miércoles, 20 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 61.

"En Avenida de Mayo y Salta se detiene de improviso un coche. Es el coronel Ramón Falcón, jefe de la policía. La masa lo reconoce y ruge: ¡Abajo el coronel Falcón! ¡Mueran los cosacos! ¡Guerra a los burgueses! Las banderas y los estandartes se agitan".

Así describe Osvaldo Bayer en "Simón Radowitzky ¿mártir o asesino?" la llegada del jefe de la Policía del presidente Figueroa Alcorta a las inmediaciones del acto del 1° de mayo de 1909, organizado por las centrales obreras (socialista y anarquista) que terminaría en una masacre.

Prosigue el relato, escrito con buena pluma: "Falcón se yergue. Su rostro impasible mide a la masa. No es un gesto de cinismo ni de compadrada. En ese momento está calculando las fuerzas enemigas, como un general en la batalla. Falcón es un militar de los de antes, un sacerdote de la disciplina. Severo, impertérrito, incorruptible. 'Es un perro', dirán los subordinados que pertenecen a la categoría de los flojos. Pero lo dirán con miedo. Falcón, en una oportunidad, como única respuesta a un petitorio de suboficiales de policía, los reúne a todos en el patio del departamento central, le arranca las jinetas al cabecilla y lo saca a empujones a la calle para que nunca más vuelva. Así es Falcón".

No lo deja mal parado al militar que comandaba la policía para el presidente Figueroa Alcorta: "viudo, sin hijos, no tiene lujos ni vicios. No habla nunca de sí mismo. Sólo de vez en cuando le gusta decir que él es descendiente de moros y que su apellido tiene dos cualidades guerreras: falcón es una especie de cañón usado antiguamente y a la vez quiere decir halcón" (en: Anarquistas expropiadores, Planeta, Buenos Aires, 2015, p 215).

Vicente Osvaldo Cutolo, discípulo de Ricardo Levene, en su tan difundido Nuevo Diccionario Biográfico Argentino, realizó un exhaustiva y detallado resumen de la foja de servicios de Falcón.

Nacido en Buenos Aires en 1855: "fue el primer cadete que se presentó al Colegio Militar, el 19 de julio de 1870, ascendido hasta sargento [el] 1° de diciembre de 1871. Con motivo del alzamiento del caudillo López Jordán en 1873, un grupo de cadetes firmaron una presentación colectiva para ser enviados a la campaña [...]. Egresado como subteniente el 27 de octubre del mismo año, fue designado ayudante del presidente Sarmiento, en la campaña de Entre Ríos contra López Jordán"

Destacado en Villa María a su vuelta de la victoria de las fuerzas gubernativas sobre las del último caudillo entrerriano, destrozadas en la batalla de Don Gonzalo del 9 de diciembre de 1873, intervino, una vez más en cumplimiento de las órdenes del presidente Sarmiento, en la batalla de Santa Rosa, bajo el mando de Julio Roca, contra las fuerzas rebeldes del general mitrista Arredondo.

Sin embargo, reseña Cutolo, habrá de enfrentarse con su jefe militar Roca en 1880, como jefe del Regimiento de Artillería de la provincia de Buenos Aires (alzada contra el presidente Avellaneda) en los sangrientos combates de Corrales y Puente Alsina, intervención que le costó la baja del Ejército, nombrado por el gobierno bonaerense, comisario de la Policía provincial, primero de los destinos relacionados con la función que cumplía cuando el acto del 1° de mayo de 1909. 

Reincoporado al Ejército, fue designado "para hacerse cargo de las fuerzas policiales" durante la "Revolución del Parque" de julio de 1890, con poco éxito, dado que: "al salir de su domicilio fue tomado prisionero por los revolucionarios que lo mantuvieron detenido en el Parque de Artillería".

Ascendido al año siguiente por el presidente Pellegrini al cargo de teniente coronel del arma de artillería: "intervino en le revolución de 1893 como jefe de las fuerzas leales al gobierno, encontrándose en la acción de Ringuelet", de julio de ese año.

Fue cuando Falcón, en defensa de las autoridades constituidas de la provincia de Buenos Aires (jaqueadas y finalmente derrocadas por un movimiento revolucionario conducido por Hipólito Yrigoyen), se enfrentó en esa estación del entonces Ferrocarril del Sud, a las fuerzas del general Campos que se dirigían en tren desde Constitución con destino a La Plata. 

El ministro de Guerra y hombre fuerte del exangüe presidente Luis Sáenz Peña, Aristóbulo del Valle se había constituido en la flamante capital bonaerense, ante la magnitud de los acontecimientos, recibió: "el doble aviso que el general Campos avanzaba sobre La Plata y que el teniente coronel Falcón iba a salir a su encuentro. El choque era inminente y acordamos que se impidiera la salida del teniente coronel Falcón; mientras nosotros procurábamos que el general Campos se detuviera, para que pudieran parlamentar", gestión vana dado que al mismo tiempo "me avisaron que el teniente coronel Falcón había salido de la ciudad al encuentro del general Campos", instando a Manuel Quintana (´quien lo acompañaba) "dirigir una comunicación privada al general Campos [...] para que se detuviera y pactara un armisticio e hiciera lo posible para evitar la efusión de sangre".

Todo fue en vano, dado que como escribía, las fuerzas de ambos militares se enfrentaron a balazo limpio, con numerosas bajas. Tarde, pero seguro, Del Valle le intimó el desarme a Falcón quien, respetuoso siempre de la jerarquía, cumplió (las citas se corresponden con las memorias de Del Valle relacionadas con la Revolución de 1893, en Roberto Etchepareborda, Mensaje y Destino, Raigal, Buenos Aires, 1957, T. VIII, p. 265).

Digamos respecto de ese movimiento de 1893 de resistencia al Régimen que a diferencia de la Revolución del Parque de 1890 se desarrolló en la periferia. Bautismo de fuego de la naciente Unión Cívica Radical e inicio de la emancipación de Hipólito de su tío Leandro Alem, quien al suicidarse tres años más tarde, seguía enemistado con su sobrino.

El liderazgo de Yrigoyen sobre ese movimiento era tal, que Juan Carlos Belgrano asumió como gobernador provisorio, ante la declinación de Hipólito.

La ausencia de Del Valle de Buenos Aires, sirvió a Pellegrini y a Roca para convencer a Luis Sáenz Peña (un presidente decorativo a quien nadie respetaba, comenzando por la revista El Mosquito que lo presentaba con los rasgos de un pavo, que renunciaría meses más tarde) para que se ordenase la intervención a la provincia de Buenos Aires.

Un coletazo inmediatamente posterior en Santa Fe, inspirado por Leandro Alem fracasó estrepitosamente, quien sería detenido, pese a contar con fueros parlamentarios y dio pie al inicio del exilio de Yrigoyen en Montevideo.

Volvamos a las notas biográficas de Cutolo, que destaca que luego de su retiro con el grado de Coronel, fue elegido diputado nacional por la provincia de Buenos Aires para el período 1898-1902, coincidente con el inicio de la segunda Presidencia de su antiguo jefe militar, Julio A. Roca.

Reincorporado al Ejército en 1905, fue destinado a un Regimiento en Río Cuarto, año que se inició con la última revolución radical anterior al acceso a la Presidencia de Yrigoyen en 1916.

El 4 de febrero de ese año, a poco de la asunción presidencial de Manuel Quintana, consagrado mediante una elección de fachada, decidida en un acuerdo entre Julio Roca y Bartolomé Mitre, celebrado en la Cámara de Comercio Argentino-Británica, según lo denunciara años más tarde Raúl Scalabrini Ortiz, fórmula completada con la candidatura de José Figueroa Alcorta como vicepresidente; los radicales vuelven a sublevarse.

Bajo la dirección de Yrigoyen, con el involucramiento de muchos cuadros intermedios del Ejército y en medio de un clima de tensión creciente entre el poder y los sindicatos socialistas y anarquistas, el movimiento se hizo sentir en la Capital Federal, en Mendoza, Rosario y Bahía Blanca.

Sin embargo fue en Córdoba: "donde el movimiento logra mayores éxitos: rápidamente se toma prisioneros al vicepresidente Figueroa Alcorta, a Julio Argentino Roca (hijo del general) y a Francisco Beazley, ex jefe de la policía. La ntoicia del golpe de mano lo recibe el general Roca en su estancia 'La Paz' y, antes de que lleguen los yrigoyenistas, logra huir a Santiago del Estero. En Mendoza los sublevados se llevan trescientos mil pesos del Banco de la Nación y atacan los cuarteles defendido por el teniente Basilio Pertiné. Pero en la Capital Federal, la eficacia del general Smith al ocupar el arsenal y los rápidos movimientos del ministro de guerra general fraga, hacen frustrar el movimiento" (David Viñas, De los montoneros a los anarquistas, Santiago Arcos Editor, 2014, p. 144).

Al año siguiente, fallecerá Quintana y será sucedido por su vice, Figueroa Alcorta (superado el cagazo de febrero de 1905) designando a Falcón al frente de la Policía de la Capital Federal en septiembre de 1906: "su actuación fue importante [señala Vicente Cutolo], pues debió hacer frente a los elementos disolventes que enarbolaban la bandera del anarquismo. Actuó en las célebres huelgas de inquilinos en 1907, y en la de cocheros. En la repartición reformó el reglamento general y reorganizó las dependencias. Elevó el número de comisarías a 39, estableció recorridas en bicicletas de cabos y vigilantes, y adquirió el primer automóvil para el servicio de inspección. Prohibió la concurrencia del personal [policial] a los hipódromos y demás sitios donde se arriesga dinero, y se preocupó por la edificación de casas para las dependencias policiales.Deshizo las patotas que se habían apoderado de las principales esquinas de la ciudad por medio de cadetes de la Escuela de Policía, que envió a enfrentarlas en parejas. Su obra más trascendente, fue la creación de la Escuela de Policía y para solucionar el problema de la instrucción del personal de oficiales creó el Cuerpo de Cadetes que se hizo célebre, pues estaba formado por jóvenes provenientes de familias distinguidas".

Ya nos ocuparemos, querido diario, de los jóvenes de estas distinguidas familias.

Lo cierto es que Falcón, era un hombre de orden, con una foja de servicios que justificaría el tenor del culto que se le rendiría a su muerte.

Máxime cuando su caída había sido a causa de uno de los dos factores de desestabilización del poder: el movimiento anarquista. 

El restante, procuraría ser neutralizado mediante la reforma política que iniciaría el presidente que sucederá a Figueroa Alcorta, nuestro conocido Roque Sáenz Peña, ante la inflexibilidad del líder más inflexible de ese movimiento: Hipólito Yrigoyen.

Por eso, aunque con reparos, no encuentro descabellado el parangón que David Viñas realiza entre el movimiento anarquista de inicios del siglo pasado y el radicalismo yrigoyenista de ese tiempo al verificar que el conato de 1905: "de cernido partidario y de densificación programática (y las bases sociales sobre las cuales pone su eje), nada tiene de extraño que por la zona de la pequeña burguesía urbana de origen inmigratorio, lindante con amplios sectores del proletario de la misma situación y origen, las impregnaciones con el anarquismo se produzcan. Incluso el antiautoritarismo y el individualismo que, en sus líneas más amplias, caracterizan as ambos grupos, favorecen la multiplicación de los vasos comunicantes" (ídem, pp. 142/3). 

Sin perjuicio de mi disidencia con la opinión de Viñas, no es menos cierto que un posible maridaje podría haber existido entonces.  Hecho de una solidaridad de emergencia, entre conspiradores radicales y anarquistas anti-sistema ambos.

Yunta brava que habrá de deshacerse definitivamente (si es que existió como sugiere Viñas) a partir de la llegada de Yrigoyen a la Presidencia en octubre de 1916.

Tal vez, porque se disputaban  la  clientela. 

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