domingo, 15 de agosto de 2010

Tinelli, según Sirvén.



Leemos en la edición de “La Nación” de hoy, bajo el título. “Tinelli, el espejo en el que nos reflejamos” (http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1294741) , a cargo de Pablo Sirvén:

“Su vigencia ininterrumpida (la del individuo Tinelli en la televisión) y con tan alta e incondicional repercusión, ¿acaso no habla más de nosotros mismos que de él? ¿Qué vemos en Tinelli que tanto nos fascina como para no cansarnos siquiera con el paso de las décadas? ¿Y cuán funcional ha resultado indirectamente para las políticas dominantes durante su larguísimo reinado?”

De la nota, con la cual discrepo de plano, destaco en primer término el estilo elegante, reflexivo, mediante el que analiza el engendro inmundo que propalan Canal 13 y sus repetidoras –anche aquellas que aparecen enconadas desde el discurso- alejado de aquel que imprime a las columnas dedicadas a los espacios que tratan con adherente fervor e incluso amable mirada crítica al proceso político iniciado en mayo de 2003.

En el colmo de su furor anti-K, supo desde esa tribuna equiparar al tendencioso, aunque eficaz “6-7-8” con el noticiero “60 minutos”, emitido desde el mismo canal durante la dictadura militar.

Sin embargo, decíamos, decide Sirvén recorrer el camino del análisis mesurado al evaluar el programa de Tinelli, actitud que denota, cuanto menos, alguna empatía del crítico de espectáculos con el conductor y su producto, desde una mirada de inconcebible respeto.

Porque creo, Tinelli es irrespetable.

Puede concederse que ha sabido hacer dinero en detrimento del buen gusto, la ética más charra, la elemental consideración al público que lo sigue y en este sentido debo reconocerle alguna honestidad, sino un cinismo expresivo: la sonrisita contenida mediante la que subraya algún gag o segmento de su engendro televisivo traduce sin disimulo su desprecio a la audiencia.

Que Sirvén analice con ecuanimidad, sin adjetivos, a la bazofia, desde quien se ocupa del espectáculo es especialmente irritante dado que la mera vigencia de Tinelli y su producto ocupa un lugar que podría ser honrado por otros exponentes que hicieran de su profesión algo cercano a la dignidad, ofrendándose el “prime time” televisivo a un producto de esa estofa.

Se propone –aún desde la generalización- que ese engendro nos representa o refleja lo que somos, hipótesis que horroriza de sólo pensarla, desde que pongo en duda –por todas las canallerías que se propalaron- que el común de nosotros pueda ejecutar, siquiera pergeñar, la burla elaboradamente cruel que a instancia de Tinelli el parásito vocacional Alé perpetró hace unos meses en la isla de Apipé, mortificando –en el marco de una “jodita”- a sus habitantes con desalojarlos de las tierras que habitan.

No hay identificación alguna de la audiencia y Tinelli, aquella es apenas cautiva de las posibilidades que propone la televisión.

No puedo evitar relacionar esta última idea con lo que dijo Víctor Hugo Morales al justificar al “Fútbol para todos”, que para millones es la posibilidad de eludir el tedio de un domingo sin nada que hacer, porque generalmente el dinero escasea. Es la televisión un divertimento sino gratis, muy barato, al alcance de las mayorías.

Las cuales, a su vez instadas por un poderosísimo aparato comunicacional no opone resistencia al seguimiento de lo que se le ofrece a diario, en el caso que tratamos, un producto degradante hecho por un inescrupuloso mercachifle de miserabilidades.

2 comentarios:

  1. Coincido en que la aparición de Tinelli en la televisión fue como una peste, que hoy -lamentablemente- podemos considerarla un mal endémico que se instaló en la cultura y que excede la pantalla. (Ya sabemos que en las sociedades massmediáticas lo social se construye desde lo discursivo y aquí la televisión tiene un lugar privilegiado, por eso: si la televisión está apestada de porquerías, más tarde o más temprano esto tendrá su corolario en la sociedad).Lo que no comparto es la hipótesis de la audiencia cautiva, pasiva, víctima de los contenidos que ofrecen los medios. Es cierto que la relación televidente/medio de comunicación es asimétrica, pero tampoco soy tan generosa como para pasar por alto la responsabilidad que tienen las audiencias en la prosperidad de los negocios de Tinelli. Sin rating un programa se cae, y los demás programas no se ocupan de sus contenidos...lo que quiero decir es que más allá del proyecto "por adormecernos" (siempre fue el proyecto desde el poder, sean gobiernos o grupos económicos -propietarios de medios de comunicación o no) afortunadamente tenemos espacios por donde trazar otras trayectorias, o simplemente: podemos elegir no mirar a Tinelli -ni a todos los programas que se ocupan del suyo- podemos no ver televisión...Cuando dicen -y son muchos- que es más fácil llegar del trabajo, encender el televisor y "mirar a Tinelli" están hablando de una libre elección..y (perdón, pero me enoja mucho el tema) no lo puedo justificar!

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  2. No se disculpe, amiga Lörch, que es muy aguda su (esperadísima) intervención que mucho agradezco.

    Puede ser, en efecto, que me haya embargado cierta debilidad populista en mi justificación, siendo que me cuesta mucho el caer sobre el común de la tribuna tinelliana, hecha de gente muy sufrida, demasiado maltratada, destrato que se acentúa desde, precisamente, su seguimiento del engendro que comentamos.

    Habrá en mi razonamiento algún giro despectivo a cuestas, no obstante miro sino compasivamente, con alguna comprensión a quienes se alienan con Tinelli.

    Cierto es que transita el territorio de cierto humor que "no gasta la cabeza", apela a la risotada, a la burla evidente, al gag grosero y fácil, que supieron usufructuar tantos desde ese medio, Gerardo Sofovich, por todos.

    Disiento con vos querida Lörch, al justificar a quienes llegan a sus casas tras horas de oficina, construcción, cartoneo, escuela o pateada en busca de algún laburo y se eche mano al control remoto para refugiarse en algún culo (el de Salazar, el de Mendoza, según el paladar), reírse de alguna idiotez masticada, digerida, deglutida, no obstante ese tipo de divertimento intoxique de a poquito, sin que se advierta.

    Habrá siempre productos de esta estofa, aunque la vigencia de una excrecencia (mierda, para decirlo clarito) como la de Tinelli en la pantalla persuade como pocos argumentos en pos de una urgente aplicación de la ley de medios, mediante la cual comenzaremos a transitar un tiempo más respirable, con otras opciones siquiera aproximadas al respeto a la dignidad de sus destinatarios.

    Ley a la que supo oponerse Pablo Sirvén, quien como dijimos, analiza a Tinelli con irritante respeto.

    Es un placer intercambiar ideas contigo.

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