viernes, 15 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 56.


Vamos a tomar un poco de aire, querido diario. O no, pero traeré el relato a este tiempo, por un ratito al menos. 

Como para recordar que ando escribiendo mi diario de esta eterna cuarentena.

Que vengo tolerando, además de escribiendo este diario y leyendo para escribir, haciendo gimnasia a las órdenes del profesor venezolano Antonio Pimentel, viendo alguito de cine (me deja poco tiempo la lectura y la gimnasia) y casi nada de televisión.

Aunque tengo una cita obligada que no abandono nunca. El programa Bendita TV, que se emite por el Canal 9 todas las noches.

Lo descubrí hace poco. En realidad lo conocía pero me resultaba indigerible. Se oían risas de fondo todo el tiempo, el humor era de trazo grueso y todo estaba pensado para el lucimiento del conductor.  Además, aparecían en pantalla seres detestables del jaez (para escribir en castellano antiguo) de Pachano y Recondo. Verlos siquiera, me malhumora.

Ahora, es otra cosa. Empezando por la conductora, Edith, una morocha querible,  siguiendo por los panelistas, fauna aborrecible por lo general, que me agrada en este caso, quizás por efecto de la cuarentena. Me divierte ese programa, me río con ganas.

Ayer, a propósito de la evocación de Nancy Pazos de su ex jefe Mauro Viale, a quien definió con la dulzura de quien recuerda a alguien como un "psicópata, perverso y maltratador", la producción de Bendita TV se hizo una panzada con Mauricio Goldfarb, mediante un informe de repaso de los momentos culminantes de su horrenda trayectoria periodística.

Siempre fue inexplicable, al menos para mí, su ascendiente inclusive cuando relataba fútbol. Recordemos que fue la voz (monocorde e inexpresiva) del relato de las emisiones televisivas del "Mundial '78" y que continuó relatando por ese medio por muchos años más.

El informe de anoche no obviaría la paliza (que tanto merecía) recibida a manos de Samid, a raíz de la provocadora pregunta-aserción de Goldfarb al matarife del oeste del conurbano cuando dijo que él se habría "alegrado con la voladura de la AMIA".

Evidentemente, no es muy querido que digamos el hombre, dado que el informe fue demoledor sucediéndose las escenas de su maltrato explícito a las personas que trabajaron con él a lo largo de los años (a quien le interese, comparto el segmento Mauro Viale). 



No recordaron los muchachos de Bendita TV el acto, en mi opinión, más cruel y despiadado de Goldfarb.

Corrían los tiempos de Carlos Menem, cuando se desempeñaba como jefe de algo en ATC. Al menos, era su principal figura. Conducía un programa que se hacía un festival con el denominado "caso Cóppola", cuando ese narco de baja monta, bendecido por una popularidad inconcebible como la que goza el violador de niños Héctor Veira, había sido detenido por orden de un juez corrupto.

Unas muchachas jóvenes, que integraban la troupe del dealer (atraídas a su entorno, seguramente, por necesidades de consumo) estaban todos los mediodías en la pantalla de la televisión estatal de fines de los años '90, en un programa conducido por Viale, actuando (mal) peleas de conventillo. Era un espectáculo patético. Sin embargo, los niveles de audiencia del esperpento eran altísimos, por lo cual, al programa del mediodía, se le sumó otro en horario central.

Corría el año 1997 y cundía la preocupación entre quienes habían participado de la gesta patriótica del autodenominado "Proceso de Reorganización Nacional" en el país. Jueces irrespetuosos de las soberanías de los Estados andaban ordenando detenciones de jerarcas argentinos y sudamericanos de ese tiempo y se decía que algunos de sus pares argentinos los imitarían.

No obstante el avance de una causa que se le seguía conocida como "Poblete", el confeso torturador Julio Héctor Simón (a) Turco Julián, se pavoneaba por las calles céntricas como si nada. Uno de esos paseos fue interrumpido por los hijos de un detenido desaparecido quien, mano a mano, le pidió explicaciones acerca del destino de su padre. Para fortuna de Simón, la Confitería "El Molino" de Rivadavia y Callao no había cerrado aún, donde pudo guarecerse. Sin su oponente desnudo, vendado y atado a un camastro, y sin una picana a mano, el coraje a Simón como que se le marchitaba.

Goldfarb lo entrevistaría varias veces para la televisión estatal del final del segundo gobierno de Carlos Menem, haciendo uso del manual del periodismo sensacionalista más pueril. No sacó provecho nunca de su entrevistado, aun cuando le hubiese costado demasiado conseguirlo, dado que el sujeto entrevistado contestaba con monosílabos, no tanto por escondedor, sino porque se lo apreciaba pasado de cocaína.

La megalomanía periodística perversa de Viale, haría cumbre cuando enfrentaría a Simón con uno de los hijos de sus víctimas. No recuerdo haber visto en televisión un evento tan atroz, comparable con el cruce que el doctor Mariano Grondona auspició (cuando era capaz de distinguir la galaxia en la que habitaba y otras nociones esenciales) entre una hiena de apellido Etchecolatz y el profesor Alfredo Bravo quien había sido torturado en un campo de concentración por esa misma hiena, oportunidad que aprovechó para recrear (de algún modo), ese ejercicio de crueldad con su víctima, todavía físicamente maltrecha por los vejámenes.

Fue más perverso lo de Goldfarb decía, porque enfrentó a un energúmeno que se ufanaba de haber torturado personas con un joven que penaba la ausencia de su padre secuestrado un día, de quien no se había vuelto a tener noticias desde entonces.

Lo recuerdo a ese joven, tratando de contener sin éxito toda su emoción, diciéndole a la bazofia dura como un cascote que tenía sentada enfrente "no sabés los años que hace que espero esto". El otro le aseguró que le contestaría "todo lo que quieras saber".

Apenas iniciado ese diálogo imposible, Goldfarb anunció que terminaba el programa y que se despediría con Natalia De Negri (una de las muchachas de la comparsa de Cóppola), cantando.

Con el joven hijo de un desaparecido conversando de fondo con Simón, la cámara tomó a De Negri con un primer plano, micrófono en mano, quien comenzó a hacer el play back del tema (digámosle así) que decía: "¿quién me la puso?, ¿quién me la puso? ¡Es lo que quiero saber!"

No hay humor en la cita, no hace falta aclararlo. Los detalles procuran subrayar la inconcebible crueldad de ese momento.

Me tiene larguero la cuarentena, voy terminando.

Al final de ese informe, al habilitarse el debate entre los integrantes del panel de Bendita TV, algunos disculparon a Viale por los vejámenes a sus colaboradores y entrevistadores, por considerar que eran "los códigos de ese tiempo". Una integrante del panel, incluso, evocó en ese mismo sentido, a Sofovich.

Quien hasta hacía muy poco tiempo antes de las hazañas de Viale, había utilizado ese canal como ámbito de su señorío, desde donde emitiría un abanico de caca televisiva.

Desde la indefinible Polémica en el bar, con Gambini, Urtizberea, Puente y un sujeto, de una obsecuencia hacia el riojano que a él mismo le incomodaría, de apellido Beldi, en el cual se humillaba a un artista como Vicente Larrussa, dejándolo parado una hora entera detrás de una barra sin musitar palabra; pasando por el pretensamente intimista "A la manera de Gerardo Sofovich", de entrevistas a personalidades de la política y los dos platos fuertes: "La noche del sábado" y "La noche del domingo".

Adefesios todos, los últimos eran los perores. Tras la pátina de entretenimientos para gente poco exigente en la materia (premiar a quien cortase una manzana en dos mitades de peso exacto, las destrezas con las maderitas de la torre de Jenga y otros prodigios de ese nivel) el objetivo central del conductor-funcionario, era la promoción de muchachas muy vistosas que hacían dinero con las partes íntimas de sus cuerpos y cumplían allí las funciones de secretarias o algo así.

Para promocionar los servicios sexuales de esas mujeres, se realizaban primerísimos planos de los culos de esas jóvenes mujeres, a quienes el conductor y empleador de ellas les exigía a los gritos, para facilitar los primeros planos de sus culos que se agachasen más y más para revolver los cupones  correspondientes a los llamados de las personas que se comunicaban con ese programa depositados en un gran recipiente. Para ello, las secretarias debían agacharse más y más.

Gerardo Sofovich, el director del canal y amigo del presidente Menem. Que en un acto reparatorio o irónico del destino fallecería un 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.

Un cafishio, un macró, un rufián. Tan melancólico, cruel y, también, judío como Arturo Haffner, aquel de la novela de Arlt que aunque no lo parezca seguimos repasando.

La misma novela en la que otro personaje, Alberto Lezin (a) El Astrólogo, auguraba, para los tiempos por venir prodigios o carnicerías. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario