martes, 5 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 46.

Cuántas cosas para dejar caer en tus páginas, querido diario.

Pero no, no es cuestión.

Sabés vos y las queridas personas que leen a diario estos disparates que detesto desde lo más profundo de mi ser al Dr. Gengis Kahn. Y que, como una burla dantesca, hube de despertar esta mañana con un nuevo aforismo suyo, digno de la mejor cosecha del escribano José Narosky. 

Una paradoja, en rigor: "el punto débil de la cuarentena es su eficacia".

Debiera haberse dedicado a la pediatría el Dr. Gengis Kahn. Sería de esos pediatras que tratan a sus pacientes niños como si fuesen, en razón de su niñez, imbéciles.

Quiso Dios, querido diario, que no escuchase su voz nasal que detesto ni viese los mohínes que emplea siempre al hablar cuando le regaló al Universo esa frase prodigiosa, porque estaría más emputecido aún.

Luego de desayunarme con las verdades de ese gandul, escuché a Enrique Vázquez, como todas las mañanas.

Leyó una nota del diario inglés The Guardian, que daba cuenta que un Gengis Kahn británico adelantaba que los seres humanos vivos deberíamos, de por vida, ir por la vida con barbijos, tapabocas o esas mierdas.


Después de haber experimentado un sentimiento de extraña empatía con nuestro Gengis Kahn (tan hijo de puta no es) me pregunté la razón por la cual una persona (supiera o no de medicina) podría no ya enunciar, sino evaluar siquiera, la posibilidad de un mundo de esas características.

Porqué no hacen uso de la imaginación, me digo, parafraseando a nuestro presi salva-vidas cuando mandó a les adolescentes a vivir a paja limpia. 

Pobre presi salva-vidas. Anoche padeció una entrevista que concedió a dos hienas que conducen un programa en TN. Una de ellas (Gena o algo así, que trabajaba con Lanata) le concedía algún gesto de consideración cuando contestaba (como podía) algunas de las preguntas-dardos venenosos que ella le dirigía. La otra (a quien presi salva-vidas llamó Maru, a quien no conozco y que prueba una vez más que lo agradable y lo estéticamente bello no siempre van de la mano) lo miraba sobradoramente con  desconfianza y desprecio.


Y presi salva-vidas (estoico y caballeresco) se las bancó a las dos. Salió airoso aunque tuvo patinadas y unos cuantos furcios (aludió dos veces a la Convención Americana sobre Derechos Humanos como "Pacto de San José de Flores"), aunque fue irreprochable su rol de eficaz mensajero y su solidez dialéctica.

Decía, cuando reflexionaba sobre la propuesta de ese médico inglés torpe y vil que, como he dejado caer en unas cuantas entradas, considero que se anda confundiendo el acto de respirar y con el de vivir. Una condición necesaria, pero no suficiente, de la otra.

Para vivir además de "tener un gran amor" (dizque Castagna, Cacho, que en paz descanse), hacen falta otras cositas además de respirar.

Y a propósito de la vida, su contracara o su complemento, la muerte, llegará algún día. como nosd lo recuerda el vate ciego. 

"Manuel Flores va a morir
eso es moneda corriente.
Morir es una costumbre
que sabe tener la gente"

Claro que hay muertes y muertes y que los Estados, en medio de esta pandemia se han pertrechado para atender la avalancha de infectados pero, ¿quién puede concebir una vida de personas con las escafandras encasquetadas?

Recuerdo que, pocos años antes de morir, Michael Jackson era el centro de las burlas de tirios y de troyanos: había optado por recluirse en su mansión para aislarse de los virus que andaban por ahí y podían enfermarlo.

Antes de la reclusión absoluta salía a la calle con barbijo. Así se lo vio, recuerdo, cuando en público le dio la mamadera al ser humano bebé artificialmente concebido por él, a quien agitaba todo el tiempo, mientras la criatura ingería (como podía) el líquido que le suministraba papá Michael.

Poco tiempo después, se recluyó definitivamente, en la casa en la que moriría (no recuerdo ni me interesa recordar cuándo). Dijeron que se le había desprendido el tabique nasal y que era adicto profundo a la morfina y otras sustancias que ingería en la carpa de oxígeno que había hecho instalar en su amplio dormitorio para estar todavía más a salvo de los microbios del mundo exterior que podían enfermarlo.

No salía bajo ninguna razón de esa burbuja.

Muchos se divirtieron con ese final patético, a muchos otros les dio pena, a mí ni lo uno ni lo otro, aunque desde ya que, mucha extrañeza. Ante el grado de locura al cual puede llegar un ser humano que en su delirio no entendía lo obvio, que para fortalecer a nuestro sistema inmune, el organismo se constituye, precisamente a partir del ingreso de esas micro-partículas. Las sobrelleva, o sucumbe.

Lo sé, querido diario, son todas verdades de Perogrullo, razonamientos tan o más elementales que los que día a día nos regala el detestable Dr. Gengis Kahn, pero las dejo sentadas porque no logro salir de mi asombro al escuchar al colega de ese sorete que propuso una medicinas como ésa: la construcción de un Universo Michael Jackson de aquí a la Eternidad. 

Quizás, Alberto Lezin hubiese podido idear algo así. Un psicópata que vivía en Temperley en los años '20 del siglo pasado, conocido en la novela Los Siete Locos como el Astrólogo.

Cuyo derrotero continuaré escrutando a partir de mañana cuando supere el nuevo trago de veneno que me hicieron tomar el Dr. Gengis Kahn y otres benefactores de la Humanidad.


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