sábado, 11 de enero de 2020

Como aquella princesa del librito de cuentos. Eva Perón en España, año 1947 (segunda parte: notas sobre la enviada al momento de su partida)


Belisario Arévalo, gran amigo mío, me contó que en una visita suya a Madrid a fines de los años '80, un taxista recordaba aún vívidamente el paso de Eva Perón por esa ciudad, cuarenta años antes. La perdurabilidad en el recuerdo de los españoles del paso de Evita por Madrid a tantos años de sucedido, se compadece con los registros de las crónicas periodísticas, argentinas y españolas, de entonces.



Cuando Evita fue tributaria de una recepción apoteósica, por el boato y los homenajes organizados por las autoridades franquistas, y particularmente ante el inusual y portentoso júbilo popular que la acompañó a lo largo de la extensa recorrida que realizó por suelo español.


Antes de avanzar sobre el periplo, es necesario reparar en que había sido Perón el invitado por el régimen franquista. Porqué decidió que fuese su esposa la persona que lo representaria en esa misión decisiva.

Máxime cuando, hasta entonces, Eva no desempeñaba cargo oficial alguno, prevaleciendo la decisión presidencial en detrimento de otros actores políticos más relevantes que su joven esposa.


Su vicepresidente, por ejemplo, el anciano dirigente correntino del radicalismo antipersonalista Hortensio Jazmín (no tenía nombres de pila el señor) Quijano o su canciller Juan Atilio Bramuglia. U otro integrante de su gobierno habituado a lidiar con mandatarios extranjeros, diplomáticos y las laberínticas reglas protocolares.


Nada de eso. Perón decidió que su representante fuese su esposa Eva Duarte, como sabemos. Una joven mujer de 28 años que hacía menos de dos que se había casado con Perón, que nunca antes había salido del país, sin trayectoria política tradicional previa que, pudiera aventurarse, la empoderaría para enfrentar al dictador de España en esa visita de Estado, encarada por un gobierno que hacía apenas un año que había comenzado cuando era algo más que un paria internacional, de lo cual abundaré en otra entrada.



Con todo, debe anotarse que los primeros meses de Evita como primera dama argentina tuvieron su impacto.

Al desdeñar el ejercicio de las funciones protocolares arquetípicas de las esposas de los antecesores de Perón (en especial, de la presidencia de la Sociedad de Beneficencia, que le fue negada por sus oligárquicas animadoras primero que inmediatamente ella, altiva y digna, rechazaría) comenzó a ocuparse con enorme dificultad de otras tareas menos tradicionales y más decisivas del gobierno de su esposo: "en esta etapa como en las posteriores, el hecho de que Evita fuera la esposa del presidente era un valor fundamental para que pudiera desempeñar sus actividades, pues le permitía influir sobre las decisiones de funcionarios, exigir respuestas rápidas y resultados concretos. La manera de circunvenir la burocracia era dirigirse a ella" (Marysa Navarro, cit., p. 153).

Norberto Galasso refiere la decisión del presidente Perón de asignarle tareas análogas a las que él había cumplido durante el gobierno de facto anterior al frente de la Secretaría de Trabajo y Previsión no obstante la titularidad de la dependencia recayó en el delegado sindical de origen socialista de los trabajadores del vidrio José María Freyre: "Perón no está convencido de que pueda suplantarlo exitosamente en la relación con diversos gremios y le surge la idea de que Eva podría jugar allí ese rol imprescindible para ocupar el lugar que ahora él abandona al asumir la presidencia. Así, crea una especie de Secretaría de Trabajo paralela que pone en manos de Eva", instalando sus oficinas, primero en el edificio del Correo (actual CCK) y más adelante en el edificio del Concejo Deliberante de la Capital Federal, en el mismo despecho que su marido había usado entre 1943 y 1945 (cit. p. 82).

Meses difíciles para Eva. Como anoté y reitero no era entonces la que sería luego, aunque los propios la miraban con simpatía y adhesión no contaba con el liderazgo que hoy le reconocemos (de hecho, en una oportunidad, la concurrencia a un acto, en disconformidad con la ausencia de Perón, le impidió hacer uso de la palabra tapada por sonoros abucheos) y la tarea encomendada la enfrentaba a duros y experimentados dirigentes sindicales forjados por décadas de militancia clandestina, trabajos inhumanos y las biabas de las policías bravas. Una mujer, para más datos artista, que había conocido a Perón pocos años antes, sería la interlocutora.

El dirigente de la Carne, José Presta, dejó un testimonio elocuente de lo que vengo escribiendo: "la primera vez que me senté en un sillón de cuero fue cuando fui citado por Eva Perón, en el Correo […]. Me ubiqué en la orilla del mullido sillón; no sabía cómo sentarme. Eva se mostró cautelosa, protocolar, parca al hablar. Me dio la impresión de que le daba vergüenza hablar en público. Repetía dos o tres veces los mismos argumentos, de manera distinta, empleando diferentes palabras. De vez en cuando preguntaba: ¿se entiende lo que quiero decir? De todas maneras, su simpatía personal supo sobrellevar en forma elegante los escollos de esa entrevista. Nosotros habíamos ido a plantearle un problema que teníamos con los comunistas, nada fácil de resolver. Durante esa charla, ella pidió que la situación se la explicáramos bien a fondo. A veces, le tuvimos que repetir las misma cosa varias veces hasta que de pronto, comprendió todo el problema y nos dio una solución que ni remotamente habíamos pensado" (Galasso, cit., p. 85).

La misma anécdota es reflejada con la mirada agridulce de Alicia Dujovne Ortiz: "Durante ese período Evita dio pruebas de una inseguridad, pero también de una intuición fulgurante, que se reflejan en el testimonio de un dirigente sindical, José Presta, citado por varios autores. Presta la describe como a una persona tímida. Tímida por sus gestos pero también en su lenguaje del que desconfiaba al punto de repetir cada dos frases: '¿se entiende lo que quiero decir?' La angustia de no dominar las palabras era tan desgarradora que le impedía no sólo hablar sino también entender. Un vacío en la mente. Pero ella no cejaba, y se hacía repetir varias veces lo mismo. Y de golpe, entendía., Entonces daba a los obreros una solución completamente inesperada. Una pequeña solución concreta, eficaz, luminosa, y en la que nadie había pensado" (op. cit., p. 243).

Nótense las claras diferencias entre las citas, la del historiador del socialismo nacional, Galasso y la de la escritora del socialismo internacional, Dujovne Ortiz.

A más de medio siglo de los hechos, resuenan los ecos de la sorpresa que generaba esa mujer joven en el mundo de conflictos dirimidos entre machos de uniforme y overol. Y si Galasso cuenta la anécdota comenzando por la incomodidad del dirigente sindical que no sabía como acomodar su corpulencia en ese sillón de cuero sobre el cual se sentaba por primera vez y pondera que el conflicto que ponía en su conocimiento era muy complejo en su resolución (abro paréntesis: José Presta era un hombre del gremio de la carne. Ámbito de actuación de Cipriano Reyes, el diputado laborista que había protagonizado las jornadas del 17 de octubre del año anterior y que a poco de iniciado el gobierno peronista, se distanciará estentóreamente y el del histórico José Peters, hombre del comunismo, activo partícipe de la "Marcha por la Constitución y la Libertad" de septiembre de 1945, de signo antagónico a la que se viviría un mes más tarde. Digamos: el asunto que Presta ponía en consideración de la esposa del Presidente no era menor. Fin del paréntesis). Complejidad que exigió un relato reiterado de sus alternativas, para que recién la joven mujer llegara a una solución a la cual que los avezados muchachos sindicalistas ni habían barajado.

Dujovne Ortiz refiere la misma anécdota y cita a Presta pero la universaliza: pareciera que siempre había que repetirle a Eva los problemas una y otra vez y ella, una y otra vez, repetiría la misma solución. Poco más que una opa tan incómoda como Presta sobre el cuero de los sillones del edificio del Correo. Al fin de cuentas, podría haber concluido doña Alicia, no era más que una actriz (mediocre para colmo) devenida en dirigenta sin formación política ni (ante todo) académica que le permitiese comprender la problemática sobre la cual se le pedía opinión.

Nada de eso. Vaya si tenía formación Eva, heterodoxa pero formación al fin, de lo que ya discurriremos en este bazar de cosas chicas.

Digamos que, independientemente de la relativa relevancia de la función que le cupo durante el primer tramo de gobierno peronista la oposición la veía venir.

Comenta al respecto, Navarro: "Ya en julio de 1946, el diputado radical Ernesto Sammartino presentó un proyecto de ley por el que 'las esposas de los funcionarios públicos, políticos o militares, no podrán disfrutar de los honores ni de ninguna clase de prerrogativas de las que gozan sus maridos ni puedan asumir la representación de éstos en los actos públicos" (cit., p. 151).

Como escribía, vieron venir la movida los opositores radicales. El dirigente del antipersonalismo radical Sammartino, diputado nacional entonces, por la Capital Federal, aunque lo había sido ya en representación de Entre Ríos por la UCR de Eduardo Laurencena fue un férreo y primigenio enemigo de Evita.

Enemigo de todas las horas del peronismo es el autor de una expresión, quinta-esencia del antiperonismo duro y puro, la cual, se dijo, había utilizado para denostar a las masas movilizadas el 17 de octubre de 1945.

En rigor, aludía al electorado que había llevado a los diputados del oficialismo peronista. "El aluvión zoológico del 24 de febrero [de 1946, fecha en la que habían sido electos los diputados nacionales que integraban la Cámara] parece haber arrojado a algún diputado a su banca para que desde ella maúlle a los astros por una dieta de 2.500 pesos. Que siga maullando, a mi no me molesta" (citado por Joseph Page en: "Perón. Una biografía", primera parte (1895-1952), Javier Vergara editor, Buenos Aires, 1983, p. 247).

Sabía insultar, Sammartino. Hábito que ya le había traído algún dolor de cabeza (una suspensión de tres días en el uso de su banca, por el voto de la mayoría oficialista) y algo más luego de esa intervención: el diputado peronista Eduardo Colom lo retaría a duelo de pistola, lance del cual ambos saldrían ilesos.

Considerado por Page como: "el pico de oro más brillante de la bancada radical, era un ejemplo desmesurado de la fusión del machismo latino y la combatividad política. Parecía tener una inquina especial hacia Evita por razones que se decía provenían de una relación entre ambos anterior al encuentro de ella con Perón" (íd.).

No me interesa lo último en lo absoluto (y ya que estamos, descreo de los dotes de seducción de Sammartino sobre Evita), sólo destaco algunas cuestiones. La primera: la inquina imperecedera del dirigente radical respecto de Perón y el peronismo. Tanta que abandonó el radicalismo en 1973 en oposición al encuentro de Ricardo Balbín con Juan Perón a la vuelta del exilio; la segunda: la excesiva intolerancia del régimen gobernante, de cuyo autoritarismo y desprecio por las formas del republicanismo tradicional se ufanaba, en tanto se consideraba materializando una revolución que no admitía medias tintas (a la expulsión de Sammartino, siguieron las de los radicales Agustín Rodríguez Araya, la del presidente del bloque, Ricardo Balbín, Silvano Santander, Atilio Cattáneo y Mauricio Yadarola. ¿Las razones?: haber incurrido en el delito de desacato -felizmente erradicado del Código Penal argentino desde 1994 por la feliz intervención de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, una especie de injuria calificada proferida contra los magistrados, como si el honor de esas personas tuviese más valor que el de las personas que no lo son. Balbín fue el más perjudicado de ese lote, dado que debió pagar su osadía de ofender el honor presidencial, con casi un año de cárcel).

Volvamos a 1947 cuando, no obstante sus limitaciones: "Evita había alcanzado una posición visiblemente importante, si bien indefinida aún en al estructura del poder. La Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia emitía comunicados describiendo sus actividades diarias y los periódicos que la publicaban. A partir de enero de 1947, [el diario]. Democracia, que había sido comprado a través del Banco Central, dedica un espacio cada vez mayor a informar sobre sus actos y exaltar su persona. Si bien la llama Doña María Eva Duarte de Perón, es también La Dama de la Esperanza y La Primera Samaritana Argentina. Este título, el primero en la larga serie de homenajes que le darían con el correr de los años, le fue conferido en agosto de 1946 […]. Evita parece disfrutar enormemente de toda esta nueva publicidad" (Navarro, cit. pp. 154-155).

No obstante, padece las invectivas de sus tenaces enemigos, que no se circunscribían a las compadreadas de algún integrante del bloque de diputados de la UCR: "arrecian críticas contra ella, no solamente por lo que hace, sino también por cómo se vista, por el mal gusto de su ropas, su afición a los sombreros y la cantidad de joyas que usa. En realidad, se viste sencillamente, aunque no siempre con ropa que la favorece pues no parece preocuparse demasiado por lo que lleva. A veces usa el pelo suelto, pero también recogido en peinados complicados y le gustan obviamente los sombreros y las joyas: aros, pulseras anillos y broches. Por otra parte, si el trabajo urge es capaz de ponerse un pañuelo en la cabeza y de atender sus compromisos, lo cual suscita críticas interminables y mezquinas" (ídem).

Juan José Sebreli realizó en un trabajo del cual abjuraría luego seguramente porque era un texto luminoso y audaz, tan distinto a lo mucho que escribirá a lo largo de su extenso paso por este mundo, una interesante semblanza de los atavíos de Evita en ese tiempo quien: "no es todavía en esta etapa de su evolución personal la militante; juega el papel de la Cenicienta que se casa con el príncipe y su fantástica transformación permite a los pobres creer en un cuento de hadas, un hermoso sueño de dicha, esplendor, belleza y poderío inalcanzable a la luz de la gente. El triunfo de Eva Duarte creaba la ilusión de que la fortuna estaba sin embargo al alcance de cualquiera, era la revancha imaginaria de todas las sirvientas. No toda sirvienta que envidia a su patrona puede convertirse en la 'señora' pero en toda sirvienta envidiosa hay una parcela de la 'señora'. Las joyas de María Eva Duarte de Perón tenían uin significado similar al anillo de diamantes que ostentaba Giuliano, en el cual los campesinos sicilianos veían un símbolo del triunfo sobre los ricos y poderosos" (del autor citado: Eva Perón. Aventurera o militante. Editorial La Pléyade, Buenos Aires, 1990, p. 51).

Coincide Galasso al asignarle a la exhibición de trajes ampulosos y joyas relucientes usadas por ella cuya imagen la de: "esa Evita rutilante y enjoyada no era tomada por las masas populares como un alejamiento sino como un triunfo: alguien, salido de la miseria y la orfandad -uno de ellos- podía ponerse codo a codo con las figuras más importantes del país en los salones dorados de la Casa Rosada o en el Teatro Colón. Alguien de 'los nuestros' cumplía el suelo inalcanzable" (en La compañera Evita, cit. p. 101).

Vamos cerrando esta entrada, que se ha hecho demasiado larga.

Y que sea con una cita del agudo y ácido ensayo de Alicia Dujovne Ortiz quien se extiende sobre la fascinación de Evita por las joyas, cuestión que llamaría la atención de Francisco Franco al realizar la visita a España (para recordarme que del viaje a Evita a esa país, debo escribir) al mostrase "asombrado ante los oros y pedrerías con que se había engalanado su huésped para ir a encontrarse con los obreros españoles". Evita le explicó entonces que: "a los pobres les gusta verme linda. No quieren que los proteja una vieja mal vestida. Ellos sueñas conmigo y yo no puedo decepcionarlos" (cit. p. 251).

Y si visitaba a los obreros enjoyada, imprevisible y astuta como era, meses atrás había decidido, asistir a una ceremonia en la cual el Estado español condecoraba a Perón en Buenos Aires con una bijouterie y un atavío sencillos.

Para ello, le encomendó a su modisto Paco Jamandreu que: "encontrara un collar muy sencillo para ponérselo con el vestido verde y marrón que acababa de hacerle. 'Todas las otras van a ir adornadas como arbolitos de Navidad -añadió para justificar su repentino deseo de un adorno modesto-. Quiero sorprenderlas haciendo justo lo contrario.' Jamandreu salió a la calle desesperado. Y justo en la vereda de enfrente, en la vidriera de un negocio vio un collar marrón y verde. Volvía triunfalmente a la Residencia cuando se cruzó con Perón que le dijo: '¡Menos mal! Tengo la cabeza como un trompo con la historia del collar.' Evita se puso el vestido y el collar para la famosa ceremonia. Emocionada y nerviosa, no paraba de llevarse el collar a la boca. Por la noche llamó a Paco y le envió una andanada de insultos entre los cuales 'puto' servía de coma. Se oían las carcajadas de Perón. El modisto terminó por entender: el collar estaba hecho de fideos pintados. Evita había escuchado los discursos, había aplaudido, había cantado el Himno Nacional sin darse cuenta de que tenía la lengua y los labios pintarrajeados de dos colores" (ídem, pp. 251-525).    

NOTA: El contenido de esta publicación puede reproducirse total o parcialmente, siempre que se haga expresa mención de la fuente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario