jueves, 30 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 41.

Había interrumpido el relato ayer, querido diario, recordando el diálogo inicial entre Erdosain y el Rufián Melancólico, cuando regresaban en tren de la quinta del Astrólogo, donde habían sido presentados.



Cuando, puesto al tanto de la necesidad de aquél del reintegro de seiscientos pesos debidos a la azucarera en la que trabajaba como cobrador, por haberlos robado, le extendió un cheque por esa suma.

Ese gesto lo había conmovido: "Erdosain recogió el cheque, y sin leerlo lo dobló en cuatro pliegos, guardándolo en su bolsillo. Todo había ocurrido en un minuto. El suceso era más absurdo que una novela, a pesar de ser él un hombre de carne y hueso. Y no sabía qué decir. ya nos los debía, y el prodigio lo había obrado un solo gesto del Rufián. Este acontecimiento era un imposible de acuerdo con la lógica que rige los procedimientos corrientes, y sin embargo nada había ocurrido. Quería decir algo. Nuevamente examinó la catadura del hombre apoltronado en el sillón de terciopelo raído. Ahora el revólver estaba de relieve bajo la tela gris del saco, y Haffner, displicente, apoyaba la azulada mejilla en sus tres dedos de uñas centelleantes. Deseaba darle las gracias al Rufián, pero no sabía con qué palabras hacerlo. Éste comprendió, y, dirigiéndose al Astrólogo, que se había sentado en un taburete junto al escritorio dijo: '¿De manera que una de las bases de su sociedad será la obediencia...?"

Tengo presente, querido diario que no me he referido a los planes del Astrólogo, ni tampoco a los sueños y a la vocación de Erdosain. Tiempo al tiempo, querido diario.

Escribí, que regresaban ambos a Buenos Aires, oportunidad que aprovecharía Erdosain para indagar en el pasado de su benefactor. Y Haffner, gustoso, se extendió. 

Le confió las razones por las cuales se dedicaba al negocio de regentear a las "mujeres de la vida", de índole lucrativo y, en su particular visión, paternalista, también: "¿Quién la cuida como un cafishio? ¿Quién la cuida cuando está enferma, cuando cae presa? ¿Qué sabe la gente? Si un sábado a la mañana la oyera usted a una mujer decirle a su 'marlu': 'Mon chéri, hice cincuenta latas más que la semana pasada', usted se haría cafishio, ¿sabe? Porque esa mujer le dice 'hice cincuenta latas' con el mismo tono que una mujer honrada le diría a su marido: 'Querido, este mes, por no comprarme un traje y lavarme la ropa, he economizado treinta pesos'. Créame, amigo, la mujer, sea o no honrada, es un animal que tiende al sacrificio. Ha sido construida así: ¿Por qué cree usted que los padres de la Iglesia despreciaban tanto a la mujer? La mayoría de ellos habían vivido como grandes bacanes y sabían qué animalita es. Y la de la vida es peor aún. Es como una criatura: hay que enseñarle todo. 'Por aquí caminarás, frente a esa esquina no debés pasar,  a tal 'fioca' no hay que saludarlo. No armés bronca con esa mujer.' Todo hay que enseñárselo".   

Ante otra consulta le refirió al detalle las circunstancias de su "iniciación" como tratante: "en ese tiempo era joven. Tenía veintitrés años y una cátedra de matemáticas. Porque yo soy profesor de matemáticas. Con mi cátedra iba viviendo, cuando en un prostíbulo de la calle Rincón encontré una noche a una francesita que me gustó. Hace de esto diez años. Precisamente, en esos días, había recibido una herencia de cinco mil pesos de un pariente. Lucienne me agradó, y le ofrecí que viniera a vivir conmigo. Tenía un cafishio, el Marsellés, un gigante brutal, a que veía de vez en cuando... No sé si por la labia, o porque era lindo, el caso es que la mujer se enamoró, y una noche de tormenta la saqué de la casa. Fue eso una novela. Nos fuimos a las sierras de Córdoba, después a Mar del Platas, y cuando los cinco mil pesos se terminaron, le dije. 'Bueno, adiós idilio. Se terminó'. Entonces ella me dijo: 'No mi querido, nosotros no nos separaremos más'. Yo estaba celoso. ¿Sabe usted lo que es estar celoso de una mujer que se acuesta con todos? ¿Y sabe usted la emoción del primer almuerzo que paga ella con plata del 'mishé'? ¿Se imagina la felicidad de comer con los tenedores cruzados, mientras el mozo los mira a usted y a ella sabiendo quienes son? ¿Y el placer de salir a la calle con ella prendida de un brazo mientras 'os 'tiras' lo relojean? ¿Y ver que ella, que se acuesta con tantos hombres, lo prefiere a usted, únicamente a usted? Eso es muy lindo, amigo, cuando se hace la carrera".

La subjetividad de un cafishio, así relatada. Roberto Arlt. 

Escribía ayer que la actuación de Daniel Fanego fue sobresaliente. Fue algo más que eso. Fue el Rufián mismo. Muchos actores interpretaron a ese personaje antológico, nadie lo hizo como Fanego. 

Aunque evoco con respeto y cariño al jugado por Sergio Renán, dirigido por Leopoldo Torre Nilsson en la película adaptada por Beatriz Guido. Disponible acá: Los Siete Locos (Torre Nilsson, 1972); la copia es digna y sugiero que la vean antes de que se enteren los hijos de Babsy.

Renán está muy bien en su papel, convincente, aunque no tanto como la de Osvaldo Terranova (un Ergueta memorable). Algo más abajo, también  que José Slavin (el Astrólogo) y Héctor Alterio (Gregorio Barsut). 

No desentona nadie en ese elenco de primeras figuras (con la ruidosa excepción de la Elsa de Thelma Biral bellísima actriz importada del Uruguay, que nunca pudo actuar decentemente), encabezado por Alfredo Alcón, en el papel de Erdosain, Norma Aleandro (Hipólita), Luis Politti (Bromberg) y Leonor Manso, que en esa versión interpretó el papel de La Bizca, nieta de Doña Ignacia, personaje que jugaría en la estrenada el domingo pasado.


Poco tiempo después, Renán comenzaría su trayectoria como director cinematográfico con La Tregua, una de dos adaptaciones de obras de Mario Benedetti que llevaría al cine (disponible en: La Tregua (Sergio Renán1974).

Auspicioso debut, dado que ese filme sería seleccionado para la competencia como mejor película hablada en un idioma distinto del inglés, en la edición de los premios Oscar de la Academia hollywodense de 1974. Perdió, dignamente, ante la colosal Amarcord de Federico Fellini.

Décadas más tarde, filmó su película más audaz, la más lograda, en mi opinión. Otra adaptación, en este caso de una novela de Adolfo Bioy Casares: El sueño de los héroes, estrenada en 1997, disponible acá: El Sueño de los Héroes (Sergio Renán, 1997).

¡Cómo le rajás a Los Siete Locos, Garcete! ¡Qué miedito, che! Que no se diga... No sea pendenciero, querido diario. No sé si le temo a Arlt, sí sepa que lo admiro demasiado. Y si me voy por las ramas es porque irse por las ramas es la especialidad de la casa, querido diario, son 41 entradas, ya debiera saberlo. Y finíshela, lengua en el culo, que me hacés perder el hilo.

Hay cierto aire de familia entre El Sueños de los Héroes y la novela de Arlt, aunque no tanto como el que existe con el guión de la película Invasión (1969), de Hugo Santiago, escrito por Jorge L. Borges, sobre argumento de su Adolfito, ya que estamos.


Quien haya leído ambas novelas, podría refutar lo que acabo de escribir con sólidos argumentos, Emilio Gauna (protagonista de El Sueño...) se le parece en muy poco a Erdosain, tampoco los villanos son demasiado parecidos: el Dr. Valerga, tiene muy poco que ver con El Astrólogo, sin perjuicio de simbolizar ambos el mal; menos todavía puede trazarse un paralelo entre el alucinado de Temperley con el Brujo Taboada. Ni entre su hija Clarita y Elsa. 

Y seguirían las mil diferencias. La más destacable, la verosimilitud (o la ausencia de ella) entre los frescos de aquella Buenos Aires de finales de los años veinte del siglo pasado. Por una sencilla razón: Arlt conocía al detalle el anverso y el reverso de esa ciudad; Adolfito, sólo por mentas. 

Pruebas al canto: la novela de Bioy transcurre en el barrio de Saavedra. La barra de Gauna paraba en el Club Platense, a cuyos integrantes invitará Gauna a gastar una importante suma de dinero (que había ganado gracias a una fija que le había pasado su peluquero) a lo largo de las cuatro noches de Carnaval. Refiere Bioy, que los amigos decidieron ir al corso de Villa Devoto, para lo cual tomaron el tren en Saavedra. Nunca esas dos estaciones fueron unidas por el ferrocarril.

Se me dirá (y con razón), que le busco el pelo en la leche a la literatura de Bioy Casares porque me cae antipático (y tendrá razón quien lo afirme), aunque lo escrito es para marcar la distancia entre la verdad relatada por un escritor y el otro.

Bioy escribía (deliciosamente) sobre las anécdotas que escuchaba de los cocheros que paraban en La Biela, de lo que ha dejado testimonio en sus diarios personales publicados a su muerte. Arlt, había vivido, conocido y visto a los protagonistas de sus obras, y aunque los tratase con impiedad, los conocía a la perfección. Sabía de qué escribía, cuando escribía.

Por ejemplo, al relatar el derrotero de Erdosain, luego de que el farmacéutico Ergueta lo despachara chasqueando los dedos. Caminó, errante, por las calles del centro: "así llegó hasta Cerrito y Lavalle. Al poner una mano en el bolsillo encontró que tenía un puñado de billetes y entonces entró en el bar Japonés. Cocheros y rufianes hacían rueda en torno de las mesas. Un negro con cuello palomita y alpargatas negras arrancaba los parásitos del sobaco, y tres 'macrós' polacos, con gruesos anillos de oro en los dedos, en su jerigonza, trataban de prostíbulos y alcahuetas. En otro rincón varios choferes de taxímetros jugaban a los naipes. El nego que se despiojaba miraba en redor, como solicitando con los ojos que el público ratificara su operación, pero nadie hacía caso de él". 

¿Y la correspondencia entre una novela y la otra?

El coraje, querido diario. El significado del coraje. Quienes lean una y otra coincidirán o, lo más probable, disientan.

Voy cerrando que se hizo larga esta entrada, poirque andaba con ganas de acordarme de Sergio Renán, a cuyo pedido, el gran artista oriental Jaime Roos compuso la Milonga de Gauna, para su película.

No les comparto la letra, porque les "spoileo" (o cómo carajos se diga), la historia...

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