lunes, 6 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 17.

Comienza el día 18 y, contra mis prevenciones del inicio, debo admitirlo, nada grave sucedió en este consorcio.

De hecho, la casa del vecino al que fotografié furtivamente, aquel que padece a esposa e hijos, está mucho más tranquila. Ni se los escucha. Y no porque haya sucedido la muerte masiva de sus integrantes (los vi ayer cenando en armonía) sino porque no se escuchan gritos.

Como si se hubieran acostumbrado al confinamiento.

Se dijo mucho, con relación a aquello del acostumbramiento humano y parece que es así, nomás.

A mí, incluso, me pasa algo parecido.

Contra mis temores iniciales, en perjuicio también de mi tremendo fastidio existencial, como los contagios de esta inmundicia que padecemos en el país, mi ánimo se ha "amesetado".

No estoy contento ni mucho menos, de hecho evito escuchar programas de televisión (sólo se sintoniza el aparato en esta casa para ver algún película por CineAr y para divertirme un rato con "Bendita TV").

Y a propósito de la televisión, el amigo Sebastián que integra el reducido (y entrañable) elenco de gente querida que sigue con su lectura estas reflexiones más o menos pavotas que vengo publicando a diario, me avisó vía WhatsApp que en la Televisión Pública se estaba emitiendo un programa que le recordaba a aquel llamado "Las 24 horas por Malvinas" emitido por esa misma señal cuando algún padre porteño inscribía a su hija recién nacida con el nombre de Leopoldina Fortunata.


No quise verlo, apenas si seis segundos: prendí el televisor y lo apagué inmediatamente. 

Alejandro Wive hacía lo suyo (se escuchaba su voz destemplada), el director hacía un primer plano en "Pampita" Ardohain, que dibujaba la sonrisa fría y falsa de siempre (tiene algo de oxímoron o le da la razón a aquello de que "lo esencial es invisible a los ojos" esa mujer: prueba que una persona puede ser tan bella, como desagradable al mismo tiempo). Hablaba Wive de Montaner, Ricardo que había cantado no sé qué desde no sé donde (Miami, seguramente).

"Qué buena persona, qué hermosa familia", le escuché decir al papá de Mirko.

Se salvó por un pelo el control remoto.

Con crueldad, quien me había avisado del programa, me hizo saber que el staff de conducción lo integraba también Güidu Kashka, lo cual me convenció de mi acierto en dejar de ver eso.

Aunque tampoco es cuestión de cargar demasiado las tintas con la iniciativa de Fabiola Yáñez. Ya lo dijo su compañero, Alberto, el presidente salva-vidas: hay que entretener a la gente.

Y si uno, con pretenciosidad engrupida desdeña esas expresiones (digamos) populares (por justificado que sea ese desdén y repugnantes sean las almas a cargo de ese evento) cierto es que cunde el embole, que era domingo de Ramos y la gente de religiosidad no pudo salir de su casa ni siquiera para rezar un Padre Nuestro y que se viene una Semana Santa inolvidable, que dan la diestra a quien decidió entretener (aun así) a tanto ser deseperado.

Con la lectura de los diarios del lunes, me entero que además de "entretener" se juntó guita. Y como que la justificación se destiñe bastante. Demasiado mal recuerdo junto.

Maldad es la de "La Nación TV": Majul y Lanata vis a vis. Eso sí que es criminal. Ver juntos a esos dos canallitas operando de esa manera tan obscena, esperando la montaña de cadáveres, opinando (como siempre) de lo que no saben. Eso sí que da asco y mucho.

Y ya que estamos, este tipo de manifestaciones no justifica nostalgia alguna.

Sin perjuicio de lo tonto y torpe de los artífices de eso que se emitió ayer (cerrado por artistas que admiro, por todas Lidia Borda, cantando el himno, detalle que el amigo Sebastián con sofisticada maldad me hizo saber también), allá lejos y hace tiempo no hubiera sido mejor.

"Pipo" Mancera, Columba, Palomita Efrón, Guillermo Brizuela Méndez, Leonardo Simons, Silvio Soldán y, porqué no, el recientemente extinto Sergio Velasco Ferrero no creo que hubiesen hecho algo peor o menos malo que los artífices del programa ómnibus de ayer. 

O Lidia Satragno y Norberto Palese en el programa que evocaba al inicio, sobre el que escribí acá de ese evento hace más de 10 años, cuando despuntaba mi pulsión blogger.

A continuación, lo que escribí entonces, 

"PINKY

Todo vuelve en este país ubérrimo.


Lidia Elsa “Pinky” Satragno vivió una jornada inolvidable de la castigada, interesante, prolífica, insólita realidad política que nos toca vivir.


Como es quien está más excedida en juventud entre los diputados y diputadas, presidió la sesión en la que juraron aquellos que fueron electos en junio, en mérito a una costumbre añeja de designar en la Presidencia de los cuerpos colegiados a los “decanos” en alternativas como esas.

Lidia/“Pinky” fue desde siempre una figura destacada del ambiente farandulesco local.

Desde muy joven, “Pinky” –apodada así por su padre al verla nacer tan rosadita, según dijo la propia homenajeada en alguna entrevista- estuvo asociada a la también joven televisión, donde debutó en 1956.

Desde ese entonces construiría una carrera que de tan vinculada al medio le valió el apodo de “señora televisión”.

Fue tapa de todas las revistas de los 60’s anche 70’s, que se ocuparon demasiado de su compleja relación con Raúl Lavié –cantor de tangos, previa incursión en el cielo estelar del “Club del Clan”- quien, dicen, guarda recuerdos algo contradictorios de la “señora televisión”.

Como todo lo bueno tiene algo malo, ese aparato que tanto había hecho por “Pinky”, la dejó mal parada durante la última dictadura militar.

La recuerdo presentando la televisión a color en 1979 y nadie que tuviera alguna edad entonces, olvida su papel coprotagónico al frente del programa "24 horas por Malvinas", que emitió el ATC de Galtieri durante la guerra inconcebible que se libró en esas islas.

Se reconoció lo extenuante que para los conductores del programa significó haber estado 24 horas al aire, más aún en el caso de “Pinky” quien –nadie dijo nunca lo contrario- no apelaba a los espirituosos recursos de su coequiper.

Se recuerda ese programa, además a causa de la infame estafa a la que fueron sometidos los cientos de miles que durante esas 24 horas desfilaron por el canal de la dictadura para dejar dinero en efectivo, joyas y valores de todo tipo, para contribuir a la “gesta patriótica” encarnada por Galtieri y terroristas de estado que lo azuzaban y secundaban en esa aventura criminal.

Criminales y miserables hijos de puta: hasta los chocolatines que se donaron distrajeron y “Pinky” y su coequiper fueron los mascarones de proa de ese saqueo aberrante infligido al pobre pueblo de este pobre país que había tenido y tendría otros tantos.

Al igual que Rosa María Juana/Mirtha, “Pinky” se declaró “proscripta” por el alfonsinismo de los primeros años de gobierno: “la señora televisión” no fue tenida en cuenta para las programaciones de los canales del Estado (que eran la mayoría) debido a su identificación con la dictadura militar saliente.

Su amigo Héctor Ricardo García la devolvió a la vida, cuando la conchabó en el canal “Tele Dos” de vida fugaz durante el epílogo del gobierno radical desde donde apoyó abiertamente la candidatura presidencial de Carlos Menem en 1989.

Paradójicamente o no, “Pinky” fue convocada a la política por el desde siempre indefinible Rodolfo Terragno, quien en 1995 –cuando finalizaba el primer gobierno de ese candidato que había apoyado con entusiasmo desde “Teledos”- era presidente del Comité Nacional de la opositora UCR, titularidad que había alcanzado por el solo afán de unos cuantos dirigentes de joderlo al “Cholo” Melchor Posse. 

Terragno la afilió a la UCR que presidía y pensó para ella un desafío que estuvo a punto de alcanzar: la intendencia de La Matanza, ese municipio de la provincia de Buenos Aires en el que había nacido de una densidad poblacional, en número, superada por pocos estados provinciales.

Decía que estuvo a punto de ser intendenta de La Matanza y como tal se autoproclamó apenas se cerraron los comicios de octubre de 1999, que llevaron a Fernando de la Rúa y Carlos Álvarez a la Presidencia y Vicepresidencia del país. En televisión (como no podía ser de otra forma) se mostró emocionada ante el desafío de gobernar al distrito que denominó –con poco tino, tal vez-: “mi Matanza”.

No pudo hacerlo, porque encuestas a boca de urna al margen, el escrutinio le dio el triunfo a los de siempre.

En mérito a sus esfuerzos de campaña, o por otras razones cuantificables de otro modo, fue designada como Secretaria de Desarrollo Social o algo así, del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires durante el interinato de don Enrique Olivera Padilla, sucesor de De la Rúa cuando éste asumió la Presidencia.

Terminada esa fugaz experiencia, se retiró a cuarteles de invierno, hasta 2007, cuando decidió reincidir en la lucha electoral, esta vez detrás del carismático Francisco De Narváez, algo lejos –no demasiado tal vez- de su otrora padrino político Terragno, integrando la lista de candidatos a diputados nacionales.

Y entró “Pinky” a la Cámara.

No se destacó demasiado durante sus dos primeros años en la Cámara –o por lo menos yo no he tenido noticias de su desempeño-, aunque claramente se opuso a todo lo que propuso el gobierno de Cristina Fernández a quien le depara un desprecio que nunca se preocupó en disimular.

Y como dije al principio, por esas cuestiones de la costumbre y del almanaque, presidió una sesión en la que pudo darse el lujo de tomarle juramento, entre otros diputados entrantes, a Néstor Kirchner.

Tuvo oportunidad de repasar ese momento, cuando aludió a la presencia de “cascarudos” en el recinto, metáfora que nadie supo interpretar. A gente que conozco le gustó cómo sobrellevó ese debate caliente, yo me lo perdí, andaba en otros menesteres.

Lo cierto es que lo hizo y acaparó las alabanzas de la prensa libre que celebró la sesión como una derrota para la opresiva diktadura que asuela estas pampas, en la que todo es fungible en este 2009 enloquecedor: desde la “señora televisión” presidiendo la Cámara de Diputados, a su correligionario De Narváez cerrando la última campaña electoral en el set de Marcelo Tinelli al compás del amable reaggetón: “La vecinita tiene antojo”.

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