viernes, 8 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 49.

Dedicado al amigo Medina.

"Toda la calle Florida lo vio: con sus polainas, chambergo y bastón.
Dicen que fue, allá por su juventud un gran Don Juan del Buenos Aires de ayer.
Engalanó las fiestas del Jockey Club y en el ojal llevaba siempre un clavel.
Toda la calle Florida lo vio con sus polainas, chambergo y bastón.

Apellido distinguido, gran señor en los salones.
Por las damas suspiraba y conquistaba sus corazones.
Y en las tardes de Palermo, hecho un dandy se paseaba.
Y en procura de un ensueño iba el porteño conquistador.

¡Tiempo de Petit Salón! ¡Cuánta locura juvenil!
¡Tiempo aquel de la Sección, champán, tangó de Armenonville!
Todo pasó como un fugaz instante lleno de emoción
hoy sólo quedan recuerdos en su corazón.

Ayer, querido diario, comencé la entrada con un tango dedicado a Yrigoyen auspiciatorio de su reelección. Hoy, comienzo con otro, Shusheta de 1920, con letra de Enrique Cadícamo y música de Juan Carlos Cobián.

Dedicado, dicen, a Marcelo de Alvear, sucesor y antecesor de Yrigoyen.

Por aquello del apellido distinguido (era nieto de dos próceres, Diego de Alvear y Ángel Pacheco), gran señor de los salones (le gustaba la joda y cómo, en especial las fiestas del Jockey Club) y conquistaba los corazones de las damiselas del Buenos Aires de finales de siglo XIX, hasta que se enamoró de la soprano portuguesa Regina Pacini.

Fue un flechazo que lo hirió por siempre al shusheta:  fue cuando la Pacini vino a Buenos Aires a interpretar a Amina en "La Sonámbula" de Bellini. Corría el año 1899, cenit de su carrera, quien sería perseguida a lo largo de ocho años por el (no tan) joven Marcelo por los teatros europeos en los que se presentaría.

Tanto fue el cántaro a la fuente, que Regina cedió. En 1907 se casó con Alvear, de quien no se separaría, dejando atrás para siempre el bel canto, condición que le impuso el novio quien durante los años que vendrían adquiriría todas las grabaciones de su esposa, para destruirlas. Celoso, el hombre.

Pacini, con resignación sumisa o genuina convicción, aceptó renunciar a todo, a fin de acompañarlo.

Escribí que Alvear había sido sucesor de Yrigoyen, el presidente del partido popular de fines del siglo diecinueve y principios del veinte. Marcelo, lo fue también en representación del mismo partido, en el que venía militando, incluso desde antes de que la Unión Cívica Radical existiese como agrupación independiente de la otra Unión Cívica, la Nacional, de cuño mitrista.

En 1890 estuvo al lado de Leandro Alem durante las jornadas de la "Revolución del Parque". En la de 1893, tendría un papel arriesgado en la toma de la estación ferroviaria de Temperley (ahí nomás de la quinta del Astrólogo) bajo las órdenes de Yrigoyen.

Mucho se ha escrito acerca de las razones por las cuales ese niño bian, había decidido desafiar tan abiertamente el mandato familiar. Siendo hijo del primer intendente de la federalizada ciudad de Buenos Aires, cuando la primera presidencia de Roca se preveía otro destino político para sí. Contra viento y marea, consagraría su vida (para bien o para mal) en la facción política antagónica a la de sus mayores.

Aunque mucho se ha escritoacerca de la filiación radical de Alvear (incontrovertible en mi opinión), vamos a avanzar en lo sabido: a poco de asumir la Presidencia, rompió con Yrigoyen. O, tal vez sea más estricto señalar que fue Yrigoyen quien rompió con Alvear.

Lo concreto es que en oportunidad de las elecciones de 1928 que repasábamos ayer, el Peludo competía con un candidato aupado por el presidente Shusheta, el antipersonalista (anti-yrigoyenista) Leopoldo Melo. Postulación, que contaba con el apoyo de, entre otras agrupaciones, la de los conservadores representantes del Régimen falaz y descreído, abominados así por don Hipólito.

La pica entre el Peludo y el Pelado, había surgido apenas éste había asumido la Presidencia, incluso desde la decisión de Yrigoyen de integrar la fórmula con uno de sus dirigentes más leales, Elpidio González.

Quien sería canciller de Alvear, Ángel Gallardo la nominación de González a la Vicepresidencia no era más que una maniobra del astuto presidente saliente para quedarse con el poder, tras la apariencia de una entrega de mando. Si bien cedía su lugar a un representante del radicalismo que, por su linaje, era tropa propia de la oligarquía y así perservaba su proyecto político; creyéndolo un fresco, que a la primera dificultad volvería a París (donde se encontraba al ser electo), el poder volvería a sus manos por la interpósita persona de su leal Elpidio.

Nada de eso. Alvear presidiría su gobierno a lo largo de todo el mandato constitucional de seis años y, tal vez por ello, a menos de dos años de iniciada esa presidencia. la Unión Cívica Radical se fracturó de hecho: "hundida desde tiempo antes en debates recurrentes sobre la centralización de la conducción partidaria, los programas de gobierno y la praxis institucional, se dividió en dos universos más o menos definidos en partidos distintos: personalistas y antipersonalistas. La 'faccionalización' de los radicales no era nueva, pero se acentuó durante los años de Alvear, producto tal vez de una política permisiva del presidente hacia los sectores antiyrigoyenistas  que pudieron soñar, al calor del apoyo oficial, con una maquinaria propia para desplazar al peludismo. La Cámara de Diputados y la política en las provincias fueron escenario de estas constantes escisiones expresadas en enunciados ideológicos vagos, rescataron al pasado partidario con sus héroes míticos y se escudaron en los principios del republicanismo y el federalismo" (en Korn, Francis, cit., 204).  

Volver a Alem, ese habría sido, en apretada síntesis, el lema (que no era original, Barroetaveña, De la Torre y otros discípulos de Leandro habían roto con Yrigoyen a quien responsabilizaban del desvío del partido Radical de los principios de su fundador imputándole, incluso, el suicidio del tribuno de Balvanera) de quienes querían sacarse de encima a Yrigoyen, ese viejo que se obstinaba en seguir viviendo y, según todo lo indicaba, a seguir ganando elecciones. 

Vaya si las provincias y la Cámara de Diputados venían siendo escenarios de una fractura incontenible.

El caballero de mostachos tiene cruzada la banda correspondiente a la gobernación de San Juan, de nombre Amable Jones, al frente de ese provincia desde el 9 de julio de 1920, cuando comenzaba a finalizar el primer mandato de Yrigoyen.


Partidario del presidente Yrigoyen a quien con motivo de procedimientos, dicen que poco amables con sus opositores y con las instituciones sanjuaninas, estaba siendo sometido a un procedimiento de juicio político por decisión del bloque de diputados provinciales escindido del oficialismo radical, liderados por Federico Cantoni, dando así nacimiento al "Partido bloquista", que aun subsiste en San Juan.

Quizás, porque se habría trabado el trámite de juicio político, que los hermanos Cantoni (Federico y Aldo que también sería gobernador de la provincia) decidieron echar mano a un expediente menos complicado, para remover al gobernador Jones: el 20 de noviembre de 1921 camino a La Rinconada, lo cosieron a balazos.

En 1927, Benjamín Villafañe, gobernador radical de la provincia de Jujuy hizo publicar por los "Talleres Gráficos del Estado" provincial que él gobernaba el libelo titulado eufemísticamenmte: "El irigoyenismo no es un partido político. Es una enfermedad nacional y un peligro público", escrito para responder a nuestro conocido Diego Luis Molinari (entonces diputado nacional peludista) manifestaciones que consideraba injuriosas. Como hubiese sido un acto de barbarie aceptar someterse al duelo al que lo había retado el legislador, como caballero civilizado que era, respondió mediante el libro costeado por el erario jujeño.

Luego de menoscabar la tarea legislativa de Molinari, que compara con la de los integrantes de la Legislatura de la provincia de Buenos Aires en tiempos de Juan Manuel de Rosas, tan alejado del Congreso rivadaviano que erige como modelo republicano y de discurrir (a ese nivel) en temas históricos nacionales considera que "el señor Irigoyen", tenía  "el honor de ser el ciudadano que más daño ha hecho a su patria [quien] sigue gravitando en forma funesta sobre los destinos de la Nación -es nada menos que por segunda vez candidato a la Presidencia de la República, candidatura que en caso de triunfar, significaría el fracaso de la cultura argentina, la contramarcha del pueblo a la barbarie, ¡de donde habríamos de salir a costa de los sacrificios más cruentos, cubierto de lodo, de sangre y de vergüenza!"

Por fin, considera demostrados los crímenes perpetrados por Yrigoyen durante su mandato, caracterizado por el robo, el saqueo sistemático del erario público: "los escándalos del oro en las legaciones, de los permisos para la exportación del azúcar, los de la tierra pública, los de los bosques fiscales, de los ferrocarriles", concluye que el partido que sostenía esa candidatura no era otra cosa que: "una banda que persigue el poder para satisfacer  los sensualismos que reporta a los seres inferiores y para enriquecerse con los dineros del pueblo. Tenía, pues, razón sobrada cuando califiqué de maffia al irigoyenismo".

Sin tanta vehemencia, con un estilo más pulido, el editorial del diario La Razón del último día de la Presidencia de Alvear lo despide con honores por haber sido "ajeno a todo sensualismo del poder, cívicamente más Catón que César, habiendo desoído "la voz de la lisonja que en torno a los poderosos suena siempre". Se lo extrañaría, porque había rendido "culto a la amistad, guardó a su partido deliberada consecuencia, no se inclinó sino a sus propias conclusiones".

El segundo libro publicado por Félix Luna fue, precisamente, una biografía de Alvear de 1957. Tres años antes, había escrito una biografía de Hipólito Yrigoyen. Tanto el boludo que escribe, como Falucho, coinciden en que el segundo es ampliamente superior al primero. 


Recuerdo haberlo conversado con él, en su casa, en junio de 1998. Fue una charla muy linda, era un hombre cálido, campechano, de esa gente lo hace sentir cómodo a uno. Lo recuerdo, como en la foto, fumando. Era un prodigio que pudiera fumar: cada cinco o seis palabras, aspirase el humo del tabaco o no, lo atacada una carraspera cargada de flemas que lo convulsionaba. Y sin embargo, fumaba.

Al margen del recuerdo pavote, vuelvo sobre Luna y, en especial, sobre tres trabajos biográficos de Alvear, publicados cuando el populismo de turno menguaba. Si Luna editó su trabajo al tiempo de la salida política digitada por la dictadura de Aramburu; el Fondo de Cultura Económica publicó a Alejandro Cataruzza su biografía: "El compromiso y la distancia", en 1998. 2016 fue el turno de la biografía más apologética del hijo de don Torcuato: Alvear: revolucionario, líder y presidente republicano".

Un dato en sí mismo, al menos así lo aprecio, puesto que, como se desprende del prólogo de la biografía de Luna, fue en vida Alvear una figura demasiado cuestionada, nunca del todo aceptada por el partido en el cual militó durante medio siglo, cuyo nombre se esculpió en la piedra del entonces Comité Nacional de la calle Tucumán junto a los de Alem e Yrigoyen.

Edificio erigido merced a coimas hechas y derechas, que los accionistas de la "Compañía Hispanoargentina de Electricidad " (CHADE) habían pagado a Alvear y a diputados nacionales que le respondían durante los años que siguieron a la caída de Yrigoyen, cuando el líder republicano hizo jugar al partido Radical el rol de partiquino a la gavilla de su ex ministro de Guerra, Agustín Pedro Justo. Tiempo que recordamos como el de la Década Infame. 

Esas retribuciones fueron judicial y políticamente acreditadas en ese tiempo, a diferencia de las exacciones denunciadas en un panfleto pagado por el erario de la provincia de Jujuy cacareados por un sorete prolijamente untada por la Standard Oil, que me tomé el trabajo (al borde de la náusea) de releer y reseñar.

Que presidió el país mientras un periodista editaba su primera novela y, entre aguafuerte y aguafuerte, redactaba su gran novela que, aunque no lo parezca, seguimos repasando.


 


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