lunes, 27 de enero de 2020

Como aquella princesa del librito de cuentos. Eva Perón en España, año 1947 (novena parte: José María de Areilza, embajador español en Buenos Aires)

Habiendo presentado ya a José María de Areilza, embajador de España en Argentina durante el tiempo que repasamos, voy a dedicarme en esta entrada a realizar algunas notas relacionadas con su decisiva intervención en la relación política y comercial que contribuyó a robustecer entre su país y el nuestro, a lo largo de los tres años de su ejercicio al frente de la legación española en Buenos Aires, al conseguir la firma del Protocolo "Franco Perón" en abril de 1948, como de su intervención en los preparativos de la visita de Evita a España que, no lo olvido, es el objeto de estas crónicas desordenadas.

Comencemos por el principio.

Al llegar a Buenos Aires para hacerse cargo de la embajada de España, Areilza había publicado ya el alegato en defensa de la posición de su país en el escenario hostil de la posguerra, cuando pesaba sobre España el aislamiento que describí en la entrada anterior expresada, ante todo, por su exclusión de la Organización de las Naciones Unidas conformada a partir de 1945.

Dos años más tarde, el 23 de mayo de 1947, presentó las credenciales ante el presidente Perón, evento al cual el gobierno argentino le dio particular relevancia. 

Tres décadas más tarde, evocaría el embajador haber llegado a la sede del gobierno argentino: "en una tarde fría y desapacible. El largo recorrido en coche hasta la Casa Rosada fue seguido por la curiosidad general del público agolpado en las aceras que se descubría respetuosamente y aplaudía de vez en cuando. El gran salón de la Casa Rosada estaba fuertemente iluminado por los focos de los noticiarios. Perón de uniforme, me esperaba rodeado de todo su gabinete. Había un gentío entre periodistas, ayudantes, diputados, senadores e invitados. Tres el intercambio protocolario, pasamos al saloncito contiguo". La pompa de la recepción, habrá entusiasmado al flamante embajador español en Buenos Aires.

Areilza realiza un retrato del presidente argentino que, por lo florido y detallado, viene bien transcribir: "Perón -entonces en la cincuentena- daba la impresión de un hombre vigoroso, atlético, deportivo, con sus facciones tajantes, su color de piel rojizo quemado, su pelo negro, sus ojos penetrantes, generalmente risueños. La forma de su cráneo era cortada abruptamente por detrás y sus brazos cortos, tendía a juntar sus manos con frecuencia en un ademán entre confidencial y rezador [luego de referir a la presunta ascendencia sarda y vasco francesa de Perón, destacó que] junto a esa prosapia de inmigración europea existe en él un fuerte contingente gaucho, con su cuarterón, por lo menos, indígena, visible en el juvenilismo arrogante de sus años últimos, cierta manera campera de caminar, el rico vocabulario pampeano de su conversación y la refinada astucia de sus ardides en la lucha civil" (en: Areilza, José María de, Así los he visto, Planeta, Barcelona, 1974, pp. 207/208).

Al momento de describir el perfil político-ideológico del régimen peronista lo calificó como un "fascismo a lo gaucho" por considerar el ascendiente que ese movimiento había generado en Perón, cuando su visita a Italia en las preliminares de la Segunda Guerra. Anotó, también que a diferencia de los regímenes políticos correspondientes con esa tendencia: "respetaba la oposición de los otros partidos, su presencia en el Congreso, las elecciones libres y hasta la última etapa, la prensa no sometida. No cometió graves violencias contra el adversario y en su etapa no hubo apenas crímenes políticos ni condenas a muerte [...]. Había, es cierto, una extendida angustia en las masas debida a la incertidumbre internacional, a la mercurial y errática economía, al deseo de mejora social, a la cerrazón mental de la clase dirigente y a la obvia agitación de numerosos activistas que pululaban por todas partes, sabe Dios al servicio de quién. Y de esa inquietud casi universal, con su pragmatismo, Perón dedujo con acierto que el clima estaba maduro para un ensayo como el suyo que ofrecía al hombre de la calle un conductor del negocio público capaz de sacarle de la confusión y el marasmo reinantes". (ídem, pp. 209-210).

Aunque discrepamos con la caracterización (casi en todos sus términos) realizada por Areilza, viene bien consignar sus evocaciones, en la medida que apreciaba en Perón a un aliado en la cruzada anticomunista que el régimen de Franco se empeñaba en liderar; uno de los ejes de la alianza estratégica en ciernes.

El profesor Rein, en el trabajo que tanto consultamos, prestó especial atención a la gestión del embajador español en Buenos Aires a quien definió como "el diplomático extranjero más cercano a los Perón. Se reunía frecuentemente con ellos, más que todo otro embajador y numerosas veces cenaba junto a su mesa en la residencia presidencial o en pequeñas y tranquilas comidas ofrecidas en la embajada" (en: El Pacto Franco-Perón...", cit. p. 202).

Ese acercamiento respondía a la particular habilidad del diplomático español quien tenía entre manos una gestión decisiva y conocía una particularidad de la política criolla de ese tiempo que: "en el régimen peronista, especialmente bajo influencia de Evita, la fortuna e incluso las orientaciones políticas dependían en grado sumo y a menudo del amor, el odio y las preferencias personales" (ídem).

A la par que frecuentaba con esa periodicidad al matrimonio presidencial, Areilza mantenía una relación más intensa aún con dos funcionarios del régimen decisivos en el éxito de las tratativas que llevaba adelante: José Figuerola y Miguel Miranda.

El primero, colaboraba con Perón desde el tiempo de la dictadura anterior cuando, por influjo del entonces coronel, se había conformado el Consejo Nacional de la Posguerra del cual fue Secretario General. Durante el gobierno constitucional, será designado Secretario Legal y Técnico de la Presidencia. Español de nacionalidad, había colaborado con la dictadura de Primo de Rivera en su país, radicándose luego en la Argentina. Su manejo estadístico impresionó muy bien al ascendente Perón quien, como anoté, lo adoptó como uno de sus colaboradores más cercanos.

"Era un hombre de mediana estatura [recuerda Areilza], moreno, de pelo gris y ojos grandes oscuros, inquietos, de mirada un tanto temerosa. Tenía una ancha y abierta simpatía; una gran cultura humanística; excelente pluma y dicción y sólida formación administrativa y jurídica, especialmente en el campo de las relaciones laborales. Puede decirse que toda la legislación social y previsora [de previsión social] instituida por el general [Perón] fue obra suya, así como numerosas reformas administrativas y el propio ordenamiento interno de la Presidencia de la República cuya Secretaría General con el rango de ministro ocupaba. Su despacho se hallaba contiguo al de Perón. Yo le visitaba [...] con frecuencia notable para pedirle orintación, ayuda y apoyo en neustra apretada situación. Me la daba a manos llenas con una generosidad que honraba la lealtad de su sangre. A veces me enseñaba los textos de los discursos del general, programados para una fecha determinada, que él rehacía o elaboraba como los speechwriters norteamericanos." (Así los he visto..., cit. pp. 210-211).

Sabía manejarse muy bien en el terreno en el que le tocaba lidiar, muy amable en el caso de Figuerola, bastante menos grato para su estilo y modales (aunque con óptimos resultados) con Miguel Miranda. Presidente del Banco Central de la República Argentina desde su nacionalización a fines de la presidencia de facto de Edelmiro Farrell, es considerado el zar de la economía peronista de esos primeros años, de quien dependía el estratégico "Instituto Argentino de Promoción del Intercambio" (I.A.P.I.) que centralizaba el comercio exterior argentino. El objetivo del acuerdo que Areilza procuraba sellar entre España y Argentina dependía en buena medida de los oficios de Miranda, dado que : "supervisaba compras y ventas, exportaciones e importaciones, inversiones extranjeras y créditos al exterior, el flujo vivo, en fin, de la riqueza criolla", recuerda Areilza.

Luego de anotar que al igual que Figuerola tenía oficinas en la Casa Rosada en el mismo piso del despacho presidencial: "allí sentado ante su mesa con tres o cuatro teléfonos que repicaban sin cesar, impartía órdenes, recibía noticias de los mercados mundiales, cerraba grandes operaciones y despachaba montones de expedientes que un equipo de secretarios le transmitía sin cesar. Era un hombre bajo, de mirada pícara, ojos claros, maliciosos, nariz puntiaguda y colorada y aire un tanto vulgar. Tenía un enorme talento práctico yendo al fondo de los asuntos sin detenerse en el follaje externo. Ponía el dedo en la llaga y le gustaba apretarlo un poco.[...] Inútil es decir que mis visitas a Miranda eran casi cotidianas con la súplica del pan nuestro de cada día. Me recibía a las nueve de la mañana con una risotada de su vocecilla atiplada y graciosa. 'Ya viene el gallego muerto de hambre a pedirme algo. ¿Qué se le antoja hoy? Usted sabe que si España nos pide la vida se la daremos'. La frase literal, irreproducible, era mucho más rotunda" (ídem, p. 211).

Todo era peor para el diplomático cuando a esas tenidas en la oficina de Miranda se sumaba la esposa del Presidente: "Evita irrumpía de pronto en el despacho sin avisar. 'Ahí viene la pituca; la oigo desde aquí. Prepare la plata que tenga a mano que nos deja sin un peso para su ayuda social'. Los diálogos de Miranda con Evita eran escenas de sainete de La Boca por el color con que se intercambiaban y los juicios chistosísimos sobre otros colaboradores del Gobierno. Evita me miraba de reojo y le decía a Miranda: 'Ande con ojo con el oligarca éste, que se llevará para España la Casa Rosada si se descuida...'" (ibídem, p. 214).
"Las cosas que hay que tolerar", se diría el aristocrático embajador español, ante tanta guaranguería altanera de esos nuevos ricos del Plata a quienes les suplicaba por el "pan nuestro de cada día".

Tanto sacrificio tuvo su recompensa. Al igual que los preparativos del "programa para los actos que se celebrarán en España con motivo de la visita de la Señora de Su Excelencia el Presidente de la República Argentina", diseñados por el propio Areilza en junio de 1947. El texto, inédito hasta la publicación en el trabajo dirigido por Alberto Filippi citado [Argentina y Europa: visiones españolas..., pp. 421-425] da cuenta de la magnitud de los actos que se celebrarían a lo largo de toda España entre el 9 y el 27 de junio de ese año; pompa que suponía un sacrificio para las arcas del Estado anfitrión, detalle que en el futuro inmediato, cuando el acuerdo comience su declinación irremediable, las autoridades franquistas echarán en cara a sus interlocutores argentinos.

Así las cosas, una mirada retrospectiva a esa alianza político-comercial demuestra que la velocidad en la concreción del acuerdo fue directamente proporcional con la de la caída: el protocolo, firmado en 1948 (que contemplaba un alcance de medio siglo), sería letra muerta en 1950, cuestión puntual y exhaustivamente tratadas por Mónica Quijada en el trabajo publicado en el libro dirigido por Filippi que acabamos de citar y muy especialmente, en el del profesor Rein, tan consultado en nuestra saga.

A esos estudios nos remitimos, aunque podemos resumir las razones del fracaso del acuerdo en dos cuestiones centrales: la deficiente defensa de los intereses de Argentina por quienes debían hacerlo (y la concomitante ventaja sacada por los hábiles negociadores de Francisco Franco, con Areilza a la cabeza), al no haberse establecido con claridad (tan luego) la garantía del pago de los cuantiosos envíos de materias primas a España, quid de la ruptura inmediata del acuerdo.


Lo explica el propio Areilza: "nuestro exhausto crédito era incapaz de financiar las masivas compras que el Gobierno español necesitaba hacer por lo menos hasta 1951 [...]. Miranda nos aconsejó que hiciéramos una petición de crédito en grande de una vez, para consolidar lo pendiente y contemplar sin temores las adquisiciones hasta 1951. 'Piensen ustedes en fórmulas imaginativas para compensar la gran deuda contraída'. España no tenía prácticamente divisas fuertes, ni probable generación de las mismas. Comprometer la balanza monetaria con un cargo de considerable importe no parecía posible. No había otro camino que ofrecer al Gobierno argentino que una suma importante de la contrapartida de créditos se acumulasen en pesetas en España para ser invertidas en aquello que el Gabinete de Buenos Aires estimara más conveniente previo acuerdo de ambas partes" (Así los he visto.., cit. p. 214).

La contrapartida se resumía en la cesión de un espacio (nunca definido en concreto) de la zona de la bahía de Cádiz para que la Argentina desarrollase un puerto franco donde acumular mercancías para exportarlas al continente europeo, la construcción de buques para el afianzamiento de la marina mercante argentina y la constitución de empresas de capital mixto (argentino y español) para la construcción de manufacturas en especial, en la rama siderúrgica: "era en resumen, aplazar a largo plazo el reembolso de la enorme suma pedida -1.750 millones de pesos- cuando cinco pesos valían un dólar [3 mil millones de dólares de la época]. A mediados de marzo de 1948 se hallaba listo el proyecto definitivo y únicamente era preciso ponerse de acuerdo sobre el cómo, el cuándo y el dónde se haría pública su noticia y su firma. Ocurrió entonces -primero de abril- un episodio que psicológicamente revela lo que era Perón y la intención de su juego, que tanto nos favorecía [luego de hacer referencia a la noticia que recibió ese día de la decisión del presidente de los Estados Unidos, Truman, de excluir a España del "Plan Marshall", concomitantemente con el veto a los prodcutos de origen argentino] me fui derecho a la residencia del presidente donde éste, convaleciente aún [había sido operado de apéndice] descansaba después de almorzar. Evita, alertada sobre el tema, lo despertó y sacó de la cama. Llegó Perón envuelto en su bate preguntándome qué ocurría. Yo le dije con toda claridad y lealtad lo ocurrido horas antes en Washington y si aquello había de interferir en su anterior propósito de darle publicidad al asunto [la firma del protocolo]. Así ocurrió, en efecto. 'Dígale a Franco que le doy el mazo de las cuarenta cartas para las juegue él como quiera'. Yo le insinué que la noticia podía darse en Madrid aquella misma noche. 'Hágalo como les convenga. Y como más rabia le dé al gringo. Menudo bochinche va a ser para ellos este pequeño Plan Marshall a la criolla que le ofrecemos a España'. Una luz de ironía brilló en sus ojos. A los pocos días, el 6 de abril, tuvo lugar la firma solmene del instrumento en la Casa Rosada, cuando ya en Madrid la gente se había manifestado ante la Embajada argentina en agradecimiento al noble gesto de ayuda y solidaridad" (ídem, pp. 217-218).

Voy cerrando la entrada, que se ha hecho larga.

Aunque provechosa, en la medida que pone en foco lo que considero es un déficit del peronismo que lo ha tenido desde sus orígenes: la excesiva personalización en la toma de decisiones, concomitante con el desapego a las formas institucionales, con claro perjuicio para el peronismo y para el país..

Hemos repasado con generosidad los recuerdos del embajador Areilza quien elocuentemente evocó el las tratativas de un acuerdo de la magnitud política, económica y financiera que estamos comentando. Habiendo conseguido la firma presidencial,decisión nacida de la discrecionalidad de los actores argentinos (fuera Perón, Evita o Miranda), considerada suficiente para comprometer con ese alcance, al país.

Memorias las de Areilza corroboradas a partir de lo actuado por los funcionarios del mismo gobierno peronista apenas un año después, cuando al abocarse en la resolución de las cuestiones centrales que destaqué y que selló el fracaso de la alianza entre los dos países.

La ausencia de claridad en las cláusulas del acuerdo en lo relacionado con el modo de pagar los embarques de materias primas tradujo(en más de una oportunidad) que los barcos enviados desde Madrid para la carga de materias primas, derivo en la retención en el puerto de Buenos Aires de barcos con sus bodegas completas que habían sido despachados desde España.

Todo lo cual, explica la oscilación abrupta en la relación entre ambos regímenes (que destaqué en una entrega anterior): de los fastos tributados a Evita durante su visita de 1947, la manifestación de abril de 1948 a la Embajada argentina en Madrid, recordada por Areilza; al involucramiento directo de la legación española en Buenos Aires en la caída del régimen peronista en septiembre de 1955.

Todo ello, sin desmedro de reconocer en Perón a un hombre de Estado pero como tal, falible.

O de apreciar en Miguel Miranda a un hombre honesto y convencido de lo que hacía pero a quien su viveza criolla no le fue bastante para ganarle la pulseada a aquel "gallego muerto de hambre" a quien, finalmente, tuvo que entregarle el culo nomás.

Palabrota que nos permitimos utilizar en este austero bazar porque no la consideramos "irreproducible", dado que carecemos de los modales ni tenemos los remilgos estéticos del aristocrático (y astuto y audaz) conde de Motrico.

NOTA: El contenido de esta publicación puede reproducirse total o parcialmente, siempre que se haga expresa mención de la fuente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario