domingo, 29 de marzo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 9.

Pasado el peor día, se presenta uno no menos malo.

Recibí la edición del diario "Página/12" del domingo incompleto. El muchacho que lo trae omitió agregar el suplemento dominical, quizás lo único que me interesa de este diario cada semana peor escrito y la primera (y única y última nota que leí y leeré) es la de Mario Wainfeld.

El hombre pudo hablar con el Presidente, que atraviesa su momento de gloria. A costa de restringir a troche y a moche libertades para salvar vidas.

Bien ahí.

"Mientras caminaba por los jardines de Olivos", describe Wainfeld, le refiere acerca de las alternativas que maneja. La más probable, reflejada en La Nación también, es la de extender la cuarentena y el aislamiento hasta mayo.

Yo te avisé, nene. De todos modos a recordar que será para salvar vidas.

Bien ahí.

Caminaba por los jardines de Olivos el Presidente salva-vidas. Tiene suerte. La de caminar (dijera mi abuela que era pior que yo) y la de hacerlo en el marco de los esplendorosos jardines de Olivos. Suerte que tendrá algo así como el 3% (¿el 5%?) de los habitantes de este páis.

Escucha a las voces que hay que escuchar y atender: las de los médicos. Que confiesan que no saben como se para esto, que no supieron prever esta anunciada pandemia, que sugieren soluciones que se les ocurriría a una criatura. Pero lo hacen, che. Y es para salvar vidas.

Bien ahí.

Quizás no cambiaría mucho el sentido de las decisiones que habrá de tomar, pero quizás empatizaría algo más el Presidente salva-vidas si meditase sus decisiones encerrado. Reitero, para empatizar con ese 94% que, dice, venimos respetando esta tortura que persigue salvar vidas.

Bien ahí.

La nota da cuenta de una cuestión que, según Wainfeld" Agobia al presidente salva-vidas: "las derivaciones psíquico sociales. Su colega italiano, Giuseppe Conte, le contó que en Italia escalaron la violencia familiar, los homicidios y los suicidios".

Caramba. Consulte a sus médicos Presidente salva-vidas. Al tipo ése que habla raro de la OMS (que aunque no supo prever esta pandemia, es categórico siempre). Le van a decir que esos muertos a manos de otra o por mano propia murieron sin estar contagiados de COVID-19. No nos movamos del eje: lo que importa es evitar el contagio.

Bien ahí.

Notarán mis esfuerzos por no contradecir a tanto Santo en comunión. Porque todes estamos eufóricos con tanto decisionismo salva-vidas. Y así debe ser, qué tanto. Qué clase de vida es la que se vive con este sesgo decisionista, te la debo. O me la reservo, porque no es cuestión de disentir con esta bienvenida e inédita comunión de los Santos.

Ora pro nobis, Presidente salva-vidas.


Entre tanto, hago mal y recuerdo una anécdota que me marcó.

Yo era pibe (9 años) y nacía mi hermana. Obviamente, ese fue el evento que cambió mi existencia. Sólo que decía, me marcó y no olvidé una anécdota que contó una enfermera de la Mater Dei, donde nació María Eugenia el 20 de agosto de 1982.

Recordó que en abril, a una nena nacida allí el padre le había puesto de nombre: Leopoldina Fortunata.

Cuatro meses más tarde, diré para ser delicado en la metáfora, andaría analizando el caballero papá de Leopoldina Fortunata, el modo más doloroso de cortarse la poronga .

No comparo a Fernández con ese criminal, con ese asesino abyecto y cobarde, con ese general de escritorio que le declaró la guerra al Reino Unido.

Pienso en esta comunidad casquivana (dijera el cura anciano que con enorme esfuerzo dio misa en la soledad más solitaria de San Pedro, el viernes pasado), que se enamora con la velocidad con la que odia a los dos minutos.

Que no se enamoró de nadie como está enamorada del Presidente salva-vidas. Enhorabuena, se reconstruye la indispensable autoridad presidencial. Eso es saludable, en esta coyuntura y en todas.

Ahora, seamos un poco más reflexivos al momento de andar celebrando medidas cuya eficacia todavía no ha sido probada que deciden (por intermedio del presidente salva-vidas) esos magos de la  tribu que no supieron cómo prever este desastre y que, confiesan incluso, que no saben como mitigar los efectos que, ya andan diciendo, sólo se neutralizarían dentro de uno o dos años cuando aparezca la vacuna (nada de retroviral: vacuna o mierda), lapso durante el cual, deberemos recluirnos en nuestras casas.

Para cuidar de nuestra salud y de nuestra vida.

Bien ahí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario