jueves, 2 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 13.

Pasó el día trece, ya son dos las semanas de encierro.

Contento, con el cambio de temperatura: aunque parece que debiéramos temerle al fresco, yo me siento complacido ante esta mañana sin ese pestilente viento norte que a los locos tan mal nos trata.

Sin mucho para contar, salvo detalles intrascendentes.

Este encierro me hizo redescubrir la importancia de hacer ejercicio. Comencé mi día trece con una saludable rutina cardio gym, con la que sudé la gota gorda (literalmente).

El día fue mejor a partir de ese momento, por lo cual habré de adoptar esa sana costumbre (como el jugo Cepita) los lunes, miércoles, viernes y sábados y/o domingos. Los otros días, abdominales.

Ese bienestar, debe ser lo que impregna mi buen ánimo ante lo que se vive (por lo menos por ahora) por estos pagos. No sé si estaría muy contento yendo a laburar a la oficina, aunque el laburo en casa, con las consultas que vienen y van por el WhatsApp imponen una veloz adaptación.

Quizás por estar bien, tengo poco para escribir. Enhorabuena.

Ayer ante un pedido del amigo Juan que le aconsejara qué leer por estos días, se me ocurrió sugerirle que lea (o relea, según el caso) "El Farmer" de Andrés Rivera.

Fue a partir de esa obra que lo conocí a Rivera.

Recuerdo haberla leído de un tirón. Y releído de otro tirón. Impactadísimo. Transcribo:


"No fumo.
No tomo vino ni licor alguno. Ni rapé.
No asisto a comidas. No visito a nadie.
No recibo visitas: lord Palmerston me visitó siete veces en doce años.
No voy al teatro.
No paseo.
Mi ropa es la de un hombre común.
En mis manos y en mi cara se lee, como en un libro abierto, 
cuál es mi trabajo durante los treinta santos días del mes.
Uso botas.
Mi comida es un pedazo de carne. Y mate.
No tengo mujer. No ando de putas.

Soy un campesino que escribe diez cartas diarias.

Soy un campesino que escribe un diccionario.

El general Bartolomé Mitre, que pretendió traducir, me dicen, a un poeta blasfemo, declaró que yo fui el representante de los grandes hacendados y jefe militar de los campesinos.

¿Dónde vio campesinos, el general Mitre, en el país que supo darnos España?
Aquí, sí, soy un campesino que toma mate, sentado junto al brasero, que tiene frío, el campesino, sentado junto al brasero.

Soy un campesino, aquí, en el condado de Swanthling, reino de la Gran Bretaña, a dos leguas escasas de Southampton, y a muchas más leguas de las que uno puede imaginar de mis pagos en Monte, la tierra de mis padres, y de los padre de mis padres.


Y si pronuncio mi nombre por estos campos de la desgracia, ¿quién sabrá decir: ahí va un hombre cuyo poder fue más absoluto que el del autócrata ruso, y que el de cualquier gobernante en la tierra?


Soy Juan Manuel de Rosas.


Soy un campesino viejo, que no ha terminado de encanecer.

Y que, sentado junto al brasero, tiene frío.
Y toma mate.
Soy, también, el hombre viejo que, sentado junto a un brasero, mira nevar en sus escasas tierras, aquí en el condado de Swanthling.
Y piensa en la muerte.

Nieva en el reino de la Gran Bretaña. Nieva en Escocia. Y en Gales, y en Sussex.

Nieva en Irlanda del Norte.
Nieva sobre sobre los muros de París, injuriados por los incendios que levantaron los tullidos y las putas vociferantes de la Comuna.
Nieva en España, de los Urales a los Alpes, de Estocolmo a Sicilia.
Nieva en mi corazón.

Rosista perro, como lo era entonces (año 1995, 1996), me conmoví muchísimo con ese texto. Quise leer una defensa valiente de Rosas.


Nada de eso. Dado que, aunque Rivera no se solaza con las desventuras de Rosas a lo largo de su interminable exilio de 25 años, escribió lo que escribió para destacar que desde siempre los poderosos se descartan de los elementos que dejan de serles últiles.


Como un pucho que tira, cuando ya ni sabor ni aroma da.


No estoy del todo de acuerdo con la lectura que Rivera hizo de Rosas y su exilio no obstante debo ponderar que pone en boca de Rosas los textos de su propia correspondencia. Atinada o no, la hipótesis de Rivera no es antojadiza.


Y como anticipé, empecé con "El Farmer" y fui devorándome toda la literatura de este autor que me compró para siempre: "La Sierva", "En esta dulce tierra", "El amigo de Baudelaire", "Ese manco Paz", "Hay que matar", "Mittelerupa", "El verdugo en el umbral", cito de memoria.


Y una que hizo que estallase mi cerebelo: "La Revolución es un sueño eterno".


Esa es otra historia.


Escribiría un día entero sobre esa novela, pero prefiero diferirlo para mañana.


Quizás tenga buen ánimo y no tenga de qué escribir.

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