a la sedición (en particular a los sectores del Ejército que se levantarían en armas en Marruecos, en julio de ese año, con Franco a la cabeza). Golpe militar cuyo aborto, dio inicio a la guerra civil, que se extendería hasta el 1º de abril de 1939.


Aquellas elecciones de febrero de 1936, que de Areilza denunciaría fraudulentas, fueron objeto de una extensa crónica firmada por un periodista argentino, corresponsal del diario El Mundo de Buenos Aires de nombre Roberto Arlt. 


Arlt, entre abril de 1935 y julio de 1936 estuvo en España, lapso durante el cual realizó una extensa recorrida que alcanzó prácticamente, todas las regiones españolas. Como dijimos, trabajaba para el periódico El Mundo donde publicaba crónicas, sus célebres “aguafuertes”.

Su pluma exquisita dejó testimonio de la cultura gallega, asturiana y española de aquel tiempo, incursionando también (obligado por los hechos) en la efervescente realidad que entonces se respiraba en cada rincón de la península: "El triunfo de las izquierdas", publicado en El Mundo, 26 de febrero de 1936, es una de estas contribuciones (para quien quiera solazarse con la pluma arltiana remito a: Aguafuertes de viaje. España y África, Hernández editores, Buenos Aires, 2017, pp. 405/8).

Sigamos con Embajadores sobre España: “una insufrible tiranía demagógica que -tras cinco meses de crímenes, incendios, atropellos y saqueos- culmina con el asesinato, por orden del Gobierno, del jefe de la oposición parlamentaria. La violencia llama a la violencia, y un sector del Ejército, con una gran masa del pueblo, se alzan en armas contra el despotismo marxista. El golpe de Estado fracasa y se enciende la guerra civil. La lucha entre los dos bandos se dilata en el tiempo porque Europa se halla -independientemente de la discordia española- en vísperas de otra gran guerra, y los futuros beligerantes quieren tomar posiciones sobre el tablero de la Península. Francia y Rusia apuestan decididamente al bando rojo, con descaradas intervenciones y apoyos. Italia y Alemania, en cambio, al bando nacional, para contrapesar aquella injerencia. Inglaterra y Estados Unidos optan por una prudente política de abstención”. 


Recapitulemos. 

De Areilza, en su reseña de los hechos refiere a las denuncias formuladas en el Parlamento español en 1936 por los diputados que encarnizadamente se oponían al gobierno de Manuel Azaña, formado a partir de las elecciones de febrero de ese año, cuando el diputado monárquico José María Gil Robles en las Cortes sostuvo [sin haber aportado las fuentes de esa información] que: “desde el 16 de febrero habían sido quemadas 170 iglesias, se habían cometido 269 homicidios y 1.287 personas habían resultado heridas, se habían declarado 133 huelgas generales y 216 parciales” (en; Antony Beevor, La Guerra Civil Española, Crítica, Buenos Aires, 2015, pp. 72-74). Refiere al líder de la oposición parlamentaria José Calvo Sotelo (el más agresivo de los parlamentarios de la derecha reaccionaria) quien sería muerto el 13 de julio de 1936, a manos, se presume, de un guardaespaldas de Indalecio Prieto, líder socialista, luego de haber sido arrestado en su casa. La muerte de Calvo Sotelo, había sido precedida de la del teniente de la Guardia de Asalto y militante socialista José Castillo, sucedida el día anterior. 

Ambos crímenes fueron la piedra de toque de la Guerra Civil. La sangría que teñiría España toda parecía no sólo inevitable, sino deseada por unos y otros. 

Me siento tentado a avanzar sobre estos dramáticos y decisivos acontecimientos, pero me desviaría muchísimo de mi objeto de investigación cual es (debo recordármelo) el viaje de Evita a España. 

Sin embargo, para un análisis más completo de la cuestión aconsejo la lectura de las crónicas que Roberto Arlt publicó durante esos dramáticos días para el diario El Mundo: "La destitución de Alcalá Zamora. Un momento dramático de la política española" (15/4/36); "Política española: la etapa de los atentados" (20/4/36); "Política española: más sucesos graves" (27/4/36). En esta última, luego de reseñar gravísimos hechos concluyó: "Dificulto que el odio político pueda alcanzar rigidez más violenta que la actual. Odio con sed golosa de sangre fresca" (en Aguafuertes..., cit., p. 462). Gracias a la generosidad de Carlos Ameijeiras, tuve la oportunidad de publicar en Alborada dos columnas relativas a la trayectoria y martirologio de José Pepe Miñones Bernárdez, político y empresario corcubionés, diputado republicano galleguista cuando fue asesinado en diciembre de 1936. Véase: "Pepe Miñones y don Gregorio, republicanos de honor", en el número 196 de septiembre de 2018 y "Las razones de una evocación necesaria", el número 197 de septiembre de 2019. 

Continuamos con el texto del embajador de Areilza: "al cabo de tres años de feroz contienda, el Movimiento Nacional alcanza rotunda victoria. El grupo comunista, vencido, se expatría llevando consigo el oro, las divisas y cuantos objetos de valor encuentra al alcance de la mano, y dejando tras de sí una estela de nefando recuerdo. Todas las naciones civilizadas, incluso Francia, reconocen diplomáticamente al Gobierno legítimo del General Franco. Únicamente los gobiernos de Rusia y de Méjico, que son los beneficiarios del inmenso latrocinio perpetrado por los fugitivos, prefieren quedarse con el botín en depósito, sin entablar relaciones de ninguna clase con el nuevo Régimen".

Definió con claridad a los enemigos de la España de Franco: la Unión Soviética y México, país al cual habían emigrado los republicanos derrotados e incluso constituido el gobierno de la Segunda República en el exilio.

Más adelante protesta por la que considera una injusta imputación, al achacarse a Franco una postura durante la guerra (aunque neutral) funcional a los intereses del Eje Berlín-Roma. Sin embargo, la actitud  de España durante la guerra, según de Areilza, significaba exactamente lo contrario: "si el 'slogan' comunista que, durante nuestra contienda, motejaba constantemente al Estado nacional de ser una simple hechura ítalo-germana, hubiera tenido siquiera un ápice de verdad, la ocasión era más propicia para manifestarse. Después de la campaña relámpago en Polonia, el Ejército alemán conquistaba fulminantemente Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica y casi toda Francia, sin encontrar ya oposición militar en el Occidente de Europa. La III República vecina [Francia] yacía desvencijada a los pies de Hitler, y también de Mussolini, que quiso ser accionista de la que él creía segura victoria. Y entonces ¿qué hizo España? El Gobierno Nacional no se movió. Mantuvo la neutralidad a ultranza, en momentos de enorme dificultad moral y material".

Una verdad a medias. dado que si bien cierto que Franco mantuvo la neutralidad española durante la Segunda Guerra (desairando al propio Hitler cuando la entrevista de Hendaya de octubre de 1940, mientras se desarrollaba la visita de Himmler a España); obviaba un dato medular: la participación de la "División Azul" por la cual Franco proveyó al ejército alemán 50 mil voluntarios españoles que participaron del sitio de Leningrado, detalle que tendría muy presente Stalin al final de la Guerra.




Así: "el mundo errante de los expatriados y el comunismo soviético no podían, en efecto, resignarse a no sacar partido de la que ellos creyeron ventajosa oportunidad. El Frente Popular trashumante, rumiando despechos y mabaratando el tesoro robado, lanzó a voleo la consigna de que nuestro Régimen estaba visceralmente ligado a los fascismos en derrota, y que era preciso acabar con él, al término de la guerra, como medida de profilaxis urgente. El Gobierno soviético -gran vencido de 1936-1939, en España- recogió la idea con entusiasmo, no solamente por espíritu de revancha, sino por motivos estratégicos elementales. En la tortuosa política exterior de la Unión Soviética, que se iba perfilando desde Teherán y Yalta, hasta Postdam y San Francisco, la pieza de una España sovietizada era la clave necesaria para el dominio total de Europa. Perto esto, que era bien claro, no lo entendieron, o no lo quisieron ver, todavía los anglosajones".

A ellos se dirigía de Areilza, cuando se preparaba el escenario de la Guerra Fría, a partir del cual se mezclaría la baraja internacional y, los parias de esa hora, serían los indispensables aliados de los Estados Unidos en una nueva lidia, la que encabezaría contra el primer enemigo del régimen de Franco: la Unión Soviética. 

El conde de Motrico lo sabía y atizaba la hoguera: "de un extremo a otro del mundo -iniciado por la confabulación de nuestros exilados con el Kremlin y secundado por los partidos socialistas, la gran prensa internacional, las radios irresponsables, las maquinaciones sectarias y el papanatismo democrático universal- el gran proceso de acusación contra nuestro Régimen se puso en amrcha. El 'caso español' se fue forjando de este modo, con esa facilidad que tioene nuestra patria para ser el blanco de las conjuras de opinión exterior que ya encolerizaban hace tres siglos al autor de La España defendida [Francisco Quevedo], e igualmente hacían exclamar a Gracián: 'Somos la primera nación de Europa, odiada por tan envidiada. Un día se nos acusó de ser fascistas y totalitarios. Al siguiente, de haber ayudado al Eje durante la guerra. Después, de servir de refugio a los pro-hombres nazis. Más tardes de entregaron con frenesí a la obtención de la bomba atómica. otra vez, se descubre que amenazamos gravemente la paz del mundo... Las denuncias no han acabado, ni se extinguirán en mucho tiempo. Al menos, mientras quede algo de oro español en las cajas fuertes rusas y mejicanas, apra comprar votos y plumas. Y en tanto que la U.R.S.S., con sus satélites, siga creyendo necesaria, para su juego, la baza de España".

Como esta entrada se ha vuelto demasiado extensa, difiero para la próxima el detalle de las actividades llevadas a cabo por José María de Areilza en Buenos Aires, cuando tuvo una intervención decisiva en la organización de la visita de Evita a España y en las tratativas de la firma del Protocolo "Franco-Perón", de abril de 1948.

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