domingo, 24 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 65.

Querido diario:

Contra tus deseos, parece que seguiré escribiendo tupido tus páginas virtuales. Al menos hasta el 7 de junio.

El sábado 23 de mayo, presi salva-vidas (cada vez más demacrado), flanqueado por un piloso muchacho de La Plata y un señor pelado de Parque Patricios, volvió a profesar su fe inquebrantable en las bondades de la cuarentena que se inició el 20 de marzo pasado, fundamento y razón de las páginas virtuales que seguiré escribiendo día a día en tus páginas virtuales, querido diario.

Nada de coyuntura, querido diario.


Sigo con lo que venía, mal que te pese, querido diario.

El dispositivo de represión que el Congreso de la Nación le ofrendó al presidente Julio Roca, adolecía de cierta ineficacia, concluyo luego de leer el detalle de los "primeros de mayo" de 1904 y 1905, que David Viñas realizó en una obra suya que anduvimos repasando que a su juicio: "forman el contacto tanto de la integración del radicalismo como de la eliminación del jefe de policía".

1904: "la Federación Obrera Argentina resuelve celebrar la fecha de los trabajadores desligada de todo partido político. El anarquismo sindicalista predomina: el pensamiento soreliano cree en el espontaneísmo son vanguardia organizada. Así es como la columna de obreros parte de la plaza Lorea, frente al actual teatro Liceo, y va bajando lentamente hasta el Paseo de Julio [actual Leandro N. Alem] en dirección a la plaza Mazzini. Entre Viamonte y Tucumán se produce una discusión: un grupo de manifestantes encara a los pasajeros de un tranvía detenido por la marcha de la columna. Inesperadamente, uno de los agentes del escuadrón que viene controlando la marcha lanza su caballo sobre los que se han amontonado. Hay un primer desbande y el jinete reparte sablazos. Los obreros protestan, pero ya son varios los policías que los golpean y la gente corre hacia las arcadas del palacio Juárez Celman; allí tratan de protegerse entre las columnas de la recova. pero otro pelotón de policías avanza violentamente sobre los que han quedado en la calle. Un oficial desenfunda su revólver y dispara sobre un grupo de mujeres que se han amontonado en uno de los zaguanes de la recova. Alguien se interpone, y el primero en caer es un obrero marítimo. Se llama Juan Ocampo: tiene la mitad de la cara destrozada por el disparo y se va desangrando junto al cordón de la vereda. Las fotografías lo muestran como despatarrado y con la boca apoyada sobre uno de los desagües. Juan Ocampo, obrero de la Mihanovich, se lee en el epígrafe de 'Caras y Caretas'. Ante los gritos de los manifestantes, la policía vuelve a disparar a mansalva, esta vez ruedan heridos por la calzada. Antonio Lorenzo, José Castelli y Pedro Grasimena, albañil y el carrero Serín Sisa, y Ramón Suárez y Manuel Solari que son picapedreros y de Barracas, ambos y también Antonio Giordano. Hay muchos más. Casi 40. Y dos mujeres caídas junto a un portal con la ropa cubierta de sangre, se llaman Adela y Adelina Fernández, madre e hija, costureras, dos pesos cincuenta de salario por día" (en op. cit., pp. 144/5).

Creo que es importante señalar las distintas vertientes de la representación colectiva de los trabajadores, de ese tiempo: "dos corrientes se disputaron el predominio dentro del movimiento obrero: anarquistas y socialistas, a las cuales se agregó una tercera, sindicalistas, al final del período. Durante casi toda una década el anarquismo fue la tendencia mayoritaria, y fueron sus militantes los que desempeñaron el papel principal en la organización de las dos primeras centrales sindicales: la Federación Obrera Argentina (FOA) en 1901 y su sucesora, la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) en 1904. No es fácil precisar [anotan Botana y Gallo en el trabajo que también hemos repasado] que predominaron en el sindicalismo anarquista. Los grupos que se autodenominaron 'organizadores (representados por el periódico La Protesta) propiciaron la participación anarquista en la organización de sindicatos conviviendo con obreros que no adherían a esa doctrina. Esta propuesta fue rechazada por los anarco-individualistas y por los anarco-comunistas antiorganizadores. El predominio de los grupos organizadores marcó el inicio de la presencia anarquista en el mundo obrero. Durante un tiempo, la actividad propiamente anarquista y la específicamente sindical marcharon por vías razonablemente independientes" (cit., p. 88).  

Antes de continuar con la reseña realizada por Viñas, es bueno anotar una precisión consignada en el trabajo que estamos citando: "según los organizadores, el papel de los sindicatos debía concentrarse en la 'lucha económica', es decir, la pugna por lograr mejores condiciones de trabajo. A esto se le agregaban acciones más amplias destinadas a rechazar medidas gubernamentales de carácter represivo (ley de residencia, estado de sitio, etc.). La FOA, desde un comienzo, proclamó su rechazo a la acción política y parlamentaria a la cual consideraba ineficaz y nociva como toda iniciativa procedente de los poderes públicos. El único lazo entre los círculos anarquistas y los sindicatos de esa orientación era la preeminencia otorgada a la huelga general, percibida como un instrumento no solamente eficaz para la 'lucha económica' sino, también como un ejercicio útil para cuando maduraran las condiciones para la revolución social" (ídem).

Los socialistas de la UGT,  coincidían con sus camaradas anarquistas "en el punto central de la 'lucha económica' con tono moderado. La huelga general, aunque no la rechazaban de plano, les producía ciertas reticencias y, a veces, se opusieron a su aplicación, La diferencia principal estribaba en que para los socialistas la existencia de un partido de clase, con representación parlamentaria, era una vía eficaz, para lograr leyes que contemplasen las reivindicaciones obreras" (ídem., pp. 89/90).

Matices que interesaban demasiado poco al momento de la represión, como veremos.

Sigamos con el detalle de Viñas.

1905: "bajo el implacable estado de sitio implantado por el gobierno de Quintana como respuesta a la revolución yrigoyenista, las posibilidades de celebrar la fiesta de los trabajadores se ve perturbada. La Protesta y La Vanguardia impugnan la medida. Nada. El silencio es la mejor censura de la burguesía. De ahí que la celebración deba ser postergada hasta el 21 de ese mes. La Federación Obrera Regional Argentina y la Unión General de Trabajadores se sitúan más allá de sus discrepancias y resuelven realizar conjuntamente el acto. Se hacen los preparativos, pero la policía de Falcón advierte que no podrá usarse la bandera roja en las marchas callejeras. El nacionalismo de la oligarquía [subraya Viñas] proclama con fruición que manifestantes y huelguistas de la Argentina son extranjeros. Al primer signo de desorden -advierte la policía-, será disuelta cualquier manifestación a tiros previo toque de clarín. [...] La marcha obrera, pausadamente, parte de plaza Constitución, prosigue su marcha a lo largo de Lima y, después, Cerrito y desemboca por Lavalle hasta irse aglomerando frente al teatro 'Colón'. Allí, en el proceso momento en que uno de los oradores -Francisco Cúneo, de la UGT- se dispone a hablar, y cuando la cola de la cloumna no ha llegado aún a la plaza, alguien iza un pañuelo rojo y lo agita en la punta de un palo. Parece una provocación de clase. Una mujer lo grita. Pero varios agentes del escuadrón, sin mediar advertencia alguna, largan sus caballos sobre la multitud. Sólo responden a la orden de uno de sus jefes. Un clarín restella desde el otro lado de la plaza: es la manzana donde se va tirando abajo el viejo Parque de artillería. Es entonces cuando la totalidad del escuadrón de unos ciento veinte hombres a caballo, se lanza sobre la gente. Los sables desenvainados brillan y caen. Resulta la masacre. Un batallón de bomberos aparece por el lado del palacio Miró, hacia Viamonte, marcando un movimiento de pinzas alrededor de la ente que se repliega sobre el centro de la plaza y sobre las escalinatas del teatro. Otra clarinada suena por la esquina de Tucumán. Dos muertos quedan tendidos frente a las puertas de la escuela Roca recién inaugurada; más de viente son los heridos a los que se lo ve como desparramados por delante de las rejas del palacio Miró. 'Crimen de clase', denuncia La Internacional. La Protesta titula 'Los poderosos matan cuando tienen miedo': 'La policía está comandada por el ejército cuando se trata de masacrar al pueblo". 

Por un pañuelo rojo. Un pañuelo rojo...

Che, Garcete. Como siempre, estufado con tus citas eternas, me permito herir tu susceptibilidad de hombre bueno y humanista para recordarte que iniciaste esta entrada eterna con una foto de Alfonsín. Mirá que le doy vueltas, y que algo te voy conociendo, pero esta vez me doy por vencido: ¿qué carajos tiene que ver Alfonsín con el sindicalismo de principios del siglo veinte y con las represiones que tanto detallaste?

Nunca te voy a dar las gracias, querido diario, pero tenés razón en algo: se hizo largo el tema.

Largo al pedo, Garcete y divagante como siempre...

Suficiente, querido diario.  
  
Anoche, cuando andaba recopilando material para esta entrada repasé un documental que había disfrutado mucho cuando se emitió en los cines en 2019: Raúl, la democracia desde adentro, disponible acá. de Juan Baldana y Christian Rémoli.

Comienzo por destacar lo que considero evidente: este documental es lo mejor, lo más inteligente y ante todo, lo más honesto, realizado acerca de una personalidad con tantos claroscuros como el (en mi opinión, como ya lo sabés, querido diario) mal llamado, injuriado de ese modo, incluso: Padre de la democracia.

Por muchas razones. La primera: no es una elegía, ni siquiera es complaciente con Alfonsín, aunque evidentemente, sus realizadores tenían (o lo descubrieron a lo largo de la elaboración del documental) un sentimiento de cercanía, y porqué no, de afecto, hacia la persona de Alfonsín.

Desgraciadamente, a la versión disponible en la web le falta al menos, una hora de la que vi el año pasado en un cine de Belgrano; decisión nacida, quizás, de las exigencias técnicas de la plataforma desde la cual puede ser reproducida.

Y aunque no falta nada esencial, me quedaron las ganas de volver a ver algunas escenas que me sensibilizaron especialmente el año pasado: los entretelones de la renuncia de Bernando Grinspun; las penurias del equipo económico que lo sucedió en Nueva York, cuando fueron a pedir asistencia para el armado del "Plan Austral" y el testimonio de Luis Brandoni de la luctuosa noche en la Quinta de Olivos cuando el final de los acontecimientos de La Tablada.  

Aunque, reitero, esos cortes no empañan el resultado de un documental concebido y filmado con rigor, destreza e, insisto, honestidad intelectual.

Se aprecian dos planos nítidamente escindibles: la persona y el hombre de Estado. Y si a éste se le pasan algunas facturas pesadas (en especial en oportunidad del copamiento del Regimiento de La Tablada, sobre lo que algún día volveré y, en alguna medida, en la resolución del levantamiento carapintada de Semana Santa de 1987), es evidente que los jóvenes realizadores quedaron cautivados con la personalidad de Alfonsín evocada con ternura contagiosa.

El eje del relato (el principio y el final) es Chascomús, lugar en el mundo de Alfonsín, hacia donde la película viene y va permanentemente. Mientras el documental avanza en el relato de su trayectoria pública un grupo de muchachos jóvenes pinta los paredones chascomusenses con frases de sus discursos que resumen el momento político que se trataba.

Otros artistas, van pintando un mural en las paredes del interior de la bellísima construcción colonial en la que funciona la sede comunal de Chascomús, esa ciudad bellísima; ejercicio plástico que resume su vida y su trayectoria, en especial los trascendentes años de su Presidencia.

Una vez más, volví a conmoverme con la coherencia y el denuedo de quien militó hasta en su lecho de muerte.

Y aunque quede pendiente una biografía que explore a Alfonsín como sujeto histórico a fondo, el documental ilumina momentos poco tratados de esa biografía.

Aludo al nacimiento del dirigente que se conocería luego a partir de la ruptura interna con Ricardo Balbín. De ese tiempo, el documental repasa entrevistas al joven Raúl y discursos que no le había escuchado. Entre tantos hallazgos, destaco la cinta de un discurso clandestino en Lobos del año 1967 es uno de los hallazgos -no el único- de la luminosa película que aconsejo.

Además del desfile de entrevistados que se prestaron a opinar sobre al trayectoria de Alfonsín, supervivientes de 2017 y 2018 años de la elaboración del documental. Hay momentos en los cuales se les hace oír a esas personalidades determinado discurso pronunciado durante su Presidencia. Y si Aldo Rico, llevándose una tablet al oído gesticula fastidioso al escuchar un discurso de febrero de 1987 en Las Perdices, Córdoba, mediante el cual anticipaba la remisión al Congreso de un proyecto de ley similar de la denominada "obediencia debida". Hugo Moyano, en cambio, sonríe admirativamente al escuchar los denuestos del Presidente a la línea editorial del diario "Clarín" en el recordado discurso del mercado Central de ese mes y ese año.

Discurso que también le hicieron escuchar al veterano dirigente sindical justicialista Lorenzo Pepe, quien en sus gestos era mucho más expresivo aún que el camionero. Y al final de la escucha, cuando devuelve el dispositivo a su entrevistador, se pregunta, indignado, porqué las dirigencias posteriores del radicalismo no siguieron los lineamientos políticos e ideológicos de Alfonsín.

Mensaje indirecto a unos cuantos dirigentes de ese partido político, jóvenes durante los años de la Presidencia de Alfonsín que prestaron su testimonio. Algunos, alegres, entusiastas y militantes del gobierno de Mauricio Macri vigente al tiempo de la filmación del documental. Aludo a Jesús Rodríguez, Facundo Suárez Lastra, Luis Brandoni o el mismo Federido Storani quienes durante los interminables cuatro años de gobierno macrista, en lugar de limpiarse la saliva de la cara, prefirieron lamerla.

No hago referencia exclusivamente al comentario-queja de Pepe, sino que presumo que al ver el documental, se habrán sentido algo incómodos con la prédica del propio Alfonsín abiertamente antagónica al gobierno del sujeto que gobernaba el país entonces.

Resumo con el inicio del discurso del Obelisco, del 26 de octubre de 1983 al final de la campaña electoral que lo llevaría a la Presidencia (consignado, en mi opinión, con aviesa inteligencia por los realizadores): "Amigos de la Capital Federal, argentinos: ¡se acaba la dictadura! ¡Se acaba la corrupción! ¡Se acaba la Argentina del desamparo y llega la Argentina honesta que quiere a su gente! ¡Se acaba la especulación! ¡Se acaba el dinero imperando sobre la producción y sobre el trabajo! ¡Llega la Democracia a nuestro país! ¡Se acabaron las sectas de los nenes de papá!" (el subrayado, por si quedan dudas, me pertenece). 

Decía que el documental trata poco su intimidad familiar, menos aún que en la versión que vi en el cine. Se destacan sí las aristas salientes de su formación: su niñez en su casa al cuidado de su madre por sus problemas de salud,  leyendo El tesoro de la juventud y su paso por el Liceo General San Martín.


Ana María Foulkes, su madre, descendía de ingleses. Con una particularidad: era católica, por ende devota hasta la médula. Sin embargo, no quiso que su hijo Raúl hiciera el secundario con los curas en Chascomús, por lo que no tuvo más opción que inscribirlo en Liceo "General San Martín", no existía una escuela pública en el pueblo donde educar a su hijo.

De allí, según cuenta en el documental el único hijo que dio su testimonio, Ricardo Luis, nació su detestación a las dictaduras, a los despotismos.

Y vuelvo sobre lo que escribía: tenía una convicción, una fe Alfonsín en valores que ni siquiera los años en el Liceo Militar lograron torcer. Queda pendiente la tarea de investigar quiénes lo formaron, qué literatura leyó, cómo eran los reglamentos disciplinarios de ese ámbito educativo castrense.

En los años de Ramírez y Farrell, cuando se tomó la foto que está arriba de este texto.

Raúl, es el muchacho de la derecha. El de la izquierda, Leopoldo Fortunato Galtieri. Impacta reparar en los rostros de los dos. Mirada, la mía, atravesada por la admiración inabarcable que siento por uno, pareja con la detestación absoluta que siento por el otro.

Si uno tiene la mirada buena, sonríe con su timidez de siempre, se muestra erguido, franco y, también, claro que sí, hermoso; el otro parece posar como para contrastar con su camarada: encogido, con los labios apretados, como masticando, como royendo veneno, la mirada oblicua y desconfiada.

Pero más allá de estas pavadas, resaltar el camino que a partir de entonces uno y otro seguirían: presidentes los dos (no los equiparo, claro queda, sólo describo el lugar que ocuparon, uno de los dos catapultado por las intrigas y las condiciones políticas de un tiempo vil y miserable como lo era Galtieri); uno asesino de sus compatriotas, el otro redentor.

Uno, déspota (patético de ópera bufa), que antes de llevar al país a un guerra absurda (a la cual el otro en soledad se opuso públicamente) había negociado con un oficial montonero la vida de una mujer embarazada y su hijo de cinco años en un campo de concentración en una quinta en las afueras de Rosario, a cambio de la entrega de Mario Firmenich en México; el otro un hombre de Estado, democrático y humanista.

Contingencias, consecuencias, de un país que fue la hechura de seres despiadados. País, que durante algún tiempo breve y entrañable, y por algún descuido inesperado, supo ser dirigido por algún humanista.

Como el hombre que sería aquel muchacho de 17 años ataviado en marzo de 1944 con su uniforme de cadete del Liceo Militar y que sonreía para la foto, con esperanza y con timidez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario