sábado, 8 de mayo de 2021

El Carapachay.

Me costó, me cuesta, volver a esta escritura, querido diario.

Las razones, muchas. Entre ellas, la sorpresa (desagradable) que la lectura de entradas pasadas me ha generado.

Desagrado nacido de una nueva corroboración de cuán necio puedo ser.

Por más razones que encuentre para justificar esas opiniones necias de hace un año; hoy me avergüenza haber escrito lo que escribí en tus páginas. 

No de todo: la deshilvanada crónica de hechos pasados dirigida a un destino al que nunca quise, no pude o no supe; deja unas gotitas de jugo.

Diré, con auto-indulgencia, que hace un año estaba sumido en lo más profundo de una crisis existencial que (espero) haya contribuido a resolver al tomar una decisión drástica, querido diario.

Decisión que me tiene con un ánimo menos malo, al menos no tan extraviado como el de hace un año cuando dejaba caer torrentes de pelotudez en tus páginas, querido diario.

Vuelto de unos días muy lindos en las islas del Delta del Paraná, las de San Fernando, querido diario, me volqué a la lectura de lo escrito el caballero de la foto, entorchado con uniforme e insignias de General, Domingo Faustino Sarmiento.

Qué personaje, Sarmiento, querido diario. 

Ya sé, te imagino agazapado para caer sobre una reflexión tan evidente, pero no puedo dejar de escribirla de sólo pensar en él. En especial en todo lo que hizo a lo largo de su vida tan azarosa (no exenta de crímenes por él perpetrados) y desde luego en lo muchísimo que escribió.

No escribía lindo, digamos, pero lo hacía con un estilo que era el de él; y el de nadie más. De nadie abrevó para escribir. 

Algo dejaré caer por aquí sobre sus reflexiones sobre el lugar donde una semana de la primera quincena de marzo; un sitio que llamaba El Carapachay y a sus habitantes: carapachayos.

Su fe en El Carapachay era infinita, veía en esa región una suerte de tierra prometida. Expectativa que dio pasto a las más variadas fantasías utópicas, sitio donde vivió, tal vez, sus días más felices.

No sé porqué lo voy a hacer, pero ando con ganas de dejar caer alguna torpeza sobre Sarmiento. Tal vez por aquello que anticipé: Sarmiento escribía. Y cuando el desánimo me vence no escribo. E intuitivamente diré, querido diario, que cuando dejo de escribir algo deja de funcionar como debiera.

Aunque advertido, de mis necedades recientes voy a escribir sobre nada relacionado con esta tragedia pandémica que no quiere dejarnos en paz. 

La seguiremos.

"Qué hermoso todo, bebé. Entonces, borrás con el codo lo escribiste con la mano, o panquequeás como te sugirió en privado una belleza que lee estas boludeces, ¿entendí bien?"

No extrañaba tus provocaciones, querido diario. No voy a entrar en ese jueguito...

"Pero tenés que escribir algo, chiquilín, porque pareciera que te arrepentís de haberle dado como en bolsa a Albertito, a Cahn y a la muchachada. Las tres personas que te leen lo tienen presente..."

Sí, querido diario. No voy a escribir que estoy arrepentido, porque aunque mucha necedad, opiné con buena fe. Sin maldad ni cálculo.

Sí, creo que me equivoqué. Y cuánto. Porque ese discurso necio y cretino es el que se esgrime por tantos lares y cosecha unas cuantas voluntades, como en Madrid, querido diario. Y yo, más que identificarme con alguien o con algo; me identifico contra alguien o contra algo.

Digamos que si Macri, Ocaña, Bullrich, Milei, Cornejo o alguna alhaja por el estilo opina en un sentido, entiendo que debo asumir la postura contraria. 

Pero esto no le importa a nadie, querido diario, finishela, que tengo otras cosas que leer y escribir.


 


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