lunes, 25 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 66.

"El asesinato del coronel Falcón es presentado como la protesta sangrienta de un grupo de extraviados, contra todo principio de autoridad moral, legal, religiosa, civil, política o militar. Hay en efecto, en el mundo un grupo de hombres que hace gala de no tener Dios, ni Patria, ni Ley, y que lógicamente no respeta influencia alguna divina o humana. Su principio y su fin está en el ejercicio de la violencia y del crimen. estas son fuerzas perdidas para la sociedad, como las causas cósmicas del centro de la tierra que sólo producen cataclismos".

Estanislao Zeballos, autor del texto que parcialmente he transcrito en el volumen 34 de la "Revista de Derechos, Historia y Letras" (Buenos Aires, 1909), por él fundada, extractado en el trabajo de Botana y Gallo que venimos consultando. 

El abogado, una de las voces más autorizadas de la República. había sido canciller de tres presidentes (Juárez Celman, Pellegrini y Figueroa Alcorta) y legislador nacional en más de un periodo, habiendo llegado a presidir por un año, la Cámara de Diputados del Congreso de la Nación.

Era, en efecto, uno de los intelectuales más sólidos de su tiempo. Ponderable, también, por su habilidad: supo acomodarse con plasticidad y soltura a los cambios intra-oligárquicos del poder político a partir de 1880.

Si en 1874 había servido como secretario del insurgente Bartolomé Mitre, alzado contra el poder central en protesta a las elecciones fraudulentas celebradas ese año que ungirían al tucumano Nicolás Avellaneda con el apoyo de su sucesor el presidente Sarmiento, en detrimento de su candidatura; sería inmediatamente después uno de los ideólogos de la campaña que habría de desarrollarse al sur del río Negro.

Zeballos, además de abogado era una especie de filólogo al estilo de Pedro de Angelis, aficionado a la investigación geográfica y paleontológica. Interés que lo impulsó a publicar en 1878 el trabajo La Conquista de las quince mil leguas. Estudio sobre la traslación de la República al Río Negro. "una extensa relación escrita febrilmente e impresa por cuenta del Tesoro Nacional y por decreto de aquellos gobernantes, quienes deseaban que la leyeran los miembros del Congreso antes de votar el proyecto de ley del 14 de agosto de 1878, que autorizó la financiación de la campaña definitiva al desierto, trasladando la frontera sur a los ríos Negro y Neuquén", tal como apunta Vicente Cutolo en su diccionario tan consultado. 

A fines del año siguiente: "salió Zeballos de Buenos Aires con el propósito de explorar aquellas regiones desconocidas, haciendo el viaje modestamente a sus expensas. Provisto de los instrumentos más indispensables para levantar la carta geográfica de los territorios recorridos y para las observaciones meteorológicas, acompañado de un fotógrafo [...]. En su viaje llegó hasta Azul, punto terminal del Ferrocarril del Sud, y desde allí siguió a caballo hasta Choele-Choel, y regresó al cabo de dos meses de observaciones minuciosas que consignó en el Viaje al País de los Araucanos".

Revelador del espíritu y de las intenciones de Zeballos (futuro presidente de la Sociedad Rural Argentina) son las fotografías tomadas por el asistente que a su coste llevó a lo largo de esa extensa recorrida, de la que nos ocuparemos, seguramente, en la próxima entrega, querido diario.

¡Ay! Me la venía venir pero me abrazaba a la esperanza de que tu columna y tu ciátoco te disuadieran, Garcete. Parece que no...

Parece que no, querido diario.

Considero interesante consignar el cierre de la entrada del libro de Cutolo: "Zeballos era bueno y generoso, risueño y activo, con su flor en el ojal de la solapa, y su verbo copioso de desbordada fantasía. Su boca era bien formada, y el labio inferior se sostenía por un mentón recio, proporcionado, la mandíbula inferior arqueada, en contraste con la blancura del bigote y de las cejas. Su rostro tenía el rasgo saliente de su color de mirar brillante y agudísimo. Era proverbial su puntualidad de gentleman, caminaba con cierto taconeo, rápidamente y erguida la cabeza provista de cabello encanecido. Erudito, talentoso y poseedor de una gran cultura general brilló en todos los escenarios dentro y fuera del país. La muerte de Zeabllos fue muy sentida en la Argentina y en el extranjero".

Agrego, pulsando la misma cuerda almibarada, que a ese hombre hermoso lo sorprendió la muerte en Liverpool, en 1923.

Volvamos a su texto de 1909, escrito a partir del atentado contra la vida del coronel Falcón, mediante el cual si bien comparte la inquietud de reformar la normativa orientada a la defensa social: "se requiere que el remedio tenga la amplitud de la prevención permanente, que hiera las causas mismas, que modifique el ambiente de donde surgen directa o remotamente esos delitos. Esas causas, afectan para decirlo de una vez, toda la economía argentina en nuestra época".

Escribía claro ese, según Cutolo, bello ejemplar de hombre: el problema era de política criminal y económico, como ya se había encargado de establecerlo ante el Congreso, el ministro del Interior González, cuando la defensa del proyecto de Miguel Cané. 

Normativa que se reclamaba que fuese modificada: "para darles el tipo moderno que la defensa social exige, en presencia de las nuevas formas de la infracción, sin olvidar la moderación, que no excluya la fuerza".

Sabía de lo que escribía Zeballos lamentándose de la carencia de "leyes eficaces sobre el abuso de la prensa, pues en esta nación de apariencias tan civilizadas a las víctimas de la imprenta indecente no se le ofrece otros recursos que el desprecio o la pistola. Es verdad que los códigos penales hablan de esta materia; pero lo hacen de una manera deficiente, y de justicia, floja siempre, aterrada por el suelto del diario, aumenta su ineficacia. En este país tan rico y tan orgulloso de su civilización, se puede impunemente traicionar a la Patria por la prensa, aconsejar la revolución, el asesinato político  e injuriar ferozmente a todo el mundo, porque viven los fiscales y los jueces, entregados a extraña beatitud".   

Notable. Jueces y Fiscales con mano blanda (ya nos enteraremos a qué le llamaba Zeballos extraña beatitud) y la prensa enardecida contra el orden público. No aludía, por cierto, al diario fundado por José C. Paz, al cual estuvo ligado hasta la muerte, sino que hacía referencia a los precarios medios de comunicación de los grupos anarquistas, que mentamos y sobre los cuales volveremos, que incitaban a las medidas de fuerza abominadas por el articulista y toda la élite gobernante.

Y, desde luego, el problema central era la inmigración descontrolada, admitida por "códigos y leyes excelentes" que debían ser "retocadas": "combatiendo el el error de los gobernantes empíricos y de los funcionarios sin criterio, que se vanaglorian al presentar estadísticas abultadas, olvidando que vale más en una República un inmigrante instruido y bueno. que diez inmigrantes analfabetos e inmorales".

También, subraya la necesidad de jerarquizar la actividad de las fuerzas del orden que debían ser "honradas en todo el país, manteniéndolas siempre en el corazón del pueblo, robustecidas por la consideración de éste, para que su acción sea amada, respetada y temida. Conviene, además, estimular la iniciativa del pueblo mismo, organizando en sociedades patrióticas para cultivar el espíritu nacional y perseguir el delito. El pueblo ve a menudo mucho más hondo que la policía misma; y puede y debe ser elemento eficaz para impedir las confabulaciones sombrías y las explosiones carbonarias". 

Vaya si sería escuchado el consejo de Zeballos, en los meses que sobrevendrían.

Luego de advertir la necesidad de regenerar el elemento de las clases dirigentes del país, en el que campeaban: "la mayor desmoralización, falta de respeto a todo, de disciplina y de seriedad" y la de imponer en la sociedad: "la vieja disciplina que ha relajado a designio y pacientemente la licencia y el sensualismo de los últimos treinta años", olvidando por un momento su participación en casi todas las experiencias políticas que se habían venido sucediendo entre 1880 y esa fecha; auguró una solución análoga a las de Inglaterra, Alemania y Estados Unidos, "donde abundan los anarquistas y los socialistas [y] no se producen crímenes nefandos como los ocurridos en Buenos Aires".

El tiempo le demostraría que podría ser certero en el diagnóstico, pero tecleaba bastante con el avizoramiento del futuro. 

Por último, luego de recomendar (exigir) austeridad en el manejo de la cosa pública, advirtió "en cuanto a la acción oficial [que] debe ser en estos momentos esencialmente parlamentaria, sabia y tranquila. No por penar el delito debemos incurrir en el despotismo, ni por moralizar a una gran parte de nuestra desmoralizada prensa, hemos de coartar la libertad de imprenta, que es una de las garantías fundamentales de la democracia".

Como veremos más adelante, querido diario, muy pocos estaban dispuestos a observar los prudentes consejos del doctor Estanislao Zeballos. 

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