lunes, 1 de abril de 2024

El periodismo de Enrique Raab

"Lo chuparon por amor. Estaba muy enamorado de un hombre y se negó a salir del país", me confió en 1999 Martín Federico, uno de los jueces del Tribunal Oral en el que yo trabajaba en esa época. 

Sobreviviente de Trelew (debía su vida a su adhesión a la postura de Agustín Tosco de no plegarse al plan de fuga que terminaría en masacre en agosto de 1972), me enteraría por una nota necrológica que le dedicaría a la muerte prematura del Tino Manuel Gaggero que el exilio que había vivido en París se debió a su condición de rara avis: la de un peronista que se había decidido por la militancia en el ERP.

Máximo Eseverri biógrafo de Raab en un extendido reportaje disponible aquí dio cuenta de las razones que lo motivaron a ocuparse de quien fue mucho más que un periodista. En esencia, como tantas de las personalidades que enumeré en la entrada anterior, Enrique Raab fue un intelectual que se expresó a través de los medios para los cuales escribió, los mejores de la época dorada del periodismo argentino.

Eseverri, a la vez que presenta a su biografiado como una personalidad compleja y rica, subraya que al reparar en su trayectoria y trágico final, debe hacerse foco en la sexualidad de Raab, cuestión que significó algo bastante más que una audaz y valiente decisión personal. 

Abordada por María Moreno en la selección publicada en su homenaje quien, además de preguntarse las razones por las cuales no se le confiere a Enrique Raab el reconocimiento tributado a Rodolfo Walsh y Francisco Urondo (colegas y compañeros de martirologio de Raab) subraya el tamaño de su talento periodístico, haciendo foco en su sexualidad. 


En el prólogo a la selección a su cargo bajo el título "Militancia e intimidad", leemos: "En 1973, un Néstor Perlongher -poeta gay de origen trotskista con ganas de integración popular- llevaba al FLH (Frente de Liberación Homosexual) a sumarse a las movilizaciones peronistas. Pero los peronistas al parecer se corrían y entre las masas promontoneras y el FLH siempre quedaba una franja enorme de asfalto. Luego vino eso de: 'No somos putos, no somos faloperos'. Enrique Raab no se acercó a esos intentos de articular política y deseo por los que pasaron en tiempos menos definidos desde Manuel Puig hasta José Bianco".

Al respecto, un todavía adolorido Edgardo Cozarinsky le confió: "Enrique no fue el único intelectual sensible a la politización integral de toda experiencia, un espejismo de finales de los años sesenta que a principios de la década siguiente derivó en militancia armada. Judío y homosexual, se acercó a grupos donde abundaban el antisimetismo y la homofobia". 

Ese pasaje me remontó al recuerdo del documental Sexo y revolución, dirigido por Emilio Ardito, consagrado a la lucha del FLH dirigido por Perlongher de legitmiarse a partir de la visibilidad en el marco del nutrido universo de revolucionarios de tantos pelajes de aquellos años, quien recibiría por respuesta el rechazo que refiere María Moreno. 



Experiencia testimoniada por uno de los militantes del FLH en el documental que se puede ver (por poco tiempo parece) en la plataforma CinearPlay acá.

Evocó la movilización del FLH a Ezeiza, en ocasión de la llegada de Perón en junio de 1973 cuando marcharon identificados con una pancarta: "comenzó a ocurrir que la gente que iba delante nuestro se ponía bien adelante y la gente que venía atrás se ponía bien atrás, sabiendo quiénes éramos, para no mezclarse con nuestro grupo. Eso era muy fuerte, porque más que el FLH parecíamos un grupo de leprosos con quien nadie quería tener contacto. Y pensaba realmente, en vez de una pancarta teníamos que tener campanillas, como usaban los leporosos en la Edad Media para anunciar su presencia. Eso fue muy duro. Yo estaba recién asumido y recién entrado al FLH y no tenía experiencia en semejante exposición y en mi caso personal, no lo resistí. Y bueno, yo no llegué a Ezeiza, en un momento me abro porque era intolerable. Nunca había vivido una situación así".

Fue ése el tiempo decisivo de la escritura de Enrique Raab: "un caníbal de todo hecho cultural", según la precisa definición de María Moreno, acreditada por una producción que en ese terreno abarca desde un extenso reportaje a Bertrand Russell, la reseña al recién aparecido Yo el Supemo de Augusto Roa Bastos, pasando por las críticas del más variado pelaje: desde el programa del Canal 13 Porcelandia y de la película Nazareno Cruz y el lobo de Leonardo Favio; sin esquivar el género del reportaje a las primeras figuras: Juan Carlos Thorry, Juan José Camero, Nuria Espert, Tato Bores y Tita Merello.

Por supuesto, la crítica teatral fue uno de sus puntos altos. Impiadoso con Alejandra Boero en una versión de Madre coraje de Brecht; da rienda suelta a una crueldad sofisticada en: "Con su intuición como única guía, Mirtha Legrand exhuma una vertiente perdida del teatro japonés" (La Opinión, 15 de agosto de 1975), entre tantas.

Aunque nadie fue destinatario de tanto desprecio como Abel Santa Cruz. En: "El público que asiste a los espectáculos soporta comedias escapistas y repetidas" (La Opinión 11 de enero de 1975), se ocupa de dos obras del autor de Papá corazón

La primera, El hombre piola, protagonizada por Luis Sandrini y Malvina Pastorino versa sobre el descubrimiento del protagonista: "que en su turbulento pasado prematrimonial hay una hija ilegítima y se lanza, con la ayuda del público a buscarla. Descubre ¡oh, sorpresa edificante!, que su hija es tan luego la devota chinita que le sirve en la estancia desde hace años y por quien tanto él como su mujer han desarrollado un amor paternal. La intuición guía aquellos sentimientos que la razón no conoce, propone Santa Cruz coincidiendo, de modo un tanto simplificado, con Pascal, y Sandrini intercala un largo monólogo a telón cerrado, de frente al público, donde da a conocer sus puntos de vista sobre el mundo y la vida. Por ejemplo, habla de un hippie: 'Tremendo muchachote, con barba tupida, una pelambre en el pecho que parece un matorral, más de dos metros de estatura. Ideal, pensé yo, para cargar bolsas en el puerto. ¿Y saben qué hace? ¡Enhebra collares'". Raab remata: "el público se desternilla de risa: en el pasado del hombre piola habrá habido algunos pecaditos, incluida una hija natural, pero que nadie se intranquilice: el Sandrini de ahora mandará a su hijo a cargar bolsas, no a que enhebre collares".

Respecto de la segunda Somos hombres y algo más..., la escritura de Raab es parejamente peyorativa cargada a su vez, de un sentimiento de odio difícil de disimular, destinado al autor (y a los intérpretes y al público) de un ejercicio de "mataputismo" explícito, por ramplón y reaccionario que fuera.

Protagonizada por Rodolfo Bebán y Claudio García Satur describe la trama: "para salvar a un hermano (Arnaldo André) del súbito desamor de su prometida (Gabriela Gili), Bebán, nuevo objeto de ese afecto, decide hacerle creer a toda una pensión de estudiantes que él es un homosexual lanzado. La idea que Santa Cruz tiene sobre los homosexuales parece coincidir con la del público, porque Bebán se pasea todo el día en kimono, teje a punto cadena bufandas para su amado, y ambos -él y Satur- no dan un paso sin mover las caderas y dejar caer los párpados de manera insinuante. El público ruge de placer, porque sabe que tanto Bebán como Satur no son, sino se hacen y para que la imagen natural quede restituida, cuando no necesitan interpretar la farsa, uno le dice al otro tachero y el otro le retruca con malevo [referencia a los éxitos televisivos protagonizados por ambos actores en ese tiempo]. Sensible alivio para la sala: los limites de la credulidad han quedado intactos".

Tendría que terminar esta reseña con las crónicas políticas de Raab, pero esto se ha hecho largo y las lumbares se están quejando demasiado.  

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