domingo, 22 de marzo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 2.

El segundo día de encierro anduvo favoreciendo los primeros síntomas que uno teme: ha aparecido una barriga muy desagradable, la papada anda ganando terreno y sufro la tortura de mis lumbares.

De lo último (en especial) soy total culpable: haciendo caso a un charlatán que sé que habla de todo y no sabe de nada pero a quien quiero mucho (por eso, quizás seguí su consejo malo, erróneo como todos los que da siempre, sin excepción, aunque los diga con una autoridad de la que carece para casi todo) adquirí hace unos años un colchón que él dictaminó entonces que era el "mejor de todos", opinión dada con tanto énfasis como ignorancia total, que yo conocía entonces de memoria, conocimiento que decidí inadmisiblemente ignorar.

Pago las consecuencias y soy el único responsable: el pozo que se forma al medio del colchón tortura mi espalda e interrumpe mi (de por sí difícil) descanso.

Ahora me pregunto porqué no lo cambié hace unas semanas cuando se hizo ese pozo en el centro que me tiene tan a mal traer. Sin excusas diré que pensaba hacer un "combo" con la cama que debía comrpar para la casa que quería alquilar en Brandsen y no hice. A la espera de esa firma, esperé más de la cuenta y ahora pago los costos: seguir los consejos de un adorable pelotudo y no hacer las compras a tiempo.

Eso motiva quizá, que tenga los sueños más insólitos.

Anoche soñé con Roberto Gómez Bolaños. Que iba a verlo al Ópera o al Gran Rex. No entendía bien porqué lo hacía, pero ahí estaba. Quizás era la primera posibilidad que tenía de ir al teatro post-cuarentena (era un dato que manejaba en el sueño).

Gómez Bolaños (no tenía en cuenta que hace un par de años falleció) contaba anécdotas de su vida. mucho más joven que cuando murió, sin disfraces de ninguno de sus personajes. Contaba cuanto le había costado dejar de beber "a diferencia de mi cumpa Villagrán", haciendo el gesto de empinar el codo.

Ahí estaba Villagrán/Quico, molesto por la infidencia de su odiado Chespirito.

Fin del sueño.

Es claro que ando mal.

Sueño que me dejó intrigado y me impidió seguir durmiendo. Y todo empeoró cuando escuché gritos lejanos y ladridos de unos veinte perros, en la calle, claro. Luego de eso, una atronadora sirena de bomberos y autos que tocaban la bocina.

No lo soñé, como dijera Solari. Estaba pasando. Así pintan las noches que vienen.

Con la panza algo debo hacer, con mi malestar general, con colchón comprado a instancias del adorable charlatán o sin él mi espalda suele ser "un concierto de pianolas". Por eso ando porfiando con la aplicación del gimnasio que pago hace seis meses (al que fui solo dos veces) para seguir los consejos de alguna rutina casera.

Anticipo que no voy a poder. Quiero recuperar mi clave y recibo mails con indicativos para hacerla pero el link no responde. algo encontraré en la web.

Aunque siempre se puede estar peor.

Por ejemplo, el muchacho de la foto. No se ve bien, no quise zoomear (horrendo neologismo) para que la violación a su intimidad no fuera más grave.

Vive en un departamento de dos ambientes con su esposa y sus dos hijos (6 años la nena y tres el pibe, aproximadamente). Sé de ellos porque de un tiempo a esta parte fumo en el lavadero. Cada vez menos, por eso del racionamiento y porque la enfermedad que acosa ataca las vías respiratorias. Paro en tres o cuatro al día. Y no me cuesta tanto.

Decía que cuando fumaba bastante más, los fines de semana en casa iba al lavadero y reparaba en ese departamento al escuchar los gritos histéricos y destemplados de la mujer hacia sus hijos. Quien grita así, odia. Les grita con odio a los hijos. Gritos que la nena, claro está, imita.

El hombre grita poco, casi no grita. Ni siquiera ahora que los gritos son más. Ahí se lo ve, en cueros frente al televisor. Compartiendo las 24 horas con esos seres que hacen que su vida sea un infierno cotidiano. Temo mucho por su reacción, que en algún momento, llegará.

Yo, en cambio, lidio solo con mi solitaria cuarentena. Que tiene algo de malo, aunque mucho menos que la de quienes atraviesan experiencias deliciosas como el muchacho de la foto. Y que se cuentan por decenas de miles.

Iremos viendo.

Ojalá hoy haga mi rutina de ejercicio y la repita mañana. Quizás suba y baje diez veces las escaleras de mi piso 15 al 14. Sólo que vive gente muy paranoica, de mucha edad en el piso y temo que escuchar demasiado movimiento los inquiete.

Estuve aprovechando alguna salida a comprar algo para caminar unas 15 cuadras. Iba y venía a paso vivo, de una esquina a la otra, como un demente. Antes de ayer vi gente despreocupada en las calles. Ayer, sábado, las calles de mi barrio estaban desoladas.

Prometí que escribiría sobre el "cine de la cuarentena". Estoy viendo mucho y bueno.

Los dejo con un temazo de Piazzolla de una de esas películas: "El infierno tan temido"

https://www.youtube.com/watch?v=ZcOfRjWMQyI


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