lunes, 13 de enero de 2020

Como aquella princesa del librito de cuentos. Eva Perón en España, año 1947 (tercera parte: la invitación)

Ya tuvimos oportunidad de destacar que el viaje de Evita a España que vamos a repasar, nació de una invitación de Francisco Franco al presidente argentino Juan Perón, quien ya había sido condecorado por el gobierno español en Buenos Aires, cuando la anécdota del collar de fideos que reflejé al final de la entrada anterior.



Creo necesaria una referencia a las razones de esa invitación circunscriptas en la relación bilateral establecida entonces entre esas dos naciones urgidas a raíz de las consecuencias del desenlace de la Segunda Guerra Mundial.

Todo ello supone un análisis prudente exento de simplificaciones y clichés preconcebidos. Que debe tener ante todo presente las dificultades que el escenario post-Yalta les imponía a los regímenes español y argentino cuyos líderes eran vistos (en el mejor de los casos) con recelo por los líderes de las potencias vencedoras.

Por ende, dejemos a un lado prejuicios y mistificaciones que, sin más, procuran explicar la relación bilateral en ese tiempo particular, desde una presuntamente corroborada afinidad ideológica entre Franco y Perón, senda en la que todavía se persevera.

Para perjurio de esas tentativas, trabajos de investigación realizados con rigor y honestidad intelectual desechan esa coincidencia ideológica, resaltando en cambio, las urgentes necesidades (económicas y diplomáticas, no siempre en ese orden) en la relación que habría de entablarse, resumida con precisión en la tesis doctoral del autor israelí Raanan Rein, texto que mucho se consultará de ahora en más: El pacto Perón-Franco. Entre el abismo y la salvación, publicado por la editorial Lumiere en Buenos Aires, en 2003.

Tanto para el régimen imperante en España, como para el que se establecería en la Argentina pocos meses después de las caídas de Berlín y de Tokio. La hostilidad activa de los grandes vencedores de la contienda (los Estados Unidos y la Unión Soviética) hacia ambos países se tradujo, en el caso argentino, en años de sanciones económicas y retiro de embajadores del país durante la contienda y finalizada la guerra en la protesta abierta del representante soviético Molotov en la Conferencia de San Francisco de 1945 a la incorporación de nuestro país en la Organización de Naciones Unidas, alternativa sorteada por decisión de los EE.UU.; proscripción que sí se haría efectiva respecto de España, sometida a su vez a un boicot comercial que dejaría al régimen de Madrid al borde del colapso. (En la Conferencia de Yalta […] Stalin se opuso a que la Argentina fuese admitida en la ONU. Stalin y Roosevelt convinieron, de común acuerdo, que la nueva organización aceptara sólo países que habían declarado la guerra al Eje hasta el 1º de marzo de 1945. Conforme a esos términos, la Argentina debería quedar al margen de la organización internacional, pero en la Conferencia de Chapultepec los EE.UU. se sometieron a las presiones de los países americanos y se comprometieron a apoyar la candidatura argentina. Cumplieron esa promesa en la Conferencia de San Francisco, a pesar de las protestas del representante soviético.”, El pacto Perón-Franco. cit., pp. 14/5.)

Ilustra el profesor Rein la gravísima situación de España en los siguientes términos: "la guerra civil, además de haber cobrado un terrible precio en viudas humanas, asestó un duro golpe al desarrollo económico de España, causándole, por lo menos en algunos aspectos, un retroceso de varias décadas. La Segunda Guerra Mundial, que estalló a sólo cinco meses después del final de la guerra civil dificultó la recuperación económica. La victoria de los Aliados oscureció no sólo el horizonte político del régimen de Franco, sino también su horizonte económico. Muchos países prefirieron reducir sus vínculos comerciales y económicos con España mientras que un número de calamidades climáticas -en especial una serie de perniciosas sequías particularmente desastrosas para los cultivos de trigo- llevaron a los españoles al borde del hambre. Más que cualquier otro factor fue el pan (o mejor dicho, la escasa cantidad de ese alimento que sólo podía obtenerse por medio del sistemna de racionamiento oficial o pagando los precios exorbitantes exigidos en el mercado negro) la causa de la creciente disconformidad con el gobierno. Eso fue verdad a lo largo de los años 40. La Argentina solucionó esta grave problema enviuando barcos cargados de cereales a los puertos de España" (del autor citado: Juan Atilio Bramuglia. Bajo la sombra del líder. La segunda línea de liderazgo peronista, Ed. Lumiere y Universidad de Tel Aviv, Buenos Aires, 2005, p. 175). 

La inquina de los vencedores hacia los dos países derivaba de la postura neutralista adoptada por aquellos durante la guerra, decidida por razones diversas.

Si Franco –instalado en el poder a poco del inicio de las hostilidades- profesaba una simpatía poco disimulada a las fuerzas del Eje; Argentina –gobernada por civiles o militares- sostuvo una tradición diplomática de no involucramiento directo en una contienda que se percibía lejana y ajena,  a la vez que privilegiaba el reaseguro de la provisión de materias primas durante el conflicto bélico, sustancialmente a su socio de siempre, el Reino Unido de Gran Bretaña. (Nota: para una mejor comprensión de la política internacional argentina durante la Segunda Guerra Mundial -en sus diversas etapas: desde la invasión alemana a Polonia en 1945, al ingreso de los Estados Unidos luego del ataque japonés a la base norteamericana en Pearl Harbor- y las razones de cada una de los gobiernos argentinos a lo largo de ese lapso, remito a la primera de la obras del profesor Rein citadas; a Robert A. Potash: El ejército y la política en la Argentina. 1928-1945. De Yrigoyen a Perón, Hyspamérica ediciones Argentina, Buenos Aires, 1985; a Alian Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina, Emecé, Buenos Aires, 11a impresión, Buenos Aires, 1994 e Isidoro Ruiz Moreno, La neutralidad argentina en la Segunda Guerra, Emecé, Buenos Aires, 1997).

El Imperio británico dejaría de serlo al final de la contienda muy debilitado y exhausto, incapacitado  para cubrir el rol cumplido desde los años de la Presidencia de Bartolomé Mitre, al calor del denominado "modelo agroexportador", en virtud del cual la Argentina exportaba productos agropecuarios a Gran Bretaña, adquiriendo de los mercados de ese imperio productos manufacturados.

Al inicio del gobierno de Perón era muy incipiente el proceso de sustitución de importaciones que habría de profundizar (no sólo porque Gran Bretaña no podía cumplir con su parte sino primordialmente, en virtud de la decisión política de dejar de lado ese esquema desventajoso para el país, entendido como algo más que las 150 familias que se beneficiaban con el modelo que procuraba dejarse en el pasado) por lo cual el declive del tradicional socio comercial del país suponía un problema central (para quien desee profundizar en esta temática no puede obviarse la remisión a las esclarecedoras lecciones de Raúl Scalabrini Ortiz quien desnudó en esa relación desigual y ruinosa para los intereses del país, la esencia de una postración nacional -en: Política británica en el Río de la Plata, Plus Ultra, Buenos Aires, 9a edición, 1981- y, desde luego, la producción del heroico grupo político intelectual F.O.R.J.A. "Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina" a la que adhería Sclabrini, fundada por Homero Nicolás Manzione y Arturo Jauretche, cuyas filas integraron, entre otros: Luis Dellepiane, Gabriel del Mazo y Jorge del Río. Los cuadernos editados con enorme dificultad y hondo patriotismo por los forjistas entre los años 1936 y 1942 fueron compilados por la Dra. Ana Jaramillo, Rectora de la Universidad Nacional de Lanús en 2012).

En consecuencia, la situación económica y financiera del país era delicada, muy lejos de la fábula construida por la cual el Banco Central de la República Argentina estaba abarrotado de oro, mistificación nacida de una metáfora desafortunada inventada por el propio Perón durante los años de su exilio. "Partiendo de esta suposición [enseña Galasso] los opositores fundamentaron sus críticas llegando a sostener que el gobierno peronista, habiendo recibido el país rebosante de riqueza, desperdició la mejor oportunidad de la historia argentina pues los cambios realizados habrían estado lejos de corresponder a esa situación extraordinariamente favorable. Ese lamentable simbolismo lanzado por Perón hacía referencia a las divisas acumuladas -por nuestras fuertes exportaciones y, en cambio, bajas importaciones- durante el período de la Guerra Mundial, que significaban a fines de 1945, un total estimado de 1650 millones de dólares. Pero esas divisas no se encontraban ni en los pasillos, ni en los sótanos del Banco Central, sino depositadas en bancos de Estados Unidos y Gran Bretaña, sujetas a bloqueo, peligro de devaluación y de inconvertibilidad" (del autor citado, ¨Perón: formación ascenso y caída: 1893-1955, editorial Colihue, Buenos Aires, 2005, p. 435).

Digamos entonces que durante los primeros meses del gobierno peronista el país era acreedor de Gran Bretaña debido a las exportaciones de materias primas (alimentos, en rigor) procedentes de la Argentina cuyo pago no había realizado el Estado destinatario. Envíos que pudieron realizarse merced a la neutralidad argentina durante la guerra instada (en buena medida) por las necesidades del imperio inglés. Postura que los dos imperios emergentes de esa contienda esgrimían para hostigar al régimen político que había asumido la Presidencia argentina en junio de 1946.

No obstante, esa acreencia no era disponible, dado que Gran Bretaña no liberaba las libras esterlinas correspondientes, cuya percepción era indispensable para llevar a cabo el proceso de sustitución de importaciones comentado.

Por ello, dos funcionarios del gobierno peronista, el presidente del Banco Central Miguel Miranda y el canciller Juan Bramuglia, contribuyeron a "mantener el viejo esquema triangular para hacer posible un proceso de industrialización. Es decir, exportar a Europa en general y a Gran Bretaña en particular, y así obtener las divisas necesarias para adquirir en los Estados Unidos los bienes y equipos necesarios para el proyecto modernizador. Esta política prosperó durante poco tiempo y fracasó por diversas razones: las dios principales tenían poco que ver con los errores cometidos por los equipos económicos y diplomáticos del gobierno peronista: la declaración unilateral acerca de la inconvertibilidad de la libra esterlina y el cierre de los mercados europeos beneficiados por el Plan Marshall frente a la exportación argentina (es decir, evitar que los países europeos usaras dólares del Plan Marshall para comprar los productos argentinos). La medida británica declarada en agosto de 1947 puso fin a las relaciones triangulares entre la Argentina, Inglaterra y los EE.UU. Los británicos necesitaban los productos agropecuarios de los argentinos, pero no disponían de los productos y maquinaria que la Argentina precisaba para su industrialización. Miguel Miranda se quejó en una ocasión que de países como Inglaterra, la Argentina esperaba 'carbón y materias primas' no 'whisky y lápices de labio'. Mientras las monedas europeas, especialmente la libra esterlina podían ser cambiadas por dólares, la Argentina maniobraba con éxito para triangular el comercio. Poco después de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de las monedas de Europa dejaron de ser convertibles" (en: R. Rein, Juan Atilio Bramuglia..., cit. pp. 158/9).

Resumamos: al inicio de la Presidencia de Perón Argentina tenía una abultada acreencia exigible a Gran Bretaña en libras esterlinas que a los meses se declaran inconvertibles (lo que traducía una brutal devaluación de la moneda inglesa respecto del dólar estadounidense, menguando significativamente el crédito que la Argentina tenía en Londres y por ende, la capacidad de compra que tendrían esas divisas). Asimismo, el gobierno de los Estados Unidos había decidido, por un lado, impedir la triangulación comercial con esos saldos en libras favorables a nuestro país para la compra de las maquinarias norteamericanas que la economía argentina requería para iniciar el proceso de sustitución de importaciones y al mismo tiempo excluía expresamente a los productos argentinos del Plan Marshall ("European Recovery Program") mediante el cual la administración Truman inyectaría la entonces astronómica suma 14 mil millones de dólares para la reconstrucción de los Estados de la Europa occidental devastados por la guerra.




Una tormenta perfecta, que el presidente Perón sabría como enfrentar.

Entre otras políticas a su alcance decidió  profundizar la relación bilateral con España, iniciada en 1942 cuando el país lo presidía el conservador Ramón Castillo.

Entonces se suscribió un acuerdo comercial: "resultado de una complementariedad que permitió diversificar las fuentes de aprovisionamiento alimenticio en el caso español, mientras que en el argentino paliaba las dificultades para colocar sus productos de exportación. Aquel acuerdo estableció el marco que regularía los intercambios económicos entre ambos países: cereales y carne argentinos a cambio de acero y productos metalúrgicos españoles" (Lorenzo Delgado Gómez: "La España franquista y la Argentina peronista: una relación singular en una época agitada", en: Alberto Filippi (dir.): Argentina y Europa. Visiones españolas, ensayos y documentos: 1910-2010, Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, Buenos Aires, 2011, pp. 220-221).

Ergo, en plena guerra, durante el gobierno que sería derrocado por el  golpe militar liderado por los oficiales del G.O.U. en 1943 (cuya figura estelar era el entonces coronel Juan Perón) Argentina ya tenía dificultades para colocar sus productos en los mercados internacionales, las cuales se preveía paliar con la venta de esos insumos a la España de Francisco Franco.

Como a su turno, y en atención a las durísimas condiciones que el mundo le presentaba, intentaría el presidente Perón al suscribir un nuevo acuerdo con España, cuyo antecedente fue la visita de Eva a ese país periplo que (lo rengo muy presente) en algún momento debo abordar.

Ese vínculo, nacido antes del final de la guerra cuando arreciaban las presiones de Washington sobre los distintos gobiernos (el de Castillo y el de facto) para la ruptura y la declaración de guerra a las potencias del Eje alcanzaron el punto culminante con el retiro del embajador de los Estados Unidos en Buenos Aires. España, a diferencia de casi todas las legaciones internacionales en el país, mantuvo su embajador en la Argentina. Dificultades que se profundizarían al final de la guerra y, como anticipé dejaron mal parados a ambos Estados ante la comunidad internacional.

En gratitud a la decisión española de mantener su legación en el país, cuando la salida masiva de embajadores de Buenos Aires, Perón a poco de asumir la Presidencia designó embajador en Madrid –en claro desafío al boicot internacional aludido antes- a la vez que en el marco de la Asamblea General de las Naciones Unidas mantuvo una postura solidaria con Madrid.

En palabras del embajador argentino ante el organismo, José Arce, quien: “destacó que la Argentina apoyaba la doctrina de no intervención de potencias extranjeras en los asuntos internos de otros estados, una doctrina integrada en el derecho internacional y en la Carta de San Francisco, la carta fundamental de las Naciones Unidas. En consecuencia […], su país sostenía que la ‘cuestión española’ no se avenía a las atribuciones de la ONU ya que se trataba de un asunto interno español. Para superar esa dificultad se afirmaba, por supuesto, que el gobierno de Madrid ponía en peligro la paz y seguridad del mundo, y que por lo tanto se trataba de un tema de debate legítimo en las Naciones Unidad, mas la Argentina estaba convencida de que eso no se había demostrado. Arce explicó que por dichas razones la delegación argentina se abstendría de votas en todo lo concerniente a lo que solía denominar la ‘cuestión española’”  (Rein: Entre el abismo... , cit., p. 35 Sin embargo, la resolución de la Asamblea General: “expandió el boicot original y declaró que el origen, carácter, estructura y conducta del régimen de Franco la volvían inepto para participar en las Naciones Unidas y en sus instituciones u organizaciones afines. La resolución llamaba a los miembros de la ONU a retirar sus embajadores y ministros plenipotenciarios de Madrid, a la vez que recomendaba que el Consejo de Seguridad considerara la adopción de medidas adicionales si en ‘un tiempo razonable’ no se estableciera un gobierno democrático”, en íd. p. 36. Delgado Gómez, refiere que la decisión de la de la ONU de diciembre de 1946 había sido acompañada por los representantes de los Estados latinoamericanos con tres excepciones: El Salvador, la República Dominicana y la Argentina, en cit. p. 223). 

Ese apoyo de muta conveniencia justificada como una "alianza entre excluidos" era determinado, como anotamos, en correspondencia a la deuda de honor contraida por el Estado argentino cuando padeciera un boicot similar al que EE.UU. y la U.R.R.S. le infligían en ese entonces a España, como de la condición de excluidos de ambos contratantes que por otro lado fue recibido como maná del cielo para la aislada y asolada España que, para colmo de sus desgracias, padecía una sequía sin precedentes) y comenzaba a perfilar la política exterior que pregonaría de Perón de ahí en más: la "Tercera Posición".

Por ello, y aunque nos hemos excedido en el tratamiento de este punto, aclaremos, de la mano de Delgado Gómez que esa decisión de Perón: "no fue fruto ni de una actitud altruista ni de la sintonía de dos regímenes políticos que compartían principios autoritarios, nacionalistas y anticomunistas. De nuevo las condiciones de complementariedad comercial estuvieron en la raíz de aquella conducta. Los acuerdos con el gobierno español se inscribían en una orientación de mayor alcance que llevó al ejecutivo argentino, entre junio de 1946 y noviembre de 1948, a la firma de convenios bilaterales con 13 Estados. El objetivo era diversificar los mercados de exportación y las fuentes de abastecimiento de importaciones vitales, y con ello fomentar la independencia económica del país. Argentina esperaba que el gobierno español cumpliera sus compromisos de importación de productos manufacturados y, además, España no gozó de ninguna rebaja en el precio de los productos agrícolas a pesar de sus privaciones. Al contrario, la escasez de víveres y la falta de proveedores alternativos permitieron al gobierno argentino fijar precios muy elevados en sus ventas a España, que después repercutían sobre otros clientes, aunque sin alcanzar los precios pagados por el gobierno español" (cit., p. 225. Para una mejor comprensión de la relación bilateral entre Argentina y España durante las dos primeras Presidencias de Perón, sugiero la lectura del enjundioso estudio del profesor Rein tantas veces citado, como del ensayo de Delgado Gómez que acabo de reseñar parcialmente. Asimismo, el trabajo dirigido por el profesor Alberto Filippi que he citado prueba la participación activa y el interés de Francisco Franco en el sangriento golpe cívico, eclesiástico y militar de junio y septiembre de 1955, mediante la publicación de los informes producidos entonces por el Encargado de Negocios de la Embajada española en Buenos Aires, material certeramente analizado por Pablo C. Casas en el artículo: "Franco y Perón ¿un solo corazón?", publicado en Caras y Caretas, N° 2.271 de junio de 2012).

Volvamos a 1947. Franco, acorde a la magnitud del gesto del presidente Perón en la defensa de los intereses del Estado español en Naciones Unidas, organizará una recepción masiva del embajador argentino Pedro Radío, en enero de ese año. Otro tanto, sucedería en ocasión de la vista del embajador ante la ONU, José Arce, en mayo siguiente.

Ambas recepciones, incomparables, con los fastos y las expresiones descomunales que se vivrían en Madrid cuando Evita llegaría en representación de su esposo el presidente-amigo de España, general Perón.

Viaje que vengo anticipando demasiado, cuyo relato debo desarrollar de una vez por todas.

NOTA: El contenido de esta publicación puede reproducirse total o parcialmente, siempre que se haga expresa mención de la fuente.

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