miércoles, 3 de marzo de 2010

Discursos.





El lunes 1º de marzo fue un día de discursos y pronunciamientos importantes en el país y en la región.

Fue el día del tercer discurso inaugural de sesiones ordinarias del Congreso de la presidenta Fernández de Kirchner quien esta vez no innovó respecto del estilo que viene imponiendo: improvisar sus alocuciones, apelando apenas, a algún listado “ayuda memorias”.

Coincido con Mario Wainfeld con su columna: “Fondo por Fondo y quiero retruco” (http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-141230-2010-03-02.html) escrita con la honestidad intelectual, mirada crítica y sustancia que caracteriza su producción periodística, en que ese estilo empobrece (paradójicamente) las piezas de esa notable oradora que es Cristina Fernández, puesto que la expone al olvido de temáticas que deberían ser tocadas en el contexto del pronunciamiento y en particular, en abono de los puntos de vista que expresó en esa oportunidad.

Con todo, pocos niegan esa cualidad en la Presidenta, atributo que –desde 1983 a esta parte- comparte sólo con Raúl Alfonsín, no obstante ese parangón (o tal vez en razón de ello) indigna al hijo Diputado Nacional de ese Presidente. Lo escuché indignado quejarse, con inusitada virulencia en un dirigente que suele guardar el estilo y la compostura, al haberse sentido “retado” por Fernández el lunes pasado.

Aunque con otro sentido, opino parecido: la Presidenta retó a la oposición.

Supo dejar al desnudo las mezquindades, timideces e incapacidades de buena parte de quienes integran ese conglomerado enloquecedor; los retó a proponer una agenda superadora de la que viene auspiciando su gobierno sin refugiarse en el agravio histérico y vacuo, sin apelar a la resolución de las cuitas políticas en un Poder del Estado (el Judicial) excedido en esas materias por conformación y mandato constitucional.

Los instó a ser mejores de lo que son, lo que sería muy saludable para las instituciones que dicen defender, aunque dígase en mérito a la honestidad intelectual, supo disimular unas cuantas vigas clavadas en los ojos de su gestión.

Lejos estuvieron los opositores de recoger el guante, a poco de escucharlos en la Comisión de Acuerdos del Senado –con relación a la impugnación deducida contra el acuerdo propuesto por el Poder Ejecutivo para la designación de la Dra. Marcó del Pont al frente del Banco Central- a Elisa Carrió y Alfonso Prat Gay.

Entre las afirmaciones absolutas, dogmáticas, hechas de una vehemencia que esconde bajas intenciones y mal disimula desequilibrios evidentes, la Carrió profirió una sarta de insensateces que sólo a un desprevenido o desentendido en materia de cuestiones jurídicas puede pasarle desapercibidas. Habló de la perpetración de una estafa, interpretó que un acto –en el caso, la intervención de Marcó del Pont ante el DNU firmado por la Presidenta en substitución del remanido “Fondo del Bicentenario- era nulo por “violencia”, confundiendo –artera o ignorantemente- la configuración de la “violencia” para que ese acto resulte nulo e inflamó su verba con las diatribas intransigentes con las que suele enfrentar a un gobierno democrático y débil, como si lo hiciera contra una dictadura totalitaria y fuerte; además de pretender justificar mediante un giro interpretativo pasmoso de lo acaecido, la canallesca campaña que encabezó meses atrás durante su recorrida por varias embajadas con asiento Buenos Aires.

Ese proceder, aunque censurable, comprensible en quien se ha lanzado desde la contundente derrota electoral que le fue infligida en octubre de 2007, a una conspiración desvergonzada, genera irritación desde que (a más del rejunte que aún la sigue compuesto de de multi-tránsfugas y gente linda, pretensamente democrática) merece el acompañamiento táctico de dirigentes de otras extracciones, que por trayectoria y responsabilidad institucional deberían abominar de ese modo de hacer política.

En suma, los hechos suscitados con posterioridad al discurso de la Presidenta, dan cuenta de la imposibilidad no sólo del diálogo democrático, sino de la simple escucha del otro.

Del otro lado del río, asumió José Mujica la Presidencia de su país, discurso que pude seguir por la televisión, que generó asimismo, repercusiones en nuestro país.

Fue un discurso bien distinto, complejo, elaborado, (bien) leído de punta a punta por el Presidente entrante, mediante el cual expuso su propuesta mediante el repaso de trayectorias y diagnósticos.

Al igual que Cristina Fernández, Mujica dio su mensaje mediante su personal estilo: con un atavío simple y despojado aún de corbata, con una dicción jugada (por caso, el Presidente uruguayo leería esta última palabra: “dissión”- y un estilo directo y llano.

Tuvo momentos importantes ese discurso, reitero, muy cuidado, por todos dos: aquel en el cual apostó al sueño artiguista de la “Patria Grande Latinoamericana” (supo decir que Uruguay estaría con el MERCOSUR: “hasta que la muerte nos separe”) y otro en el cual se ocupó de la economía.

Dijo literalmente: "Vamos a darle al país cinco años más de manejo profesional de la economía. Seremos serios en la administración del gasto, en el manejo de los déficits, en la política monetaria y más que serios, perros en la vigilancia del sistema financiero".

Curioso me resultó ese pasaje, en tanto abreva una tradición que, aunque en conocimiento del pragmatismo de Mujica, supe siempre de cosecha liberal.

Ya lo dijo Jauretche: cuando quiere imponerse alguna política económica que necesariamente sea lesiva a los intereses populares, se las denominará “saludables”, “sustentables” o “serias”, tal el sentido que Mujica prescribió a la política económica que llevará a cabo, continuación de la implementada por el saliente Tabaré Vázquez.

Asumo que ambos, en especial Tabaré, cuenta con mejor imagen y aceptación que ciertos líderes de la región “no serios” desde su heterodoxia, sólo que tal vez a causa de mi necedad no pueda intuir el modo mediante el cual se llevará a cabo el ambicioso plan social que propuso en su discurso el presidente Mujica, conjuntamente con la “seriedad” macroeconómica anunciada y la vis canina que imprimirá a los números fiscales.

Previsiblemente, “La Nación” celebró la llegada de Mujica a la Presidencia ante tanto arrepentimiento, auto examen o –dirá algún mal pensado- patente claudicación ideológica; temperamento seguido por sus lectores (según se lee en la página web), resumida esa mirada angelical en el evidente y cantado contraste que el columnista Jorge Elías propone en: “La otra orilla de la política” (http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1238942).

Con todo arriesgo que tanto medio pelo indignado por estos días en estas pampas de Dios no vería con tanta benevolencia a Mujica si gobernara el país e inaugurase las sesiones ordinarias proponiendo la aplicación de medidas “ortodossas” o que incitase a los legisladores proponiendo un: “anímensenn”.

Aunque pensándolo mejor, a esta altura de lo vivido y comprobado, si mediase tanto arrepentimiento, auto examen o –dirá algún mal pensado- patente claudicación ideológica, sabrían disimular tales pintoresquismos.

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