viernes, 22 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 63.

El caballero de la fotografía, de blanco mostacho, mirada tres cuartos y expresión grave y preocupada, seguramente,  por el devenir de la Patria es (era, querido diario, ha fallecido hace más de un siglo) Miguel Cané.

Interesado en Cané, por razones que vas a conocer en un ratito nomás, querido diario, volví al diccionario del discípulo de Ricardo Levene, Vicente Cutolo, a dar con el resumen biográfico correspondiente.

Recordaba de Cané que había sido el autor de Juvenilia, la obra con la que se ha torturado a tantas generaciones en su paso por la enseñanza media, y tenía frescas las alusiones de la profesora Sáenz Quesada en la biografía que le consagró a su pariente, Roque, que repasamos semanas atrás.

Era muy amigo de Roque, Cané. También del socio de Roque, Carlos (el Gringo Pellegrini), el que había sido vicepresidente de Juárez Celman y que había asumido la Presidencia cuando renunció empujado por la Revolución del Parque de 1890.

Amigo Cané de los socios Roque y Carlos. Se escribían tupido los amigos y los socios al ir y venir de Europa. Cané era diplomático en el Viejo Mundo, Carlos iba a restablecer su salud a Europa y, ya que estaba, hacía buenos oficios, pensando siempre en la Patria.

Y lo dejaba por escrito, lo que pudo descubrir la profesora Sáenz Quesada, al transcribir la nutrida epistolaria entre amigos y socios. ¿Te acordás, querido diario de aquella en la que Carlos le dice a Roque que la empresa de tranvías de Londres les pagaría una buena comisión para el estudio que compartían, si se electrificaba la red de Buenos Aires?

Tanto denuedo por la Patria justifica tanto monumento, tanta avenida, tanto pueblo, bautizado con los nombres de los amigos y socios. Carlos, convaleciente en Londres, desatiende su tratamiento médico, para escuchar las propuestas de los inversores británicos que le proponían una iniciativa que mejoraría la vida de sus compatriotas y convecinos, a cambio, claro de una buena comisión.

Me quedé con las ganas, querido diario, de saber la cifra de esa comisión (de curioso que soy nomás) en reconocimiento a los buenos oficios del expresidente Carlos Pellegrini, porque la profesora Sáenz Quesada la omitió. Apeló al recurso de los corchetes y los puntos suspensivos. No hubiera sido de buen tono, quizás, develar esa intimidad. Vil dinero, en un diálogo de caballeros desvelados por los intereses de la Patria.

En cambio se explayó la autora de Roque en transcripciones íntegras de buena parte de esa epistolaria inédita, integrada por muchas piezas postales de Cané, siempre preocupado por la salud de su amigo Roque. En una carta, recuerdo de memoria, le proponía a su amigo Roque comer mucha papa para paliar los dolores de la diabetes.

Un amigo dulce y bueno, Cané.

Pero la Patria exige algo más que dulzura. Máxime cuando está en peligro. Y Cané amaba tanto más a su Patria que al Colegio Nacional Buenos Aires, al cura Agüero, a Amadeo Jacques y a Roque, todos juntos.

En ofrenda a su amor patriótico fue de todo: ministro de Relaciones Exteriores, diplomático en Europa y en América del Sur y siempre escritor.

Nacido en Montevideo en 1851, cuando el exilio de sus padres: "cuando tenía apenas dos años fue traído a Buenos Aires y, conforme a las leyes votadas con posterioridad a la caída de Rosas, le fue reconocida a aquél la ciudadanía argentina", detalla Cutolo, que luego de referir a su tan conocido paso por el Nacional Buenos Aires: "ingresó a la Facultad de Derecho juntos a sus compañeros Roque Sáenz Peña, Carlos Pellegrini y Aristóbulo del Valle, a quienes estaba unido por fraternal amistad [¿no te lo dije, querido diario?], para graduarse de abogado a regañadientes en 1878, no en 1872 como se lle en casi todas sus biografías [preciso, obsesivo Cutolo]. Atraído por la política, circunstancias posteriores a la revolución de 1874, le hicieron incorporarse a las filas del partido Autonomista de Adolfo Alsina, e iniciarse dentro del periodismo en La Tribuna, periódico de los Varela, y en El Nacional, entre cuyos redactores estaban Sarmiento y Vélez Sarsfield. Es por esta actuación que ingresó a la vida parlamentaria en 1875, como diputado provincial y nacional en 1876. Reelecto en 1880, después de su breve paso por la Dirección de Correos y Telégrafos prefirió a la diputación una representación diplomática ante los gobiernos de Colombia y Venezuela que desempeñó en los años 1881 y 1882. Ese mismo decenio fue ministro en Viena, en 1883, en Berlín, en 1884, en Madrid en 1886. Vuelto al país en 1892, fue durante un breve tiempo Intendente Municipal y al año siguiente, Ministro de Relaciones Exteriores bajo la infortunada Presidencia del doctor Luis Sáenz Peña. Tras esa experiencia en el gobierno reanudó al carrera diplomática, más conveniente  a sus dotes de hombre mundano y culto, pasando como ministro a París"  

Más adelante, se explaya el autor consultado en la obra literaria del patriota y omite un dato, en mi mirada, importante de su biografía: su paso por el Senado Nacional en representación de la Capital Federal entre 1898 y 1904.

Considero al dato de importancia, dado que durante ese mandato, Cané presentó un proyecto de ley, que sería aprobado por ambas Cámaras del Congreso y promulgado por el presidente Julio Roca en 1902, N° 4.144 conocida como Ley de Residencia de Extranjeros o, lisa y llanamente, Ley Cané.

Lleva su nombre, porque fue nuestro personaje el autor del proyecto que sería largamente debatido en el Congreso que establecía que: "El Poder Ejecutivo podrá ordenar la salida del territorio de la Nación a todo extranjero que haya sido condenado o sea perseguido por los tribunales extranjeros por crímenes o delitos comunes", de acuerdo con la redacción del artículo 1°, previendo además, que tendría esa potestad el Presidente de: "ordenar la salida de todo extranjero cuya conducta comprometa la seguridad nacional o perturbe el orden público", persona que tendría: "tres días para salir del país, pudiendo el Poder Ejecutivo como medida de seguridad pública, ordenar su detención hasta el momento del embarque".

A lo largo de la primera semana de la vigencia de la Ley Cané, el Poder Ejecutivo Nacional ordenó la deportación de quinientos extranjeros, de acuerdo con lo documentado por Anahí Constanzo en su sólido y documentado trabajo: "Lo inadmisible hecho historia:  La Ley de Residencia de 1902 y de Defensa Social de 1910", disponible acá.


Uno de los primeros deportados en aplicación de la Ley Cané, es el señor de barba negra y bombín de la foto, Santiago Locazi, dirigente sindical e instigador de la huelga general de ese año.

Debo destacar en este sentido, querido diario, que esas expulsiones no sólo afectaban a las personas echadas del país, sino a su prole, mayoritariamente numerosa, que quedaba varada en la Argentina. En muchos casos los integrantes de esos grupos familiares no se reunirían jamás, dado que los expulsados estaban imposibilitados de volver, los que quedaban en el país, carecían de recursos para regresar a su tierra de origen.

Pero a no confundirse, la Ley Cané estaba orientada a expulsar del país a las personas que el presidente de la Nación se considerasen "peligrosas", tal como lo preveía uno de sus supuestos, el más instrumentado en ese tiempo.

Aunque debo aclarar que el texto de la ley aprobado no era el que había presentado por el senador Cané, igualmente sucinto, sino el que había aprobado por la Comisión de Negocios Constitucionales sobre la base de ese proyecto, con una leve diferencia, el de Cané preveía que las decisiones de expulsión de extranjeros debían ser adoptadas "en acuerdo de ministros".

Ambos, el originario y el aprobado, contrastaban en su extensión con el proyecto del Poder Ejecutivo, que establecía una serie de requisitos a la administración para disponer la expulsión de un extranjero o impedir su ingreso.

Domingo Teófilo Pérez, senador por Jujuy entre los años 1886 y 1910 (falleció en ejercicio de su último mandato), fue el encargado de exponer los motivos por los cuales debía ser aprobado el proyecto de ley propuesto por la Comisión a su cargo.

Leemos del Diario de Sesiones del 22 de noviembre de 1902 que el senador jujeño, previa reseña del trámite legislativo impreso a esa iniciativa, en cuyo marco se habían celebrado: "muchas conferencias" dictadas por su numen, Cané, con ministros del Poder Ejecutivo, académicos y demás celebridades, dio cuenta del ingreso del proyecto de Yofre al que hice referencia el cual: "no ha podido servir como base a este proyecto por haberlo encontrado, permítaseme la palabra, un tanto lírico y de aplicación muy difícil y confusa, tratándose de una ley que debe ser clara, precisa, ejecutiva y eficaz", descartándolo en virtud del proyecto de Cané: "que consulta perfectamente la idea que debe informar esta ley".

No eran tiempos de lirismos. Pérez, hombre de pocos pelos en la lengua, que al pan le decía pan y al vino le llamaba vino, calificó la iniciativa como: "eminentemente política, de una ley de excepción y prevención, destinada a evitar que ciertos elementos extraños vengan a turbar el orden público, a comprometer la seguridad nacional [...] porque no puede ser de otra manera, desde que se trata de tomar medidas ejecutivas, de carácter policial, para salvar la tranquilidad social comprometida por movimientos esencialmente subversivos, que no son movimientos tranquilos [será porque son subversivos que no son tranquilos, senador] del obrero trabajador ni del extranjero honrado, que buscan en la huelga el modo de satisfacer justos anhelos, sino agitaciones violentas, excesos y tribulaciones".

Luego de aclarar que el proyecto no perseguía al "ejercicio regular de las huelgas", manifestó la preocupación extendida en ese entonces ante los conatos de huelgas generales alentadas por grupos "anarquistas" que ponían en riesgo el desarrollo del comercio y el resultado de la inminente cosecha: "que tantas esperanzas despierta para mejorar nuestro estado financiero; la misma renta de la Aduana comprometida, todo esto estás amenazado, señor presidente".

Antes de finalizar, ponderó las razones por las cuales debía ser el Poder Ejecutivo el encargado de materializar las expulsiones auspiciadas por la norma, en desmedro del Judicial: "cuyos procedimientos lentos, cuyas tramitaciones morosas, pueden hacer ineficaz la acción de esta ley, sería simplemente buscar un remedio tardío para curar un mal que es necesario atacar rápidamente".

Siempre hay un comedido. Y esa sesión del Senado no sería la excepción. El senador correntino Manuel Mantilla observó el tratamiento sobre tablas de un asunto trascendental como el tratado que comprometía: "a la Constitución en muchos de sus principios fundamentales, a los tratados internacionales que son leyes de la Nación, a la inmigración que es necesidad ineludible del país".

Contestándole a Pérez, sostuvo la inconveniencia del dictado de una ley de excepción para extranjeros, aunque entendía viable que se dispusiera una norma que fijase las condiciones para la expulsión de extranjeros o el control de su ingreso, necesidad no obligaba al Congreso: "a otorgar al poder Ejecutivo facultades extraordinarias, consignadas en el proyecto que son, precisamente, las prohibidas por la Constitución".

Como evidentemente no tenía paz, detalló las cláusulas constitucionales contrapuestas con la norma debatida: los artículos 16 (igualdad ante la ley) 18 (juez natural y defensa en juicio), el 20, por el cual se equiparan el goce de derechos civiles de los extranjeros y de las personas nacidas en el país.

Evocó también, el Preámbulo de la Constitución por el cual se convocaba a "todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino", recibiendo por respuesta una acotación del senador por Salta Francisco Uriburu (el padre de nuestro conocido Pancho), aclarando que el suelo de la Patria no estaba "abierto para los facinerosos", respondiéndole Mantilla que en efecto así era, pero que incumbía a los jueces y no al presidente establecer quién lo era.

Concluyó, declarando que: "no me opongo al pensamiento de dictar una ley de defensa nacional o social contra los malos elementos que vengan del extranjero, o de expulsión como ley penal normal;  contra los ya residentes en el territorio, siempre que, en uno y otro caso no sean comprometidos los principios, los derechos y las libertades proclamadas por la constitución".

Le contestó Cané, por supuesto. Luego de dar cátedra acerca de la legislación extranjera habilitante de la expulsión de extranjeros, concluyó el autor de Juvenilia en la imperiosa necesidad de aprobar en ese momento el proyecto presentado por el propio Cané años atrás, necesaria para: "volver la calma a esta ciudad, y volver la tranquilidad a millares de trabajadores que después de diez años de espera encuentran hoy que la cosecha, que parecía una bendición del cielo, se va a convertir en una desgracia; porque no hay mayor desgracia que ver el esfuerzo del trabajo de tantos años destruido por una causa absurda y evitable".

Y culmina, manifestando qué es lo debía hacer el presidente de la Nación, siguiendo el ejemplo de los ejecutivos europeos: "llamar a los representantes de todos los gremios y decirles: 'Yo, Poder Ejecutivo, no soy enemigo de los obreros, no soy opositor de las huelgas, soy el primero en reconocer sus derechos y deseo ayudarlos; pero necesito conocer  lo que realmente existe en el fondo de estos conflictos, llamarles y preguntarles:  -¿Quién es usted?  - Soy un estibador al que están explotando cuatro contratistas que se comen la mitad de mi trabajo - Examinaré su caso y el de otros, y con el poder que la sociedad me ha dado aconsejaré y trataré que su patrón entre en arreglos. Pregunta a otro: - ¿Usted quién es? - No soy obrero, soy redactor de un periódico de doctrinas avanzadas. - Usted se va fuera del país porque  yo no necesito inútiles de profesión; no tengo necesidad de que al obrero se le indique lo que tiene que ser. Se expulsa pues, a los que tiene que ser expulsados y se ampara a los que deben ser amparados".

Clarito, Cané.

En el trabajo Notas e impresiones de 1901, Cané que andaba de conferencia en conferencia como lo recordaba Pérez y, seguramente, ante alguna observación análoga a la de Mantilla, habría contestado de una manera más elocuente, aunque menos elegante que utilizada para responder al inconforme correntino. No era cuestión de ultrajar el augusto recinto del Senado de la Nación.

Escribió entonces, respecto de su proyecto de ley que: "me diréis que es poco hospitalaria, que no condice con los principios de fraternidad universal de que se jacta el liberalismo moderno, que está en oposición con las declaraciones de derechos y garantías de nuestra Constitución, que destruye la igualdad civil y otras paparruchadas por el estilo" (en cit., disponible acá.).

Así se construyó la Patria, querido diario.


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