martes, 7 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 18.

Sudando la gota gorda, escribo.

El profesor virtual no tuvo piedad conmigo hoy, entrené con "cóvenos" (dijera la abuela del querido Medina). Me duele hasta el caracú y no paro de transpirar. Menos pleno que otros días, pero satisfecho con el esfuerzo realizado.

Un amigo que sigue estos disparates, el más joven de los lectores de este blog, me comentó a propósito de la mención de Lidia Borda en la entrada pasada, que la había ido a escuchar el año pasado al Tasso, cuando la presentación de su nuevo disco.

Reviví la bronca que entonces sentí por no haber podido ir al recital, previsto para un viernes a la noche, cuando dicto (¿dictaba?) clases en el CBC. Volvió a presentar el mismo espectáculo a unas cuadras de casa, el "El Faro" de Villa Urquiza. Otra vez, un viernes a la noche, por lo que me lo perdí.

El amigo Juan tiene la edad que yo tenía cuando empecé a escuchar tango.

A ver. Escucho tangos desde la cuna. Literalmente.

Tengo el recuerdo de despertarme malhumorado y ver los barrotes blancos de la cuna, mientras tronaba por toda la casa la orquesta de Aníbal Troilo. Claro, eso lo supe después, pero seguro era Troilo. En casa, siempre Pichuco.

Voy con una anécdota.

Mi madre tal vez conserva la grabación. Recuerdo haberla escuchado no hace tanto. Sentí una tremenda vergüenza. Sucedía en la casa de una tía abuela. Hablaban todos, Titina (mi tía abuela) entre ellos a un grabador. Se reían y grababan frases sueltas: saludos, algún comentario futbolístico. Creo que a Titina le habían hecho recitar algún verso, el inicio de "La Cautiva" de Esteban Echeverría, tal vez.

Yo era el único niño de la reunión, por lo cual no iba a zafar. Y no zafé. Me hicieron cantar. Arrancó mi Viejo (que cantaba lindo) y yo seguí.

Me hizo cantar un fragmento de "Malevaje" de Enrique Santos Discépolo:

Como dije, arrancó él: "Decí por Dios, que me has dao', que estoy tan cambiao' no sé más quien soy. El malevaje estrañao' me mira sin comprender. Me ve perdiendo el cartel de guapo que ayer brillaba en la acción. No ves que estoy embretao', vencido y mañao' a tu corazón"


Y seguí  yo, con estridente voz de pito: "no me has dejao' ni el pucho en la oreja, de aquel pasao' malevo y feroz..."


En fin.

Lo cierto es que de adolescente no me gustaba el tango (bueno hubiese sido) y me puteaba con mi Viejo. 

No es que yo contraatacara con otra música (mis intereses de entonces se repartían entre River Plate, River Plate y, en tercer orden, River Plate), pero me rompían los huevos los tangos de mi Viejo.

A la edad que ahora tiene mi joven amigo, el tanguero Garcete empezaba a despedirse, tiempo durante el cual a mí empezó a gustarme el tango.

Estuvimos a punto de ir a escuchar al maestro Horacio Salgán al Club del Vino. A mí me gustaba (y me gusta) muchísimo Salgán y eso a él lo gratificaba. 

"Pese a lo siome que sos, tenés oído" , me piropeó, a su estilo. No pudimos escuchar a Salgán con quien con los años, sería mi amigo, don Ubaldo de Lío (ya contaré en este bazar alguna anécdota) porque su salud no se lo permitió. Estaba muy cascoteado.

Me encargó que le averiguase dónde cantaba María Volonté. Le gustaba la Volonté (en un sentido amplio, digamos). Tampoco llegamos.

Recuerdo haber escuchado la FM "2x4" con él en su departamento de Belgrano.

Le sorprendía y le agradaba que reconociera ciertos tangos, los arreglos de determinadas orquestas. Sabía muy poco entonces. No digo que hoy hablaríamos de igual a igual, pero podríamos conversar.

Le gané una. 

No me acuerdo porqué, le dije que me había gustado mucho la versión de Goyeneche de "Confesión", de Discépolo.

"Para variar, estás diciendo boludeces. El Polaco nunca grabó ese tango".

"¿Andás con ganas de perder una apuesta?", le dije.

Como si le hubiese tirado vinagre en una herida, se irguió y envalentonado propuso una cifra ridícula.

Le di la mano. 

Al otro día estaba de vuelta en su departamento, con un CD envuelto para regalo. Se le borró la sonrisa de la cara.

Mirándome de reojo empezó a abrir el paquete y vio a Goyenche en la tapa. "El último disco, el que grabó con Garello" , dijo en voz alta. Yo lo observaba con una sonrisa sobradora.

Reparó en la contratapa y fue leyendo tema tras tema grabado en el CD. Por supuesto, obvió la lectura del tango "Confesión".

Dejó el disco en la mesa, cambió de tema y me preguntó sobre mi Vieja, el laburo, boludceces.

"Che, ¿adónde tenés las cinco lucas?", le pregunté.

Se rió. Y me dijo: "Me ganaste. Por primera vez. Ese es tu premio. Las cinco lucas son una verdurita al lado de eso. Le ganaste una apuesta tanguera a tu padre. Y te doy la yapa: me hace sentir muy orgulloso que escuches tango, que te guste, que sepas de tango. Algo bueno te dejé".

Miró para abajo, como hacía siempre que decía algo que él consideraba que era importante y me dijo.

"Y ahora, poné el disco, salame, que lo quiero escuchar. Y ya que estás, cebáte  unos mates".




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