sábado, 1 de febrero de 2020

Como aquella princesa del librito de cuentos. Eva Perón en España, año 1947 (Última parte: telón)

Llegamos finalmente, a la conclusión de este relato del viaje de Eva Perón por España, en junio de 1947. 


Al mediodía del 21 de partió de Vigo hacia Zaragoza, con la finalidad de visitar el santuario de la Virgen del Pilar, donde ofrendó sus pendientes de oro (actitud que combinaba la devoción y las expectativas que tenía en el resultado de su futura audiencia con Pío XII en iguales dosis), ciudad en la que visitó el Monasterio de la Cogullada, donde pasaría la noche. 

Su llegada a Barcelona al día siguiente (donde se rencontría con Carmen Polo, para disgusto de ambas) la hizo destinataria de nuevos agasajos, comenzando por una caravana de: “unos doscientos coches”, que acompañó la entrada del auto descubierto compartido por ambas damas. Franco llegaría al día siguiente para despedir a la huésped a bordo de un avión piloteado por el mismísimo ministro de Aviación, quien no se transportaba por esa vía desde 1937, después del accidente sufrido por el general Emilio Mola durante la guerra civil.

Algo veníamos escribiendo sobre el cansancio que experimentaba Evita a esa altura de la gira por España, que ya cumplía los dieciocho días de duración. Su malhumor hacía cumbre a su llegada a Barcelona. Motivos tenía, los que repasamos en entradas anteriores.

Un síntoma de ese fastidio fue su llegada con dos horas de retraso a la representación de la pieza “Sueño de una noche de verano”, dispuesta en su honor: “Quizás sintiera por primera vez, fuera de su país, cómo se había trastocado su vida desde su casamiento con Perón y la altura de las circunstancias, pues en su fuero interno no olvidaba su origen y su falta de preparación para todo lo que tenía que hacer en esos momentos. Aunque ahora la llamaran doña María Eva Duarte de Perón y usara la Orden de Isabel la Católica, la realidad debe haberle parecido muchas veces un sueño difícil de vivir” (Navarro, cit., p. 135).

El 23 de junio fue homenajeada en el Palacio Nacional de Montjuich, con una concurrencia de seis mil trabajadores, según Fermín Chávez, oportunidad en la que persevera en una verba refractaria para su anfitrión: “pronunció un discurso del que se han guardado algunas frases memorables: ‘Que sepan los obreros de España –dijo- que mientras en nuestros trigales haya una espiga, esa espiga será repartida con ellos, en solidaria expresión de paz, de cristiandad y de justicia social. Pensad en la República Argentina: el general Perón nada promete y lo da todo, haciendo el milagro de que en nuestro país haya menos pobres y menos ricos.” (en: Perón y peronismo, cit. p. 102).

El día 26 fue el de su partida desde el aeropuerto de Barcelona. Se dirigía a Roma, segunda escala de su viaje europeo, el que daría pie a las fabulaciones que aún hoy se propalan, las que aludí en la primera entrega de esta extensa saga.

Ya nos ocuparemos de rebatir esas versiones nacidas de intereses preconcebidos que porfían en denostar (como fuere) la figura de Eva Perón.

Demás está decir que su actuación y su personalidad política deben ser observadas siempre con mirada crítica y que a partir de esa mirada todo observador llegará a las conclusiones que sus convicciones contribuyan a conformar.

Sin embargo, desde este espacio pequeño se practica como un sacramento religioso la honestidad intelectual. Nada de lo escrito es indiscutible, por cierto, ni considero verdades incontrovertibles las conclusiones a las que he ido arribando. Aunque afirmo que todo lo anotado aquí ha sido escrupulosamente confrontado y respaldado con citas y documentos de la época que en algún caso fortalecieron opiniones preconcebidas, en otras, las relativizaron o directamente, las derribaron.

Así procedo y seguiré, sin otro interés que la divulgación de nuestro pasado reciente desde este bazar austero, con más o menos habilidad, pero siempre, con honestidad intelectual.

Unos cuantos que se dedicaron a estudiar el período, respaldados por firmas editoriales de capital internacional (con sus propios intereses en juego) no pueden escribir lo mismo, sin ponerse amarillos. Ya nos ocuparemos.

Decía de la partida de Evita desde el aeropuerto de Barcelona luego del último homenaje que se le tributó. Reseña la crónica del diario ABC: "entre una ensordecedora ovación llegaron el Generalísimo Franco y la señora de Perón al cruce de la carretera La Bordeta, junto a la plaza de España, donde se hallaba el Ayuntamiento de la Corporación y las autoridades, descendieron del coche doña Eva Duarte y el generalísimo Franco, siendo saludados por todos los presentes, al mismo tiempo que la banda militar interpretaba el Himno Nacional. La esposa del presente argentino llevaba un traje negro, estampado con flores rosas y tocaba su cabeza con un precioso sombrero negro de viaje. Doña Eva Duarte y el Jefe de Estado revistaron las fuerzas que les rindieron honores. Después, el alcalde entregó a la ilustre dama argentina un precioso ramo de flores con lazos de los cororres argentinos y españoles, al mismo tiempo que pronunciaba las siguientes palabras: 'Ahí van esas flores de Barcelona, excelentísima señora, para que su perfume le acompañe en su viaje de salida de España'. Doña Eva duarte agradeció el obsequio y subió nuevamente al coche en compañía del Generalísimo entre los vítores y los aplausos de las personas que allí se encontraban y que no cesaron un momento de demostar su simpatía a la dama argentina" (en: "Despedida efusivamente, Doña Eva Duarte abandona emocionada España, para llegar a Roma en la tarde de ayer", ABC, 27 de junio de 1947). .

Ya en el aeropuerto: "se acercó a la escalera del avión, abrazando efusivamente a doña Carmen Polo de Franco [tras el cual ambas habrán suspirado aliviadas] y a su hija, señorita Carmen Franco. Luego, Su Excelencia el Jefe del Estado se despidió de la ilustre dama deseándole un feliz viaje. La señora de Perón, muy emocionada, agradeció la atenciones recibidas. 'Muchas gracias por todo. Hasta pronto'" (íd.).

La meliflua crónica del diario oficialista no dio cuenta (por obvias razones), de las palabras de despedida de Evita a Franco, según se refiere en muchas de las biografías consultadas, a quien previo a palmearle el hombre le habría dicho: "la próxima vez que quiera juntar tanta gente, no dude en llamarme".

Minutos antes, el dictador había puesto a su disposición los micrófonos de la Radio Nacional de España, para que se propalase su discurso de despedida. En su rodeo, Evita supo sacarle el jugo pronunciando un discurso potente y sentido, aunque pleno de giros propios de la pluma de Muñoz Azpiri:

"Españoles. Habéis arrebatado mi espíritu con un homenaje como no lo tributó jamás España a lo largo de su historia. Lo mismo es los pequeños pueblos que en las urbes populosas se han derramado a mi paso océanos de simpatía. Este homenaje, de colosales proporciones, sería exagerado e inexplicable si hubiera sido tributado a una mujer; pero no, no ha sido rendido solo a una persona, ni siquiera a un país. Esta apoteosis entraña un sentido más recóndito y abismal. Vuestro aplauso saluda al mundo nuevo, promisor de justicia y de paz, que nace de los escombros de lo antiguo, carcomido por los atropellos sociales. Quienes en Europa y América no alcancen a comprender la profunda revolución de esta hora, atribuirán a un fenómeno de psicología multitudinaria y a un sugestión colectiva, el homenaje delirante del pueblo español, señorial como ninguno, a un sencilla mujer argentina, nacida en el seno de las clases trabajadoras y alzada por ellas a la suprema cima espiritual de la República. Pero no se trata de una sugestión colectiva, no se trata, tampoco de exageraciones y fanatismos."


Agradecía el trato y lo compartía con las mujeres no sólo de su Patria, como leeremos en el próximo tramo del discurso de despedida por el cual reivindica el rol de la mujer, en especial, el de aquellas que la habían acompañado a lo largo del extenuante periplo que culminaba: "no me adornan atributos personales que no halléis en cada paso en vuestras mujeres, dignas hijas de aquellas que sostuvieron en su coraje el corazón del Cid Campeador y de Fernando el Católico. Recojo vuestro aplauso porque reveía a las claras el hambre de justicia social arraigada en el pueblo hispánico y el ansia incontenida de sostener el nuevo mundo de pan y de paz, por cuyo afianzamiento luchamos los españoles y los argentinos. No habéis vitoreado algo intrascendente, sino un amanecer de esperanza y lumionosidad [...]. Recojo vuestro clamoreo apoteósico porque en mío no se ha glorificado a una mujer, sino a la mujer popular, hasta ahora siempre sojuzgada, siempre excluida y siempre censurada. Os habéis exaltado a vosotras mismas, todo derecho que no vuelva jamás a implantarse la vieja sociedad, en la que unos seres, por el mérito de haber nacido en la opulencia, gozaban de todas las inmunidades, y otros seres, por el pecado de haber nacido en la pobreza, habían de padecer todas las obligaciones. El oscuro linaje y la pobreza no opondrán jamás barrera a nadie para que pueda lograr el desarrollo de sus aspiraciones y el triunfo de sus ideales." 

Un mensaje de avanzada, que matizará, para desalentar asociaciones no deseadas con el comunismo ("aquellos agitadores que soliviantan a los pueblos con promesas utópicas para abandonarlos luego, una vez que han asegurado sus fortunas..."), dedica un párrafo a los "nobles de España", y otro laudatorio a la "Madre España" y a Francisco Franco, para culminar confesando, para beneplácito de Franco que: "Parto con el corazón henchido de gozo y también de orgullo y de ternura por tener una madre tan hermosa y tan noble, tan señora de sí misma, tan maternal y humana y, por sobretodo, tan profundamente católica. Parto con la alegría que me sale a los ojos de contemplar una España tan española y dueña de su más personal estilo. Tendré que pediros mi corazón, el corazón que os entregué al llegar; pero siento que puedo irme con el vuestro, dejándoles para siempre el mío. ¡Adiós, España mía!" (en ídem: "Mensaje de despedida al pueblo español).  

Era el cierre condigno de un viaje muy exitoso, pese al disgusto granadino que comentamos en una entrada pasada. Tan promisorio fue el paso de Evita por España, que la embajada de los Estados Unidos en Madrid: "a regañadientes resumió la visita diciendo: 'Personalmente a señora ha tenido un triunfo. Se reconoce que ha cumplido una tarea difícil con equilibrio e inteligencia y que ella es una fuerza importante en su país" (en Joseph Page, cit. p. 227).

Un exultante José María de Areilza escribía a su canciller confiando: “en que el viaje de la Primera Dama podría involucrar un viraje y mejorar realmente la imagen de España en el campo peronista. En un informe a Madrid escribió que: ‘ningún momento en las relaciones hispanoargentinas… parece tan propicio para intensificar la corriente de amistad y afecto entre los dos pueblos como ahora, cuando el viaje de la esposa del Presidente de la República ha exaltado al plano de la máxima actualidad la cordialidad entre los dos países”. Idilio que, como anotamos, duraría poco. (en: Rein, cit. p. 62).


Aunque este trabajo se circunscribe a la visita de Evita a España, anoto simplemente que a su llegada a Roma fue recibida por el primer ministro Alcide De Gasperi y al día siguiente (27 de junio) se entrevista con el Papa Pío XII, reunión de la que saldría defraudada: habría recibido de manos del Pontífice un rosario de oro, cuando pretendía obtener un marquesado vaticano.

Su paso por Francia y Suiza le deparan alguna insatisfacción –al igual que su llegada a Roma-; ausentes por completo los majestuosos y populares agasajos que se le habían tributado en España, se la agrede en sendas ocasiones, de palabra y en Suiza, de hecho, en Ginebra, tomates y piedras llovieron sobre el coche en el que se dirigía. En Lisboa, se había entrevistado entrevista con don Juan de Borbón, aspirante a la corona española.

Retornó a la Argentina, previo paso por Río de Janeiro, entrevistándose en el Catete con el presidente brasileño Eurico Gaspar Dutra.

La escala en Río de Janeiro inició el ocaso del vínculo estrecho forjado entre Evita y su amiga y consejera Lillian quien al igual que la Señora, había ido experimentando un fastidio nacido en la añoranza de su familia, que había abandonado durante un lapso demasiado extenso,

Cuenta haberse enterado de la duración de boca de Evita en Madrid, cuando pudo sonsacarle que demandaría unos tres meses: "¡Esto es una barbaridad! [protestó, rebelándose por una vez a los deseos incontenibles de la esposa de Perón] ¡No fue lo convenido en Buenos Aires! ¡Ustedes me han engañado! Señora, ¡yo no soy una niña! -me sentía profundamente angustiada.- -¡No, Lillian! [le soltó Evita, disculpándose a su manera] Todo se fue compolicando, nos invitaron unos días a Italia. ¡Vamos a ver al papa, Lillian! y después pasaremos dos o tres días en Florencia y en Venecia, a lo mejor vamos a París. No se ponga mal. Le aseguro que no fue adrede. Me sentí tan desprotegida, extrañaba tanto a mis hijos, y todavía quedaba un largo trecho. Decidí no hablar más del asunto, ya nada se podía hacer" (Lagomarsino, cit., p. 137). 

Una resignación callada, que acumulaba broncas y cuitas que explotarían en Río de Janeiro. Malestar  adobado con otras experiencias mortificantes para Lillian, como cuando, en vuelo de Sevilla a Santiago de Compostela; "ocurrió algo increíble. Yo siempre iba sentada junto a la Señora, pero ese día alguien se acercó para conversar y entonces le sugerí dejarle mi asiento para pasarme al de atrás, así podría escribirle a mi familia. Pasados unos quince minutos, la Señora extendió su mano hacia atrás entre los asientos, y de un tirón me sacó la carta y empezó a leerla para s+í. Todo el pasaje del avión hizo un profundo silencio. Así era Eva Perón. Una vez que terminó la lectura me la devolvió y todas las miradas estaban fijas en mí. Nadie lo podía creer. Yo continué escribiendo como si nada hubiera pasado. Desde entonces le mostraba cada carta que escribía. Desconfiaba hasta de su sombra" (íd., p. 141).

La llegada de la comitiva a la entonces capital brasileña coincidió con la realización la “Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad del Continente”, en la cual participaba el presidente de la Cámara de Diputados, Ricardo Guardo, esposo de Lillian a cuyos brazos se arrojó luego de tantas semanas de alejamiento.

Años después, recordó la súfrelo-todo que esa noche le hizo saber a Evita que dormiría con su esposo: "creemos que esa actitud no le gustó nada. Frunció el ceño y nos miró duramente, en especial, a Ricardo. Además, yo no me quedaba a dormir con ella. Conociéndola, supongo que tendría miedo. Felizmente, a primeras horas de la mañana Ricardo tomó un avión pues tenía que regresar a Buenos Aires. Yo continué a su lado, nunca me hizo comentario alguno al respecto, pero creía que nuestra suerte ya estaba echada" (íd., p. 164, destacado en el original).

Vamos a ahorrarnos la lectura de otras versiones de lo que habría sucedido entre ambas mujeres en Río, no me interesa. Aunque aclaro que la relevancia que le dí al evento se relaciona directamente con aquello que destaqué en otra entrada: el excesivo personalismo del régimen peronista que casi siempre tradujo una mella en los más leales, caldo provechoso para tanto alcahuete que trepó sobre las cabezas, en este caso, las del matrimonio Guardo-Lagomarsino.

Dado que al poco tiempo del arribo de Evita a Buenos Aires, el presidente de la Cámara de Diputados caería en desgracia iniciándose aquel ostracismo que comentamos en la entrada dedicada a Lillian.

Alejamiento que perduraba el 26 de julio de 1952, fecha de la muerte de Evita: "No fui a su velorio [evoca Lillian] era sumamente penoso para mí; me acerqué junto a Ricardito a la vereda del Palacio Unzué y rezamos un rosario. Después me encerré en mi cuarto todo el día. [...] Fueron días de profunda tristeza para mí. Se sucedían en mi mente las imágenes de los momentos compartidos con la Señora en esa soledad del cuarto de los castillos; las noches en los monasterios españoles, en los hoteles. Esa intimidad de compartir un baño, una robe, una carta, una confesión, las largas noches de insomnio. Las eternas charlas en los aviones, en el barco. Todo a un tiempo pasaba por mi cabeza, era como una película infinita. Ojalá recordara hoy lo mismo que ese día". 

Tuvo tiempo, además, para reprocharse ese alejamiento y el no haber sido lo suficientemente persuasiva para convencerla de la necesidad de visitar un médico, cuando durante el viaje y la intimidad compartidos, tuvo noticia de alguna disfunción parecida por Evita: "siempre pensé que si hubiese permanecido a su lado la habría llevado a hacer la revisación médica que en los últimos días del viaje me había prometido cumplir. En esa época creí que era un desarreglo hormonal, ella no le daba importancia al tema. Recuerdo que uno de los últimos días en barco le dije que cuando un a mujer tiene mal su parte ginecológica, eso se refleja en el cutis que envejece prematuramente. Entonces sí se impresionó mucho y me prometió seriamente hacer una consulta con mi médico cuando llegáramos. Que mal me sentía. De haber permanecido a su lado hubiera insistido ante el General, o ante sus hermanas. Algo hubiera hecho por ella" (íd., pp. 180-181).



Cuánto cariño el de Lillian, cómo la conocía. Tanto como para saber que haciéndole el cuento del cutis tenía alguna chance de que Evita aceptase revisarse por su médico personal. El cariño propio de quien había tolerado las mil y una en Europa: tres noches enroscada en un silloncito para velarle el sueño a la amiga que tenía miedo; contarle cuentos o besarla en la frente para que pudiese descansar; aconsejarla bien, seguirla como una sombra obediente y leal.

Y Eva en el momento final de su vida (tan despiadado, tan cruel), recordó a su amiga Lillian, tal como se lo hizo saber, años más tarde el confesor de Evita, el padre Hernán Benítez: "me dijo algo que me llenó de paz, luego de cuarenta y tres años. - ¿Sabe Lillian? Evita me pidió que la mandara a llamar, queria volverla ver- ¿Por qué no fue? - Padre... usted me conoce. ¿Cómo se le ocurre que no iba a acudir a su llamado? Jamás lo supe porque nunca me llegó. Alguien se encargó de que no llegara el mensaje" (íd., p. 183).

Lo dijimos al inicio de esta saga y podemos reiterarlo ahora: la experiencia del viaje en Evita contribuyó a la formación de su personalidad política, que hoy, a casi setenta años de su prematura muerte, perdura en el recuerdo de millones.

Eficaz entrenamiento en vista a los años que vendrían, cuando decidió dejarlo todo por su empresa, consumiéndose en esa pasión.

Volvamos entonces, al momento de su arribo al puerto de Buenos Aires procedente de Montevideo cuando pronunció un discurso que remachaba el acento social que había anticipado en Madrid y reforzaría en Vigo y Barcelona.

Dijo entonces: “Con profunda emoción llego después de varios meses de ausencia, a esta, mi querida patria, en la que dejé mis tres grandes amores: a mi tierra, a mis descamisados y mi querido general Perón… Yo he llevado un mensaje de paz de nuestro pueblo, pero es inútil hablar de paz mientras continúan las odiosas diferencias sociales, mientras no se haya logrado que existan menos ricos y menos pobres y mientras no haya paz en los corazones y en los espíritus” (en Navarro, cit., p. 179).
Anticipó, que reiniciaría de inmediato sus tareas en el despacho de su Secretaría, el paliativo de tantas necesidades y era urgente trabajar en consecuencia: “Hasta ahora sólo ha ensayado un papel. A partir de este momento, se levanta el telón.” (Dujovne Ortiz, cir., p. 325).

Fuentes consultadas,
Areilza, José María de:  Embajadores sobre España, Instituto de Estudios Políticos", Madrid, 1947 y  Así los he visto, Planeta, Barcelona, 1974
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Barreiro, Hipólito, Juancito Sosa, el indio que cambió la historia, Tehuelche, Buenos Aires 2000
Beevor, Antony, La Guerra Civil Española, Crítica, Buenos Aires, 2015
Blanco Pazos, Roberto y Clemente, Raúl: Diccionario de actrices del cine argentino (1933-1997), Corregidor, Buenos Aires, 2008
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Dujovne Ortiz, Alicia, Eva Perón. La biografía. Ed. Suma de Letras Argentinas, 1ª reimpresión, Buenos Aires 2005
Feinmann, José Pablo: Peronismo. Filosofía política de una persistencia argentina. Tomo I. Planeta, Buenos Aires, 2010,
Filippi, Alberto (dir.): Argentina y Europa. Visiones españolas, ensayos y documentos: 1910-2010, Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, Buenos Aires, 2011: Delgado Gómez, Lorenzo: "La España franquista y la Argentina peronista: una relación singular en una época agitada" y Quijada, Mónica, "El comercio hispano-argentino y el protocolo Franco-Perón: una complementariedad frustrada": "La España franquista y la Argentina peronista: una relación singular en una época agitada",
Gambini, Hugo, Historia del peronismo. El poder total (1943-1951), Planeta, Buenos Aires, 1999
Galasso, Norberto: Perón. Formación, ascenso y caída (1893-1955) Tomo I, Ed. Colihue, Buenos Aires 2005 y  "La compañera Evita", Colihue, Buenos Aires, 2012,
Lagomarsino de Guardo, Lillian, Y ahora… hablo yo. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1996.
Navarro, Marysa, Evita, Edhasa, Buenos Aires 2005
Page, Joseph, "Perón. Una biografía", primera parte (1895-1952), Javier Vergara editor, Buenos Aires, 1983;
Pavón Pereyra, Enrique Vida íntima de Perón. La historia privada según su biógrafo personal, Editorial Planeta, Buenos Aires, 2011
Potash, Robert A., El ejército y la política en la Argentina. 1928-1945. De Yrigoyen a Perón, Hyspamérica ediciones Argentina, Buenos Aires, 1985;
Pichel, Vera, Evita íntima, Planeta, Buenos Aires, 1993,
Rapoport, Mario y Spiguel, Claudio, Relaciones tumultuosas. Estados Unidos y el primer peronismo, Emecé Editores, Buenos Aires, 2009,
Rein, Raanan El pacto Perón-Franco. Entre el abismo y la salvación, publicado por la editorial Lumiere en Buenos Aires, en 2003 y Juan Atilio Bramuglia. Bajo la sombra del líder. La segunda línea de liderazgo peronista, Ed. Lumiere y Universidad de Tel Aviv, Buenos Aires, 2005
Rouquié, Alian, Poder militar y sociedad política en la Argentina, Emecé, Buenos Aires, 11a impresión, Buenos Aires, 1994
Ruiz Moreno, Isidoro, La neutralidad argentina en la Segunda Guerra, Emecé, Buenos Aires, 1997
Sclabrini Ortiz, Raúl, Política británica en el Río de la Plata, Plus Ultra, Buenos Aires, 9a edición, 1981.
Sebreli, Juan José, Eva Perón. Aventurera o militante. Editorial La Pléyade, Buenos Aires, 1990

Diarios.

La Nación y La Hora, de Buenos Aires; ABC de Madrid. 

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