miércoles, 6 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 47.

Querido diario.

Dejemos esta coyuntura horrenda de lado. Retomo el tema que venía abordando con cierta puntualidad: un repaso de Los Siete Locos.

¿Por qué me metí en todo esto?

Por aburrido, como Erdosain cuando explicaba porqué había iniciado su raid criminal.

Y ante todo, por admiración a Roberto Arlt, a su obra y como un intento (pueril, austero) de difundir (o de ayudar a refrescar) entre la gente querida su obra mayor.

Aunque, considero que importa más saber porqué escribía Arlt, en lugar de porqué escribo yo sobre Arlt y su obra más celebrada, recientemente recreada en una película notable que refleja la muy extensamente razonada lectura de Ricardo Piglia de la novela monumental que vengo releyendo. Relectura que me suscita reflexiones que, con mi torpeza habitual, divulgo por acá.

Novela, que se divide en dos partes como ya anticipé: la primera, editada en 1929, la segunda llamada Los Lanzallamas, de 1931. Cuánto dicen ambas fechas, ya volveré sobre el dato, querido diario.

Y por aquello de que es más importante conocer porqué escribía Arlt en lugar de explayarme sobre las arbitrarias razones por las cuales yo decido escribir sobre él y su obra, repasemos el prólogo de la segunda parte de la novela, tantas veces reseñado. 


Ya sé, querido diario, que falta escribir mucho sobre la primera parte: toda la sordidez albergada en la mente atormentada de Erdosain, de su matrimonio condignamente atormentado con Elsa; de las alternativas del secuestro de Gregorio Barsut y de la relación de éste con el Astrólogo; de la internación de Ergueta (el farmacéutico que había ideado una martingala para hacer saltar la banca del casino de Montevideo a partir de su lectura de las Sagradas Escrituras) en el Hospicio de las Mercedes, confinado luego de un brote que tuvo después de haber perdido una fortuna en la ruleta, martingala mediante, y de su diálogo en el loquero con el Nazareno; de su esposa Hipólita; de los Espila y la rosa metalizada; del Buscador de Oro, del Mayor, del Abogado y del judío Bromberg, el Hombre que vio a la Partera.

Lo sé, querido diario.

Escribía que al prologar Los Lanzallamas (segunda parte de su novela) escribió un texto titulado "palabras del autor".  Dedicado a "los principiantes en la vocación" de escribir. 

Explicó que la primera parte y la que presentaba las había escrito en "condiciones desfavorables", en "soledad y recogimiento [...] en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana [porque] cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno dictándole inefables palabras" dado que para él, la literatura era un lujo, en contraste con la situación de otros "escritores" que "viven de rentas".

Me detengo en este punto, porque esa referencia, tal vez, contrasta con la dedicatoria de su novela El juguete rabioso de 1926 a Ricardo Güiraldes, celebérrimo autor de Don Segundo Sombra:  "A Ricardo Güiraldes: Todo aquel que pueda estar junto a usted sentirá la imperiosa necesidad de quererlo. Y le agasajarán a Ud. y a falta de algo más hermoso le ofrecerán palabras. Por eso yo le dedico este libro".

No dudo del desinterés de aquel joven periodista de veintiséis años en la dedicatoria de su trabajo a quien lo había protegido, al publicarle el año anterior en la revista "Proa" dos artículos correspondientes a su obra La vida puerca, como recuerda David Viñas en el prologo al volumen en el que se compendian sus novelas, editados por Losada. Ni tampoco que hubiese aludido a don Ricardo en su prólogo a Los Lanzallamas, por una razón biológica: había fallecido en París, en 1927.

Sin embargo, clara queda la predisposición negativa (sino antagónica) de Arlt hacia los escritores de pasar económico desahogado, tan distinto al suyo que debía escribir, como podía y en las ásperas condiciones del prólogo reseñado.

Una queja, nacida del maltrato que en los ambientes especializados había despertado Los Siete Locos: "se dice que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quien únicamente leen correctos miembros de sus familias", para más adelante, subrayar la fascinación de esos lectores (integrantes, presumo, del staff de la revista Sur de Victoria Ocampo) con la literatura de James Joyce, como un ejercicio de esnobismo.

Esas "mismas columnas de la sociedad" le habían hablado de Joyce, "poniendo los ojos en blanco. Ello provenía del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje del 'Ulises', un señor que se desayuna más o menos aromáticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el hedor de los excrementos que ha defecado un minuto antes".

Aquí aparece el Arlt que se sabía despreciado por la intelectualidad de su tiempo, en razón de su autodidactismo, dado que había cursado sus estudios hasta el tercer grado de la enseñanza primaria. 

Por ende, esa falta de cultura: "ya entendida como escasa educación, ya como falta de conocimientos generales o filosóficos", a diez años de su muerte resonaban todavía en el mundillo literario de los años '50, incluso por quienes lo exaltaban que "suelen darlos cuidadosa y disimuladamente a salvo, sino porque delinean muy curiosamente la figura de Arlt escritor y su contorno"

El artículo que acabo de reseñar, "Una expresión, un signo", de Ismael Viñas, publicada en el N° 2 (mayo de 1954) de la revista Contorno que dirigía con su hermano David, avanza sobre otra consecuencia de esa falta de cultura en Arlt cual es: su lenguaje: "pobre y no sólo en cantidad de vocablos. Es un lenguaje vulgar, material, salpicado (por lo menos) de lunfardo. Curiosamente, Arlt parece haberse avergonzado de esa pobreza: no sólo cae en un idioma afectado, desmayadamente literario, cuando la urgencia de expresión cede´[...] Arlt parece ignorar decididamente que la lengua que usa naturalmente, la que le aflora cuando se expresa a sí mismo, ese dialecto inventado por él en tanta medida como es el lenguaje familiar porteño, pobre y ruda, es ya en sus manos un instrumento que da expresión al alma, una lengua que se está legitimando cuando con ella construya sus anhelos. [...] Lejos de toda pretensión folklórica, lejos de todo lujoso alarde artificial: el habla habitual común y hasta mostrenca, usada naturalmente, como expresión viva de hombres vivos".

Esa mirada despreciativa que tanta mella hacía en Arlt, sería invocada años más tarde por nuestro conocido Ricardo Piglia, en un acto evocativo de un escritor también periodista: Osvaldo Soriano. Poco tiempo antes de morir había sido invitado a un evento en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires cuando la concurrencia se habría burlado del autor de Cuarteles de invierno, debido a que no había terminado sus estudios secundarios, evento que lo había dejado muy mortificado.

La anécdota, contada por Osvaldo Bayer, en enero de 2007 en el suplemento Radar del diario "Página/12", suscitaría una áspera discusión entre Guillermo Saccomanno con otra conocida nuestra, Beatriz Sarlo (para quien encuentre interés en estos asuntos remito a: Una historia falsa. Sarlo y Punto final. Saccomanno), refiere que Piglia, al ser convocado por Bayer para desagraviar a Soriano dijo entonces, a propósito de las burlas hirientes que el Gordo había sufrido en ese mismo ámbito a pocas semanas de morir que: "Los tres más grandes escritores argentinos no terminaron sus estudios secundarios: Domingo Sarmiento, Roberto Arlt y Jorge Luis Borges".


Decíamos, a propósito del texto de las palabras del autor de Los Lanzallamas que en vida, Arlt ni se hubiera imaginado que su literatura sería valorada en los términos del reconocimiento de Piglia, tapado como estaba de tanto juicio desdeñoso.

Sin embargo, no renunciaba a su vocación ni se amilanaba ante esa gente de la cual "uno no sabe qué pensar": "si son idiotas en serio, o si se toman a pecho la burda comedia que representan en todas las horas de sus días y sus noches."

Al diablo con esa gentuza, había pasado ya el tiempo de la espera de una aprobación de la oligarquía de la literatura argentina, porque (se convencía): "el futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un 'cross' a la mandíbula. Sí, un libro tras otros y 'que los eunucos bufen'".

Estaba, en efecto, profilácticamente descontaminado de academia esterilizante maestro Arlt, para escribir así.

Por mi parte, querido diario, por prepotencia de trabajo, sin conversar con nadie (porque estoy encerrado y procuro no hacerlo conmigo mismo), sigo y sigo escribiendo en este ámbito, entrada tras entrada (acorde con mi modestia), tirando de vez en cuando un puñetazo al aire.

Una entrada tras otra, querido diario, y que los giles la chupen

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