martes, 24 de marzo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 4.

Ya llegamos a este día que, de acuerdo a lo que anticipa el diario "La Nación" es uno de los primeros, primerísimos.

Dizque, esta cuarentena habrá de extenderse más allá de las Santas Pascuas. Dizque, al 13 de abril.


Porqué no al 13 de septiembre, me pregunto yo. O ya que estamos al 13 de octubre, cuando haya pasado el invierno. Mejor, quizás, al 13 de diciembre, porque la primavera es traicionera. No, no. Sería mejor que fuese al 13 de enero (a finales de diciembre la gente tiene la mala costumbre de reunirse y encima, de abrazarse, besarse, comer turrón y esas cosas).

El 13 de enero de 2021 quizás sea pronto. Es invierno en Europa y no va a faltar el comedido que querrá (¡y podrá!) volver.

Que la cuarentena se extienda hasta el 13 de marzo de 2021 (hay que evitar aglomeraciones en Carnaval).

Pero justo estará comenzando el otoño de 2021, por eso, mejor extender la caurentena hasta el 21 de septiembre.

Y así.

Hasta 2082, cuando pocas personas vivas sigamos recibiendo y expulsando viruses en esta dimensión.

Escribo sin gracia y con (algo) de bronca.

Nadie (salvo el presidente Fernández que goza del acuerdo de los Santos en comunión) explica bien para qué estamos encerrados. Sí, lo explican, pero nadie da una certeza de la eficacia de la medida.

Entretanto, sin razones que los avalen,  los voceros de la médicocracia avanzan y avanzan y avanzan.

Quizás está bien que así sea: "Hazte la fama y échate a dormir".

Durante siglos los médicos se hicieron una buena fama de la que carecemos por completo (con muchas razones), nos, los abogados.

Que aceptamos sin chistar (con la excepción de un abombado que anda denunciando fascismos por la web, que si asumiese y consumase su homosexualidad se tranquilizaría y nos dejaría mejor parados a quienes compartimos con él la profesión) este retroceso en materia de derechos inédito desde los inolvidables meses del presidente Bignone.

Sea. Deben preservarse vidas y salvarse y enhorabuena.

Ahora, querido Alberto, apreciado presidente de la Nación, inesperado y providencial piloto de tormentas cuyo denuedo, entrega, labor aprecio en grado sumo (cero nivel de ironía en este comentario) siga escuchando a los médicos, a esos seres que Dios puso en la tierra para salvar vidas, a quienes les debemos gratitud eterna. Siga haciéndolo, son ellos quienes llevan la batuta.

Pero me atrevo a implorarle: no olvide que es abogado. Actúe como tal, un ratito. Sopese la afectación a la vida nuestra de cada día esta receta de los rampantes voceros de la medicocracia.

Y ya que estamos, convoque a algún filósofo. No al chanta ese de apellido interminable ni al entrañable JPF que está más allá que acá. No sé, hable con Merlí, con alguno, con algune. Para que piense con él, con ella o con elle si vale la pena sobrevivir a determinado coste. Si este remedio hay que tomárselo de un saque, a costa de tanto esfuerzo.

Y eso que hasta 31 me quedo entre cuatro paredes: soñando las pelotudeces más horrorasas, haciendo gimnasia con una hija de puta que se ríe desde la pantalla cuando (sabe) que los gordos que seguimos sus rutinas preferimos sucumbir antes de una sentadilla más; con la espalda hecha un moño; con la vida alterada: sin teatros, bares, restaurantes ni todo lo que me gustaba de esta ciudad.

Hasta el 31, Alberto. Sin decir ni mu.

Pero, por favor, piénselo dos veces antes de arruinarnos la vida más allá de esa fecha.

A mí, a nosotres. A mis vecinites. A los de la foto de la entrada anterior. Me despiertan los alaridos de la mujer. Salen afónicos. Su contenido, cada vez más oscuro: les anticipa, les desea, cosas horrendas a sus hijos de 7 y 3. Que la imitan, gritándole los insultos más inverosímiles. Él calla. No va a contestar, va a hacer, Alberto querido.

Y él vive en un lugar pequeño (un departamento de dos ambientes) pero con higiene, en un barrio residencial, tienen televisor, agua corriente, luz, etc.

Piense (sé, confío que lo hace) en las villas, querido presidente.

Y dé rienda suelta a su cuenta de Twitter ya que estamos, que la comunión de los Santos de seso sorbido se lo celebran y se lo agradecen. Auspíciando las bromas de les soldadites pasados de pastys, flores y tantas otras sustancias tan o más esperituosas.

Y seguirán haciéndolo. Por los siglos de los siglos.

Amén.

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