domingo, 5 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 16.

Tuvieron que pasar casi 47 años para que descubriese las bondades del ejercicio físico.

Yo, que durante años me burlé de quienes hablaban de la liberación de endorfinas, de la energía recuperada, del bienestar post-gimnasio, y otros tantos etcéteras, me sorprendo a mí mismo pasando por esta experiencia tan gozosa.

Nunca es tarde cuando la dicha llega, decía mi abuela.

Luego de haber quemado unas cuantas calorías, me senté a escuchar al presidente salva-vidas, en la entrevista que Horacio Vebitsky le hizo para su portal "El cohete a la luna".

Si el domingo pasado andaba cabrero con Fernández, hoy, en éste particular domingo de Ramos que andamos atravesando quedé muy sorprendido ante las ostensibles capacidades que evidencia don Alberto para el manejo de esta tragedia que como Humanidad andamos padeciendo.



Esto se lo dejaría a mi amigo Belisario, pero este hombre ha de tener un Mercurio exaltado en su carta natal, porque tiene una capacidad de comunicación asombrosa. Que no es pura espuma, porque responde con claridad y solidez a las preguntas ponzoñosas de quien sabe día a día ganarse el mote de "Viboretsky".

Y de llevarse la pelota de un lateral al otro, al igual que un gran jugador de fútbol (iniciado en el club de los amores del presidente, que vistió la camiseta equivocada) en un partido inolvidable.

Contestó todo con solidez y anticipando movidas interesantes de cara a lo que se vive, lo que pasó y, por supuesto, lo que vendrá.

Vale la pena escuchar este gran reportaje, disponible acá: https://www.elcohetealaluna.com/un-impuesto-extraordinario/

Yo, con lecturas varias, pro todas: "Mensaje y destino" (12 tomos sobre la vida de Alem) y "Pueblo y gobierno" (otros 12, sobre Yrigoyen).

Hoy cierro con esto. 

Mientras redacto vuelvo a escuchar un lamento profundo, ahogado, que llega de la calle de hace una semana a esta parte.

Pareciera ser la voz de un hombre, o de un adolescente crecido que  profiere largas, extensísimas lamentaciones, como los perros cuando muere el amo o son dejados solos un fin de semana en la casa.

Aunque destroza mis nervios (hay que oírlo para saber de qué se trata, lo escucho con nitidez en el piso 15, ni me quiero imaginar a mis vecinos de 2° o el 3° piso) no dejo de pensar (vedado mi contacto con el portero del edificio que conoce la vida de casi todas las personas que vivimos a cinco cuadras a la redonda) en quién será esa persona, porqué se lamenta así, cuál es la tara que tiene.

Si vive con alguien que lo saca al patio para respirar un par de horas (tal vez se lamente así día y noche) o sea el modo que tiene para quejarse ante algún castigo recibido. O, quizás lo más probable, porque no se le prescribe la medicación necesaria, por estos días.

Como sea y a propósito me sirvió para recordar un caso similar que conocí en mi departamento en el que viví entre 2003 y 2007, sobre la calle Olazábal en Belgrano R.

Justo enfrente de mi departamento (un primer piso a la calle) vivía una mujer con un retraso mental. Se la pasaba gritando la noche entera. Siempre de camisón blanco, salía al balcón de la calle y gritaba: "Rosario, me voy. Me voy. Me voooooooooy".

Imaginen un voz tonante y de registro muy grave.

Insufrible en el verano (las ventanas estaban abiertas y sus alaridos a la madrugada se escuchaban con total nitidez), en especial cuando otros vecinites le respondían.

Recuerdo: "¿por qué no te vas de una vez, la recalcada concha de tu madre?" piropo delicado al lado de las otras cosas que escuché que le decían.

Ella, contestaba. Siempre la misma frase: "Rosaaaariooo, me voy. Me voy. Me vooooy". Algunas veces. "es así, es así" se le escuchaba gritar.

Al poco tiempo de vivir ese pequeño averno, vino a verme la administradora del consorcio. Con una nota. Con firmas. Andaba recolectándolas por el barrio, para presentarlas no sé a quién, para que internasen a Rosario.

Fue entonces cuando me enteré que la mujer de los gritos se llamaba así y que la madre (una persona muy mayor que tenía un desequilibrio mental completo) al no poder (o no querer) pagar a una persona que la cuidase cuando ella de día salía, la dopaba. Rosario dormía todo el día. Y lo único que escuchaba decir de la madre era, precisamente: "Rosario, me voy".

Me negué a firmar. Prefería pasar dos siglos en vela a seguir la invitación de convertirme en una porquería sin remedio firmando una nota así.

A las tres semanas, la administradora del edificio falleció en su casa.

Yo, al poco tiempo puse en venta el departamento.

A la inmobiliaria que se encargó les impuse una condición innegociable: que el departamento se mostrase los días de semana, entre las 12 del mediodía y las 6 de la tarde.

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