martes, 19 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 60.

"Si bien la severa aplicación de la ley por los magistrados es deber impuesto a los mismos por la naturaleza de su función, no es menos cierto que el art. 86, Inc. 6° de la Constitución compete al Presidente suavizar ese rigorismo legal, obedeciendo al concepto profundamente humano de que el perdón concedido oportunamente produce mejores resultados para orientar en el sentido del bien a los que han delinquido y reintegrarlos al seno del hogar y del medio social a cuyo cargo queda completar su rehabilitación".

El texto, corresponde a un decreto de indulto firmado por el presidente Yrigoyen el 14 de abril de 1930. Beneficiaba con el perdón presidencial a unos 187 hombres privados de la libertad en la mazmorra del fin del mundo.

Uno de esos beneficiados, llevaba confinado en Ushuaia, un lapso que excedía a la mitad de los años que llevaba vividos. 

Con todo, el decreto presidencial no fue, precisamente, bien recibido por los principales diarios, excepción hecha de "Crítica", que presentó la liberación de ese inmigrante judío como un logro de ese periódico.

"La Nación", en cambio, consideró que las consideraciones "sentimentales" del decreto: "carecen de todo valor para justificar la medida, porque en las leyes de la Nación, que debe cumplir el Poder Ejecutivo, aún cuando ésta no sea se costumbre, se han excogitado otros medios tendientes a conseguir la finalidad que se ha invocado, sin los riesgos que comporta el ejercicio del absoluto arbitrio presidencial".

Con mucha más vehemencia, fiel a su estilo confrontativo con Yrigoyen y su gobierno, el diario "La Fronda" apostrofaba que: "Jamás pudimos suponer que el señor Yrigoyen se atreviera a adoptar una resolución de esa naturaleza, reclamada a los gritos, desde hace más de viente años, por los elementos más peligrosos del anarquismo militante del país. Sabíamos que el señor Yrigoyen, demagogo impenitente, todo lo ha sacrificado, inclusive los principios inherentes a la seguridad y estabilidad del Estado, a sus especulaciones bajamante electorales. Pero no nos imaginábamos, con suponerlo capaz de cualquier cosa, que tan fría y alevosamente pudiera inferir un agravio de tal índole a la dignidad del gobierno y a la responsabilidad del orden social".    

Parece que a lo largo de todos los tiempos las medidas que involucren algún beneficio a las personas privadas de la libertad aparejó rechazos tonantes como los que hemos leído, aunque en este caso, pareciera que hay algo más detrás de los lamentos de la Tribuna de Doctrina y las amenazas masticadas en el obsceno pasquín de Pancho Uriburu.

La razón, era que uno de los beneficiados era Simón Radowitzky aquel que aludía, al inicio, querido diario.

Y, tenían motivos los muchachos para estar cabreros.

No sólo porque el presidente ordenaba la libertad de la persona que había dado fin a la vida de un prócer viviente, el coronel Falcón, el héroe de la huelga de las escobas y de la Plaza Lorea, entre otras hazañas, sino porque el menos pensado, el matador de enero del '19, el que había mandado a Varela a sembrar del cadáveres los campos de Gallegos, la víctima del atentado del 24 de diciembre anterior, concedía el indulto largamente reclamado por las militancias socialistas y anarquistas.

Una vez más, Yrigoyen los desconcertaba a todos, con esa movida osada, plena de riesgos, que sabía, sería muy mal recibida por los factores de poder que, chaira en mano, andaban afilando la cuchilla con la que degollarían a la democracia radical en septiembre de ese año.

Es en este momento en el que, lejos de mi tierna evocación de ayer de su personalidad afable y cercana, me voy a enojar con Bayer, porque el relato del indulto de Radowitzky se evidencia como un autor escondedor y tendencioso.

Si ya le había dado para que tuviese y guardase a Yrigoyen en su investigación sobre la masacre de la Patagonia, si también lo había demolido sin atenuantes en la biografía de Di Giovanni, porqué razón habría de presentar esa decisión del presidente del modo mezquino y mendaz que leemos de la biografía que aludí recién: "El 14 de abril, luego de dos décadas de prisión, Yrigoyen indultaba a Simón Radowitzky, la figura más pura de los anarquistas, comparable solamente a Kurt Gustav Wilckens, el matador del teniente coronel Varela. Con su incansable campaña de solidaridad, finalmente habían triunfado los anarquistas. Yrigoyen lo expulsa del país, pero lo principal, arrancarlo de la cárcel de Ushuaia se había logrado. Serverino lo saluda en un titular junto al logotipo: 'Al héroe del anarquista nuestro: ¡Viva la Anarquía!" (Bayer, cit. pp. 241/2).

Lo del triunfo de los anarquistas, puede ser relativizado, dado que no se le arrancó a Yrigoyen el decreto de indulto aunque admito, que es una cuestión que pueda ser sujeta a interpretación. Ahora, que le achaque la expulsión del país, cuando fue una medida dispuesta por Yrigoyen para protegerlo, desnuda ese cariz fulero de la escritura de Bayer.

Vanina Escales publicó recientemente un ensayo muy bien escrito sobre una personalidad casi siempre mal tratada por tirios y por troyanos: Salvadora Medina Onrubia, la responsable, en buena medida de la libertad de Radowitzky, la que reclamó personalmente ante el presidente Yrigoyen en reiteradas ocasiones.

Artífice de una campaña de prensa (y no sólo) extendida por años por la libertad de Radowitzky, durante la segunda Presidencia de Yrigoyen, cuando el diario "Crítica" que había fundado y dirigía su marido Natalio Botana contaba con un ascendiente cada vez mayor en la opinión pública urbana, era una visitante frecuente del don Hipólito en su despacho de Balcarce 50.   

Siempre, reclamando la libertad de Radowitzky. 

"Salvadora no se daba por vencida. Por lo bajo financiaba los planes de fuga, pero también le pedía a Hipólito Yrigoyen que lo indultara. 'El Peludo' lo llamaba 'La Divina Dama' y ella le pedía favores y puestos para sus protegidos. 

-Don Hipólito, pidió Salvadora, le cambio el escándalo de Rosario por la libertad de Radowitzky, pero usted no me lo deja en Buenos Aires porque la Liga Patriótica le puede hacer algo, Lo indulta y me lo manda a Montevideo".

Se habrá sonreído el presidente Yrigoyen ante la propuesta de Salvadora quien, ante ese guiño se condujo a Rosario a poner fin a unas "huelgas de transporte que iban a terminar de la peor manera. Los chauffeurs y los guardas de ómnibus que estaban con las medidas de fuerza venían agarrándose a los tiros con los carneros de la patronal que conducían los vehículos. En abril el diario Santa Fe pronosticó una inminente huelga general y el agravamiento del conflicto. Ella recordó en se momento: 'Me fui sola a Rosario. Dormí esa noche en el hotel Italia y a la y a la mañana me reuní con los compañeros y les propuse el trato. El 15 de abril de 1930 Simón telegrafió a Salvadora: 'Salgo hoy Montevideo. No entiendo lo que pasa'. Había llegado el indulto".

Cumplieron los amigos con su parte.

Quedaría muy poco de Yrigoyen en la Presidencia, como anticipaba y todos sabemos, a poco de ese gesto desconcertante y trascendente, lo echarán de mala manera, encerrándolo en un buque, luego en el presidio de la isla Martín García. 

Radowitzky, sería encarcelado en otra isla, en la uruguaya de Flores, con una intención protectora de su integridad, partiría en 1936 a luchar por el bando republicano en la guerra civil que asolaría a España. 

El otro anarquista que celebraba esa libertad, morirá fusilado en la Penintenciaría Nacional.  

A Salvadora también le aguardaría la cárcel durante el tiempo ominoso del ominoso general Uriburu, al igual que a su esposo, a quien así le pagaban su apoyo ferviente y decidido al ese golpe funesto.

Poco antes de morir, Salvadora publicará un texto, inédito hasta la aparición de la biografía bellamente escrita por Vanina Escales, que evocaba a su adorado Radowitzky.

Con sus convicciones de toda la vida escribía que; "en un libro dedicado exclusivamente a él explicaré el porqué de mi divino anarquismo. Cuando yo tenía 14 años y estaba en la escuela normal de mi pueblo, Gualeguay, tuve una pesadilla horrible: soñé exactamente cómo fue el atentado a Ramón Falcón. (Después supe por Simón la exactitud del sueño). Después de muerto mi padre, Falcón -que era amigo de mi madre y padrinos ambos del comisario Gamboa- nos visitó en la casa en que vivíamos en Buenos Aires, y yo sentí tal horror kármico por él que esta es la base de mi novela. 

Mi veneración por Radowitzky enraiza en el tiempo de las pirámides de Egipto. En mi novela lo llamaré Aglamoé. Radowitzky estudiaba medicina en Rusia cuando en 1905, muchos jóvenes tuvieron que escapar. Los padres de Simón, judíos ucranianos de muy buena posición económica, ten´pian por entonces una fábrica de muebles en Chicago, hacia donde creían dirigirse Radowitzky y sus compañeros. Por desgracia equivocaron el barco y viajaron como polizones rumbo a la Argentina donde, inesperadamente, Simón encontró un tío que poseía un taller metalúrgico.

Un histórico 1° de mayo Falcón estaba en el balcón del Club del Progreso y venían los 'cosacos', tropa correntina brava a quien dio la orden de cargar sobre la columna de manifestantes. La sangre corrió hasta por las cunetas. La señora de Navarreta, madre de un dibujante de Crítica, salió con las enaguas orladas de bermellón. Simón, entonces un niño de diecisiete años presenció la matanza y, fanático como era, juró venganza. Trabajaba entonces en un taller metalúrgico de la calle Uruguay cerca de Santa Fe [...]. No sé cómo se las arregló para fabricar su bomba. Tenía un pequeño revólver con él. Falcón había ido a un entierro y regresaba en un coche con Juan Alberto Lartigau [....] con el que murió.

Después del estallido, Simón corrió por la calle Callao seguido por los indignados ciudadanos, y se pegó un tiro. Tuvo la bala alojada en el pulmón todo el resto de la vida. La gente lo perseguía. Una señora rubia lo cubrió con su cuerpo gritando: '¡Déjenlo que es un chico!' Evitó que lo lincharan y se lo llevó entonces la policía. No pudieron condenarlo a muerte porque un tío, metalúrgico también´[...] pidió por telégrafo la partida de nacimiento legalizada a Ucrania y, por demostrarse que era menor porque llegó a tiempo lo condenaron a tiempo indeterminado a Ushuaia donde había de permanecer hasta el indulto de San Hipólito Yrigoyen" (en Vanina Escales: ¡Arroja la bomba! Salvadora Medina Onrubia y el feminismo anarco, Marea Editorial, Buenos Aires, 2019, p. 562). 

No olvidaba la Divina Dama, el gesto de San Hipólito Yrigoyen, transcurridos más de 40 años de una promesa honrada.

Mañana, seguiremos con...

"¿Vas a seguirla con los anarquistas, Garcete? ¿Para qué carajos?"

Sí, pienso seguirla con los anarquistas, y no tengo la menor idea de porqué lo hago, querido diario.   

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