viernes, 10 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 21.

Ayer a la tarde, me fastidió que sonara el teléfono. Así venía mi humor.

Aunque luego me gratificó que fuera una encuesta (según me dijo la niña que me entervistaría) encargada por el gobierno nacional.

Me despaché con un "muy malo", como evaluación de la gestión del presidente salva-vidas.

Para que se entere que entre sus gobernados hay un puñado de hijites de pute como el que escribe estas pavadas que no comulga con los Santos ni aún en Semana Santa y que no dice amén, tampoco, ni siquiera un Jueves Santo.

Que baje esa popularidad tan alta a ver si se espabila la cohorte de magos de la tribu que lo asisten y tienen alguito más de inventiva que encerrarnos hasta mayo (lean las noticias, fieles seguidores, yo  les avisé).

Si se me preguntase qué habría que hacer a cambio de perseverar en el confinamiento, diré: no tengo la menor idea. ¿Por qué? Porque no soy un estadista. ¿Y por qué te quejás y no obedecés sin chistar  las órdenes de un estadista? Diría que las obedezco, con ánimo canino, pero que me quejo, simplemente. De reberde, nomás.

Recuerdo lo que escribí que hay gente peor aquí en otros lares desde siempre que soy un ingrato y que bla, bla, y bla.

Que en Brasil las cosas están peor, como en Estados Unidos, en Italia, en España y que bla, bla, bla.

Que allá se mueren (unos cuantos) y que bla, bla, bla.

Acá seguimos respirando y hay que agradecer que nos permitan seguir respirando.

Eso. Gracias por permitirnos el respirar. Gloria a los médicos en las Alturas.

Ora pro nobis, señor presidente salva-vidas. Perdón por el muy malo, pero si me llaman y sigo encerrado por orden tuya, voy a volver a hacerlo.

Para peor, anoche soñé (en realidad uno de los sueños fue a la mañana, miré el reloj, eran las nueve y seguí de largo) dos sueños absurdos, pero que me permitieron estar con gente querida, en situaciones ridículas.

Con Facundo Fuertes y sus hijos Bruno y Tobías y con Cachito. Nos había inivitado Facundo a la cancha de Independiente. Ni más ni menos.

Íbamos a esas plateas extrañas que (creo porque no fui a ese estadio post-remodelación) tiene en uno de sus laterales.

Yo había estado ahí, en plena Guerra de Malvinas. Los Andes jugaba de local contra San Lorenzo.

Me acuerdo de los volantes que se repartían en la cancha. El "Guachito" del Mundial '78, pisándole la cabeza al "león" inglés.

¿Qué hacía ahí? Había aceptado la invitación del padre de un vecino que vivía enfrente, Ernesto Lalli. Fui a ver muchos partidos de San Lorenzo durante esa campaña en la B. Dígase, porque es la más absoluta verdad: llenaba todas las canchas, San Lorenzo, la de Independiente, también.

Tenía 9 años y supe que en el fútbol había algo que pesaba más que el buen juego. Después de ir perdiendo 3 a 0 en el primer tiempo, San Lorenzo se lo empató. Me acuerdo de un gol de Insúa, con su pelo largo.

En el entretiempo, Ernesto se había encontrado con un amigo que estaba en la comisión directiva de San Lorenzo. Se lamentaba por el desastre que había sido el Ciclón. "No te preocupes, en el segundo tiempo les hacemos tres".

Y recuerdo la respuesta de Ernesto: "¿Tres milanesas a caballo?". "Vos, tranquilo, que les hacemos tres".

Y San Lorenzo hizo los tres goles nomás.

Vuelvo a mi sueño. Accedíamos (Facundo, sus hijos, Cacho y yo) subiendo por una escalera de esas de emergencia, de metal, pegadas a la pared.

Ni en sueños me mueve nada Independiente. Era un partido en homenaje a alguien. En esa platea estaban: Bochini, Percudani, Bertoni y otras glorias.

Yo, me preguntaba qué carajo hacía ahí y recuerdo que le decía por lo bajo a Cacho, para no ofenderlo a Facundo: "estos son amargos siempre".

Me paraba y me iba a deambular por las instalaciones, no toleraba más ver ese partido.

Entraba a una oficina vacía y un tipo me entregaba un formulario. Yo lo leía y no entendía nada. Y salía a buscar a alguien que recibiese eso. Y me cruzaba con un amigo, que ahora trabaja de Defensor Oficial en Lomas de Zamora (vestido de traje) que al verme, miraba para otro lado.

Yo volvía a la ubicación de la platea, con Bochini y esas glorias (ya no estaban Facundo, los pibes ni Cachito) y seguía preguntándome qué mierda hacía allí.

Fue entonces cuando me desperté (con un previsible sabor amargo en la boca -qué conjunción, por el amor de Dios-) y decidí seguir durmiendo.

Estaba en un tren. por tomar un tren, que me llevaría a Azul, los pagos de mi Vieja y de mis abuelos. Había mucha gente a la cola, una especie de grupo juvenil católico o algo así. Yo quedaba detrás de una parejita. Él, con mucha torpeza, piropeaba a una piba. En voz alta, todos escuchábamos el piropo, el intento de levante en realidad. Pero era muy directo, muy brutal.

Ella lo dejaba hacer, como que estaba entregada. Y a todas las personas que estábamos ahí nos causaba gracia el modo del muchacho, que cada vez gritaba más.

Subo, me ubico y por la ventana, llamo a una piba que era la hija de quien vendía boletos, porque yo no tenía uno. Le doy en cambio chico, pero mucho dinero. La piba (era muy chica), vuelve y me dice que me tengo que bajar, porque el boleto que le había pasado estaba tiqueado y me lo muestra. Yo le decía que no, que nunca había viajado en ese tren. En ese momento, sacaba mi pasaje del bolsillo donde estaba el dinero que le había dado.

"Ahora está bien", me decía. Y yo le reclamaba la plata. La piba se iba a la boletería y la veía hablando con un mujer,c ya con el tren en marcha.

No recuerdo nada del trayecto, pero llegaba a Azul.

Me recibiía en su casa Lautaro Murúa. Estaba preparándome la cama en la que dormiría (se la vé más cómoda que la que me tortura noche a noche) y le contaba que me habían cagado en Buenos Aires.

Murúa me cambiaba de tema, sonreía, quería bajarle el tono a la situación y a  mi mal humor. Cuando sonreía, noté que le faltaba un diente. El frontal.

Te viniste en el "trasandino. Mañana ese tren llega a Chile", me decía.

Cuando reparaba bien en él y caía en la cuenta de que no era Murúa sino, mi Viejo.







No hay comentarios:

Publicar un comentario