jueves, 16 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 27.

Alguna vez dejé caer, entre tanta torpeza escrita por acá, que no aludiría más a la coyuntura.

Cómo no hacerlo, si este es un "diario de la cuarentena".

Cuarentena, nacida a partir de una decisión de quienes mandan: los gurúes que velan por la salud (por la sobrevida, que no es lo mismo) de todes.

Esos genios-chasco que andan diciendo ahora lo que se escribió en joda acá: encierro hasta 2022.

Entre ellos, el Dr. López Rosetti quien además de perseverar en su gesta por la salvación de la Humanidad toda (por la sobrevida, que no es lo mismo), anda llorando por los sets de televisión.

Como ante la pregunta del coso ése (no se cuánto) Barili, convecino de un destinatario de estos dislates y co-conductor con mademoiselle frigidaire del noticiero de Telefé.

El marmota ése no tuvo mejor idea que preguntarle al bueno de López cómo sería la Navidad de 2020.

Aunque falten ocho meses, al integrante del consorcio de una persona que quiero mucho, le desvela el desarrollo de la próxima Navidad.

Debo ser más respetuoso con las angustias de cada cual.

A mí me quita el sueño pensar en el deterioro ante el parate del estado físico de los jugadores de River Plate por la comida, la bebida, el tabaco u otros placeres.

Si habré de asistir al menos a una de las ocho óperas del abono 2020 del Colón que pagué (y que hasta ahora nadie me dijo cómo sería reembolsado).

Si podré ver alguna puesta en el San Martín u otro teatro durante este año infame.

Si podré emborracharme en algún boliche del trocén, de Villa Urquiza, de Belgrano o de la concha de mi hermana.

Si tendré la remota posibilidad de comer alguito alguna noche en Edelweiss, en el Larreta, en Miramar, en Chiquilín, en Lalo, en el boliche de Álvarez Thomas y Blanco Encalada o en la concha de mi hermana.

Y debo ser comprensivo con el vecino de Pablo Casas que se angustia por la próxima Navidad, para la cual faltan ocho interminables meses.

Y que recibió por respuesta (por tranquilizadora respuesta) para el vecino de Cachito y para todes nosotres un gimoteo, un llanto ahogado y como pudo la inaudible frasecita "va a ser linda, va a ser linda".

Y las putas madres que los parió a los dos.

No quiero dejar de aludir a mi favorito entre los epidiemólogos, al que más quiero de todos.

Al Dr. Gengis Kahn.



Quien deslumbró al presi salva-vidas con una frase que será recordada por las generaciones que vendrán (si las habrá): "el virus no viene a nosotros, nosotros vamos a buscar al virus".

Tanto premio Nobel a la marchanta.

Aunque, si puedo pedirle algo a tan imprescindible ser, propondría que nos ayudase a exorcizar tanto mal con más inventiva.

Por ejemplo, que sugiera que ante los primeros síntomas de la enfermedad la persona infectada dirigiese una imprecación a alguna deidad, mediante un rezo religioso o laico.

Un Padre Nuestro (o alguna oración ecuménica), el recitado de los versos de Rafael Obligado al Negro Falucho, o cantar a los alaridos la Marcha A mi bandera o la Balada triste de trompeta.

O mejor, que nos inste a refugiarnos en las letras de los poetas del tango.

Enfrentar al mal a tango limpio si es que en lugar de ir nosotros a por ellos, deciden visitarnos ellos a nosotros, instando al mal a que se detenga al grito de: "¡Hacelo por la Vieja, sino lo hacés por mí!"  

O mejor, adaptar la letra de un tango al caso. "Besos brujos", de Rodolfo Pascual Sciammarella, por ejemplo. 

"¡Déjame, no quiero que me enfermes! 
Por tu culpa estoy sufriendo la tortura de este encierro. 
¡Déjame, no quiero que me enfermes! 
Me lastima ese virus, me lastima y me quema.

Virus brujo 
que es una cadena
de desdicha y de dolor.
Virus brujo.
Yo no quiero que tu peste maldecida,
traiga más desesperanza en tu alma, en mi vida.
Virus brujo.
¡Ah, si pudiera arrancarme del pecho
esta angustia, esta maldición!"

Si algo más se les puede pedir a los médicos que tango bien nos hacen y como sabemos que su bondad es infinita.





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