martes, 28 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 39.

Estamos pisando, nomás, los 40 días, querido diario.

Cuarentena hecha y derecha. Y alguito más parece que se nos viene.

Afuera, una tormenta perfecta (viento, rayos, centellas y mucha agua) es el telón de esta nueva escritura que no interrumpí un solo de estos casi cuarenta días de profiláctico encierro colectivo, que escribo como si ello tuviese algún mérito.

Volvieron los sueños, querido diario. 

El de anoche, cargado de significantes que vaya uno a saber qué urgencias del subconsciente vienen a traducir.

Resulta que iba a entrevistarme con un Fiscal importante. O al menos, con un jetón importante. Había gestionado la cita y, puntualmente, me presentaba en su Fiscalía, acompañado de mi tía ciega.

¿Por qué había ido acompañado de Rosa? Misterio.

En la mesa de entradas de esa Fiscalía se agolpaban las personas que querían ver al Fiscal. Yo, no recuerdo bien qué, pero era claro que iba a proponerle una especie de acción conjunta, desde mi tarea, relacionada con la defensa pública.

Logramos pasar, con mi tía. Un empleado, me franqueó el acceso. Era una típica oficina de Tribunales. Le estaban haciendo una broma o algo así a ese empleado porque estaba con los pantalones bajos. A él le causaba gracia estar con el culo al aire. Sus compañeros (compañeres) celebraban el paso de comedia con risitas contenidas. A mí me molestaba todo eso, en especial porque contrastaba con el clima de trabajo febril de esa oficina.

Pasaba al despacho. El Fiscal, era un hombre de unos cuarenta años, a quien en esta dimensión, no conozco ni se parecía a nadie conocido. Su despacho atestado de libros y de carpetas. También había retratos de él. Muchos. Retratos "pop" con imágenes de este tipo en varias otras épocas de su vida. Siempre enérgico. Recuerdo una, de perfil, que se lo veía más gordo que cuando nos recibía a mi tía y a mí, dando una arenga o algo así.

Me daban unas ganas incontenibles de mear y salía del despacho, disculpándome con el Fiscal. Mi tía se quedaba en la oficina y como que atinaba a preguntarme qué se esperaba que hiciese con el Fiscal.

Me perdía en el edificio, tardé en encontrar el baño y descargué mi vejiga largamente (por suerte, querido diario, no miccioné en la realidad, sé que a varias personas que sueñan que orinan, lo hacen nomás).

Volví a perderme para encontrar la Fiscalía y al fin llegué. Había más gente reunida en la mesa de entradas. Paisanos, gente humilde. Yo me acercaba a la ventana de atención al público y nadie de adentro se percataba que yo quería entrar. De hecho, un morochazo me lo impidió cuando quise hacerlo.

Le recordé que minutos antes había salido de la Fiscalía, pero que no podría dejarme entrar nuevamente. Le dije de de la tía mía en el despacho del Fiscal, pero se rió, como quien escucha una macana.

Logré ver a Cynthia, una ex compañera de trabajo. Le grité desde la ventana y vino. Le rogué que me dejara pasar y, logró franquearme al acceso, luego de consultarle al Fiscal si querría volver a verme.

Estaba sacando fotocopias, y tenía la cara tiznada por el tonner de la máquina. La recuerdo sonriendo, ver su tez tan blanca, y darme vergüenza ajena, verla con el tizne en la mejilla.

El despacho era un caos, más gente y el Fiscal haciendo fotocopias de libros. Fumaba el hombre, me invitó a que me acercase y vi que tenía en las manos algo así como un Código Penal comentado, todo marcado, que fotocopiaba casi íntegro.

Es entonces, cuando me preguntaba qué hacía ahí. Había olvidado las razones por las cuales me había presentado ante ese Fiscal e incluso, me preguntaba sobre la conveniencia (incluso la legalidad) de que compartiese información que tenía como Defensor.

Me angustiaba eso y empezaba a hablar de boludeces, que molestaban al Fiscal. Como: "es claro, señor Fiscal que usted, al igual que yo, es un hombre del siglo veinte. No puedo leer desde una pantalla, me pierdo...".

El tipo asentía y me miraba como diciendo: "todo muy lindo, pero decime para qué carajo venís acá".

Y yo le preguntaba por mi tía.

Fin del sueño, querido diario.

No tengo el hábito de interpretar mis propios sueños, no lo haré en este espacio que es consultado por gente tan querida para aburrirla con teorías pavotas, aunque creo que es obvio que ese sueño deriva de alguna reminiscencia del pasado domingo cuando tuve la feliz idea de cumplir 47 años y un contingente de gente amiga, otra que trabajó con uno y muchos familiares, anduvo acordándose de uno.

De ahí la ensalada del sueño, quiero creer.

Cumpleaños tan distinto a otros, aunque rodeado de afecto virtual, pero afecto al fin. Y muy bienvenido.

Distinto de otros de afecto presencial digamos, como aquel de abril de 2014, cuando mi ahijadito Bruno, de tres años recién cumplidos, pese a su comprensible mal humor fruto de un almuerzo que se había extendido demasiado, me ayudó a soplar la dichosa velita.






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