miércoles, 22 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 33.

Querido diario:

Escucho la radio esta mañana al despertar, oigo las noticias y, querido diario, a punto estoy de erradicar, por los siglos de los siglos, mis ironías, mis puteadas, mis crueldades destinadas a los Dres. Gengis Kahn, López Rosetti y al pelotudo que promociona la puñeta a troche y a moche.

La cosa viene fulera (dizque) muy fulera.

En el planeta, digamos.

Y yo, pequeño burgués, añorante de mi palco en el Colón, de mi abono en el Avenida, de mi platea en el Estadio Monumental Antonio Vespucio Liberti, de la que siempre elegía en el San Martín.  

De mis mesas de Edelweiss, Larreta, Miramar, Chiquilín, en Lalo, en la esquina de Álvarez Thomas y Blanco Encalada; en Valerio, en el Petit Colón, en La Paz, en la Ópera, en Los Galgos y en la concha de mi hermana, me siento el más banal de los seres vivos.

Y, luego de haber hecho tamaño detalle, caigo en la cuenta de que he venido invirtiendo dinerales en una vida de disipado y solaz esparcimiento.

Y ni hablar de otros gastos canallas, uno de los cuales hace tres exactos años que ha ingresado en mi pasado.

Buena mía, diría si fuese uno de mis asistidos.

Parece que las erogaciones que realizo en tabaco se suprimen a la brevedad. Escuché que las tabacaleras no están trabajando, por lo cual, en breve, se acaban los puchos.

He amanecido (parece) con un umbral de tolerancia muy alto (la luna o algún astro estará obrando para ello) porque no pienso blandir discurso libertario de ningún tipo respecto de esa eventual restricción. Dejaré de fumar, decisión que me debía desde hacía un tiempo largo. Ya veré cómo.


Y como todo tiene que ver con todo, dijera Pancho Ibáñez conductor, entre otros programas, precisamente de "Tiempo de Siembra", de paso fugaz por la televisión abierta (años 1995, 1996, 1997 y 2000), en el cual tuve una participación digna en el '96, se me antoja, querido diario, escribir sobre ese "paso por las candilejas" (Medina dixit).

Esta nota la tenía guardada mi madre y, ordenando papeles o hundida en la nostalgia a la que la pudo haberla empujado el aislamiento, me mandó el archivo escaneado.

No fue la única nota que me hicieron entonces, que no significó ningún disfrute para mí.  

Lo que sufrí durante esos meses. Si Discépolo decía que se descubre la indiferencia del mundo que es sordo y es mudo, en las malas, lo que así es, nomás, cuando un otario recibe un golpe de suerte se despliega ante sí el abanico infinito de las miserias humanas: los "amigos del campeón", los chupaculos (por un ratito, claro), los mangueros, los envidiosos, los mala leche.

De esos, de esas, como para hacer dulce.

Me vengué con una vieja pelotuda. Había acompañado a Juan Tripladi, un querido amigo al que frecuentaba seguido en ese tiempo, a comprar ropa de cuero por Corrientes y Scalabrini. Tenía guita y había que gastarla en esas boludeces.

Lo cierto es que yo no compré nada y Juan, tres o cuatro camperas, era punk el muchacho o algo así.

Hinchado lo huevos de verlo probarse una campera tras la otra, de regatear precios y toda esa movida que siempre me exasperó, salí a la esquina a hacer lo que parece que no podré seguir haciendo en el futuro inmediato.

Pasa entonces, una pareja madura. El hombre, me mira con ojos pícaros y me dije a mí mismo: "cagaste, Garcete". La vieja, era el prototipo de la arpía de barrio. Me empieza a llenar de halagos, con una voz chirriante, una palabra detrás de la otra como una metralleta.  El viejo me miraba como diciéndome: "¿entendés el calvario que es mi vida?"

Hasta que la vieja hizo la preguntita torpe e insultante que venía escuchando de un tropel de hijes de pute, gentuza conocida y desconocida. 

Si estaba todo arreglado, me preguntaban.

Me daba tanto odio esa pregunta y más odio cuando advertía que la maldad o la idiotez de quien la hacía era espontánea. ¿Cómo se puede hacer una pregunta así? Me lo sigo preguntando al revivir el fastidio que me generaba.

Escuché entonces de soretes varios la ironía directa acerca de que era todo tongo, pero eso es otra cosa. Ni me calentaba, que hable la gilada. Hasta desde adentro del programa un pobre tipo que perdió anduvo diciendo pelotudeces. Un mal perdedor.

Pero la pregunta era lo que me sulfuraba.

Y me vengué, como escribía, con esa vieja sorete. Le dije: "es usted muy observadora señora. No estaba preparado, está todo guionado. Yo soy actor y me obligan a hacer eso para aparecer en la tele. Es una lástima saber que actué mal y que tanta gente se dio cuenta de que todo es un cuento".

Se echó para atrás, creo que le bajó la presión. Murmuró alguna imbecilidad como: "pero yo te seguía todos los sábados..."

Yo, no le dije nada más y con una sonrisa triunfal, lo miré al viejo que me dijo: "estuviste genial, pibe, las pelotudeces que tenés que escuchar. Te pido perdón yo, porque ésta no entendió nada. Que no tenía que hacerte esta pregunta y que la recagaste". 

Y el viejo, me dio una palmadita en la mejilla y se fue, riéndose. Su esposa, seguía en estado de shock.

En ese tiempo (año, año y pico, acá y en Uruguay, de lo que puede dar fe el amigo Medina) me paraban en la calle, me pedían autógrafos (!), se negaban a cobrarme viajes en taxi o cafés y me trataban con familiaridad. Y se ofendían si yo no correspondía esa familiaridad, que yo no tenía y esas personas tampoco, pero como me habían visto y sabían algo de mí, pensaban que yo también los conocía.

Entendí el martirio de las celebridades, por un ratito, por supuesto y a Dios gracias. Al año de mi paso por ese programa, el conocimiento público se fue atenuando y mucho, unos meses después, y a Dios gracias, se esfumó.

El balance es muy bueno, claro. Pude comprar mi primer departamento. Al año, ya vivía solo en mi primer departamento.

Y disfruté del programa. Cada sábado me despertaba temprano y repasaba lo que venía estudiando durante la semana. Y me iba a almorzar al Tortoni, con un carpetón infame lleno de anotaciones.

A las cinco, había que entrar al Canal 13, aunque el programa de emitiera a las 8, en vivo, había que estar tres horas antes.

Eso lo disfrutaba y mucho.

A Pancho Ibáñez y a la producción les caía bien. Sería que medirían bien mis intervenciones (otros tres concursantes contestaban también conmigo, en otros bloques del programa: sobre cine, fútbol y tango).

Y cuando estaba al aire la pasaba bien. 

Me recuerdo entre los decorados, rezando un Padre Nuestro antes de pasar para contestar. Y se escuchaba la obertura de Ruslan y Ludmila de Glinka y la voz de Quique Pessoa que anunciaba mi tema y hablaba de mí.

Aquí una versión de esa obertura, que siempre que la escucho me trae lindos recuerdos, me conmueve, incluso. https://www.youtube.com/watch?v=r-NDks9cunU


Y entraba. Relajadísimo. Tenía una táctica, que me había sugerido Pancho después de un resbalón. Me aconsejó: "No mires a al tribuna, mirame a mí, conversá conmigo". Fue una gran ayuda.

Nunca me tiraron a matar, seguramente querían que llegase a la final y la ganase. Yo estudiaba como un condenado los detalles más nimios (índices de inflación mes a mes de memoria, nombres de gabinetes íntegros, de gobernadores y vices, etcétera, etcétera), pero nunca me hicieron una pregunta imposible, muy difícil.

Yo utilizaba, además del mecanismo que me había sugerido Pancho, buscar en mi mente la respuesta repiteindo la pregunta íntegra, por ejemplo: "como bien dice la pregunta, Pancho, el general Justo..." y luego, me mandaba un recitado del guión de la película "La República Perdida".

Quedaban extasiados. Porque decía un guión, que casi de memoria me lo sabía. Además de echar mano a recursos retóricos que nunca me faltaron.

Nunca había escrito sobre esto, querido diario. Será la cuarentena, o los hallazgos del archivo de mi madre.

Los ritos de cada sábado seguían después de cada programa. Con mi gran amigo Ariel Ferrari, que me acompañó todos y cada uno de los sábados que concursé. Nunca presentí en él ningún sentimiento oscuro o torcido que manaban de tantas personitas que hasta entonces consideraba amiga, por el contrario, disfrutaba cada triunfo como propio.

Del 13, subte al centro. De ahí, a una pizzería de la calle Corrientes. Ese era el rito posterior. Güerrin,.Serafin, Banchero, la Americana, Los Inmortales, Las Cuartetas, Farándula, el Palacio de la Pizza. Cada sábado, una pizzería distinta. Hicimos un ranking al final. Ganó Serafín.

¡Cómo quisiera ir a comer una porción de dorapa ahora mismo, por Dios!

Pero no se puede porque como escribía al inicio, parece que la mano viene muy, demasiado, fulera.


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