lunes, 13 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 24.

Ayer, Domingo de Gloria, encerrado tomé contacto con las personas queridas.

Además de seguir compartiendo estas reflexiones torpes con gente entrañable, por intermedio de una aplicación ("zoom"), lo hice con mis familiares.

Nunca me desvivieron los encuentros familiares, pero haber pasado por ese momento me dejó un sentimiento nostálgico de aquellos encuentros poco agradables.

Y, como casi todos los domingos de Pascua, de 1987 hasta acá, se lo recordó a Alfonsín y a su frase canónica, tan mal recibida entonces, tan poco feliz, incluso.

Tan reivindicada ahora como casi todo lo que ha dicho, hecho o dejado de hacer en su Presidencia, como viene sucediendo desde que murió, el 31 de marzo de 2009.

La foto que comparto la tomó un amigo, Aldo Amura, foto-periodista quien, reconocido conmigo, me regaló una copia que tengo enmarcada en la oficina en la que trabajaba hasta el inicio de la cuarentena.



No fue este el momento de su discurso último de ese domingo de abril de 1987, sino que la imagen se corresponde al de su anuncio a la multitud reunida en la Plaza que iría "personalmente a Campo de Mayo, a intimar la rendición de los amotinados".

El protagonista de la foto es Alfonsín, pero el valor documental de esa toma notable de mi querido amigo Aldo es Antonio Cafiero. Su expresión resume el sentimiento de angustia que aquel país en vilo, experimentaba en esas horas.

Antonio Francisco. Si Raúl es el "padre de la Democracia" (definición de una abyección infinita en mi mirada) él es uno de sus padrinos. 

El más radical de los peronistas. O mejor, de acuerdo con sus palabras, el más alfonsinista de los peronistas.

Lo había dicho varias veces, lo repitió ante el sepulcro de Raúl, el 2 de abril de 2009: "tuve dos maestros en política. Uno fue Perón, el otro fue Alfonsín".

Aunque el podio de los peronistas alfonsinianos se lo vienen disputando a partir de aquel 31 de marzo de 2009 y un poco más atrás también cuando nació el procerato de Alfonsín, ese dirigente despreciado, denostado, abominado, agraviado, insultado durante tantos años.

Entre el discurso de las Pascuas de 1987 hasta el 2005, por lo menos.

Dos veces me fui a las manos para defenderlo de los ataques más bajos. Me echaron (me e-cha-ron) de una reunión por haber fundamentado a los gritos mi voto a él en las elecciones de convencionales constituyentes de 1994. 

Cuando se burlaban del accidente que había sufrido en 1999 e incluso decían que era una farsa orientada a ayudar las posibilidades del candidato presidencial de su partido para las elecciones de octubre de ese año. 

O cuando se me perdonaba la vida y se me miraba de soslayo, con una sonrisita zumbona cuando invitaba a votar por él en 2001 para que llegase al Senado de la Nación.

Cuando se lo humilló en 2002 cuando la foto con zoom de un papelito que tenía entre sus manos en la tapa de la Tribuna de Doctrina y se forzó su renuncia a esa banca en el Senado, el mismo diario que lo erige en Padre de la Democracia, que durante el gobierno anterior lo caricaturizaba con cuernos y tridente por su posición crítica a la abominable gestión de De la Rúa-Cavallo.

Muchos de esos seres humanos me llamaron a fines de marzo de 2009. O cuando me veían en la calle, en Comodoro Py, en la Facultad, me daban el pésame. Me decían cuán conmovidos se sentían por esa pérdida irreparable. Que entonces habían descubierto la talla de estadista de Alfonsín.

Todos (todes) fueron prolijamente mandados (mandades) literal o metafóricamente a las conchas de sus señoras madres.

No sugiero que el presi salva-vidas, Alberto Ángel, deba ser incluido en la categoría de esos seres despreciables que denostaron a Alfonsín y a su muerte comenzaron a rescatarlo.

Porque pudo (y tuvo) haber tenido mil razones para oponerse a su gobierno y a su liderazgo político y el tiempo pudo haberle dado una lección; o vista esa experiencia en perspectiva valorar cuánto se quiso y no se pudo o se supo.

Lo cierto es que anoche, entrevistado por Jorge Fontevecchia (el japonesito de la Carmela) terminó de despojarle a Antonio Francisco la presidencia del peronismo alfonsiniano; por la cual venía haciendo mucho: sus discursos de campaña y los dos que pronunció ante la Asamblea Legislativa lo tenían en inmejorable  pole-position.

No soy tan retorcido como para reaccionar mal a la adhesión (enfática y sincera) a Alfonsín y menos aún, a observar un discurso que sintoniza tanto con el mío: se preguntó ayer ante el japonesito las razones por las cuales no había votado por Alfonsín en 1983 y porqué lo había hecho por Ítalo Luder (al nombrarlo, el semblante se le oscureció).

Opinión, insisto, que sintoniza con la mía, como que somos lo mismo radicales y peronistas. Algunos radicales y algunos peronistas.

Aunque, y por eso escribo, me dejó muy impresionado la dimensión de su rescate al legado de Alfonsín, a su pensamiento, a su identidad política.

Tan luego, un domingo de Pascuas, evento que, por muchos años, invitaba a evocaciones de sentido opuesto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario