lunes, 20 de enero de 2020

Como aquella princesa del librito de cuentos. Eva Perón en España, año 1947 (sexta parte: en Plaza de Oriente)

Cerramos la entrega pasada con evocaciones de la portentosa recepción a Evita al llegar el 8 de junio a Madrid.

Fastos que empalidecieron ante las efusiones que habrían de manifestarse a partir del día siguiente,  con motivo de la imposición, por parte del dictador español, de la Gran Cruz de Isabel la Católica, ocasión que congregó, según detallan las crónicas que se reseñarán seguidamente, una muchedumbre calculada en centenares de miles de españoles, apiñados bajo el sol de plomo del mediodía del 9 de junio de 1947 en la Plaza de Oriente.


Raanan Rein evoca que para ese acto, celebratorio de la imposición a Evita de la máxima distinción concedida por el Estado español: “el mecanismo de propaganda y la organización franquista volvían a funcionar a todo vapor. Comercios, oficinas y fábricas cerraron durante cuatro horas, el ministro de Educación proclamó un día asueto en las escuelas, y en los sindicatos obreros incitaron a sus afiliados a concurrir al acto principal, todo ello para que decenas de miles de personas pudieran participar en una demostración de masas en apoyo de la Argentina y del Caudillo, frente al Palacio Real, donde tendría lugar la ceremonia”.

No deja escapar el profesor israelí un detalle que sería puntualmente destacado, en especial por los sectores enconados a ese encuentro bilateral: “Después de la ceremonia, que fue transmitida por altavoces a la multitud que esperaba afuera, Evita salió al balcón del Palacio al lado del generalísimo. La muchedumbre aplaudía clamorosamente y en ese momento un puñado de falangistas, en el centro de la plaza, comenzó a levantar la mano haciendo el bien conocido saludo fascista. Muchos otros se les unieron en ese deshonroso gesto, que ya había sido proscripto oficialmente. Evita y Franco retribuyeron el saludo. Aunque es posible que Evita solía agitar su mano, levantándolo muy alto para agradecer a la muchedumbre. La prensa mundial escribió que ella había hecho el saludo fascista, con lo que sólo causaba daño a la imagen del régimen de Perón” (El pacto Perón-Franco..., cit. pp. 55/6). 

Ese saludo tuvo particular reflejo en la prensa norteamericana. La revista “Times” del 23 de junio de 1947, se extendió en la reminiscencia entre el brazo extendido al saludar a la multitud de Evita y la simbología nazi-fascista. Analogía desdeñada por la siempre elocuente Alicia Dujovne Ortiz: “también a ella le atribuirían sentimientos quizás ajenos cuando, terminada su improvisación, saludó a la multitud, según su costumbre, alzando el brazo derecho y moviéndolo apenas, casi sin doblarlo. Un gesto fácil de confundir con el saludo fascista. Al día siguiente, la prensa española no se privó de sugerirlo.” (cit. p. 282).



La honestidad intelectual de la escritora –que cuando lo considera, no le dispensa críticas a Evita-, sumada al escepticismo de Rein, agota el punto que destaqué para poner en evidencia la intensidad de la campaña de internacional de desprestigio en marcha para demérito de la visita de Estado que estamos evocando.

La biógrafa se detiene en el vestuario de Evita con esa pluma que ya le conocemos, que a veces nos enoja y otras nos divierte: “Hacía mucho calor. Una vez más, doña Carmen Polo de Franco llevaba vestido negro y capelina de mosquetero. Sólo dos detalles habían cambiado: el escote, de triangular que había sido en la víspera, se había vuelto cuadrado, y en lugar de una pluma erguida y sola, el sombrero ostentaba una cascada de plumas blandas. En el cuello, perlas. Evita, en cambio, había cambiado mucho desde el día anterior. Pedro Alcaraz se había limitado a retocar la banana que le rodeaba la nuca. Pero ahora, esta banana sólo resultaba visible para los que se hallaban a su izquierda. Vista desde la derecha, la banana desaparecía bajo un enorme tocado de plumas solitarias que acariciaban suavemente la mejilla de Evita y parecían la causa de su sonrisa soñadora. Tampoco esta mañana sonreía con franqueza. Llevaba un vestido estampado flexible y brillante, como de terciopelo de seda. Pero apenas si se pudo entrever el modelo, ya que, pese al calor, Evita soportó la ceremonia entera sin quitarse la capa de marta cibellina […] parecía necesitar una prenda envolvente” (ibídem).

Era inadecuado atuendo de Evita para ese mediodía madrileño tórrido. Sin embargo, me permito inferir el siguiente detalle. Es claro que el vestuario que Evita luciría a lo largo de su extenso periplo europeo lo había decidido de antemano, en Buenos Aires. Y, seguramente, para el acto que evocamos habrá querido estar especialmente elegante. Por ello, con ternura, me pregunto: ¿junio no es acaso, uno de los meses más fríos del año?

Sigue el relato: “siempre bien abrigada, escuchó el discurso de Franco, que no escatimó elogios a Perón, y terminó por tomar la palabra sin deshacerse de su capa […]. La plaza estaba negra de un gentío que gritaba los nombres de los dos militares, el Generalísimo y el General. Evita, por fin libre de su capa, tomó el micrófono para decir: ‘Franco siente en estos momentos lo mismo que Perón cuando lo aclamaban sus descamisados’. Se ignora si Franco apreció el hecho de que Evita le atribuyera los sentimientos de Perón con el único objetivo de pronunciar una vez más el estruendoso nombre que tan hermoso le parecía. […] Más adelante se pregunta: “¿cuántos madrileños acudieron a la cita? ‘Centenares de miles’, dicen los diarios de la época. ‘Cuarenta mil’, especifica Marysa Navarro. En todo caso, la plaza estaba llena, un fenómeno que se repetiría en cuanta ciudad española la recorriese la invitada. […] Recién salidos de la Guerra Civil, los españoles tenían hambre. También tenían una sed de espectáculos todavía no saciada por la televisión. Evita no podía caer más a punto con su pan y su circo. Era bonita y gentil. Además, la Argentina era la hija querida de España y Evita proclamaba su origen español […]. Todos los elementos reunidos para que el goce visual y la euforia sentimental corrieran parejos” (ibídem).

La edición del diario ABC del 10 de junio de 1947 se consagró al acto.

La noticia reflejada en la portada luce la fotografía a toda página en la que se puede advertirse la impresionante muchedumbre reunida en la Plaza de Oriente. En uno de sus márgenes, el perfil derecho de Francisco Franco observando la multitud desde el balcón, un uniformado sosteniendo un micrófono y Evita, tomada desde el perfil izquierdo, azotada por ese sol impiadoso, leyendo su discurso. Leemos el título: “La señora de Perón habla a los madrileños”.

En el interior del número, el texto del discurso completo de la visitante bajo el título: “«Amamos al corazón de España y a la Justicia.» El hermoso y vibrante discurso de la esposa del presidente argentino en el Palacio de Oriente”; mientras que el editorial propone: “Madrid desbordó su cordial entusiasmo hacia la esposa del presidente argentino, durante las dos primeras jornadas de su estancia en España.

El copete periodístico que antecede a la minuciosa crónica de la histórica jornada considera que: “Si la señora de Perón esperaba de los sentimientos fraternales españoles una acogida calurosa y digna de la efusión que aviva las relaciones entre los dos países, no podía –y sus palabras lo traducen- presentir que la emoción de España, reflejada en los actos populares del domingo y del lunes [día del arribo de la visitante y del homenaje en la Plaza de Oriente, respectivamente], pudiese vibrar y estallar con tantos alardes de sinceridad y con tanta altivez en el pecho erguido, Madrid ha manifestado su júbilo porque se le presentaba la oportunidad de expresar pública y bulliciosamente, sentimientos que, si alimentaron siempre en nuestro pueblo, no tuvieron tantas ocasiones propicias –y ninguna tan insigne como ahora- para ser enviados a modo de ofrenda al pueblo hermano, laborioso y culto, que ha creado la espléndida nación argentina de hoy. La señora de Perón que nos trae un mensaje fraternal de su pueblo y nos honra con su visita, a su pueblo llevará muchas prendas oficiales del amor de España. El mensaje de las multitudes será inolvidable, porque consolida históricamente la unión de los dos países consanguíneos y fija indeleblemente la hermandad hispánica.” Sujeta a la redacción empalagosa consignada, concluye la nota: “Las nobles palabras de la señora de Perón están suscritas por las dos naciones, cuyas banderas flamean hoy indestructiblemente enlazadas, en las calles de Madrid y de toda España.

Más adelante se reseñan los discursos, previsibles en su contenido del anfitrión y la huésped de honor.

Francisco Franco, luego de dar la bienvenida y pasar revista a la biografía e ideario de la Reina católica a cuyo nombre se consagraba la condecoración que se le imponía, concluyó su calculada alocución de la siguiente manera: “Hoy, con vuestra visita, se gloria España de aquel feliz alumbramiento al constatar en ese recio espíritu de independencia y de amor a las tradiciones hispanas de la nación argentina, de que es paladín y abanderado el insigne general Perón, esa ‘lealtad acrisolada’ que reza la leyenda de la Gran Cruz de Isabel la Católica con la que, en nombre de España, os condecoro.” 

Evita, a través del verbo alambicado de Muñoz Azpiri replicó sin dejar de resaltar la deuda de gratitud de España y su gobierno para con el gobierno peronista: “Españoles: os entrego, junto con mi corazón, el de mi esposo, el presidente de los argentinos. Sé que mi presencia no colma vuestros anhelos. Deseabais os visitara el general Perón, quien, en horas amargas de vuestra vida nacional, se presentó ante el mundo batallando por los fueros de España con la valentía del hijo bien nacido que se juega por su madre. Anhelabais contemplar al presidente de los argentinos, y en vez de él llega a vosotros una joven mujer. Pero comprended, españoles, que la Argentina sólo ansía rendiros un tributo de amor y pregonar un mensaje de paz. Y por eso estoy aquí, porque por designios divinos, es la mujer quien posee todos los recursos de la ternura y de la conciliación.” Previo a proclamar vivas a la España inmortal, no se priva de cotejar esa concentración abrumadora con otras que sucedían en esos años allende el Atlántico, de lo que dio cuenta Dujovne Ortiz en una cita consignada con antelación: “El futuro es nuestro si hemos comprendido la trascendencia histórica del momento que nos toca vivir. Y si al Generalísimo Franco se le arrasan los ojos de emoción ante el pueblo que lo aclama, porque percibe en su aliento el aliento inmenso de España: al general Perón le tiembla la voz también cuando contempla a sus ‘descamisados’ llenando la plaza de Mayo, como el pueblo español llena en estos instantes la plaza de Oriente, escoltado este pueblo y mi pueblo por la historia más hermosa del planeta. ¡Porque los hombres de nuestra estirpe saben llorar tan sólo de emoción, precisamente porque son hombres, muy hombres!”


Aunque con narración atemperada el corresponsal del diario La Nación de Buenos Aires, fue expresivo en punto a la magnificencia del acto: “la esposa del primer magistrado argentino y el generalísimo Franco, acompañados de las personalidades que se encontraban en el salón central se dirigieron a uno de los balcones del Palacio al espectáculo que era impresionante. Centenares de miles de pañuelos blancos y banderitas argentinas saludaban la presencia de la distinguida visitante. Numerosos cartelones con leyendas como: ‘Juan de Garay conquistó con su espada tu tierra. Tú con tu sonrisa conquistarás la nuestra’. ‘¡Arriba los descamisados! ¡Arriba España!’; ‘¡Perón forjador de la fe nacional de la Argentina!’, ponían una nota desusada en la manifestación. Un niño consiguió encaramarse en la gran estatua ecuestre de Felipe IV [desde donde] agitaba una bandera argentina y otra española. El Generalísimo Franco y la señora de Perón daban muestras de su emoción. El Caudillo respondía a los gritos de entusiasmo señalando a su distinguida huésped, quien respondía agitando la mano derecha y sonriendo. El Generalísimo Franco se vio obligado a pronunciar algunas palabras y de inmediato se escucharon los acordes de ‘Cara al Sol’ que fuere coreado por millares de gargantas. El mismo Franco pronunció enseguida las acostumbradas palabras ‘España, España’, contestadas por una muchedumbre con: ‘Una grande y libre’ […]. En tal oportunidad la señora de Perón pronunció breves palabras expresando que la emoción que el generalísimo Franco ‘siente en estos momentos es la misma que Perón siente cuando es aclamado por sus descamisados.’


La Hora”, periódico editado en Buenos Aires, a cargo del Partido Comunista Argentino, reflejó una crónica acorde con la repulsión que el evento les producía, en sintonía con los deseos de Moscú.

Bajo el título: “Argentina no estuvo en la Plaza de Oriente”, leemos: “La Plaza Oriente de Madrid fue anteayer teatro de una innoble, tristísima farsa. So pretexto de homenaje a la señora Eva Duarte de Perón, fue abofeteada la Argentina y denigrada España. La comparsa falangista unió el nombre de nuestro país –que no puede, que no debe estar en sus bocas envilecidas- al del dictador Franco, el rezagado cómplice el Eje que aún se niega a cumplir la suerte corrida oportunamente por sus secuaces. La señora Eva Duarte no protestó por el agravio. Por el contrario según lo informa United Press- [se alude al saludo presuntamente fascista tratado, como vimos, por Rein y Dujovne Ortiz] levantó a su vez la mano en el saludo que usaban los esclavos de Roma, con el saludo de Hitler y Mussolini (precisamente los que invadieron España para imponer a su pequeño rapaz). Tras el gesto, vinieron las palabras, no por inusitadas, más injustificables: ‘Aclamáis a Franco –dijo dirigiéndose al cónclave franquista- porque sabéis que es el jefe que está haciendo historia. ¡Arriba España, arriba Argentina! Cuesta creer [prosigue el indignado comentarista] que tal profanación se haya realizado, porque es insoportable que la Argentina sea unida así –de contrabando, fraudulentamente- a esa torpe y sangrienta parodia que es el régimen falangista. El insulto nos duele por nosotros y nos duele por España. Los argentinos queremos honda, fervorosa, sinceramente, a la madre patria; a esa España que hoy desgarrada, empobrecida, fusilada todos los días en sus mejores hombres, en sus más dignas mujeres; esa España cuyas entrañas se muestran al mundo atravesadas por la artera lanza falangista; esa España de hoy, España fantasma, trágica, esquelética, que constituye un remordimiento doloroso para todos los países libres que permiten la supervivencia del vástago ruin del Eje. […] Es que en la España Republicana la Argentina reconocía no sólo a la madre, sino sobre todo, a la amiga encendida en un mismo ideal democrático y humanitario. […] Se había dicho que la visita de la señora Eva Duarte era privada. Pero el estruendo, el extraordinario boato oficial que la rodean, desmiente tal aseveración, por lo demás, ella misma lo dijo: ‘Entiendo que esta distinción personal es ofrecida a la representación de mi país.’ […] ¡Así ha caído ese barniz de visita particular e intrascendente con que se rodeara su viaje al principio tal vez, para no ahondar los recelos que despertó en la masa peronista y en el pueblo todo! […] Ya se sabe que el aislamiento de Franco no es de hoy. Aún su reconocimiento fue hecho a media luz, tímidamente, disimulando. Hasta sus sostenedores extranjeros comprendían esa vergüenza. Por eso no tuvo visitas oficiales. Nadie quería exponerse, convirtiéndose en escarnio del mundo. Nadie quiso recibir el premio falso de sus halagos. Por eso, en esta ocasión, decidió tirar la casa por la ventana, rendir homenajes principescos y gastar, en honor de la señora Eva Duarte el pan que falta en las mesas españolas. Este lujoso recibimiento se pagará con más hambre en los hogares peninsulares. Muchos niños llorarán a causa de las risas que hubo en la Plaza de Oriente.  

Algo hemos escrito y seguiremos escribiendo sobre las aristas destacadas por el periódico de Victorio Codovilla, no obstante continúo con la transcripción de la crónica de ese medio ante el abismo que evidencia con la del periódico ABC: “El país [Argentina] ha sido comprometido en esta farsa falangista. El espectáculo fue preparado cuidadosamente para darle un hondo sentido. Que nadie suponga inocentes las afirmaciones hechas allí. Si se une a los dos países en un mismo grito fascista, es que se intenta imitar aquí lo que habiendo sido aplastado en toda Europa sólo queda en España, como resabio bárbaro y funesto. Si se mencionan mentidos destinos comunes, es que se quiere embarcar a la Argentina en una empresa ruinosa y vil de reconstruir al Eje. Véase este párrafo, escrito anteayer mismo en el diario falangista ‘Informaciones’ […]: ‘Entre la Plaza de Mayo y la Plaza de Oriente se yergue como un eje un mundo que ha comenzado a girar. Las inmensidades humanas, los descamisados de Perón y los hombres de Franco han establecido contacto espiritual y moral y caminan hacia un destino parejo.’ Mentira. Los ‘descamisados y el resto del pueblo argentino repudian ese yugo parejo que quieren atribuirles. […] Dígase con voz bien alta, que el pueblo argentino no estuvo representado en la Plaza de Oriente. Rechácense por mentirosas todas las antojadizas expresiones que intenten unirlo a la innoble farsa.

Aunque sea comprensible la denuncia de la visita desde una distancia ideológica abismal, observo que en esa nota escrita con tantos calificativos se faltó a la verdad.

Por una decisiva razón que habremos de desarrollar en futuras entregas, el boato franquista a Eva no la mareó ni le impidió que se acercase a los más desfavorecidos para hacerles llegar un soplo de esperanza. En un caso, el de una enemiga política de ella y de su marido su intervención decidida sería, literalmente hablando, vital.

Escribiremos sobre el asunto.

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