miércoles, 25 de marzo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 5.

Pasó el quinto día nomás.

Ayer, encierro completo: ni tuve que salir a sacar la basura. Digamos que no traspasé el umbral de la puerta de mi departamento.

Me quejo, pero cumplo.

No así otras personas que no voy a identificar y me hicieron saber que se reunirían a cenar saludándose con el codito. "No te persigas, gordo, no pasa nada".

Bien.

Esa persona integra el vasto ejército de Santos en comunión, se babea con el presidente Fernández, sus medidas, aplaude a las nueve de la noche. De hecho, fue una de las que discrepó con el tono de la entrada anterior y mi queja a la extensión de la cuarentena.

Bien. Quedamo' así.

Dicho lo anterior, sobre lo cual no volveré (he sido claro ayer y sigo pensando lo mismo) decir que las cosas se tranquilizaron en el departamento de les vecines (quizás él haya hecho lo que temía) y siguiendo con las observaciones pseudo-sociológicas apunto que estos días vienen minando (razonablemente) la sociabilidad.

Anoche, descubrí que en el sitio web de "Clarín" está instalado el T.E.G. A un amigo de toda la vida le escribí preguntándole cómo estaba pasando estos días, le pregunté por su esposa, por la mamá y si estaba suscripto a la membresía clarinera, por si andaba comn ganas de jugar al T.E.G. de manera virtual.

Respuesta: "No". Esa fue toda la respuesta.

Otros, ni contestan los saludos. O aludidos en grupos, como el ex-Senador Vaca, no dicen ni mu.

Hay algunos, por cierto muy comunicativos, con los cuales se pasa el rato y se consolidan vínculos, haciéndonos compañía en este tiempo hostil.

Aunque debe admitirse que cada quien la lleva y la procesa como le sale.

Yo, empezando mi primer día de "tele trabajo" o "home office". Fin del asunto.

Mientras sigo soñando. Anoche, uno interesante. Me moría nomás. No por esta mierda, pero de alguna manera me anunciaban que moría. A mí me preocupaba encontrarme con mi Viejo y que me viera con barba (no estoy afeitándome por estos días).

Sin embargo, a fuer de un rulo medio raro, sorteaba la muerte, no me acuerdo bien cómo. Y terminaba cursando algo en la Facultad. "Al fin una materia que me interesa", pensaba. Me agradaba el profesor a cargo de ese curso.

Yo, que abandoné, al menos, cinco posgrados. Los detesto, profundamente. Ese, lo terminaría.

Sabía que ese lo terminaría o al menos, que  me despertaba interés el contenido de la materia, que me iba a agradar estudiar.

Y desde allá, subiendo al subte en Congreso y Cabildo. Yo iba al trabajo y llevaba un carrito de supermercado. La gente me miraba, no entendiendo porqué yo me movía con ese catafalco. Y lo dejaba en el acceso, como si nada.




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