domingo, 26 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 37.

Vengo dedicándole, tal vez, demasiado tiempo al libro de Inés Anchorena de Acevedo que adquirí hace unos meses en la librería de mi querido amigo Alberto Casares, Costa Romántica, dedicado a San Isidro, lugar en el que me crié desde que llegué al mundo, hace exactamente 47 años.

Con la escritura ripiosa y sardónica del administrador de este bazar, se repasaron algunos párrafos de ese libro publicado en 1964, y ayer nomás, hicimos hincapié en las impresiones que a la autora le merecían los años de gobierno del brigadier Juan Manuel de Rosas, entre 1829 y 1852, acordes con la opinión de repudio categórico del grueso de los miembros de su clase.

Opinión sustentada en el consenso nacido a partir de febrero de 1852, cuando se decidió una suerte de abominación institucional de Juan Manuel de Rosas, erigido como el malo-malísimo de la historia nacional.

Una suerte de corporización del mal, opinión de Estado consolidada mediante los antecedentes normativos y jurisprudenciales repasados en la entrada pasada con la profundidad que admite este formato y la aptitud para ello de quien escribe.

Nada de lo escrito es novedoso ni llama la atención: que una dama de la más rancia oligarquía denostase a Rosas y que esa opinión sintonizara con la del statu quo post Caseros.

Sin embargo, era llamativo que el linaje de misia Inés Dolores Mercedes no fuera el de las personas cuyos bienes habían sido confiscados por el régimen rosista bajo la acusación de su salvaje unitarismo, con alguna excepción, claro.

De los apellidos de esas personas detallados por el Fiscal Agrelo en su acusación, con reflejo en la sentencia del juez Villegas por el cual se lo condenó a la pena de muerte (proceso en ausencia del acusado, quien no fue oído ni pudo ejercer acto defensa alguno, con afectación a las garantías previsitas por la Constitución del Estado de Buenos Aires, aprobada en abril de 1854) sólo uno se emparentaba con el de la autora de nuestro libro, el de Riglos.

Como anticipé, su apellido de soltera resonaba como uno de los más cercanos a la cohorte del  Restaurador.

En especial, el nombre del abuelo de su padre Manuel Baldomero, Tomás Manuel de Anchorena. El de la calle palermitana y de la estación de tren a la vera de la Costa romántica.

Figura decisiva del tiempo iniciado en 1810, cuyo derrotero voy a comprimir para no extenderme más en un asunto que quiero concluir en esta entrada. 

Abogado, terrateniente ganadero, había sido Secretario de Manuel Belgrano cuando su comandancia en el Ejército del Norte (lo acompañó en cuatro batallas, dos victorias y dos catástrofes conducidas por el creador de la bandera nacional). Firmó el acta de la independencia de las Provincias Unidas en Sud América en San Miguel de Tucumán el 9 de julio de 1816 en representación de la provincia de Buenos Aires, cuando se opuso abiertamente y por razones deducibles a la propuesta de su antiguo Jefe de coronar a un descendiente de la dinastía Inca de Atahualpa como monarca para el Estado naciente.

Su hora de gloria llegaría cuando un primo suyo, por vía materna, se hiciera del poder, tras el fusilamiento de Manuel Dorrego.

Ese primo de Tomás de Anchorena se llamaba Juan Manuel de Rosas.

Fue el bisabuelo de misia Inés quien, en su condición de integrante de la Cámara de Representantes de la provincia de Buenos Aires en 1829: "defendió con calor y erudición el proyecto mediante el cual se acordaban facultades extraordinarias a don Juan Manuel, su primo hermano", anota Fermín Chávez en: Iconografía de Rosas y de la Federación.

Adolfo Saldías en Historia de la Confederación Argentina Julio Irazusta, en su clásico: Vida política de Juan Manuel de Rosas le asignan a Tomás de Anchorena un papel de relevancia en el entorno del gobernador quien acostumbraba a requerir su opinión ante situaciones o materias delicadas para la marcha de su gobierno, como en oportunidad del bloqueo de la escuadra francesa al puerto de Buenos Aires en 1838.

Irazusta, reprodujo en su trabajo el contenido de la epistolaria entre las dos personalidades, de la que se desprende el respeto de Rosas hacia su primo mayor (que linda con cierta subordinación, tal vez nacida de esa relación parentesco), concomitante -en el sentido inverso- con el tono de las cartas de Anchorena.

Juan José Sebreli, en su interesante libro de 1972 que cité ayer, luego de realizar una reseña de las relaciones de índole familiar (y ante todo económica) entre los primos anota que: "sin duda alguna fueron los Anchorena y principalmente Tomás Manuel quienes estuvieron detrás de Rosas inspirándole sus principales actitudes políticas, ya que éste era un hombre rudimentario para quien la política, en sus comienzos, sólo constituía un medio de acrecentar su fortuna. Rosas y Tomás Anchorena se complementaban muy bien. El conocimiento que le faltaba a Rosas, lo tenía Anchorena; la capacidad de mando que le faltaba a éste, la tenía en cambio aquél. Intolerante y soberbio, Anchorena encontraba en todas partes resistencias y antipatías, carecía de la atracción necesaria como para obrar por sí  mismo; decidió hacerlo a través de Rosas, pensando para él. Si Rosas era la fuerza y la atracción, Tomás de Anchorena era la astucia y la sagacidad, armas mediante las cuales los débiles dominan a los fuertes. Anchorena era el personaje que necesitaba para dirigir. Tomás de Anchorena era el Maquiavelo de las pampas, que había encontrado en Rosas al César Borgia a través del cual dirigir por delegación los destinos del país"  

Aunque discrepo con el juicio que a Sebreli le merece la personalidad de Rosas (no creo que el Restaurador pueda ser considerado una marioneta), es evidente el ascendiente de Anchorena sobre él, y el inmenso provecho (personal, político y en contante y sonante) que sacaría durante buena parte del cuarto de siglo durante el cual Rosas decidió los destinos de la Confederación con mano de acero.

No sería testigo de la derrota de su primo el 3 de febrero de 1852 en Caseros. Había fallecido ya, el 29 de abril de  1847, cuando fue objeto de honores de Estado: oración incluida ante su tumba a cargo del autor de los versos que, musicalizados por Blas Parera, habían conmovido a la casona de misia Inés: Vicente López y Planes. Y extenso y apologético obituario a cargo de nuestro conocido Pedro de Ángelis, en la edición de la Gaceta Mercantil

Apenas iniciado su exilio, Rosas recibió la visita de los dos hijos varones del hermano de Tomás, Nicolás de Anchorena, ante quienes se comprometió a destruir toda la epistolaria que había llevado consigo relacionada con los negocios que había compartido con su primo Nicolás, sugiriéndole a su primo, por intermedio de sus visitantes que él hiciera lo propio, anécdota consignada por Nicolás (h) en una carta reproducida por Sebreli.

Quien, con malicia, anota que la visita de los hijos de su primo había ocurrido antes de que el Estado de Buenos Aires ordenase la confiscación general de todos los bienes de exiliado, como repasamos en la entrada anterior cuando primo Nicolás decidió romper todo vínculo con primo Juan Manuel.

Diez años después, desde Inglaterra les reclamará a los Anchorena el reembolso de dineros que le adeudaban anotando en el testamento ológrafo de 1862 las sumas que debidas por Nicolás y su hermano mayor Juan José en razón de:  "mis servicios y mis gastos en su beneficio pues que les fundé y cuidé varias estancias en los campos entonces más expuestos [a los malones de los indios] de 1818 a 1830", prueba cabal de las estrecheces que padecía en Southampton.

Más explícito sería en la correspondencia mantenida durante esos años con su amigo y ex ministro de Hacienda José María Roxas y Patrón y con su yerno, Máximo Terrero. Al primero, le confió que a los Anchorena: "les reclamaba incansablemente un porcentaje de la fortuna que habían hecho bajo la sombra de mi administración"; a Terrero, le confiaba sin vueltas su enojo con la actitud que observaban sus parientes Anchorena con sus necesidades económicas. Evocaba a Nicolás con ternura: "esos Anchorena, y muy señaladamente el tal don Nicolás, ¡qué hombre tan malo, tan impío, tan hipócrita y tan bajo, tan asqueroso e inmundo!"

En todas las familias se cuecen habas, decía mi abuela y ésta parece no ser la excepción.

Y si de familias hablamos no olvido el subrayado que realicé hace unos cuantos párrafos cuando destaqué (al estilo de este bazar) que misia Inés Anchorena (de ella y por ella escribo, no lo olvido, aunque lo disimule) no guardaba relación de parentesco con los Murrieta, aunque los tuviese con los Riglos.

Vuelvo a Sebreli quien luego de realizar un detalle pormenorizado de la comunidad de negocios entre los Rosas y los Anchorena, relata una anécdota que me permtiré reseñar con cierta extensión. 



Cuenta que nuestro conocido Pedro de Angelis, en carta al representante de la Confederación en el Imperio del Brasil, general Guido confió que: "Don Nicolás Anchorena, que ha dejado de 8 a 10 millones de pesos fuertes a sus herederos, vendía terrenos al gobierno, y los cobraba por novillos: un día que no había un maravedí en las arcas, insistió y clamó tanto por una cuenta que había presentado, que su primo Rosas fue obligado de darle la recova nueva en pago de esa deuda, que no podía cancelar de otro modo".

Explica Sebreli que la Recova a la que aludía don Pedro en su infidencia a Guido era el principal centro comercial de aquella aldea, la cual había sido subastada en 1835 por decisión de Rosas, ante las serias dificultades económicas que atravesaba la provincia: "en el local de la Aduana vieja se efectuó la subasta y la recova fue adquirida por 260.500  pesos por don Ariano San Juan en representación de los comerciantes españoles Manuel y Francisco Murrieta. Tomás de Anchorena, que hallándose interesado en la compra de la Recova no pudo asistir [a la subasta] por encontrarse en el campo, manifestó a su regreso, su disgusto por el negocio que se le había escapado de las manos. Con su hermano Nicolás tramaron despojar de la compra a los hermanos Murrieta mediante un artilugio., Se designó entonces a Lino Latorre, quien se entrevistó con los Murrieta, haciéndoles saber que Rosas estaba disgustado con ellos porque no habían contribuido al empréstito solicitado por Estado, alegando falta de dinero, pero en cambio gastaban una gran suma en la compra de la Recova".

Conclusión: los Murrieta pidieron consejo a Latorre quien, sabia y prudentemente, les aconsejó que se olvidaran del asunto y vendiesen la recova a Nicolás Anchorena quien: "pagó por ella $ 250.000 en pago de una suma que adeudaba el gobierno. La venta se hizo el 27 de septiembre de 1836 y el 29 se otorgó la escritura, que luego fue a su vez pasada a Tomás de Anchorena" y no recibieron un centavo por esa venta amablemente sugerida, sino que se les endosó la dación de un crédito de los Anchorena. 

El caso de José María Riglos es peor aún.

En 1836 había obtenido una sentencia favorable en un pleito iniciado contra Nicolás Anchorena, relativo a la venta que su hermana y condómina Concepción había realizado de la  vivienda familiar a Estanislada Arana, esposa de Nicolás (hermana, además de Felipe Arana, canciller de Rosas). Describe Sebreli: "el comprador quería conservar la casa y el hermano de la vendedora quería recuperarla pagando el mismo precio. Riglos se amparaba en el derecho de retracto que tenía todo condómine o socio a exigir la preferencia en la venta de la propiedad en común".

Consecuentemente, debía ejecutarse la sentencia en favor de Riglos.

Mal perdedor, el primo Nicolás: "presentó un escrito a Rosas donde le pedía que interviniera en el asunto, en virtud de la ley que facultaba al gobernador a suspender la ejecución de las sentencias pronunciadas por al Cámara de Justicia. Casualmente esa ley había sido promovida por el propio Nicolás Anchorena. Rosas entonces pidió la documentación del pleito  y la dejó dormir en su poder. Ni él ni Anchorena se acordaron más del asunto hasta que un año después Riglos se presentó al gobierno suplicando pusiera fin a sus males 'privado como se halla de sus bienes y del único recurso que cuenta para su subsistencia'. En marzo de 1838 Tosas entregó el expediente a la Legislatura, donde fue discutido. el asunto había adquirido gran repercusión dada la importancia social de ambos contendientes. La defensa de Anchorena ante la Legislatura la hizo Lahitte. Entre tanto, Riglos había sido encarcelado por unitario y cuando salió en libertad estaba ya lo suficientemente intimidado como para seguir luchando, por lo que renunció al derecho de apelar"

Fin del racconto.

Veamos, tanta alharaca para chicanear a la prosa de misia Inés. Para echarle en cara su lenidad, su hipocresía, su ingratitud, porqué no.

Debía (debe toda su familia) mucho a Rosas. Hubiese merecido de ella, cuanto menos su silencio.

Cierto es que los Anchorena siempre vivieron al calor del poder. Realiza una detallada nómina Sebreli de las intervenciones de algún Anchorena en todos y cada uno de los regímenes a partir de la caída de Rosas, y hasta 1972, cuando se publicó su trabajo. Con dos excepciones que se deben seguramente al azar: los gobiernos de dos presidentes, uno de nombre Hipólito, el otro llamado Juan Domingo, mandatos durante los cuales ningún Anchorena prestó servicios a la Patria.

Y que no fueron los únicos.

Pero el rol de su bisabuelo en tiempos de su primo Juan Manuel fue decisiva, y el provecho político y económico que su familia haciendo usufructo por la vía más abyecta, tales los casos de los Muñeira y de los Riglos, entre otros. Quien se tanto se ufanaba de su progenie debió haber realizado alguna mención a ese pasado tan poco confesable. O hacer un prudente silencio.

Aunque se infiera que misia Inés no compartiese la ideología, el proceder y las posturas e imposturas de su bisabuelo. No obstante es innegable que sacó provecho (y cómo) de la fortuna amasada por Tomás Manuel durante los años en los que su casa de la Costa Romántica se estremecía con los mueras, las cabezas en las picas y tantas delicias.

Lodos que cocieron los barros con los que se levantaría el suntuoso palacio construido por su esposo, el arquitecto Acevedo, con materiales traídos de Francia a finales de los años '20 del siglo pasado, fecha coincidente con el final de su actuación (quién sabe en qué carácter) en la Legación argentina en ese país.

Una historia (más) de la coherencia, de la ética diríamos, de una de las familias patricias argentinas.

Que al igual que tantas otras, amasó su fortuna a fuer de exacciones y saqueos.

Cuya víctima predilecta fue el Estado, siempre generoso con esas familias patricias.

Estado al cual se lo amonesta severamente cuando se distrae, y orienta sus acciones distributivas hacia otros sectores menos aventajados.

Al populacho, a los gringos bachichas, a la chusma, a los cabecitas negras, a los grasas, a los choriplaneros.

Alguno de estos calificativos habrá musitado entre dientes misia Inés Dolores Mercedes Anchorena Cobo de Acevedo Chevaller cuando se despedía de esta dimensión a poco de publicar su libro al que tanta atención le presté.

Conmovida ante tanto Garcete que en mala hora, decidía afincarse en los terrenos vecinos a los de su gaviota de material construida frente a su Costa Romántica.

Dedicado a mi querido amigo Gonzalo Viña.

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