domingo, 17 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 58.

Erdosain, acompaña al Astrólogo a cierto lugar, que todavía no se nos ha develado. 

El relato de Los Lanzallamas, segunda parte de Los Siete Locos, publicada por Roberto Arlt en 1931, está avanzado. 

Parafraseo a un imbécil: pasaron cosas, desde que abandonamos el repaso de la notable novela de ese autor notable. No voy a reseñarlas, quien quiera leer que lea (o que relea) esta novela maravillosa. Sólo diré que los dos personajes que desandan calles desoladas de Dock Sur, un arrabal miserable al sur (precisamente) del Riachuelo, recordaban a Arturo Haffner, el Rufián Melancólico, muerto por la espalda en la calle, días atrás. 

No se nos aclara, pero la escena transcurre (esta es mi deducción) en 1930. 

El entorno fantasmagórico por el cual se desplazaban los dos hombres es descripto al detalle: "las calles parecen bocas de hornos apagados. De distancia en distancia un bar alemán pone en la oscuridad el rectángulo rojo y amarillo de la vidriera. la carbonilla cruje bajo los pies de los dos hombres. Marchan silenciosos, dejando atrás silos de portland agrupados como gigantes, oblicuos brazos de guinches rebasando las cabradas de los talleres, torres transformadores de alta tensión erizadas de aisladores y más enrejadas que cúpulas de 'superdreadnaught' [alude a un acorazado muy difundido en ese tiempo]. De la boca de los altos hornos escapan flechas de gas azul, la comba de una cadena corta el espacio entre dos plataformas de acero, y un cielo con livideces de mostaza se recorta sobre las callejuelas que más allá de los emporios ascienden como si desearan fundirse en un camino escoltado de pinos".    

Más adelante, se detendrían frente a una chacra, con un letrero de chapa que avisaba: "SE BENDEN HUEBOS Y GAYINAS DE RAZA". El Astrólogo decidió entrar, advirtiendo a dos personas que jugaban a los naipes en una mesa, bajo una galería, que Erdosain "es uno de los nuestros"


Arlt los describe: "uno era delgado, pálido, pomuloso, de pelo crespo y ojos negros. El otro, grueso, de barbilla reluciente, ojos verdoso y cabello rubio, vestía traje azul de mecánico. Los desconocidos clavaron los ojos en Erdosain, y éste, sin saber por qué, se sintió cohibido. En el fondo del patio una mujer joven con una criatura en brazos, detenida en el marco de una puerta, lo examinó también. Erdosain se sintió molesto por la persistencia de las miradas. [...] Los dos hombres le estrecharon la mano, y la mujer con el chiquillo en brazos arrimó una silla de estera de paja. El hombre flaco entró al cuarto saliendo con otra silla, y los cuatro hombres formaron un círculo en torno de la mesa".

En nota al pie el Comentador, consignó que en un diálogo posterior con Erdosain, le diría que había reconocido en el hombre robusto y rubio a Severino Di Giovanni, aunque ese momento no dijera nada, ya que conocía que era una de las personas más buscadas por distintas policías. 

Tendría una discusión con ese hombre robusto y rubio, al observar la eficacia de la táctica revolucionaria de introducir moneda falsa en el circuito legal, a eso habían ido con el Astrólogo: a comprar billetes falsos de moneda nacional impresos en el Paraguay.

Erdosain, consideró indigno de un revolucionario pretender socavar las bases del sistema, de ese modo. 

Su interlocutor, que presumía Erdosain era Di Giovanni, le propuso una alternativa que le interesó más: "necesitamos hombres que lleven la revolución a todas partes. Unos lo hacen con la acción descubierta y franca, para lo cual usted no sirve; otros, subterráneamente, astutamente. Hay que hacer manifiestos para los trabajadores del campo. Repartirlos subrepticiamente. Si usted aprendiera el trabajo de imprenta podría hacerse cargo de una imprenta rural. Una imprenta clandestina, se entiende. ¿Quiere pasar a ver la nuestra?"

Luego de aceptar el convite, descendieron a un sótano clandestino cuyas paredes "encaladas habían instalado un completo taller de imprenta. Junto a los muros se veían cajas de tipos y matrices, cilindros de caucho y una mesa triangular llamada 'burro'. A un costado de la escalerilla de madera, sobre una base de mampostería, había una minerva de pedal, y al otro lado una pequeña guillotina. Cajones con resmas de papel completaban el clandestino tallercito de obra."

Además de todos estos insumos necesarios para el funcionamiento de una imprenta clandestina,  "Erdosain se admiró de pronto al mirar un fusil, cuyo cañón terminaba en un tubo de tres diámetros del calibre del arma, y longitud de quince centímetros. Preguntó: —¿Y ese fusil tan raro? —Un fusil con silenciador. —¿De dónde lo sacaron? —Entró de contrabando. —¿Y no se oye nada la explosión? —La amortigua considerablemente. ¿Qué le parece, en total, este conjunto? —Muy bien. —Éste también es un campo de batalla. Una trinchera de emboscados. ¿Se da cuenta? —Sí… —El compañero es el que redacta los manifiestos. —Pero aquí no pueden falsificar dinero… —¿Y cómo lo sabe? —Se ve a simple vista. —No, pero esperamos la llegada de un práctico… Nosotros falsificaremos dinero paraguayo y chileno, y otro compañero nuestro, desde afuera, nos traerá dinero argentino. Es conveniente que el lugar de circulación esté muy distante del paraje de producción. —Me parece muy bien. —¿Usted qué clase de ideas políticas tiene? —Soy comunista."

Por primera vez, Erdosain revela su ideología comunista. 

No abunda, sobre el asunto, al que le atribuyo cierta importancia. Dado que no se aclara a cuál de los dos comunismos entonces vigentes en la Argentina adhería Erdosain. Por su mente atribulada, por su delirio vital, arriesgo que seguramente se encontraría enrolado en conducido por Rodolfo  Ghioldi y Victorio Codovilla, apóstoles de cada postura (por ajena que fuese a la realidad argentina) adoptada en Moscú.

José Penelón, líder del Partido Comunista de la Región Argentina, si bien interpretaba la coyuntura nacional con la incomprensión propia de los comunistas de todos los tiempos, asumió siempre opciones políticas que lo dejarían mejor parado que sus camaradas/enemigos acérrimos del comunismo oficial.

Concejal dos veces en la Capital Federal, con un ascendiente concreto sobre ciertas bases (lo que llamaríamos hoy, presencia territorial), Penelón supo un político con un mínimo de sensatez en tiempos de la abominable crisis del año '30. Si bien combatió a Yrigoyen y a sus seguidores, no se lo marearon abyectos cantos de sirena, habiendo evaluado la situación política de entonces con una agudeza  (aunque matizada con cierto enfoque condigno de un comunista), muy lejana de la cachaza de esa agrupación política, lo que considero debe ser ponderado.

El 1° de septiembre de 1930 (a pocas horas del derrocamiento de Yrigoyen) escribió en el comentario editorial del órgano de prensa de la organización política que comandaba, el semanario "¡Adelante!", titulada: "La situación del país": "cada día se agrava la crisis por la que atraviesa el país. Se habla de juntas revolucionarias y de posibles dictaduras militares. El irigoyenismo ha fracasado en sus intentos inconscientes de unir a las fuerzas conservadoras de la ciudad y del campo. Y cuanto más evidente es su fracaso, tanto más abiertamente trata de imponerse con una verdadera dictadura que poco a poco ni las más elementales apariencias busca conservar. Los opositores representan, fundamentalmente, las viejas capas conservadoras de los terratenientes latifundistas y ganaderos reforzados hoy por los descontentos de la clase media y las capas proletarias sin conciencia de clase. El nudo de estas luchas está en que el país atraviesa una etapa crítica para su desarrollo capitalista futuro ¿Hacia qué tendencia debe inclinarse la burguesía? ¿Agrarismo o industrialismo? La Argentina no puede, al grado de su desarrollo ser un país exclusivamente agrícola y ganadero. Poco a poco va perdiendo su carácter esencial hasta el presente y el peso de esa lucha, como siempre, está sobre la clase obrera. Pero la lucha no está entre la clase obrera y la clase capitalista, en este momento, sino entre dos capas de esa clase capitalista. Eludir una batalla que se sabe perdida, no es renunciar a ella, nos enseñaba Lenin. Contra todos los gobiernos, contra todas las facciones, continuaremos nuestra acción de agitación y propaganda, sosteniendo las consignas que puedan facilitar el desarrollo de nuestras fuerzas, la organización de la clase obrera, sus reivindicaciones inmediatas, consignas que iremos ampliando al compás de la organización, del crecimiento de nuestras fuerzas, de la influencia sobre las masas y de la decisión de éstas para la lucha" 

No se proponía como un iluminado Penelón, comunista argentino con votos (bueno es reiterarlo), al punto de consignar como una condición para la realización de su propuesta "la influencia" de su agrupación sobre las masas y, la esencial "decisión de éstas para la lucha".

Volvamos al encuentro entre Erdosain y el líder anarquista extremo, que abrió un cajón y extrajo de allí un tubo de acero, que Erdosain reconocería inmediatamente como una bomba, aunque criticó su hechura y preguntó por su carga: "gelinita", le dijo Di Giovanni, quien a su vez le consultó el modo de construcción de explosivos de mejor calidad.

"Yo no soy partidario de las bombas", respondió Erdosain. "prefiero los gases. Ustedes, los terroristas, siempre están atrasados en material destructor. ¿Por qué no se dedican a estudiar química? ¿Por qué no fabrican gases? El cloro combinado con el óxido de carbono forma el fosgeno. Insisten en las bombas. Las bombas estaban muy bien en el año 1850; hoy debemos marchar con el progreso. ¿Qué desastre puede provocar usted con el petardo que tiene entre manos? Nada, o muy poco. En cambio, con el fosgeno… El fosgeno no hace ruido. No se ve nada más que una cortinita amarillo verdosa. Un pequeño olor a madera podrida. Al respirarlo, los hombres caen como moscas. En un tubo de acero, que puede tener la forma de una caja de violín, de un piano, en fin… de lo que quiera usted, puede llevar tal cantidad de gas como para desinfectar de hombres muchas hectáreas."

Di Giovanni sabía de lo que le hablaba, conocía el fosgeno utilizado durante la guerra europea y le preguntó cómo haría para fabricar ese gas, dando cuenta Erdosain del plan que tenía entre manos con el Astrólogo, la constitución de una usina doméstica o experimental para producir mil kilogramos de gas por día: "Pienso hacer la prueba en el Sur. Tengo ganas de instalar una pequeña usina química. Fabricar gases. Preparar técnicos exclusivamente en fabricación de gases. Nada más. Prepararlos en serie, como se preparan subtenientes y sargentos. Las bombas constituyen un procedimiento antiguo. Otra cosa es granadas de mano, pero hay que tener máquinas especiales para fabricarlas. Y en cantidad. Una bomba construida individualmente no sirve sino para hacer un poco de estruendo. La bombas deben fabricarse en serie. Un obrero carga las espoletas, otro las prepara. Máquina para las espoletas. Máquina para los envases. Usted comprende… todo eso cuesta dinero. Hay que prepararse. Aquí ni tratados técnicos se encuentran"

La entrevista llegaba a su fin. El hombre delgado que estaba conversando con el Astrólogo (¿Paulino Scarfó?) les hizo saber que ya era tiempo de concluir ese encuentro.

Se despidieron en silencio y al salir, Erdosain recordaba emocionado, el trato considerado que le había dispensado ese anarquista de leyenda, la bestia negra que propios y extraños detestaban y temían. Aunque, Concluyó Arlt que habría experimentado "algún alivio cuando pensó: 'De cualquier modo, me mataré'”.  

Quedaba poco tiempo, eran los momentos finales de Erdosain y de Di Giovanni. 

También se asistía a la muerte de la democracia radical liderada por un hombre anciano y sabio, que por esos días se desmoronaba sin remedio posible.

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