martes, 26 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 67.

"Ya sea por la agresividad propuesta contra los indios a través de su extensa obra o por sus actividades como redactor de La Prensa, ya se lo trate como presidente de la Sociedad Rural (1888-1894), como ministro de relaciones exteriores en tres oportunidades o como director de la Revista de Derecho, Historia y Letras, Estanislao S. Zeballos se convierte en el representante de la generación del 80 más obstinadamente metódico en tanto heredero y continuador del proyecto liberal durante el momento culminante de la república conservadora. Si en varias oportunidades se habló de un 'núcleo ideológico' recortado sobre la visión del mundo de la genteel tradition argentina, Zeballos protagoniza el punto de condensación de esa perspectiva: es el más insistente y obsesivo y el que menos se desplaza de un eje pese a su amplitud temática. Podría decirse que resulta el más consecuente de los gentlemen con lo que ese grupo social se había planteado desde el inicio de su itinerario histórico, en tanto su personalidad subraya al máximo, en una intensa mezcla de estallido y contención, los 'bordes' de la conciencia posible de la oligarquía hacia el 1900".

El aroma del texto transcrito, fruto de la pluma inconfundible de David Viñas, nos sugiere que en esta entrada, querido diario, evocaremos la personalidad de Zeballos, sin el embelesamiento del discípulo de Ricardo Levene, Vicente Cutolo, según decíamos ayer.


Sigamos un poco más con la caracterización de la personalidad evocada en Indios, Ejército y Frontera, uno sus ensayos más celebrados.

Sugiere Viñas que Zeballos dejó un heredero intelectual: nuestro conocido Leopoldo Lugones: "sobre todo en la franja en que las 'exaltaciones patrióticas' ya se iban coagulando en chovinismo represivo. Con la diferencia de que si Zeballos, en su circunstancia, fue un escuchado 'hombre de consejo' de Roca, Lugones -en la suya- se quedó en su biógrafo inconcluso. El lugar histórico de Zeballos se sitúa, entonces, en la coordenada que proviene de las convicciones más reiteradas de Sarmiento hacia la intersección con la despiadada ejecutividad de Theodore Roosevelt [...]. Incluso en lo que específicamente hace al problema de la conquista de la Patagonia, la copiosa serie de sus libros -desde el Viaje al país de los araucanos cruzando por Painé y Relmún hasta llegar a La conquista de quince mil leguas- no sólo desborda o completa el paradigma del gentleman escritor político del 80  -ameno, anecdótico y levemente escéptico-, sino que agrega el matiz, sobre un común denominador de 'señoritos porteños en la corte', del 'joven provinciano en la gran urbe': mucho más próximo al tucumano Roca o al cordobés Juárez Celman de lo que se supone, aquí también reactualiza el ímpetu de Sarmiento, crispado por un componente que el sanjuanino sólo vislumbró desde lejos: la propiedad latifundista, el juego de la Bolsa y los grandes negocios financieros. La ética del opositor al poder autoritario de Rosas, que condiciona lo más rescatable del Facundo en Zeballos se disuelve dado que su mayor energía cuestionadora no apunta a una opresión sino a una diferencia: en su etapa histórica de la Argentina ya no es cuestión de derrocar sino de eliminar. Conflicto especial: no bajar, sino enterrar; no se trata de enemigos o adversarios, sino de residuos o rezagos o simples sobrevivencias. Con motivo de los indios ya no se habla de 'tronos', sino de 'tumbas'".

No te asustes, querido diario. No voy a hacer la historia de la "conquista del desierto". Simplemente, unas pinceladas acerca de Zeballos, sus ideas y su ascendiente sobre la elite oligárquica que dirigía los destinos del país. Y aclarar algo que sería obvio pero considero necesario destacar: si, como vamos a atisbar, la palabra y la acción de Zeballos era despiadada hacia los indígenas, ese temperamento, ese corpus ideológico sintonizaba a la perfección con los hombres de la política y, ante todo, de la ciencia de ese momento.

Los indígenas no eran personas, muchísimo menos eran considerados sujetos de derecho.

En el mejor de los casos, como oportunamente repasaremos, querido diario, eran objetos de investigación científica; exhibidas sus osamentas y en algunos casos, ellos mismos como ejemplares vivos en museos y exposiciones europeas.

La variante antropológica de la novedad que había traído al Plata Clemente Onelli, creador del jardín zoológico de Buenos Aires.

Diré más: el proto Estado de las Provincias Unidas del Río de la Plata, por supuesto, el andamiaje institucional del virreinato precedente, estuvo signado por la guerra contra el infiel: ciudades actuales como Río Cuarto, San Rafael, Lobos, Chascomús o Azul, entre cientos de poblados, nacieron como fortines en esa avanzada, en una especie de danza y contradanza en esa lid despiadada y permanente.

Porque lo fue. A no engañarnos, querido diario.

Y si dejaremos caer testimonios que no nos favorecen para nada a los huincas; no voy a contribuir a una deformación histórica arriesgando relatos o pinturas enternecedoras de Calfucurá o de Pincén quienes, quizás como respuesta a tanta agresión, eran desalmados. Y no estaban solos, querido diario.

Tanto como aquellos que se decían crestianos, algo desmemoriados de las enseñanzas del Nazareno cuando les depararon un trato, casi sin excepción, de una crueldad inverosímil.

Ya que, como anotaba, querido diario, tirios y troyanos vieron en los pueblos indígenas al enemigo irreductible y despiadado, desde Pedro de Ceballos, hasta Julio Roca, pasando por Martín Rodríguez, Juan Manuel de Rosas y Adolfo Alsina. Con una notable excepción: Bartolomé Mitre. Fueron los años de su Presidencia los de más fecunda relación con los habitantes al sur del Salado, como lo prueba la copiosa correspondencia entre el héroe de Curupaytí y el cacique Calfucurá.

Nadie tenía mirada de conmiseración de alguna especie, ni ensayaba alguna propuesta de coexistencia entre ambos mundos.

Pocos fueron más explícitos que el autor del poema canónico nacional, José Hernández, quien consagra la Vuelta de Martín Fierro a una descripción minuciosa de la existencia de los infieles, a quienes no les ahorra denuestos, mediante un fresco truculento, para concluir en la animalidad sin remedio de esos seres.

Luego de anticipar que "Atención pido al silencio y silencio a la atención, que voy en esta ocasión, si me ayuda la memoria, a mostrarles que mi historia, le faltaba lo mejor", relata la vida del mundo pampa.

Antes de aclarar el día
empieza el indio a aturdir
la pampa con su rugir,
y en alguna madrugada,
sin que sintiéramos nada
se largaban a invadir.

Primero entierran las prendas
en cuevas, como peludos;
y aquellos indios cerdudos,
siempre llenos de recelos,
en los caballos en pelos
se vienen medio desnudos.

Es guerra cruel la del indio
porque viene como fiera;
atropella donde quiera 
y de asolar no se cansa;
de su pingo y de su lanza
toda salvación espera.


Todo empeora cuando relata las alternativas de la china de aquel indio valiente que: "usaba un collar de dientes de cristianos que él mató".

A la china: "La mandaba a trabajar, poniendo cerca a su hijo, tiritando y dando gritos por la mañana temprano, atado de pies y manos lo mesmo que un corderito. Ansí le imponía tarea de juntar leña y sembrar viendo a su hijito llorar; y hasta que no terminaba, la china no la dejaba que le diera de mamar. [...] En la crianza de los suyos son bárbaros por demás, no lo había visto jamás; en una tabla los atan, los crían ansí, y les achatan la cabeza por detrás. aunque esto parezca estraño, ninguno lo ponga en duda; entre aquella gente ruda, en su bárbara torpeza, es gala que la cabeza se les forme puntiaguda."

Y si eran así con los hijos propios, para qué contar la suerte de los hijos de las cautivas. Una, era culpada por la muerte de la hermana de esa china malvada que "empezó a decir un día, que sin duda la cristiana le había echado brujería".

Convencido por su china: "el indio la sacó al campo y la empezó a amenazar; que le había de confesar si la brujería era cierta o que la iba a castigar hasta que quedara muerta. Llora la pobre afligida, pero el indio, en su rigor, le arrebató con furor al hijo entre sus brazos y del primer rebencazo le hizo crujir de dolor. Que aquel salvaje tan cruel azotándola seguía; más y más se enfurecía cuanto más la castigaba, y la infeliz se atajaba los golpes como podía. Que le gritó muy furioso: 'Confechando no querés' la dio vuelta de un revés, y por colmar su amargura, a su tierna criatura se la degolló a los pies. Es increíble, me decía, que tanta fiereza esista; no habrá madre que resista; aquel salvaje inclemente cometió tranquilamente aquel crimen a mi vista. Esos horrores tremendos no los inventa el cristiano; 'ese bárbaro inhumano', sollozando me lo dijo, 'me amarró luego las manos con las tripitas de mi hijo'".   

Fierro enfrentaría al malvado, a quien mató, no sin enorme esfuerzo: "a la primer puñalada el pampa se hizo un ovillo; era el salvaje más pillo que he visto en mis correrías y, a más de las picardías, arisco para el cuchillo", en un momento, tropezó Fierro con su chiripá y cayó al lado de su enemigo que: "ni pa encomendarme a Dios tiempo el salvaje me dio; cuando en suelo me vio me saltó con ligereza: juntito de la cabeza el bolazo retumbó. Ni por respeto al cuchillo dejó el indio de apretarme; allí pretende ultimarme sin dejarme levantar, y no me daba lugar ni siquiera a enderezarme. De balde quiero moverme: aquel indio no me suelta; como persona resuelta, toda mi juerza ejecuto, pero abajo de aquel bruto no podía ni darme güelta"

Venía difícil la mano. Herido y todo, el salvaje daba pelea, pero Dios estaba del lado de Fierro. La torturada mujer le da una mano a su vindicador: "ausilio tan generoso me libertó del apuro; si no es ella, de siguro que el indio me sacrifica, y mi valor se duplica con un ejemplo tan puro", igualmente era diestro con la bola el indio: "me hizo sonar dos costillas de un bolazo aquel maldito; y al tiempo que le di un grito y le dentró como bala, pisa el indio y se refala con el cuerpo del chiquito. Para esplicar el misterio es muy escasa mi cencia; lo castigó, en mi concencia, Su Divina Majestá; donde no hay casualidá suele estar la Providencia".

Lo mató Fierro nomás, ahorremos los detalles.

Al final de su faena, buen cristiano: "me persiné dando gracias de haber salvado la vida; aquella pobre afligida de rodillas en el suelo, alzó los ojos al cielo sollozando dolorida. Me hinqué también a su lado a dar gracias a mi santo: en su dolor y quebranto ella, a la madre de Dios, le pide en su triste llanto, que nos ampare a los dos. Se alzó con pausa de leona cuando acabó de implorar, y sin dejar de llorar envolvió en unos trapitos los pedazos de su hijto que yo le ayudé a juntar"

En fin. Que los cristianos no fuesen capaces de esas crueldades, lo dudo, don José Hernández. Diputado Hernández, disculpe la confianza. Diputado oficialista Hernández, de 1880, año posterior a la Vuelta, continuación de la Ida del Martín Fierro. Publicada en 1872, cuando José Hernández participaba de la última patriada de un caudillo contra el poder central, la de López Jordán contra el presidente Sarmiento, ¿te acordás querido diario?

Sí, me acuerdo. Donde peleó Falcón, me acuerdo, sí. Dudo en consultarte, Garcete, pero avizoro un pronóstico muy negro para tu espalda, tu nervio ciático y tus sufridos lectores. El relato, hasta El Cantar del Mío Cid no para...

No te aflijas, querido diario, hasta acá llegamos por hoy.

¿Y de la foto del viejo de sombrero con el que abriste esta entrada tan insufrible como todas las anteriores, no vas a decir nada?  

Tenés razón, querido diario.

Es Zeballos, juntando osamentas de caciques que antes hacía desenterrar, para venderlas a museos europeos, querido diario.

Ya lo escribió Viñas: "con motivo de los indios ya no se habla de 'tronos', sino de 'tumbas'", ¿te acordás, querido diario?

Amplío mañana. Me duele demasiado la espalda.

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